3 de septiembre de 2006

Un Domingo cualquiera

Un Domingo cualquiera
Por Estanislao Zaborowski

Desde la ventana del comedor, podía observar como el sol en su cenit, inundaba de brillo y vida el pequeño parque que antecedía a mi casa. El pasto recién cortado y el rocío que había caído la noche anterior, dibujaban casi al ras del suelo simpáticas figuras luminosas. No obstante, tanta luz y belleza contrastaba con el interior de la casa. Aquí dentro todo era silencio. Solo se escuchaba el ruido de vasos y cubiertos al ser depositados en la mesa. Frente a mí, hundiendo su mirada en el plato de ravioles, se encontraba mi esposa. Hermosa como era su costumbre, aunque ni siquiera se molestara en arreglarse. Su pelo castaño oscuro, desprolijo y recogido con un palillo, acentuaba sus rasgos finos y delicados. Como si fuera poco, vestida con aquella ropa de entrecasa no hacía mas que recordarme a Cenicienta, el clásico cuento de Charles Perrault, que luego sería llevado al cine por los Estudios Disney. Incluso, su primera versión había sido muda, tanto igual que la que nos encontrábamos desarrollando en este momento.
Muy a mi pesar, no podía evitar notar que sus gestos, si bien no eran severos, contenían una profunda congoja. Sus movimientos lentos, sus idas y venidas con los ravioles clavados en el tenedor, denotaban melancolía y desilusión.
Me apenaba el pensar que su tristeza tenía las raíces arraigadas en las constantes frustraciones que ella vivía a mi lado.
El pasado jueves, fue la primera vez que no me esperó despierta a la vuelta de las interminables sesiones a las que acudía, a fin de poder lograr que me dieran un crédito para poder filmar mi película. Y eso marcó tajante una diferencia a todas las noches anteriores. Cuando llegué sus ojos se encontraban húmedos, cansados y esquivos. Ni siquiera me dirigió la palabra cuando me metí dentro de la cama. Tampoco respondió a mi abrazo y menos aún al beso que le di en la mejilla. Era evidente que la confianza que depositaba en mi, iba escaseando de fondos para cubrirla. Fue esa noche, intentando conciliar el sueño, cuando recordé el eslogan de una famosa obra que había filmado de forma magistral Oliver Stone, un domingo cualquiera puedes ganar o perder, pero la vida es un deporte de contacto. Y aquí ya no había contacto.
Volví en mi mismo en el instante que Jazmín comenzaba a levantar la mesa. Aproveché la ocasión para incorporarme y rodearla con mis brazos. Pero fue inútil. Con un movimiento de cadera que envidiaría hasta el mismísimo John Travolta en fiebre de sábado por la noche, me esquivó y depositó la vajilla nuevamente sobre la mesa. Con la misma rapidez, se quitó el delantal y salió del comedor. Allí parado, solo y en silencio, terminé mi almuerzo.
Pasé la tarde mirando películas de la etapa dorada del cine norteamericano. Para esta ocasión, elegí Matar al ruiseñor con Gregory Peck y El halcón maltés con Humprey Bogart, donde el actor se ponía en la piel del detective Sam Spade, famoso por sus métodos poco ortodoxos para resolver los misterios y esclarecer los crímenes que se sucedían en San Francisco. Aunque el género suspenso era mí preferido, el guión que había escrito para filmar, era un drama actual que mostraba como el ansia de poder hacía sucumbir a las personas mas respetables y admiradas de la sociedad contemporánea.
A la hora de la cena, me decidí por intentar nuevamente un acercamiento con Jazmín. Quizás si le cantaba el tema romántico de Celine Dion en Titanic, cedería en su postura. No obstante, preferí obviar ese pensamiento. La última semana había tenido un cruce de palabras con los vecinos, cuando puse en el equipo de música la banda de sonido de la Guerra de las Galaxias al máximo, y me vinieron a tocar el timbre para expresar sus quejas. Como mi voz no es precisamente la de un tenor, decidí desechar la idea de cantar.
El tiempo pasaba y el vacío que me generaba por dentro era cada vez mayor. Me propuse no empezar la semana de esta manera, así que ejecuté el plan b.
Dos horas mas tarde escuché el ruido de que alguien llamaba a la puerta.
- ¿Julio, te fijas quién toca el timbre a esta hora?
- ¡Ahora no puedo! ¡Está por empezar una peli! - mentí gritándole desde la sala de estar, mientras miraba disimuladamente como se dirigía a ver quien era.
- Buenas noches, siento molestarla pero tengo un mensaje urgente para Julio Ruiz.
- ¡Julio! ¡Acá preguntan por vos!
Con cara de circunstancia me acerqué a la puerta y le dirigí una mirada despectiva a aquel personaje que osaba venir a mi casa a estas horas de la noche.
- ¿Señor Ruiz? Tengo un mensaje que entregarle, mi nombre es Alberto…eh… - mi interlocutor comenzaba a transpirar.
- Mire no se quién es Usted ni que es lo que desea, pero estas no son horas para que vengan y menos aún para entregarme un sobre que me puede ser enviado por correo o mañana en las oficinas de la Municipalidad. - mi voz sonó tan enérgica como convincente.
- Disculpe, es que precisan que mañana a primera hora vaya a las oficinas del INCAA.
- ¿Usted es tonto? ¡Ya le dije que no me interesa nada! - subí el tono lo suficiente como para que Jazmín se alertara.
- Será mejor que me dé el recado a mí. Disculpe a mi esposo, últimamente esta perdiendo el tacto. - me miró de reojo para notar si había sentido ese golpe bajo.
- Con gusto señora. Firme aquí por favor.
- Listo, ¿como me dijo que se llamaba usted? No quiero ser entrometida pero no le veo la identificación como suelen tener los mensajeros.
- Bueno, basta de palabrerías. Usted se me marcha. - intervine antes que sea demasiado tarde.
Cerré de un portazo y le di dos vueltas a la llave antes de dejarla en el cenicero que se encontraba al lado.
Me volví al sillón del estar para retomar la película, en el momento que escuché el ruido que estaba esperando. Jazmín estaba abriendo el sobre que contenía la falsa nota sobre una supuesta convocatoria al Instituto Argentino de Cine para conversar el tema de una posible financiación de mi película. Al rato, sentí que me abrazaban por la espalda y me llenaban de besos las mejillas. Me incorporé y respondí sus caricias con intensa pasión.
Antes de acostarnos, llamé a escondidas a un viejo amigo del círculo de directores, para agradecerle el gesto que tuvo al ayudarme. Bromeando, le dije que la sociedad de actores estaba muy contenta con que su fuerte sea el detrás de las cámaras.
De vuelta con ella, me quité la ropa y abrazándola pensé una vez mas en mi eslogan preferido, un domingo cualquiera puedes ganar o perder, pero la vida es un deporte de contacto. Y este domingo había ganado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Conozco tus poesías de hace una década... me encataban...
y hoy me encantan tus cuentos, las emociones y colores q transmitís...
Me gusta tu forma de escribir... y me gusta descurbrirte detras de las palabras!

Anónimo dijo...

Hola!en algun momento estuve en el papel de cenicienta...ja!Y mi lado tuve a un Julio Ruiz..estratega y seductor..
Me dio un poco de tristeza

Anónimo dijo...

Encuentro personajes sustanciales, bien armados con un mundo interior : ). Además de cumplir con la consigna es un texto que se sostiene por sí mismo, tiene sentimientos, pensamientos, suspicasia, estrategia y humor. Y no está tan cargado de descripciones (eso es un progreso : ). Bien Estanus! seguí asi. besos!