En charla con Clarín, el ganador del Premio Rómulo Gallegos destaca el peso del galardón venezolano para la literatura de América latina.
"Estoy muy contento, la verdad" contesta Ricardo Piglia del otro lado del teléfono: acaban de otorgarle el Premio Rómulo Gallegos, el más importante de América latina. Está dotado con 100 mil dólares, se lo entregarán el 2 de agosto en Caracas. Y es el mismo que recibieron, entre otros, Vargas Llosa (en 1967), García Márquez (1972) y Carlos Fuentes (1977). Y los argentinos Abel Posse (1987) y Mempo Giardinelli (1993).
El jurado estuvo formado por la mexicana Carmen Boullosa, el colombiano William Ospina y el venezolano Freddy Castillo, y eligieron a Piglia por "el valor estético, el compromiso literario, la universalidad y la fuerte personalidad" de Blanco nocturno (2010), un policial apasionante que también mereció el Premio de la Crítica de España .
Piglia, que en noviembre cumplirá 70, es profesor en Princeton, ha publicado ensayos fundamentales sobre literatura argentina, la misma que sacudió cuando en 1980 se animó a publicar Respiración artificial, una de las novelas emblemáticas sobre la dictadura. Siguieron La ciudad ausente (1992) y Plata quemada (1997).
-Es un reconocimiento que uno valora. Además, este premio tiene una tradición y todos los premios significan difusión para la literatura. Pero hay que tener en cuenta que los premios son contingentes y no debemos tomarlos como si la literatura se pudiera ordenar en jerarquías: eso no tiene nada que ver con la lógica literaria, en el sentido de que no hay ránking ni cosas parecidas en la literatura.
-Pero está la lógica del mercado.
-En ese sentido los premios son como una condensación, es lo que el mercado quiere: poner un orden en la circulación de los libros. Son como una ilusión de que ese orden se puede establecer, pero es relativo. De todos modos hoy estoy muy contento, claro. Y también es importante que haya un premio latinoamericano: hay legitimidades que no vienen de España. Creo que en Argentina tenemos que promover este tipo de asuntos. En Venezuela, además de sostener este premio, están haciendo un reconocimiento a la Biblioteca Ayacucho una legendaria colección que organizó Angel Rama con las obras clásicas de América Latina. Y nosotros todavía no tenemos ni las obras completas de Lucio V. Mansilla, ni de José Hernández.
-Llama la atención que de doce finalistas seis sean argentinos.
-La literatura argentina está muy activa, con muy buenos escritores. Por ejemplo La orfandad de Silvia Iparraguirre y Lisboa de Leopoldo Brizuela ambos finalistas del Rómulo Gallegos son muy buenas novelas y hubieran merecido ganar. Por otra parte, creo, la cultura está dando un mensaje; después del 2001 la literatura argentina encontró otros espacios: las editoriales más chicas y las producciones más artesanales, y así mantuvo la intesidad de siempre. La cultura está diciendo que a veces hay que arreglarse con lo que tenemos y trabajar con lo que hay. Desde luego que no estoy sosteniendo que no haya que subvencionar.
-¿Cómo se inserta su obra en la tradición literaria argentina?
-Bueno, eso me es difícil. Pero yo siempre digo que los argentinos tenemos el privilegio de tener una tradición literaria riquísima y que todos nadamos en ese río, cada uno a su manera, pero si escribimos es porque antes se ha escrito aquí. Eso tal vez lo vemos más claro en literaturas más lejanas: uno sabe que la literatura norteamericana tiene una gran tradición y que hoy están presentes todas esas tradiciones de Faulkner, de Mark Twain... Y eso explica mucho de la potencia de su narrativa actual. Acá pasa lo mismo.
-En ese sentido, "El matadero", de Echeverría, con su manejo de la oralidad popular, explicaría parte de la literatura argentina actual..
Por ejemplo. Y su narración de la violencia, la situación extrema, con un lenguaje propio y una manera de narrar localizada. Me parece que son esas cosas las que se ponen en juego en estos casos.
-"Blanco nocturno" puede leerse en relación a tradiciones como el conflicto entre campo e industria.
-Bueno, esa es una experiencia o una tradición que todos hemos percibido. Después hay también cruces y desarrollos, claro, la novela no es un tratado de economía, más bien trata de cómo los sujetos viven la economía. Y la viven de modos mucho más drásticos. Lo que estaba tratando de reproducir ahí es la experiencia que muchos han tenido ante el fracaso de desarrollar o sostener industria, el modo en que entienden por qué han fracasado. Está en Roberto Arlt: la idea del taller mágico, el invento, la rosa de cobre, algo que nos salve. Y está en Macedonio y Xul Solar, con sus mundos alternativos. Es muy argentino eso.
Fin
Gentileza de Gabriela Cabezon Camara para Revista Ñ
Hace 19 horas.
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