27 de abril de 2007

La última curda


Les dejo el último cuento que escribí hace solos unas semanas.
Espero les guste.

La última curda
Por Estanislao Zaborowski

La melancolía no es más que una recordación inconciente.
Gustave Flaubert


La noche se escurría entre mis dedos, con el sigilo que imparten las lágrimas contenidas. Allí parado, a espaldas de ella, buscaba el olvido en el néctar que disfrutan los cobardes mortales.
- Otro whisky – hice un vano esfuerzo para reconocer mi voz.
- Señor, es mi deber aconsejarle que beber un quinto trago puede que sea un exceso.
- Señor, es mi deber aconsejarle que se meta su recomendación en el culo – el índice de mi mano izquierda se agitó en el aire señalando mil fantasmas.
Giré recostándome sobre la barra, e intenté enfocar la mirada, en la espalda descubierta que dejaba entrever su vestido de seda negro. No pude evitar reconocer, que su belleza había aumentado exponencialmente. Su cabello negro reluciente, reposaba sobre su hombro como un velo enigmático que oculta un gran tesoro. Sus facciones se advertían más delicadas y femeninas. Sus caderas se habían afinado y sus piernas lucían tersas y bronceadas. El movimiento sensual, al ritmo del tango, hipnotizaba a los hombres que pasaban a su lado. Algunos de ellos, le susurraban al oído alguna palabra, otros simplemente admiraban su figura. También advertí un tercer grupo que la observaba desde la otra esquina del salón, esperando la posibilidad de lanzarse a su conquista.
Insulté por lo bajo al cruel destino que me había puesto en esta situación. Hace solo seis meses, esa mujer despertaba a mi lado todas las mañanas. Hace solo seis meses, desayunaba con su dulzura, almorzaba con su sonrisa y me acostaba con su piel sudando la mía. Maldije cien veces los amigos que manteníamos en común. Maldije mil veces a los recién casados y su recepción del civil. Me maldije a mi mismo, por la desgracia que me tocaba vivir.
- Debería ir en su busca y decirle que la extraña – el barman se había apoyado sobre la barra a mis espaldas y me leía la mente.
- ¿Y usted que se mete? – grité entre la euforia y el disgusto.
- Señor, hace media hora que me está contando su historia.
- ¡Mentiroso! ¡Metido de mierda! – el volumen de mi voz, atrajo la curiosidad de los trajes y vestidos que conversaban cerca de nosotros.
Sin escuchar su réplica, dí media vuelta y continué observando la Cleopatra de mi Egipto. La imaginé rodeada de flores en el jardín del eterno verano. Recostada sobre la hierba mientras el tímido sol sonroja sus mejillas. Esas imágenes me transportaron atrás en el tiempo, hasta casi palpar las últimas vacaciones que pasamos juntos. A ese viaje de enero, cuando el amor, alcanzó los límites inimaginables donde la pasión gobierna sobre las acciones. Recuerdo sin esfuerzo, las playas de arenas blancas, que se regocijaban ante las pisadas que dejaba mi entonces esposa. Esos quince días, ahora se hallaban bajo la niebla de la desesperanza. Intentando contener el incipiente llanto que batallaba entre la melancolía y la amargura, decidí acercármele e intentar intercambiar algunas palabras. Di dos pasos hacia el frente, tanteando el piso, como si evitara dejar huella alguna en el recorrido que tenía por delante. Al cabo de tres metros que me parecieron kilómetros, rocé la piel desnuda de su espalda con la yema de mis dedos humedecidos de sudor. Su cuerpo giró ciento ochenta grados y nuestros ojos se encontraron a tan solo unos centímetros. Centímetros que me parecieron tortuosos, inciertos y dubitativos. Antes de emitir algún sonido que se asemejara a un vocablo castellano, di media vuelta y observé que el barman me alentaba con ademanes poco disimulados. Otra vez frente a sus ojos almendrados y bajo una tímida inercia, balbucee las primeras palabras.
- Puedo escribir los versos más tristes esta noche… - el vocablo versos, patinó como una púa, sobre un disco en desuso.
Su dedo índice se posó sobre mis labios, simulando un gesto de silencio. Sentí que la adrenalina corría por mi cuerpo transportando consigo la fórmula de la felicidad.
- No hace falta que menciones nada – no puedo asegurar que sus palabras hayan sido exactamente esas, sin embargo preferí soñarlo así.
Mi cuerpo se acaloró elevando su temperatura hasta casi ahogarme. Un mareo repentino se apoderó de mis músculos y los dejó merced a un desconocido poder. Poder que manejaba mis emociones a su antojo. Poder que hacía con mi humanidad lo que le placía.
- Es mejor que nos vayamos de aquí. No quiero que hagas un espectáculo frente a mis amigos.
Su mano tomó la mía, y la apreté tanto como pude. Como si con aquella acción, pudiera impedir que huyera nuevamente de mí. Salimos al reflejo de la luna, que yacía sobre la calle como un testigo anódino.
Recorrimos a pie, las doce cuadras que separaban mi casa del salón de recepción. Intentaba caminar derecho y tomar bocanadas de aire cada un par de pasos. En el trayecto no mencionamos palabra alguna o por lo menos eso recuerdo. Aunque podría haberle recitado la divina comedia y no registrarlo. Sin embargo, tomé nota, de que su mano seguía unida a la mía. Como los enamorados que se enlazan en ese gesto demostrándole al mundo que se tienen el uno al otro.
Al llegar a la puerta de casa, logré con bastante esfuerzo, girar la llave e ingresar a la oscuridad, que una noche antes, me hundía en el mar del desconsuelo. Pero esta noche, no sería como las anteriores. Llevaba de la mano a mi mujer, y me disponía a rememorar con ella, los viejos enredos de sabanas.
Pasamos a la habitación besándonos con mutuo deseo y tanteando a ciegas, las paredes que nos rodeaban. Dos minutos después, nuestros cuerpos se unían con pasión.
A la mañana siguiente, los rayos del amanecer, entibiaron mis piernas que sobresalían del acolchado blanco que me cubría. Un agudo dolor en la sien, había extendido el mantel y desayunaba en mi cabeza. No abrí los ojos hasta pasada la media hora de conciencia. Cuando lo hice, mi estomago se quejó con un eco que resonó por los cuatro rincones. Me estiré, aún sin enfocar la totalidad de aquel cuadro, esperando encontrar alguna parte de su belleza. Mi asombro, al ver que no se encontraba allí, despertó mis sentidos adormecidos. No había nadie más en aquella cama, ni en aquella habitación ni en aquella casa. El silencio reinaba otra vez, mientras que la soledad y el vacío le susurraban ironías al oído.
Ahora que transcurrieron tres días de esa noche de éxtasis, puedo mirar hacia atrás y sentirme orgulloso de mi proeza. Aún alcoholizado, había logrado seducir a mi ex esposa y recordar viejos rituales de alcoba. O quizás no fue ella, sino su mejor amiga. O quizás su mejor amiga nunca se fijó en mí. O quizás mi inconciente, solo me ayudó a pasar amenamente, la última curda.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno. Te felicito por seguir escribiendo sin consignas : ) un logro. Tiene detalles significativos, descripciones atrapantes, dignas de ser disfrutadas. Me gustó la historia en sí, y el giro del final y la concordancia con el título (lo que resulta una sorpresa, la frutilla del postre se podría decir). Bien Estanis! Dale pa adelante en este camino de la escritura que es lo que elegiste : ) Besitos, tu amiga, Kari.

Anónimo dijo...

Don Juan de Marco...