29 de marzo de 2008

Información no es cultura


Les dejo a continuación una excelente nota extraída del suplemento ADN Cultura. En la misma, se plantea las diferencias entre informarse y culturizarse.
Espero les guste.
Saludos
Estanis


Información no es igual a cultura
La irrupción de Google representa un desafío, dice la filósofa en Googléame (Fondo de Cultura Económica-Biblioteca Nacional), del que ofrecemos un anticipo. Además replantea las nociones de arte y conocimiento a la luz de los cambios,

No hay que confundir -aunque el mismo Google nos incite- Google con Internet. Google es una sociedad privada de derecho estadounidense, fundada en 1998 y que cotiza en Bolsa desde 2004. Es la marca de un motor de búsqueda de excepcional rendimiento, inventado hacia 1995-1996 por Sergey Brin y Larry Page, dos jóvenes estudiantes de doctorado en la Universidad de Stanford. Ese motor de búsqueda está basado en un algoritmo, llamado PageRank (porque atribuye un rango a las páginas web, pero quizá también porque Page fue su principal artesano, y el humor forma parte de la cultura de la firma). Ese algoritmo -cosa que no es suficientemente sabida- es propiedad de la Universidad de Stanford, que lo confirió bajo la licencia exclusiva de Google, pero solo hasta 2011. Sin duda, esta información es una clave de la evolución de Google: desde 2003, es menos un motor de búsqueda que una plataforma de aplicaciones, que incesantemente ofrece nuevos servicios cada vez más asombrosos. Por lo que a Internet respecta, es la red mundial que permite interconectar el mundo entero. Google permite, no acceder, porque no es un portal de acceso, pero sí, una vez que uno está conectado, efectuar búsquedas -que es su vocación primordial-, y utilizarlo. La focalización sobre Google es inevitable desde la intervención de Jean-Nöel Jeanneney, Quand Google défie l Europe ["Cuando Google desafía a Europa"]: con Google Print y la voluntad ostentada de digitalizar todos los libros de todas las bibliotecas del mundo, comenzando por cinco anglosajonas de buena voluntad, hete aquí que Google la emprende con "nosotros", europeos de la cultura. Pero deja abierta la cuestión de saber si Google es la excepción de un éxito tan afortunado que en adelante es inigualable, o bien la regla, el modelo imitado por sus competidores y que, por otra parte, imita a sus competidores tomándoles ideas y hombres. Después de todo, Google no es más que uno de los big four , con Microsoft, Yahoo! y AOL, todos estadounidenses, y como promedio, compra tras compra, acuerdo tras acuerdo, proceso tras proceso, cada vez más proponen todos el mismo programa y los mismos servicios. El "mejor" motor de búsqueda Sin embargo, Google se posiciona como el mejor. Las dos cualidades eminentes que presenta como distintivas corresponden a sus dos frases clave: la organización y la buena voluntad. Google se caracteriza por un algoritmo secreto, como un secreto de fábrica, que le permite organizar "mejor" los resultados, y por lo tanto responder mejor a la demanda. Las características de este algoritmo son conocidas, exhibidas, aunque el algoritmo en sus variantes sea un secreto. Son, dice Google, "democráticas", y permiten sostener su misión de universalidad. Por supuesto, habrá que preguntarse en qué Google es democrático, y de qué democracia se trata. Google es el "mejor" también en que quiere el bien y en que su buena voluntad hace de esta firma un ser moral. Esta voluntad buena está relacionada con su segunda singularidad: la de separar los resultados "puros" de la búsqueda y las publicidades. No permitir, como lo hace por ejemplo Yahoo!, que se tergiverse el rango de un resultado de búsqueda por el dinero de un anunciante, sino deslindar siempre claramente la búsqueda de la publicidad, los enlaces generados por el algoritmo de los enlaces generados por los patrocinadores. En ocasiones, Google llama a esto la "separación de la Iglesia y del Estado", integridad de Jesús/venalidad del César (a menos que sea a la inversa). Este desinterés también habrá que examinarlo de cerca. Las estrategias de respuesta Sea como fuere, por lo menos hay lugar para dos tipos de respuesta o réplicas al "desafío" Google, no excluyentes una de la otra: a) una respuesta estratégica-reactiva [...]: se necesita un motor para Europa que no dependa de otra parte (y ¡cómo soportar la dependencia de una "Renuncia de garantías" tal como lo estipula Google!), que sea diferente de Google, allos ; b) una respuesta inventiva-activa: hay que hacer las cosas de otra manera, partiendo de lo que Google enfoca pero no tiene/no es (todavía), y de lo que nosotros queremos pero Google no puede darnos, que sea diferente de Google, heteros . Una vez más, varios escenarios son posibles. Nada impide imaginar una independencia a partir de una competencia, que nos haría depender de varios en otras cosas, como se depende de varias fuentes de aprovisionamiento en petróleo, gas o energía (India, Japón, China tienen o tendrán su propio motor de búsqueda competitivo). Nada impide imaginar también compartir los datos, incluso por supuesto con Google, una suerte de potlatch mundial de datos free on-line para todos los hombres de buena voluntad, pero cada vez con valores agregados de otro tipo, según otros "valores" justamente añadibles, locales, hasta parcelarios, múltiples. La política y la estrategia se "nos" escapan, no sin dar lugar a dos impresiones simultáneas: la de estar en un momento en que todo es posible, incluso influir/influenciar a partir de ninguna parte, justo ahí donde estamos (a tal punto son cuestionadas las referencias que toda iniciativa parece tener su lugar); y después aquella de que todo se juega sin "nosotros", que la técnica es performativa de nosotros, ella es la que decide acerca de lo posible, lo actual del futuro, antes de que nos hayamos dado cuenta. El umbral de incompetencia del fulano evidentemente se ha alcanzado; ese es el motivo, por otra parte, de que la sociedad esté en busca de sentido común. Información, conocimiento y cultura ¿Qué es un mundo donde no hay más que información, donde el conocimiento y la cultura no son captados sino en el modo de la información? No es evidente hacer equivaler los tres términos. Google utiliza y hace utilizar esa equivalencia como evidente: " Is your goal to have the entire world s knowledege connected directly to our minds? ", "¿Su objetivo es hacer que todo el saber del mundo esté conectado directamente a nuestras mentes?", pregunta Playboy a Brin. Respuesta: "Acercarse a eso lo más posible". [ ] El conocimiento supone su difusión, y por eso se lo puede reducir o confundirlo con la información. El objetivo es bueno: no dejar a nadie rezagado, obrar contra la fractura digital. La práctica es grave: confundir, bajo el título knowledge , información y cultura. O, si se prefiere, confundir curiosidad y asombro, ese thauma [asombro] que Aristóteles designaba como causa del hecho de que todos los hombres desean naturalmente saber, en la fuente del amor al saber que es la filosofía. Muy significativo es el excelente artículo, informado y equilibrado, de Jean-Michel Salaün sobre "Bibliotecas digitales y Google Print". ...l observa:
"Google tiene por misión organizar a escala mundial las informaciones con el objetivo de hacerlas accesibles y útiles para todos"; así comienza la presentación de la sociedad en su sitio. ¿No es esa precisamente la misión de una biblioteca mundial dedicada al interés general? Al tiempo que señala la paradoja -el operador privado colecciona sin exclusiva, mientras que el ordenador público se propone seleccionar- no cuestiona el concepto de "información" aplicado a la biblioteca. A partir de entonces, la cultura no será otra cosa que una información bien organizada y cuya confiabilidad está garantizada. Otro modelo: la obra La cultura, ¿una información confiable? Habría que rechazar tal definición. "De alguna manera, toda discusión sobre la cultura debe tomar como punto de partida el fenómeno del arte", dice Hannah Arendt, y aquí propone una manera muy diferente de encarar la cultura. Un objeto, dice, es cultural en función de su permanencia y de su modo de aparición ("con el único objetivo de aparecer"). Por eso no da la razón ni al que ella llama el "filisteo cultivado" ni a la industria de los esparcimientos: el primero evalúa-devalúa "las cosas culturales como mercancías sociales", la segunda "consume", vale decir, ingiere, digiere y las hace desaparecer como cosas. El riesgo es que todos nos reconocemos, evidentemente, tanto en uno como en el otro: es incluso eso, la "crisis de la cultura", lo que hace que Arendt suene gruñona a nuestras orejas googleadas. No obstante, me gustaría proseguir un instante el análisis con ella. En cuanto al filisteo, "el fastidio no es que él [lea] los clásicos, sino que lo [haga] llevado por un motivo secundario de perfección personal". Arendt es muy radical: "Puede ser útil, tan legítimo mirar un cuadro con el objeto de perfeccionar su conocimiento de un período determinado como es útil y legítimo utilizar una pintura para tapar un agujero en la pared". Esto por lo que respecta a la relación entre cultura y conocimiento (por lo menos cierto tipo de conocimiento). El filisteo cultivado, usted y yo, ciertamente hoy es un adepto de Google. Google, y su modelo académico, desde ese punto de vista resultan pertenecer al pasado de Europa, ¡a un siglo XIX irresistiblemente pasado de moda! En cuanto a la sociedad de masas, ella consume. Mientras no consuma lo que crea, todo va bien: "No podemos ya reprocharle el carácter perecedero de sus artículos como a una panadería cuyos productos, para no perderse, deben consumirse apenas se hacen"; por esta razón, los esparcimientos amenazan menos la cultura que las "chucherías educativas". Pero "la cultura de masas aparece cuando la sociedad de masas se apodera de los objetos culturales, y su peligro es que el proceso vital de la sociedad [ ] consumirá literalmente los objetos culturales, los tragará y los destruirá". Arendt trata de distinguir entre sociedad de masas y "difusión masiva":
Cuando los libros o reproducciones son echados al mercado a bajo precio y son vendidos en cantidad considerable, esto no aqueja a la naturaleza de los objetos de marras. Pero su naturaleza es menoscabada cuando esos mismos objetos son modificados: reescritos, condensados, digeridos, reducidos al estado de pacotilla para la reproducción o la puesta en imágenes. Lo cual no significa que la cultura se extienda a las masas, sino que resulta destruida para engendrar el esparcimiento. No obstante, ella bien debe terminar por reconocer que la cultura de masas, hablando con propiedad, no existe: Me parece muy interesante comprender por qué su posición es hoy, literalmente, insostenible. Por un lado, ¿cómo sostener que la "reproducción", por ejemplo de un cuadro, o de un libro en la Web, no "aqueja" la naturaleza de la obra? ¿No se trata entonces de otra obra, de otro tipo de obra, hasta de otra cosa que de una obra? Pero, por otro lado, ¿cómo sería uno tan políticamente incorrecto al punto de estar, lisa y llanamente, contra la difusión masiva? En consecuencia, se encuentra en un círculo vicioso, pero ve y dice lo esencial: que la cultura no se caracteriza ni por el conocimiento ni por la información, sino por las obras y el gusto. Todo vuelve finalmente a la cuestión de la "lección": "Una persona cultivada debería ser alguien que sabe escoger a sus compañeros entre los hombres, las cosas, los pensamientos, tanto del presente como del pasado". "¿Sería que el gusto forma parte de las facultades políticas?" Puede sostenerse que el modelo de la obra y del autor se encuentra modificado con la cibercultura, y que de una vez por todas es anticuado, como en el arte. Aunque yo no comparta esta opinión -ya que creo más en lo intempestivo que en lo caduco-, es manifiesto que, para que la "cibercultura" tenga un sentido, no basta con pensar de otro modo al autor, como "colectivo" o como anónimo, ni al espectador como participante interactivo y cuasi autor; también es preciso, y por eso mismo, pensar de otro modo la obra. Sin embargo, yo no veo que pensarla como información baste: mucho mejor es pensarla como performance . Enérgeia [acto]más que ergon [acción], puesta en obra más que obra consumada, encontramos así (y es una prueba contra la caducidad) aquello que Humboldt dice de esta obra colectiva por excelencia que es una lengua.

Por Barbara Cassin para ADM Cultura.

25 de marzo de 2008

Crimen en Marte / Sir Arthur C. Clarke

Para conmemorar el deceso de este excelente escritor de ciencia ficción fallecido el 19 de Marzo pasado, les dejo un cuento que me gustó mucho. Pronto dejaré otros y la biografía para quienes les interesa el género.
Un abrazo
Estanis


Crimen en Marte
Arthur C. Clarke

- En Marte hay poca delincuencia - observó el inspector Rawlings con tristeza -. En realidad, éste es el motivo principal de que regrese al Yard. De quedarme aquí más tiempo, perdería toda mi práctica.

Estábamos sentados en el salón del observatorio principal del espaciopuerto de Phobos, mirando las grietas resecas por el sol de la diminuta luna de Marte. El cohete transbordador que nos había traído desde Marte se había marchado diez minutos antes y ahora iniciaba la larga caída hacia el globo color ocre que colgaba entre las estrellas. Media hora más tarde, subiríamos a la nave espacial en dirección a la Tierra..., planeta en el que la mayoría de pasajeros nunca habían puesto los pies, si bien aún lo llamaban «su patria»

- Al mismo tiempo - continuó el inspector -, de vez en cuando se presenta un caso que presta interés a la vida. Usted, señor Maccar, es tratante en arte, y estoy seguro que habrá oído hablar de lo ocurrido en la Ciudad del Meridiano hace un par de meses.

- No creo - dijo el individuo regordete y de tez olivácea al que había tomado por otro turista de regreso.

Por lo visto, el inspector ya había examinado la lista de pasajeros; me pregunté qué sabría de mí y traté de tranquilizar mi conciencia, diciéndome que estaba razonablemente limpia. Al fin y al cabo, todo el mundo pasaba algo de contrabando por la aduana de Marte...

- La cosa se acalló - prosiguió el inspector -, pero hay asuntos que no pueden mantenerse en secreto largo tiempo. Bien, un ladrón de joyas de la Tierra intentó robar del Museo de Meridiano el mayor de los tesoros... la Diosa Sirena.

- ¡Eso es absurdo! - objeté -. Naturalmente, no tiene precio... pero no es más que un pedazo de roca arenisca. Lo mismo podrían querer robar La Mona Lisa.

- Eso ya ha ocurrido también - sonrió sin alegría el inspector -. Y tal vez el motivo fuese el mismo. Hay coleccionistas que pagarían una fortuna por tal objeto, aunque sólo fuese para contemplarlo en secreto. ¿No está de acuerdo, señor Maccar?

- Muy cierto - aseguró el experto en arte -. En mi profesión, hallamos a toda clase de chiflados.

- Bien, ese individuo, que se llama Danny Weaver, debía recibir una buena suma por el objeto. Y a no ser por una fantástica mala suerte, habría llevado a cabo el robo.

El sistema de altavoces del espaciopuerto dio toda clase de excusas por un leve retraso debido a la última comprobación del combustible, y pidió a varios pasajeros que se presentasen en información. Mientras esperábamos que callase la voz, recordé lo poco que sabía de la Diosa Sirena. Aunque no había visto el original, llevaba una copia, como la mayoría de turistas, en mi equipaje. El objeto llevaba el certificado del Departamento de Antigüedades de Marte garantizando que «se trata de una reproducción a tamaño natural de la llamada Diosa Sirena, descubierta en el mar Sirenium por la Tercera Expedición, en 2012 después de Cristo (23 D.M.)»

Era raro que un objeto tan pequeño causara tantas discusiones. Medía Poco más de veinte centímetros de altura, y nadie miraría el objeto dos veces de hallarse en un museo de la Tierra. Se trataba de la cabeza de una joven, de rasgos levemente orientales, con el cabello rizado en abundancia cerca del cráneo, los labios entreabiertos en una expresión de placer o sorpresa... y nada más.

Pero se trataba de un enigma tan misterioso que había inspirado un centenar de sectas religiosas, haciendo enloquecer a varios arqueólogos. Ya que una cabeza tan perfectamente humana no podía ser hallada en Marte, cuyos únicos seres inteligentes eran crustáceos... «langostas educadas», como los llamaban los periódicos. Los aborígenes marcianos nunca habían inventado el vuelo espacial, y su civilización desapareció antes de que el hombre apareciera sobre la Tierra.

Sin duda, la Diosa es ahora el misterio Número Uno del sistema solar. Supongo que la respuesta no la obtendrán durante mi existencia..., si llegan a obtenerla.

- El plan de Danny era sumamente simple - prosiguió el inspector -. Ya saben ustedes lo muertas que quedan las ciudades marcianas en domingo, cuando se cierra todo y los colonos se quedan en casa para ver la televisión de la Tierra. Danny confiaba en esto cuando se inscribió en el hotel de Meridiano Oeste, la tarde del viernes. Tenía el sábado para recorrer el museo, un domingo solitario para robar, y el lunes por la mañana sería otro de los turistas que saldrían de la ciudad...

»A primera hora del domingo cruzó el parque, pasando al Meridiano Este, donde se alza el museo. Por si no lo saben, la ciudad se llama del Meridiano porque está exactamente en el grado 180 de longitud; en el parque hay una gran losa con el Primer Meridiano grabado en ella, para que los visitantes puedan ser fotografiados de pie en los dos hemisferios a la vez. Es asombroso cómo estas niñerías divierten a la gente.

»Danny pasó el día recorriendo el museo como cualquier turista decidido a aprovecharse del valor de la entrada. Pero a la hora de cierre no se marchó, sino que se escondió en una de las galerías no abiertas al público, donde estaban disponiendo una reconstrucción del período del último canal, que por falta de dinero no habían terminado. Danny se quedó allí hasta medianoche, por si todavía había en el edificio algún investigador entusiasta. Luego abandonó el escondite y puso manos a la obra.

- Un momento - le interrumpí -. ¿Y el vigilante nocturno?

- ¡Mi querido amigo! En Marte no existen esos lujos. Ni siquiera hay señal de alarma en el museo porque, ¿quién quiere robar trozos de piedra? Cierto, la Diosa estaba encerrada en una vitrina de metal y cristal, por si algún cazador de recuerdos se entusiasmaba con ella. Pero aun en el caso de ser robada, el ladrón no podría ocultarla en ninguna parte, y, claro está, todo el tráfico de entrada y salida de Marte será registrado.

Esto era exacto. Yo había pensado en términos de la Tierra, olvidando que cada ciudad de Marte es un pequeño mundo cerrado por debajo del campo de fuerzas que la protege del casi vacío congelador. Más allá de las protecciones electrónicas existe sólo el vacío altamente hostil del exterior marciano, donde un hombre sin protección moriría en pocos segundos. Y esto facilita las leyes de seguridad.

- Danny poseía una serie de herramientas excelentes, tan especializadas como las de un relojero. La principal era una microsierra no mayor que un soldador, con una hoja sumamente delgada, impulsada a un millón de ciclos por segundo, gracias a un motor ultrasónico. Cortaba el cristal o el metal como mantequilla... y sólo dejaba el corte del espesor de un cabello. Lo importante para Danny era no dejar rastro de su labor.

»Ya habrán adivinado cómo pensaba operar. Cortaría la base de la vitrina y sustituiría el original por una de las copias de la Diosa. Tal vez transcurriesen un par de años antes de que un experto descubriera la verdad, y entonces el original ya estaría en la Tierra, disimulado como una copia, con un certificado de autenticidad. Listo, ¿eh?

»Debió ser algo espantoso trabajar en aquella galería a oscuras, con todos aquellos pedruscos de millones de años de antigüedad, todos aquellos inexplicables artefactos a su alrededor. En la Tierra, un museo ya es bastante siniestro de noche, pero... es humano. Y la Galería Tres, donde está la Diosa, resulta especialmente inquietante. Está llena de bajorrelieves con animales increíbles luchando entre sí; parecen avispas gigantes, y la mayoría de paleontólogos niegan que hayan existido alguna vez. Pero, imaginarios o no, pertenecieron a este mundo, y no trastornaron tanto a Danny como la Diosa, que le miraba a través de las edades, desafiándole a que explicara la presencia de ella allí. Y esto le daba escalofríos. ¿Cómo lo sé? El me lo confesó.

»Danny empezó a trabajar con la vitrina con el mismo cuidado con que un diamantista se dispone a cortar una gema. Tardó casi toda la noche en rajar la trampilla, y amanecía cuando descansó, guardándose la microsierra. Aún faltaba mucho que hacer, pero la parte más penosa había terminado. Colocar la copia en la vitrina, comprobar su aspecto con las fotos que llevaba consigo y ocultar todas las huellas le ocuparía gran parte del domingo, pero esto no lo inquietaba en absoluto. Le quedaban otras veinticuatro horas y recibiría con agrado la llegada de los primeros visitantes del lunes, momento en que podría mezclarse con ellos y salir de allí.

»Fue un tremendo golpe para su sistema nervioso, por tanto, cuando a las ocho y media abrieron las enormes puertas y el personal del museo, ocho en total, se dispusieron a iniciar el día de trabajo. Danny corrió hacia la salida de emergencia, abandonándolo todo: herramientas, la Diosa... todo.

»Y se llevó otra enorme sorpresa al verse en la calle; a aquella hora debía estar completamente desierta, con todo el mundo en casa leyendo los periódicos dominicales. Pero he aquí que los habitantes de Meridiano Este se encaminaban hacia las fábricas y oficinas, como en cualquier día normal de trabajo.

»Cuando el pobre Danny llegó al hotel ya le aguardábamos. No hacía falta ser un lince para comprender que sólo un visitante de la Tierra, y uno muy reciente había pasado por alto el hecho que constituye la fama de la Ciudad del Meridiano. Y supongo que ustedes ya lo habrán adivinado.

- Sinceramente, no - objeté -. No es posible visitar todo Marte en seis semanas, y nunca pasé del Syrtis Mayor.

- Pues es sumamente sencillo, aunque no podemos censurar excesivamente a Danny, puesto que incluso los habitantes del planeta caen ocasionalmente en la misma trampa. Es una cosa que no nos preocupa en la Tierra, donde hemos solucionado el problema con el océano Pacífico. Pero Marte, claro está, carece de mares; y esto significa que alguien se ve obligado a vivir en la Línea de Fecha Internacional...

»Danny planeó el robo desde Meridiano Oeste... Y allí era domingo, claro... y seguía siendo domingo cuando lo atrapamos en el hotel. Pero en el Meridiano Este, a menos de un kilómetro de distancia, sólo era sábado. ¡El pequeño cruce del parque era toda la diferencia! Repito que fue mala suerte.

Hubo un largo momento de silencio.

- ¿Cuánto le largaron? - inquirí al fin.

- Tres años - repuso el inspector.

- No es mucho.

- Años de Marte..., casi seis de los nuestros. Y una multa que, por exacta coincidencia, es exactamente el precio del billete de regreso a la Tierra. Naturalmente, no está en la cárcel... pues en Marte no pueden permitirse tales gastos. Danny tiene que trabajar para vivir, bajo una vigilancia discreta. Les dije que el museo no podía pagar a un vigilante nocturno, ¿verdad? Bien, ahora tiene uno. ¿Adivinan quién?

- ¡Todos los pasajeros dispónganse a subir a bordo dentro de diez minutos! ¡Por favor, recojan sus maletas! - ordenó el altavoz.

Cuando empezamos a avanzar hacia la puerta, me vi impulsado a formular otra pregunta:

- ¿Y la persona que contrató a Danny? Debía respaldarle mucho dinero. ¿Le atraparon?

- Aún no; la persona, o personas, han borrado las huellas completamente, y creo que Danny dijo la verdad al declarar que no podía darnos ninguna pista. Bien, ya no es mi caso. Como dije, regreso al Yard. Pero un policía siempre tiene los ojos bien abiertos... como un experto en arte, ¿eh, señor Maccar? Oh, parece haberse puesto un poco verde en torno a las branquias. Tómese una de sus tabletas contra el mareo espacial.

- No, gracias - repuso el señor Maccar -, estoy muy bien.

Su tono era desabrido; la temperatura social parecía haber descendido por debajo de cero en los últimos minutos. Miré al señor Maccar y al inspector. Y de pronto comprendí que la travesía sería muy interesante.


Mas info sobre su paso por la pantalla en el link: Arthur C. Clarke en IMDB

6 de marzo de 2008

Elogio de la literatura mala


Les dejo una entrevista muy buena a Josefina Ludmer extraída del suplemento de cultura Ñ de Clarin. La misma, desentraña un poco los vaivenes de la literatura contemporánea.
Saludos
Estanis


La crítica literaria considera que en los 90 se ingresó en una era de cambios rotundos que afectaron a la literatura y que obligan a reconsiderar qué se entiende por "valor" literario. Hoy investiga el modo en que ciertas escrituras "fabrican" el mundo. Contaminada por la economía, la política y los medios, la palabra literaria -sostiene- entra en la realidad y ya no es posible saber si conserva su sesgo crítico. Ludmer también acercó a Ñ, en exclusiva, un texto sobre el destino de las lenguas en el tiempo de las migraciones.

Leo la literatura como si fuera un tarot, como borra de café, como instrumento para ver el mundo." La frase no debería sorprender: habla Josefina Ludmer, una de las más reconocidas y originales críticas literarias de la Argentina. Aunque a lo largo de la conversación dirá que no le gustaría que su próximo libro, el que contiene (en texto o en espíritu) la frase antedicha, estuviera en el estante de crítica literaria de las bibliotecas.

-¿Por qué?

-Porque considero que ya no hago crítica literaria.

-¿Qué hace, entonces?

-Trato de ver algo, algún punto del mundo en que vivimos, a través de la literatura. Leo el modo en que la literatura construye realidad, construye mundo, temporalidades, subjetividades, territorios, para pensar las condiciones de vida actuales. Y uso la literatura porque tengo entrenamiento en eso, pero se podría ver el mundo a través de cualquier cosa: la sociedad, el cuerpo, las creencias. Una vez que sabés leer algo, lo podés usar para pensar lo más general, incluso podría decir "lo humano" contemporáneo.

Discípula y mujer de Ramón Alcalde, maestra de escritores, lectores y docentes -durante la última dictadura pasaron por sus grupos de estudio privados Jorge Panesi, Alan Pauls, Claudia Kozak, Gabriela Nouzeilles, Fabián Lebenglik, entre muchos otros-, en 1973 Ludmer acompañó de cerca a Osvaldo Lamborghini, Germán García, Luis Gusmán, Ricardo Zelarayán y Jorge Quiroga, fundadores de una de las más importantes revistas literarias de la década: Literal

A partir de 1984 fue titular de Teoría Literaria II de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, y entre 1992 y 2005, docente de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Yale, de la que hoy es profesora emérita. Desde esa posición a la vez reconcentrada y excéntrica (en la Argentina, "la que está en Yale", disfrutando las bondades del Imperio; en Estados Unidos, una "latinoamericana, judía, medio india"; es decir -subraya con orgullo- "una completa marginal"), Ludmer desarrolló además una de las tareas que más le entusiasman: la de "agitadora cultural". Fue ella, por ejemplo, quien en 1999 contagió a editores y lectores porteños el interés, no siempre benevolente, por el libro Imperio, de Toni Negri y Michael Hardt; la que impulsó la lectura de Paolo Virno, Scott Lash y Brian Holmes; la que inculcó la importancia de leer lo escrito en el país en el marco de América latina. "Mi proyecto es ser algún día activista cultural. Siempre me pareció importante poner en circulación ideas, materiales diferentes. Nuestra cultura es muy provinciana, narcisista en el mal sentido. Hay que sacudirla un poco."

En esos años escribió Cien años de soledad: una interpretación (1972), Onetti. Los procesos de construcción del relato (1977), y los que probablemente son sus dos trabajos mayores: El género gauchesco. Un tratado sobre la patria (1988) y El cuerpo del delito. Un Manual (1999), ambos traducidos al inglés y al portugués. El nuevo libro que Ludmer está escribiendo ahora -desde hace al menos tres años, y que según estima tendrá unas doscientas páginas- implica una intervención crítica arriesgada, que inscribe en su propio "método" aquellas características (oscuras, ambiguas, por momentos incluso disolventes) de una sociedad que desde 1989 está viviendo lo que ella llama "el gran cambio".

En los últimos meses circularon en Internet dos artículos que anticipaban ese trabajo: Literaturas postautónomas y Literaturas postautónomas 2.0 (publicados en diciembre de 2006 y mayo de 2007; otro texto, todavía tentativo, sobre el tema, fue publicado en la revista Confines en 2004), que fueron muy reproducidos y ocasionalmente criticados a lo largo de este año. Cuando le escribo proponiéndole hacer una entrevista a partir de esos textos, Josefina Ludmer responde que sí y adjunta unas cuantas anotaciones. Dice primero: "Podríamos partir de un punto crucial para todos: que en los 90 entramos en otra etapa en la historia de las naciones, de los imperios y del capitalismo, y por lo tanto necesitamos categorías, nociones, conceptos para pensar el presente".

Cuando nos encontremos dirá también que su libro propone un contrapunto entre los años 60-70 y la actualidad, a partir de la idea de que ya no es posible pensar mediante algunas dicotomías entonces habituales (literatura nacional o cosmopolita, realista o fantástica, tradicional o de vanguardia, "pura" o "social", rural o urbana). Y que ya ni siquiera es posible, o necesario, distinguir en la literatura entre realidad histórica y ficción. Menciona como ejemplo de esta "entrada en fusión" una serie de libros escritos y publicados en la región en los últimos años: novelas que son casi transcripciones de chats o blogs (Monserrat, de Daniel Link), crónicas que se leen como narrativa (como Banco a la sombra, de María Moreno), objetos enrarecidos en los que no es fácil distinguir si son diario íntimo o crónica, autobiografía o novela (como Ocio, de Fabián Casas). También menciona las puestas del proyecto Biodrama de Vivi Tellas, y señala que lo común a todas estas piezas es que en ellas no se sabe "si los personajes son reales o no, si la historia ocurrió o es inventada, si son ensayos, novelas, biografías, grabaciones o diarios. No se puede decir que sean realidad o ficción: son las dos cosas, oscilan entre ambas, o desdiferencian las categorías".

Ludmer propone para entender el presente de la literatura -de la crítica, del campo intelectual- partir del término "posautonomía", que apunta a designar el hecho de que cada vez es menos sencillo -y pertinente- trazar cierto tipo de fronteras y tensiones entre lo cultural, lo político y lo económico. Ella lo explica así: "Hoy todo lo cultural (y literario) es económico y todo lo económico es cultural (y literario)". Y en ese primer intercambio por escrito agrega: "Estamos ante el fin de una era en que la literatura tuvo una lógica interna y el poder de definirse y regirse 'por sus propias leyes' e instituciones -la crítica, la enseñanza, las academias, el periodismo- que debatían públicamente su función, su valor y su sentido. Es el fin de la autorreferencialidad de la literatura".

Es y no es anecdótico: Ludmer no se deja capturar -ni por un cuestionario ni por un régimen de lecturas ya explorado, por ella o por otros-, sino que impone su procedimiento, o su estilo, a cada intervención: construye al mismo tiempo un objeto -ya sea lo que ella bautizó como "realidadficción" o esta entrevista- y una máquina para abordarlo -ya sean los conceptos de "imaginación pública" y de "literatura diaspórica" o las premisas sólo a partir de las cuales accederá a hablar: ante cualquier otra pregunta dirá, con ironía y sonrisa descomunal, "ya no me interesa", o "me aburre", o "prefiero no hablar de eso"-.

-Su idea de posautonomía es, por un lado, una observación acerca del estado de la literatura actual, pero también una toma de posición respecto de la esfera autónoma de las artes. ¿Es una nueva forma de crítica a la institución literaria?

-No, la crítica a la institución corresponde más bien a los años 60 y 70. Hay que hacer una distinción -que no es fácil por momentos- entre la contracultura, la crítica al arte y a la práctica artística de los años 60 y 70, y la situación actual. En esos años se hablaba de "antiliteratura" o "antinovela"; se enfrentaba a la institución queriendo destruirla. Ahora la idea es más bien dejar que la institución siga existiendo, aun pertenecer a ella, pero señalando un espacio que la excede, que la desautoriza o la deja atrás. La institución sigue con sus problemas, sus ceremonias, sus entregas de premios, y me parece que va muriendo sola. Mientras que la literatura se renueva saliéndose de sí misma. Muchas escrituras actuales siguen apareciendo como literatura, tienen el formato libro y conservan el nombre del autor, pero no se las puede leer con criterios o categorías literarias como autor, obra, estilo, texto, sentido, porque aplican a la literatura un vaciamiento radical: el sentido, la escritura, el autor, quedan sin densidad, "sin metáfora". No son ni un comentario de la realidad ni su "afuera". El sentido es ocupado por la ambivalencia: son y no son literatura al mismo tiempo, son ficción y realidad, son "realidadficción".

-¿Sería que la literatura ve a la institución literaria como una especie de Estado, y entonces -como dirían Negri o Sandro Mezzadra-, en lugar de combatirla, entra en éxodo«p de ella?

-Cuando digo que la literatura entra en éxodo, o en diáspora, me refiero a que sale de una esfera pero al mismo tiempo permanece en ella, en el sentido bíblico de estar afuera pero simbólicamente adentro. Los libros que analizo no rompen definitivamente con la institución, pero se contaminan con elementos económicos, políticos, sociales, y crean un tipo de formación nueva, propia de la época de las empresas transnacionales del libro o de las oficinas del libro en las grandes cadenas de diarios, radios y TV. Son la literatura en la era de los medios.

-Usted dice, en este sentido, que hoy "los efectos de distribución son efectos de lectura".

-Sí, porque en este momento, mucho más que los autores o los estilos, lo que funciona como sentido es la distribución del libro: la pequeña editorial independiente que produce para el mercado interno "estetiza" el objeto; la gran cadena de distribución española produce un efecto "mercancía". Pero esto tiene que ver con que ya no funciona, o no de la misma manera, lo que Bourdieu llamaba "la lógica del campo", que está asociada a la autonomía de las esferas y a las luchas por el poder dentro de la literatura. Las identidades literarias, que antes eran también identidades políticas, se desdibujan. Hoy el régimen político de los textos es mucho más ambivalente: uno lee Cosa de negros, de Washington Cucurto, y no se sabe si lo que se dice allí es que los dominicanos o paraguayos son así, que sólo piensan en la bailanta y el sexo, o si ésa es la mirada de un narrador o de una lengua racista. Es una mirada que perturba la lectura política porque muestra algo así como las dos caras. Se diluye el poder crítico, incluso subversivo que la literatura había asumido como política propia en la era de las esferas.

-¿Dónde se ejerce esa crítica, esa política?

-Es posible que esa política ya no sea posible en un sistema, en una realidad, que -como la nuestra- no tiene afueras y todo lo superpone. Es tal la superposición y contaminación de lo que antes estaba bien diferenciado y separado que, por ejemplo, hoy me es imposible hablar, como muchos siguen haciendo -al modo benjaminiano-, de "arte" y "política". En la concepción de esferas autónomas, el problema eran las relaciones: la politización del arte o la estetización de la política, decía Benjamin. Hoy los problemas son las fusiones, las contaminaciones, los éxodos. Eso implica dejar a un lado, o entre paréntesis, la cuestión del valor de los textos literarios.

-¿Qué sería "dejar entre paréntesis el valor literario"?

-Yo creo que hay que reformularlo. A mí como lectora me gusta todo: me encanta El Quijote y también me encantan las prácticas de hoy. Me gusta la práctica literaria: que me cuenten algo, ver funcionar una lengua para construir mundos. Pero creo que lo que hace realmente mal es el dogmatismo. Decir: "hasta acá es la gran literatura, y de acá en adelante es una porquería". Tenía colegas en Yale que decían que después del boom no había habido buena literatura en América latina. Y estoy totalmente en desacuerdo. Es reaccionario seguir aplicando criterios modernos, de la autonomía plena, a los textos contemporáneos. Por eso deberíamos discutir de nuevo qué es el valor literario, porque si cambia la literatura, cambia el valor, obviamente. ¿A qué llamamos hoy valor? ¿A la contemplación de destinos, a la existencia de un marco, a las relaciones especulares, al libro dentro del libro, a la densidad verbal, a las duplicaciones internas, las recursividades, los paralelismos, las paradojas, las citas y referencias, a todo eso que califica a la llamada gran literatura? Ahora quizá no encontrás eso, pero encontrás otras cosas muy valiosas.

-¿Por ejemplo?

-Estas nuevas literaturas fabrican presente y esa es una de sus políticas. Salen de la literatura y entran a la realidad de lo cotidiano, donde lo cotidiano es la televisión, los blogs, el email, Internet, etcétera. Esa realidad cotidiana no es la realidad histórica del pensamiento realista y de su historia política y social, sino una realidad producida por los medios y las tecnologías. Una realidad que no requiere ser representada porque ella misma es pura representación. Un ejemplo es el del Thé»átre du Soleil. Me interesó ver cómo Ariane Mnouchkine, esta gran representante del teatro revolucionario y brechtiano de la generación del 68, trabaja ahora con el realismo cotidiano, opuesto al realismo histórico. La narración clásica (como Cien años de soledad, de García Márquez, o Yo el Supremo, de Roa Bastos, o El mandato, de José Pablo Feinmann, o novelas históricas como La revolución es un sueño eterno, de Andrés Rivera) distinguía claramente entre lo histórico como "real" y lo "literario" como fábula, mito, alegoría o subjetividad, y producía una tensión entre ambos: la ficción era esa tensión. La ficción era la realidad histórica -política y social- pasada por un mito, una fábula, una subjetividad. El realismo cotidiano, en cambio, se nutre, por un lado, de la repetición: el ritual de la comida, la escena del día a día. Y por otro, del flash del instante, el accidente, el acontecimiento; la gente común que un día se entera que tiene cáncer, o que vende la casa, o que se separa: esos momentos de cualquiera que dividen la vida en dos. Esto nos habla de otra vivencia del tiempo, de una nueva temporalidad y una nueva conciencia histórica: la del instante que parte el tiempo, y está como fuera de la Historia con mayúsculas.

-Pero si el eje es lo cotidiano, ¿dónde aparece la relación con la Historia? ¿No implica esto un abandono de la discusión y elaboración de procesos contemporáneos, que hoy podrían ser desde el escenario de la «pguerra de Irak como, más localmente, la cuestión de la nacionalización del petróleo?

-Por supuesto que hay que discutir guerra, petróleo, imperios, imperialismos. Pero por los ejemplos que das, más que de historia yo hablaría de política. Y te diría, en forma siempre tentativa o fantástica, que la gran Historia se disuelve, como el pasado, en el presente, en el acontecimiento o accidente del presente o en la vida cotidiana del presente. La gran Historia aparecería más como política y memoria. Y allí veo un cambio de configuraciones temporales, lo que implica un cambio de conciencia histórica. A partir de la caída del Muro de Berlín cae también un elemento de futuridad que es la clave para pensar las diferencias temporales y también la historia. En los 60 no dudábamos de que la revolución era inevitable: el futuro era revolucionario y era un futuro de justicia. Hoy en cambio el futuro parece haber desaparecido; sólo existen los pasados, todos los pasados, conviviendo en el presente. Y el futuro aparece como un presente extendido.

-Si vemos esto en la literatura, las nuevas escrituras que usted describe conviven con otras: las obras literarias tal como se conocían hasta ahora, con sus fastos, sus ceremonias, sus proyectos, sus criterios de valor... ¿Cómo lee esa convivencia?

- En la literatura, diría que junto a los best-sellers y a las escrituras que suelen llamarse "malas" (y que yo no considero nada malas), de ahora, existe la buena vieja literatura, con múltiples lecturas. La literatura hoy incluye todo su pasado, aun el de cuando todavía no era "literatura", y puede ser crónica, carta, mensaje, diálogo, testimonio. El problema justamente es leer el hecho crucial de que "lo anterior" está presente en el presente, junto con formas aparentemente nuevas. En otro campo, y para repetir lo que ya he escrito: ese es el problema del libro Imperio. Hardt y Negri consideran que la etapa imperialista está concluida y que ahora rige sólo el imperio desterritorializado: hacen un corte en la periodización. Discrepo desde nuestra región: está el Imperio, pero también el imperialismo -donde el imperialismo es un modo de expansión y dominación nacional sobre otros territorios-. Y ésa es una de las claves de lo que debemos leer: cuáles son las relaciones entre Imperio e imperialismo, entre presentes y pasados. El primer capítulo de mi libro se titula "Temporalidades del presente" y trata este problema. Es un análisis de muchas ficciones que salieron en la Argentina en el año 2000. Y mi hipótesis es que a partir de esta cancelación del futuro, y gracias a la tecnología, el presente se densifica enormemente y absorbe todos los pasados. La novela de ciencia ficción El juego de los mundos, de César Aira, lo muestra bien, así como El árbol de Saussure. Una utopía, de Héctor Libertella, cuya atmósfera es, en cierta medida, fantástica; porque vivimos en una utopía realizada.

-Una utopía bastante terrorífica.

-Sí, hoy vivimos en la utopía realizada del liberalismo de circulación mundial de la mercancía. El proyecto utópico del liberalismo del siglo XVIII fue que todo el mundo se abriera al comercio mundial y que todo circulara, y estamos viviendo eso. Uno podría decir que, en cierto modo, el futuro cae cuando las utopías se realizan. Entonces, ¿cómo se piensa una situación de utopía realizada? Se piensa desde y en el presente, o se piensa "en presente". Y también la historia se piensa en presente. Por eso es fundamental ver cómo funciona esa máquina de fabricar presente hoy. Nos adherimos al presente para entenderlo.

-¿A qué se refiere con "imaginación pública"?

-La imaginación pública es todo lo que circula, los medios en su sentido más amplio, que incluye todo lo escrito y que es algo así como el aire que respiramos. Todo lo que se produce y circula y nos penetra, y que es individual y social, privado y público, imaginario y "real". La categoría de imaginación, que tomo de Appadurai, incluye en su interior toda la historia de lo imaginario: el imaginario social, la idea de la escuela de Frankfurt de imágenes producidas mecánicamente, la idea de comunidad imaginada y la de institución imaginaria de la sociedad. Y la pienso pública de un modo utópico y despropiado, desprivatizador: como un trabajo social, anónimo y colectivo, sin dueños, que fabrica presente y realidad. En esa masa global no hay un "afuera", y en esto difiero con ciertas utopías de los 60 y 70 que postulaban una "realidad verdadera" más allá de la máquina opresiva de los medios. Y por lo tanto las estrategias políticas cambian totalmente. Porque esa masa tiene un carácter doble: por un lado es el modo en que los ciudadanos son disciplinados y controlados y dominados, pero también es un trabajo creador: la facultad por la cual hay crítica y otras formas de vida colectiva.

-Usted dice que piensa utópicamente la imaginación pública como un trabajo social, anónimo y colectivo. Pero dice también que hay imperialismos e Imperio; es decir, que en esta fábrica del presente y de realidad hay desigualdades, hay por decir así proletarios de la imaginación pública, hay explotación. ¿Cómo pensar esa dimensión?

- Sí, para mí la imaginación pública es un territorio utópico, pero por supuesto existe la explotación: los que trabajan en toda la red que produce el presente son explotados. Yo pienso como si ya hubiera ocurrido la liberación y esa creación de presente, de afectos, de creencias, de vidas cotidianas, fuera un trabajo libre de todos, como si ya no hubiera opresión. Es una posición totalmente utópica: me interesa pensar si desde ahí puedo captar algo, porque es la otra cara de la ambivalencia. Pero en la realidad lo que ocurre es la desigualdad más brutal, porque la globalización viene con una diferenciación tremenda: produce cientos de miles de pobres que están pataleando en el barro; condensa en el presente una suerte de historia de la humanidad, desde los hombres de las cavernas hasta el tipo que está conectado a Internet las 24 horas, con sus migraciones, sus desplazamientos forzosos... Sí: lo que podríamos llamar la explotación, la injusticia, el imperio y el imperialismo son brutales. Esa es la cara que muestra la utopía realizada del liberalismo, la contracara de mi utopía.


Josefina Ludmer

Premio Konex 1994: Ensayo Literario Profesora en Letras recibida en la Universidad Nacional de Rosario (1964). Entre las becas que ha obtenido se encuentran: Fellow of the Council of Humantties para estudios en Princeton University, 1981; Beca Postdoctoral otorgada por la Social Science Research Council, 1981; Beca Guggenheim, 1984-1985; Se ha destacado en el ámbito de la investigación y la docencia. Ha ejercido los siguientes cargos: Profesora Titular de Teoría Literaria II de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 1984-1991.; Profesora Visitante de la Princeton University, EE. UU.; Profesora Visitante de la Harvard University, EE. UU.; Profesora Visitante de la Berkeley University, EE. UU. y Profesora de Literatura Latinoamericana de la Yale University desde 1991. Es Investigadora Principal del Conicet. Ha participado como jurado en premios internacionales de Literatura. Ha escrito una gran cantidad de ensayos y artículos. Entre sus trabajo publicados más destacados se encuentran: "Cien años de soledad, una interpretación" (1972); "Procesos de Construcción del Relato" (1977) y "El género gauchesco. Un tratado sobre la patria" (1988).

1 de marzo de 2008

El precio de la imitación / Philip K. Dick

Les dejo otro cuento de este autor de ciencia ficción. A mi me gustó mucho. Debajo de este post les dejo la biogrfía para que se enteren un poco mas de su obra.
Saludos! Estanis


EL PRECIO DE LA IMITACIÓN

Una zona negruzca y desolada, cubierta de cenizas, se extendía a los costados del camino. Hasta donde alcanzaba la vista, sólo se distinguía la acumulación irregular de melancólicas ruinas de edificios y ciudades; toda una civilización que antes poblara el planeta, convertida ahora en chatarra, astillas de huesos ennegrecidas, acumuladas por los vientos; trozos de acero y hormigón, mezclados al azar.
Allen Fergesson bostezó, encendió un Lucky Strike y se recostó soñoliento contra el lustroso respaldo de cuero del Buick ‘57.
- ¡Qué vista deprimente! - dijo -. Esta monotonía de ruinas y basura tira abajo a cualquiera.
- No mires - dijo con indiferencia la muchacha sentada a su lado.
El coche poderoso, de líneas elegantes, se deslizaba silenciosamente por el camino de ripio. Posando apenas la mano en el volante automático, Fergesson conducía cómodamente, descansando al ritmo sedante del Quinteto para Piano de Brahms, transmitido por radio desde la colonia de Detroit. Había viajado unos pocos kilómetros, pero el viento incesante acumulaba cenizas contra los cristales; no tenía mucha importancia. En el sótano del departamento de Charlotte había una manguera de jardín de plástico verde, un balde de latón y unas cuantas esponjas.
- Si mal no recuerdo, tienes el frigorífico lleno de botellas de whisky - dijo él -, a menos que tus amigos alocados lo hayan terminado.
Charlotte se revolvió a su lado. El zumbido del motor y el aire caliente la habían adormecido.
- ¿Whisky escocés? - preguntó -. Creo que tengo una botella de Lord Calvert.
Al enderezarse en el asiento sacudió la nube rubia de su pelo.
- Me parece que está abudinado - agregó.
El pasajero del asiento posterior, un hombre alto y delgado que habían recogido por el camino, pareció interesarse. Vestía un rústico pantalón gris de trabajo, y camisa.
- ¿Está muy abudinado? - preguntó.
- Como todo lo demás - repuso ella.
Charlotte no escuchaba; su mirada vacía recorría el paisaje ennegrecido por las cenizas que iban dejando atrás.
Hacia la derecha emergieron los restos irregulares y amarillentos de un pueblo, como los dientes de un gigante, recortados contra el cielo impuro del mediodía. De vez en cuando la silueta de una bañera, un par de postes telefónicos, o fragmentos de huesos secos y carcomidos, rompían la monotonía de las ruinas que se extendían por muchos kilómetros. Era un espectáculo desolador, sin vida. Algunos perros enflaquecidos se refugiaban del frío en los sótanos cubiertos de musgo, que parecían cavernas abandonadas, y la gruesa capa de cenizas flotantes impedía el paso de la luz solar.
- Mire allí - dijo Fergesson al hombre sentado atrás.
Aminoró la marcha para no atropellar a un conejo que se había cruzado en el camino. Ciego y deforme, el conejo se arrojó de cabeza contra una laja rota de cemento, y rebotó aturdido. Pudo arrastrarse débilmente unos pasos, hasta que salió un perro de un sótano, y echándosele encima lo trituró.
- ¡Ajj...! - exclamó Charlotte, asqueada.
Un temblor la hizo estremecer. Extendió la mano para conectar la calefacción del coche. Con las piernas recogidas sobre el asiento tenía una figura atractiva, con el suéter de lana rosada y la falda bordada.
- No veo la hora de volver a mi colonia - dijo ella -. Todo esto es tan feo...
Fergesson tanteó la caja de acero que llevaba en el asiento, entre los dos. La firmeza del metal pareció darle cierta seguridad.
- Si las cosas están tan mal como dices, quedarán muy contentos de recibir esto.
- Por cierto - dijo Charlotte -. La situación es terrible. No sé si esto será de alguna ayuda... Pienso que todo es ya inútil.
Su pequeña boca dibujó un gesto de preocupación.
- Vale la pena intentarlo, me parece. Pero dudo que sirva para algo, no tengo muchas esperanzas.
- Ya trataremos de ayudar a tu colonia - dijo Fergesson para inspirarle confianza.
Lo más importante era dar cierta tranquilidad a la joven. En casos como éste, el pánico podía ser un serio peligro; ya habían tenido ciertos casos, una vez que impera el miedo, resulta difícil controlarlo.
- Pero llevará tiempo - dijo él, mirándola de soslayo -. Tendrían que haberlo dicho antes.
- Al principio creímos que era pereza simplemente, pero me parece que el fin está cerca, Allen; es imposible conseguir que haga nada. Se pasa el día sentado en un mismo lugar, como un bulto sin vida. Parece que estuviera muerto o enfermo.
- Es viejo - dijo Fergesson suavemente -. Si no recuerdo mal, el Biltong que tienen ustedes debe tener más de ciento cincuenta años.
- Pero teóricamente duran varios siglos.
- No olvide el desgaste que tanta actividad significa para ellos - señaló el hombre del asiento posterior.
Se inclinó hacia adelante, tenso, mientras humedecía los labios resecos; las manos cruzadas estaban percudidas por la tierra.
- No olviden que este no es su medio natural. En Próxima trabajaban unidos, en cambio aquí han sido separados en unidades y además, la gravedad es superior.
Charlotte asintió, aunque no muy convencida.
- ¡Dios mío! - dijo la joven, con tono quejoso -. Es horrible... ¡Miren esto! - sacó un objeto pequeño del bolsillo del suéter, del tamaño de una moneda -. Todo lo que reproduce ahora es como esto, o peor quizá...
Fergesson tomó la pieza para inspeccionarla: era un reloj. La correa se deshizo entre sus dedos, convirtiéndose en pequeños fragmentos fibrosos sin fuerza tensil. El cuadrante del reloj estaba bien, pero las agujas no se movían.
- No funciona - explicó Charlote tomando el reloj y abriendo la parte posterior de la caja.
- ¿Ve? - preguntó sosteniendo en alto el reloj para que el otro mirara, mientras sus labios rojos se estiraban en un gesto de disgusto -. Hice una cola de media hora para conseguir esta deformidad.
El mecanismo del pequeño reloj suizo era una masa informe y fundida de acero brillante, no se notaba ninguna ruedecilla ni rubíes ni espirales, sólo una masa abudinada y brillante.
- ¿En qué se guió para hacerlo? - preguntó el hombre de atrás -. ¿Disponía de alguno original?
- No, de una reproducción, pero era buena; pertenecía a mi madre y el mismo Biltong la había hecho hace unos treinta y cinco años. ¿Cómo creen que me sentí cuando lo vi? No puedo usarlo.
Charlotte tomó el reloj abudinado y volvió a guardarlo en el bolsillo del suéter.
- Me enojé tanto que estuve a punto de... - se interrumpió mientras se enderezaba -. ¡Oh, ya llegamos! ¿Ven aquel letrero de luz fluorescente? Allí empieza la colonia.
El letrero anunciaba ESTACIONES MODELO INC. en tres colores: blanco, azul y rojo. Era una construcción inmaculadamente limpia al borde del camino. ¿Inmaculada? Cuando estuvieron a la par de la estación, Fergesson aminoró la velocidad del coche. Los tres miraron fijamente hacia afuera, tensos, preparados para la sorpresa que vendría.
- ¿Ven ustedes? - dijo Charlotte con una vocecita entrecortada.
La estación de servicio se estaba viniendo abajo. Era un pequeño edificio blanco, viejo y carcomido; una estructura tambaleante que se estaba desmoronando, arqueada como una antigua reliquia. La luz fluorescente parpadeaba a intervalos regulares. Las bombas de gasolina estaban torcidas y oxidadas. La estación de servicio parecía a punto de desaparecer, de sumergirse nuevamente entre las negras cenizas movedizas, de volver al polvo del que había salido.
Un frío de muerte paralizó a Fergesson al mirar la estación ruinosa; en su colonia no había todavía tanta destrucción, y en cuanto a las reproducciones, se gastaban. El Biltong de Pittsburgh hacía una nueva para reemplazarlas. Nuevas reproducciones se hacían tomando como modelos originales conservados de la guerra. Pero en este lugar, los grabados que constituían toda la colonia, no podían reemplazarse.
En realidad a nadie podía culparse; como toda otra raza, los Biltong tenían sus limitaciones, ya habían dado todo lo posible y era preciso considerar que estaban trabajando en un medio extraño para ellos.
Probablemente eran originarios del sistema de Centauro. Habían llegado en las postrimerías de la guerra, atraídos quizá por el relampagueo de la Bomba H, y encontraron a los pocos sobrevivientes de la raza humana, arrastrándose miserablemente por las negras cenizas radiactivas, tratando de salvar lo que podían de su destruida cultura.
Hubo un período de análisis; después los Biltong se separaron en unidades y empezaron el proceso de reproducir los objetos que los humanos les llevaban. De esa manera sobrevivían, en su propio planeta habían formado una membrana envolvente que contenía un medio propicio en un mundo que en todo sentido les resultaba hostil.
Junto a una de las bombas un hombre trataba de llenar el tanque de su Ford ‘66. Frustrado, sólo atinó a maldecir, y de un tirón destrozó la manguera podrida. Un fluido ambarino y opaco se vertió sobre el suelo empapando los guijarros manchados de grasa. El líquido escapaba por más de diez agujeros que había en la superficie de la bomba. De pronto una de las bombas tembló y se desmoroné, formando una pila irregular.
Charlotte bajó el cristal de la ventanilla.
- ¡Ben, la estación Shell está en mejores condiciones! - gritó Charlotte -. Queda del otro lado de la colina.
- ¡Maldito sea! - dijo el hombre corpulento -. No puedo conseguir nada aquí. ¿Por qué no me llevan hasta el pueblo para llenar mi bidón de emergencia?
Fergesson, tembloroso, abrió la portezuela.
- ¿Por esta zona todo está así? - preguntó.
- Peor aún - contestó Ben Untermeyer, recostándose junto al otro pasajero - ¡Miren hacia allá! - dijo mientras el Buick ronroneaba al arrancar.
Un negocio de almacén se había desmoronado y convertido en un montículo de cemento y columnas de acero. Las ventanas estaban destrozadas, había pilas de mercadería por todas partes. Alguna gente recorría las ruinas recogiendo paquetes de mercadería que cargaban en sus brazos. Casi todos los rostros tenían una expresión sombría, hosca.
La calle estaba en malas condiciones, llena de baches y grandes rajaduras, los costados desgastados. Una cañería principal rota dejaba escapar borbotones de agua sucia que formaba un charco. Tanto los negocios a ambos lados de la calle, como los coches estacionados, estaban sucios y descuidados. Todo tenía aspecto de decadencia y abandono. Habían cerrado con tablones un puesto de lustrar zapatos, y las ventanas rotas estaban tapadas con trapos mugrientos; el letrero anunciador estaba descascarado y torcido. Vecino a ese local, en un sucio café, había en ese momento dos clientes, hombres de aspecto miserable, con viejos trajes arrugados, que bebían un café fangoso de tazas cascadas; el líquido pardo goteaba de la base de las tazas cuando las levantaban del mostrador carcomido por los gusanos.
- Esto no puede durar mucho más - murmuró Untermeyer, secándose la frente -. A este paso, no tienen salvación. La gente tiene miedo de ir al cine; de todas maneras, las películas se cortan a cada momento y muchas veces pasan lo de abajo para arriba.
Dirigió una mirada curiosa al hombre que estaba a su lado.
- Me llamo Untermeyer - farfulló.
Se dieron la mano.
- John Dawes - respondió el hombre vestido de gris, sin agregar nada más.
Había hablado muy poco desde que Fergesson y Charlotte lo hicieron subir al coche; sólo dijo algunas palabras sueltas.
Untermeyer sacó un diario arrollado del bolsillo de su chaqueta, y lo arrojó al asiento del frente, junto a Fergesson.
- Esta mañana encontré esto en el porche de mi casa.
Las páginas del periódico estaban impresas con una barahúnda de palabras sin sentido, y formaba vagos manchones donde la tinta fresca y acuosa no se había secado bien, y se traslucía además del otro lado, distorsionando el texto.
Fergesson trató de encontrarle sentido a distintos párrafos, pero fue inútil. Eran varias historias confusamente entremezcladas, y titulares que no decían nada.
- En esa caja Allen lleva algunos originales - dijo Charlotte -, son para nosotros.
- No les servirá de nada - afirmó melancólicamente Untermeyer -. En toda la mañana no hizo un sólo movimiento. Esperé en la fila con una tostadora automática que deseaba reproducir, pero tuve mala suerte. Me volví a casa en el coche, y se me estropeó en medio del camino. Levanté el capó para ver qué pasaba pero ¿quién entiende de motores? Ese no es nuestro trabajo. Anduve deambulando un rato hasta que llegué a la Estación Modelo... El metal del coche está tan desgastado, que puede perforarse con el dedo.
Fergesson detuvo el Buick frente al edificio blanco de departamentos donde vivía Charlotte. Tardó un poco en reconocer la casa; desde la última vez que la viera, un mes atrás, mostraba algunos cambios. Habían levantado un andamiaje de madera en torno al edificio, el armazón era improvisado y rústico. Algunos obreros revisaban con temor los cimientos, todo el edificio parecía hundirse hacia un costado. Profundas rajaduras abrían sus fauces a lo largo de las paredes, y había trozos de yeso esparcidos alrededor. Frente al edificio, la sucia vereda habla sido rodeada por un cordón.
- Nada podemos hacer sin ayuda - se quejó amargamente Untermeyer -. No nos queda más que sentamos a mirar cómo todo se viene abajo. Si no vuelve pronto a la vida, no sé qué será de nosotros.
- Todo lo que reprodujo en las primeras épocas se está deteriorando - dijo Charlotte mientras abría la portezuela para descender a la calle -, y ahora todo lo que reproduce es abudinado. ¿Qué podemos hacer?
El fresco del mediodía le provocó escalofrío.
- Me imagino que terminaremos como la colonia de Chicago - concluyó.
La mención del lugar dejó inmóviles a los cuatro. Chicago era la colonia que se había desmoronado. El Biltong que tenían había envejecido y finalmente murió. Completamente agotado, se había convertido en una pirámide de materia sin vida. En torno a él las calles y edificios que había reproducido se desgastaban rápidamente, convirtiéndose en cúmulos de negras cenizas.
- No desovó - susurró Charlotte, temerosa -. Se desgastó grabando y grabando... Finalmente, se fue poniendo triste, y murió.
Tras una pausa, Fergesson habló con la voz enronquecida:
- Pero los otros se dieron cuenta y enviaron un sustituto cuando pudieron.
- Demasiado tarde - grujió Untermeyer -, la colonia ya estaba en decadencia. Todo lo que quedaba era tal vez un par de sobrevivientes tiritando de frío y muertos de hambre, que terminaron devorados por los perros malditos que salen de todas partes y se regalan con verdaderos festines.
Estaban junto a la acera carcomida, dominados por el terror y las dudas. El rostro macilento de John Dawes tenía una expresión de horror, como si el miedo le llegara hasta los huesos. Fergesson pensaba nostálgicamente en su colonia, a sólo unos dieciocho kilómetros hacia el Este. El Biltong de Pittsburgh era joven y viril, estaba en la plenitud de sus fuerzas y poseía todo el don creativo de su raza. ¡Nada tenía que ver con lo que veía aquí!
En la colonia de Pittsburgh los edificios estaban fuertes, bien erectos; las aceras, limpias y firmes. En los escaparates de los negocios, los aparatos de televisión, las tostadoras, los coches, los pianos, la ropa y las botellas de whisky, así como los melocotones congelados, eran perfectas reproducciones del original, auténticas en todos sus detalles que no podían distinguirse muchas veces de los artículos reales conservados en los refugios subterráneos cerrados al vacío.
- Si esta colonia se extingue - dijo Fergesson con cierto embarazo -, quizás algunos de ustedes puedan venir con nosotros.
- ¿Cree que el Biltong de ustedes puede reproducir para más de cien personas? - preguntó tímidamente John Dewes.
- Por ahora sí - contestó Fergesson señalando con orgullo su Buick -. Usted que ha viajado en mi coche, sabe lo bueno que es. Casi como el original. Para poder distinguir uno del otro, habría que ponerlos juntos.
Sonrió débilmente y aprovechó la ocasión para hacer un viejo chiste:
- Y ¿quién dice que no me haya quedado con el Buick original?
- No creo que debamos tomar ninguna decisión en este momento - dijo Charlotte cáusticamente -. Creo que todavía nos queda un margen de tiempo.
Cogió la caja de acero del asiento, y se acercó a los escalones del edificio de departamentos.
- Suba con nosotros, Ben - e indicó con un movimiento de cabeza a Dawes -. Usted también. Podemos tomar un poco de whisky. No tiene muy mal gusto, parece liquido anticongelante... La etiqueta no es muy legible pero aparte de eso, no está abudinado.
Un obrero la detuvo cuando posó el pie en el primer escalón.
- Perdone señorita, no puede subir.
Charlotte, disgustada, se apartó un poco, el rostro pálido de incredulidad.
- Vivo arriba, en uno de los departamentos; tengo todas mis cosas allá, es mi casa.
- El edificio peligra - afirmó el obrero.
En realidad, no se trataba de un simple trabajador sino de uno de los ciudadanos de la colonia que se había presentado como voluntario para cuidar el edificio, que ya se estaba derrumbando.
- Mire esas rajaduras, señorita.
- Hace mucho que están - respondió Charlotte.
Estaba perdiendo la paciencia. Con un gesto llamó a Fergesson.
- Vamos - dijo, y subió ágilmente al vestíbulo, dispuesta a abrir la gran puerta de vidrio.
Al mover la puerta, salió de sus goznes y estalló en mil pedazos. Astillas de cristal saltaron por doquier como un manojo de flechas fatales que sale en todas direcciones. Charlotte se hizo hacia atrás dejando escapar un grito, mientras sentía bajo sus pies que el cemento iba cediendo. Todo el gran vestíbulo se desplomó con gran estruendo, transformándose en una gran pirámide de polvo blanco.
Entre Fergesson y el trabajador ayudaron a la muchacha, que quedó tambaleándose, mientras Untermeyer buscaba desesperadamente la caja de acero entre las nubes de polvo. Al fin, sus dedos dieron con la caja, y la arrastró hasta la acera.
Fergesson y el trabajador se abrieron paso entre los escombros del vestíbulo sosteniendo a Charlotte, que hacía gestos histéricos que le deformaban el rostro, en sus desesperados esfuerzos por hablar.
- ¡Todas mis cosas! - logró murmurar, por fin.
- ¿Te has lastimado? ¿Estás bien? - preguntó Fergesson mientras le sacudía el polvo con gestos inseguros.
- No estoy lastimada - dijo Charlotte mientras se limpiaba un hilo de sangre y restos de polvo blanco que le cubrían la cara.
Tenía un tajo en la mejilla, los cabellos desordenados y sucios. Su suéter de lana rosada estaba sucio y desgarrado; toda la ropa se le había estropeado.
- La caja - dijo -. ¿La has encontrado?
- Sí, está bien - dijo John Dawes, impasible.
No había avanzado ni un paso desde que bajara del coche.
Charlotte se apretó contra Fergesson, temblando de miedo y desesperación.
- ¡Mira! - susurró -. Mira mis manos - levantó las manos sucias de polvo blancuzco -. Se está tornando negra...
El polvo espeso que le manchaba la cara y los brazos se estaba oscureciendo; mientras lo miraban, pasó del gris al negro carbón. Las ropas desgarradas de la muchacha se retorcieron y encogieron en torno a su cuerpo, después se resquebrajaron como un hollejo reseco, cayendo a sus pies.
- Entra al auto - le sugirió Fergesson -, y cúbrete con mi manta. Es de mi colonia.
Junto con Untermeyer la ayudaron a envolverse en la gruesa manta. Charlotte se arrellanó en el asiento, los ojos agrandados por el terror; algunas gotas brillantes de sangre que le caían de la mejilla, eran absorbidas por la trama de rayas azules y amarillas de la manta. Fergesson encendió un cigarrillo y se lo coloco entre los labios temblorosos.
- Gracias - logró murmurar la joven.
Su mano insegura tomó el cigarrillo.
- Allen, ¿qué demonios vamos a hacer?
Con gesto solícito Fergesson sacudió el polvo oscuro que se había depositado en el pelo rubio de la muchacha.
- Iremos con el coche hasta donde está el Biltong, y le mostraremos los originales que hemos traído - dijo Fergesson -. Quizá pueda hacer algo; la presencia de objetos nuevos a veces obra como un estímulo para reproducir. Puede ser que así se reactive.
- No está simplemente dormido, Allen - dijo Charlotte con la voz entrecortada -. Está muerto, te lo aseguro.
- Todavía no - protestó Untermeyer, obstinado.
Pero en la mente de todos rondaba el mismo pensamiento amenazador, la casi certeza de lo irreparable.
- ¿Ha ovulado? - preguntó Dawes.
La expresión de Charlotte le dio la respuesta.
- Hizo lo posible. Algunos incubaron, pero no alcanzaron a vivir. Vi algunos huevos, pero...
Ella permaneció en silencio. Los demás sabían el resto. El esfuerzo por mantener viva a la raza humana había esterilizado a los Biltong. Huevos muertos, prole incubada sin vida...
Fergesson se deslizó dentro del auto y ocupó su lugar al volante. Trató de cerrar la puerta con un golpe seco, pero quedó abierta. Tal vez había algún trozo de metal que sobresalía, o quizás estaba mal formada. También ésta era una reproducción imperfecta; una insignificancia, tal vez algún microscópico elemento había arruinado el conjunto. El lujoso Buick estaba igualmente abudinado, lo que demostraba que el Biltong de su colonia también se estaba desgastando. Tarde o temprano, lo que había sucedido en la colonia de Chicago se repetiría con todas las otras.
Alrededor del parque había varias hileras de coches estacionados, silenciosos. El parque estaba lleno de gente; toda la colonia parecía haberse dado cita en el lugar. Cada uno necesitaba desesperadamente la reproducción de alguna cosa. Fergesson apagó el motor y se guardó la llave en el bolsillo.
- ¿Puedes venir? - preguntó a Charlotte -. Aunque quizá sea mejor que te quedes ahí.
La chica se había vestido con un pantalón y una camisa deportiva que Fergesson había encontrado en un negocio en ruinas. No tuvo ningún reparo en ponerse esas prendas; casi todos, hombres y mujeres, buscaban infatigablemente entre los diversos artículos esparcidos por la acera. Esas ropas al menos, podían durar algunos días más.
Fergesson había elegido con cuidado algunas prendas para Charlotte. En la trastienda encontró pilas de camisas de tela resistente, y algunos pantalones. Parecía que se habían salvado de la temible pulverización negra. Se trataba de reproducciones recientes o, ¿por qué no?, de originales guardados por los dueños, que habían servido de modelos para copiar. En una zapatería que todavía estaba abierta, habla encontrado un par de sandalias de tacón bajo. Además, le había dado un cinturón después que el que sacara de la tienda se había desintegrado mientras trataba de ajustarlo en torno a la cintura de la muchacha.
Mientras los cuatro se iban acercando al centro del parque, Untermeyer llevaba la caja firmemente entre sus manos. La gente caminaba en silencio, con el rostro preocupado, la expresión sombría. Nadie hablaba; todos llevaban algún objeto preciado u originales cuidadosamente conservados a través de los siglos, o buenas reproducciones con pequeños defectos. Los rostros eran máscaras tensas en que la ansiedad se mezclaba con el temor.
- Miren, aquí están - dijo Dawes, que había quedado retrasado -. Los huevos muertos.
Bajo un grupo de árboles, a la orilla del parque, había un cúmulo de esferas color gris parduzco, del tamaño de pelotas de básquet. Algunos estaban rotos, tenían la superficie endurecida, calcinada. Había trozos de cáscara esparcidos por doquier.
Untermeyer dio un puntapié a uno de los huevos; frágil y vacío como estaba, se hizo añicos.
- Algún animal debe haberlos sorbido - dijo -. Nos estamos acercando al fin, Fergesson. Creo que los perros llegan hasta aquí de noche, y se alimentan de ellos. Está demasiado débil para proteger sus huevos.
Un espasmo de indignación sorda sacudió a la multitud que esperaba. Los ojos con los bordes enrojecidos expresaban enojo y miseria mientras aferraban sus objetos. Todos se mantenían unidos en una masa compacta, para darse coraje; era un anillo de humanidad indignada y paciente al mismo tiempo. Empezaban a cansarse de esperar.
- ¿Qué diablos es esto? - preguntó Untermeyer.
Se había puesto en cuclillas ante un objeto de forma vaga arrojado bajo un árbol. Pasó los dedos sobre el montón informe de metal. El objeto parecía fundido como cera, no podían distinguir en él características precisas.
- No puedo identificarlo - dijo.
- Es una cortadora eléctrica de césped - dijo hoscamente un hombre que estaba cerca.
- ¿Cuánto hace que lo reprodujo? - preguntó Allen.
- Cuatro días - contestó el hombre golpeando la máquina con furia -. Ni siquiera se distingue lo que es. Puede ser cualquier cosa. La mía está gastada, traje la original que había en la colonia; pasé un día haciendo la cola... Y miren lo que conseguí - dijo escupiendo con desprecio -. No vale nada. La dejé tirada, ¿para qué llevarla a casa?
- ¿Que vamos a hacer? - preguntó su mujer, con voz chillona y dura -. La cortadora vieja ya no nos sirve; se está cayendo en pedazos, como todo lo que hay por aquí. Si las reproducciones no sirven, entonces...
- Cállate - la reprendió su marido.
El rostro feo tenía las huellas de la ansiedad; entre los dedos largos y huesudos llevaba un trozo de caño pesado.
- Esperaremos un poco más - afirmó -; tal vez salga del estado en que está.
Un murmullo esperanzado formó eco a las palabras del hombre. Charlotte tiritó y siguió en la misma vena.
- No censuro a ese hombre - dijo ella a Fergesson -. Pero, ¿de qué servirá...? - y sacudiendo tristemente la cabeza agregó -: Si no puede hacernos buenas reproducciones.
- No puede, ¿no ve que no puede? - dijo John Dewes -. ¡Mírenlo bien! - se paró deteniendo al resto de la gente -. Mírenlo y díganme si creen que puede hacer algo mejor.
Era indudable que el Biltong se moría. Era grande y viejo, y se había puesto en cuclillas en el centro del parque; parecía una enorme burbuja de protoplasma amarillento, espeso y gomoso, sin brillo. Los pseudópodos resecos se habían encogido hasta parecer serpientes oscuras que yacían inmóviles sobre el césped parduzco. En el centro de la masa había un extraño hundimiento. El pálido sol se encargaba de secar lentamente la humedad de las venas. El Biltong se estaba deshidratando.
- ¡Dios mío! - susurró Charlotte -. ¡Qué horrible aspecto tiene!
La protuberancia central del Biltong se agitó suavemente; algunos suspiros de impaciencia escaparon de la masa indefensa, mientras trataba de luchar por aferrarse al resto de vida que le quedaba. Enjambres de moscas pegajosas negro-azuladas volaban en torno. El Biltong emanaba un denso olor, el olor a materia podrida. Un poco de líquido orgánico formó un charco turbio cerca de él.
Dentro del protoplasma amarillento, la densa masa del sistema nervioso estaba agitada por las rápidas pulsaciones de la agonía, que con movimientos espasmódicos enviaba ondas concéntricas que sacudían la carne indiferente. Los filamentos degeneraban a ojos vistas, transformándose en gránulos calcinados. Vejez, deterioro, sufrimiento...
Frente al Biltong, sobre la plataforma de cemento, un cúmulo de objetos originales esperaba ser reproducido. Junto a ellos había algunos trabajos empezados, pelotas informes de ceniza oscura mezclada con la humedad del cuerpo del Biltong, el jugo que antes empleara para efectuar sus trabajos. Después de suspender la actividad, había recogido sus pseudópodos y descansaba penosamente, tratando de sobrevivir un poco más.
- ¡La pobre cosa! - dijo Fergesson casi sin darse cuenta -. No puede continuar así.
- Hace más de seis horas que permanece sentado de ese modo - dijo una mujer al oído de Fergesson - ¿Qué hace allí, sentado? No sé qué quiere de nosotros; ¿tal vez que nos pongamos de rodillas y le roguemos?
Dawes se volvió furioso hacia ella.
- ¿Acaso no se da cuenta de que se está muriendo? En nombre de Dios, déjenlo tranquilo.
Un murmullo amenazador surgió de entre la multitud. Muchos rostros se volvieron hacia Dawes, que los ignoró completamente. A su lado, el cuerpo de Charlotte se había convertido en un polo rígido de espanto. El miedo le enturbiaba la mirada.
- Ten cuidado - Untermeyer previno a Dawes - Mucha de esta gente está desesperada por cosas que necesitan. Esperan para conseguir comida.
No había tiempo que perder. Fergesson quitó la caja de acero a Untermeyer y la abrió de un tirón. Se inclinó, sacó los originales y los dispuso sobre el césped.
Hubo en torno un murmullo de sorpresa y admiración. Fergesson sintió una punzada de dolorosa satisfacción. En la colonia no había originales como esos, sólo disponían de reproducciones imperfectas, copias de duplicados llenos de defectos. Cogió uno por uno los preciosos objetos, y los trasladó hasta la plataforma, frente al Biltong.
Algunos hombres trataron de impedirle el paso, hasta que vieron los originales que llevaba.
Dejó en el suelo un encendedor Ronson plateado, un microscopio binocular de Bausch & Lomb que conservaba aún la superficie negra y granulosa dentro del estuche de cuero original; una púa de fonógrafo de alta fidelidad, y una reluciente copa de cristal Steuben.
- Esos son originales de primera calidad - declaró un hombre que se hallaba cerca -. ¿De dónde los sacó?
Fergesson no contestó. Estaba mirando al Biltong moribundo que no hizo ningún movimiento, aunque miró a los originales junto a los demás objetos.
Dentro de la masa amarillenta, las fibras duras se agitaron formando un conglomerado. El orificio frontal se estremeció para entreabrirse después; una violenta ondulación agitó la masa del protoplasma. De la apertura manaron algunas burbujas rancias. Un espasmo sacudió brevemente uno de los pseudópodos, y con gran esfuerzo avanzó sobre el césped resbaloso. Se detuvo y pudo ponerse en contacto con el cristal Steuben.
Juntó un cúmulo de cenizas negras, lo humedeció con el fluido del orificio frontal; se formó un globo opaco, grotesca imitación de la copa. El Biltong retrocedió un tanto, tratando de acumular fuerzas. Intentó una vez más formar una burbuja, pero repentinamente, sin ningún aviso, un violento temblor sacudió toda la masa protoplasmática y los pseudópodos cayeron sin fuerzas. Se retorció por algunos segundos, pareció vacilar tristemente, y se retiró hacia el cúmulo central.
- No hay nada que hacer - dijo Untermeyer con voz ronca -. Ya no puede, es demasiado tarde.
Fergesson logró, con la mano entorpecida y dura, reunir los originales. Temblando, volvió a colocarlos en la caja de acero.
- Me equivoqué - murmuró, poniéndose de pie -; pensé que esto lo haría reaccionar, no me había dado cuenta de que ya quedaba tan poco.
Charlotte, conmovida y sin palabras, se alejó a ciegas de la plataforma. Abriéndose paso entre la multitud enojada, Untermeyer la siguió de cerca.
- Esperen un momento - dijo Dawes -. Tengo algo para hacer otra prueba.
Fergesson esperó incrédulo, mientras Dawes palpaba dentro del bolsillo de su rústica camisa gris. Sacó algo envuelto en un viejo periódico. Era una burda taza de madera, mal formada e irregular. Una extraña sonrisa le iluminó la cara al ponerse en cuclillas para depositar la taza frente al Biltong. Charlotte miraba la escena, vagamente sorprendida.
- ¿De qué sirve? Supongamos que hace una reproducción - dijo, tanteando la taza de madera con el tacón de la sandalia -. Es tan simple que tu mismo podrías duplicarla.
Fergesson dio un respingo. Dawes interceptó su mirada; por un momento los dos se miraron fijamente: Dawes, con una leve sonrisa, y Fergesson, alerta ante el descubrimiento que acababa de realizar.
- Eso es - dijo Dawes -. La hice yo.
Fergesson tomó la taza. La volvió de uno y otro lado, tembloroso.
- ¿Con qué la hiciste? No entiendo cómo te las arreglaste. ¿Qué usaste para hacerla?
- Derribamos algunos árboles - dijo Dawes mientras hacía deslizar del cinturón un objeto con un brillo metálico un tanto opaco. Tomen con cuidado, no vayan a cortarse.
El cortaplumas era tan rústico como la taza. Había sido hecho a martillazos, y la hoja estaba unida al mango por medio de un alambre.
- ¿Tú hiciste este cortaplumas? - preguntó Fergesson, atónito -. Es increíble. ¿Cómo empezaste? Es preciso tener ciertas herramientas para hacer cosas como esas. Es una verdadera paradoja - el tono elevado de su voz revelaba cierta histeria -. ¡No es posible! - concluyó.
Charlotte se volvió, decepcionada.
- No sirve - dijo -. ¿Qué podrías cortar con eso? - con un tono patético y cargado de nostalgias agregó -. En la cocina tenía un juego completo de cuchillos del mejor acero inoxidable de Suecia. Y ahora están convertidos en un montón de ceniza negra.
Un millón de preguntas pasó por la excitada mente de Fergesson.
- Escucha: esta taza, este cortaplumas... ¿Ustedes forman algún grupo? Y la tela de tu ropa, ¿también la has hilado tú?
- ¡Vamos! - dijo Dawes bruscamente, recuperando la taza y el cortaplumas. Se apartó de los demás con rapidez.
- Será mejor que nos alejemos pronto, el fin está muy cerca - dijo.
La gente se iba alejando del parque. Abandonada toda esperanza, caminaban arrastrando los pies, con las cabezas bajas, sintiendo todo el peso de su desgracia y dispuestos a revisar los negocios en ruinas por si encontraban restos de comida. Los motores de algunos coches dieron señales de vida, y se alejaron lentamente del lugar.
Untermeyer se humedeció los labios carnosos. El miedo había dejado manchas rojizas en su piel pálida.
- Están desesperados y son capaces de cualquier cosa - susurró a Fergesson -. Esta colonia se viene abajo; dentro de algunas horas no quedará nada. No habrá comida ni lugar donde estar.
Volvió hacia el coche la mirada ansiosa; un velo de decepción cubrió sus ojos. No era el único que había reparado en el coche.
Un grupo de hombres, con caras hostiles, se agrupaba lentamente en torno al polvoriento Buick. Como niños hambrientos e inquietos, metían los dedos por todas partes, revisaban los parachoques, tocaban las luces, comprobaban la firmeza de los neumáticos. Muchos hombres tenían armas burdamente improvisadas; trozos de caños, piedras, pedazos de acero quitados de edificios desmoronados.
- Saben que no es de esta colonia - dijo Dawes -, y por lo tanto, que volverá al lugar de donde vino.
- Puedo llevarte a la colonia de Pittsburgh - dijo Fergesson a Charlotte dirigiéndose al coche -. Diré que eres mi esposa. Después podrás decidir si te interesan los trámites legales.
- ¿Y qué pasará con Ben...? - preguntó Charlotte débilmente.
- No puedo casarme con él - contestó Fergesson, irritado, apresurando el paso -. Puedo llevarlo, pero no van a permitirle que se quede. Tienen un sistema de cuotas.
- Salgan del camino - previno Untermeyer a un grupo de hombres que había formado un cordón.
Se acercó hacia ellos con deseos de venganza. Después de vacilar un momento, los otros se retiraron y lo dejaron pasar. Untermeyer quedó junto a la puerta, el cuerpo enorme, tenso y alerta.
- Tráela hasta aquí. ¡Con cuidado! - le dijo a Fergesson.
Fergesson y Dawes, y Charlotte entre medio de ambos, se abrieron paso entre la fila de hombres hasta donde estaba Untermeyer. Fergesson entregó la llave al hombre corpulento y Untermeyer abrió la puerta de un tirón. Hizo entrar a Charlotte y con un movimiento de cabeza indicó a Fergesson que entrara por el otro lado.
El grupo de hombres reaccionó.
Mediante un poderoso puñetazo, Untermeyer lanzó al líder contra el resto de los hombres. Se escurrió detrás de Charlotte y logró colocarse al volante. El motor se encendió con un chirrido. Untermeyer lo puso en primera y se apoyó en el acelerador con toda su fuerza. El automóvil avanzó un poco. Los otros daban desesperados manotazos tratando de coger al hombre y a la mujer por la puerta abierta.
Untermeyer cerró la puerta de un golpe y le puso traba. Mientras el coche cobraba velocidad, Fergesson tuvo la última visión del hombre gordo que transpiraba, la cara deformada por el miedo.
Los del grupo trataban en vano de aferrarse a los costados resbaladizos del coche. A medida que aumentaba la velocidad uno a uno fueron quedando atrás. Un pelirrojo corpulento se agarró desesperadamente de la capota y manoteó el cristal tratando de tocar la cara del conductor que estaba detrás. Untermeyer hizo describir una curva cerrada al auto; el pelirrojo quedó colgado por un momento, luego abrió la mano y cayó de cara sobre el pavimento.
El coche zigzagueó y desapareció al fin tras una hilera de edificios caídos. Se apagó el sonido de los neumáticos. Al menos Untermeyer y Charlotte iban camino a la colonia de Pittsburg, a lugar seguro. Fergesson quedó mirando el coche hasta que la presión de la mano de Dawes sobre su hombro lo volvió a la realidad.
- Bueno - dijo -. Adiós coche, al menos Charlotte pudo escapar.
- Vamos - le dijo Dawes al oído -. Espero que tus zapatos estén en buenas condiciones. Tenemos mucho que caminar.
- ¿Caminar? ¿Hacia dónde? - preguntó Fergesson, parpadeando.
- Nuestro campamento más cercano está a cuarenta y cinco kilómetros de aquí. Creo que podemos llegar.
Empezó a caminar. Después de un momento, Fergesson lo siguió.
- Si lo hice antes, puedo hacerlo otra vez - dijo Dawes, animándose.
Detrás de los dos volvía a reunirse la multitud que concentraba su atención en el Biltong moribundo. Se oyeron murmullos de descontento; la frustración e impotencia colectiva ante la pérdida del coche, se elevó en una discordante cacofonía que llegó a una crisis de violencia. Lentamente, como un río desbordado que busca un nuevo nivel, la masa iracunda se acercó a la plataforma de cemento.
Sobre ella, el viejo Biltong agonizante esperaba. Tenía conciencia de la proximidad de la multitud. Sus pseudópodos se habían retorcido en un último esfuerzo de acción, y tuvieron un espasmo final.
En ese momento Fergesson vio algo terrible que lo llené de vergüenza, e hizo que su mano humillada dejara escapar la caja de metal, que chocó contra el suelo con un ruido metálico y reverberante. La recogió aturdido, y quedó inmóvil por un momento, tomándola con fuerza. Tuvo deseos de salir corriendo sin rumbo. Deseaba esconderse entre las sombras, en el silencio que rodeaba a la colonia; habría preferido encontrarse en la negra desolación de las cenizas.
El Biltong hacía esfuerzos por reproducir un escudo protector, cuando la turba se le acerco.

Después de caminar durante un par de horas, Dawes se detuvo y se arrojó sobre la negra ceniza que cubría todo.
- Descansemos un poco - murmuró Fergesson -. Traje algo para comer, usaremos el encendedor Ronson, si es que le queda algo de fluido.
Fergesson abrió la caja de metal y le alcanzó el encendedor a Dawes. Un viento frío y maloliente pareció envolverlos, formando tétricas nubes de ceniza que se cernían sobre la desierta superficie del planeta. A lo lejos, los muros quebrados de algunos edificios apuntaban hacia arriba, como huesos gigantescos astillados. La maleza crecía por todas partes.
- Todo no está tan muerto como parece - comenté Dawes mientras recogía pequeños trozos de madera y restos de papeles entre las cenizas, que los rodeaban -. Ya sabes que hay perros y conejos, así como muchas plantas de semillas. Todo lo que tenemos que hacer es limpiar las cenizas y volverán a crecer.
- ¿Agua? Pero si ya no llueve. Casi no recuerdo el nombre que le dábamos a ese fenómeno.
- Debemos cavar pozos, siempre hay agua en la profundidad; sólo es preciso cavar para encontrarla.
En el encendedor quedaba un poco de fluido. Dawes encendió una pequeña hoguera, y devolvió el Ronson a su compañero. Luego concentró toda su atención en alimentar el fuego.
Fergesson quedó mirando el encendedor.
- ¿Cómo se puede hacer algo igual a esto? - preguntó de pronto.
- No es posible - contestó Dawes mientras buscaba en su chaqueta un paquete de alimentos disecados; un trozo de carne salada y maíz seco -. No se puede empezar fabricando cosas complejas. Hay que empezar por lo más simple.
- Un Biltong fuerte es capaz de reproducir esto. El de Pittsburg puede hacer una copia perfecta.
- Lo sé - admitió Dawes -. Eso es lo que nos ha mantenido atrasados. Ahora debemos esperar hasta que ellos abandonen, y ese día está muy cercano, ya lo sabes. Deberán volver a su propio sistema galáctico. Para ellos, permanecer aquí es genocidio.
- Cuando se vayan morirá nuestra civilización - dijo Fergesson mirando fijamente el encendedor.
- ¿Ese encendedor? - preguntó Dawes con una sonrisa -. Eso desaparecerá por mucho, mucho tiempo. Pero no creo que hayas encontrado el ángulo adecuado para encarar el asunto. Tendremos que sufrir un lento proceso de reeducación. Para mí también es duro, no lo creas.
- ¿De dónde eres tú?
- Soy uno de los sobrevivientes de Chicago - contestó Dawes, tranquilamente -. Después del colapso final, vagué por todas partes; maté animales a pedradas, dormí en sótanos, luché con los perros a brazo partido. Por último, encontré el camino hacia uno de los campamentos; muchos habían llegado antes que yo. Tal vez no lo sepas amigo, pero Chicago no fue la primera en caer.
- ¿Y te encargas de reproducir herramientas, como ese cortaplumas?
Dawes dejó escapar una risa sonora.
- Has empleado la palabra que no corresponde; no es reproducir, sino construir. Estamos fabricando herramientas, hemos construido varias cosas - sacó la taza y la colocó sobre las cenizas.
- Reproducir significa meramente copiar - continuó -. No puedo explicarte lo que en realidad significa construir; tendrás que hacerlo, para darte cuenta... Construir y reproducir son dos cosas totalmente distintas.
Dawes dispuso los tres objetos sobre las cenizas; el elegante vaso de cristal de Steuben, su tosca taza para beber, y la ampolla, la fracasada reproducción del Biltong moribundo.
- Así eran las cosas - dijo, señalando el vaso de Steuben -. Algún día volverán a ser así... Pero debemos seguir el camino correcto, el camino difícil, paso a paso, para llegar a lo que deseamos.
Colocó con sumo cuidado la pieza de cristal en la caja de acero.
- La conservaremos, no para copiarla sino como modelo, como objetivo, como fuente de inspiración. Tal vez en este momento no entiendas en qué consiste la diferencia, pero algún día lo harás. En este punto estamos ahora - dijo, señalando la taza de madera -. No te rías, no creas que esto no es civilización. Lo es, aunque de una forma más simple y burda; pero es algo verdadero, tendremos que seguir avanzando a partir de esto.
Recogió la burbuja, la réplica que el Biltong no pudo terminar. Tras un momento de meditación, se volvió hacia atrás y la arrojó por sobre el hombro. La ampolla dio contra algo, rebotó, y después se hizo añicos.
- Eso no es nada - dijo Dawes con intensidad -. Esta taza es mejor. Esta taza de madera está más cerca del cristal de Steuben, que cualquier reproducción.
- Estás muy orgulloso de tu taza - observó Fergesson.
- Puedes estar bien seguro de ello - afirmó Dawes mientras ponía la taza junto al vaso de Steuben -. Un día de estos podrás entender la razón. Tardarás un poco, pero lo entenderás.
Procedió a cerrar la caja de metal. Se detuvo un momento y tocó el encendedor Ronson. Sacudió la cabeza con pesadumbre.
- No será en nuestro tiempo - dijo al cerrar la caja -. Hay demasiados pasos intermedios..., y todos están muy bien guardados en la conciencia humana. Sólo cabe esperar.
El rostro delgado de John Dawes lució una chispa de gozosa anticipación.
-...pero, ¡Dios sea loado! Vamos en esa dirección.

Philip K. Dick / Biografía


Espero que les guste, está extraída de una excelente web de ciencia ficción. Les dejo el link Ciencia Ficción por si quieren ver que mas tiene. Saludos. Estanis

Philip. K. Dick nació prematuramente, junto a su hermana gemela Jane, el 2 de marzo 1928, en Chicago. Jane murió trágicamente pocas semanas después. La influencia de la muerte de Jane fue una parte dominante de la vida y obra de Philp K. Dick. El biógrafo Lawrence Sutin escribe; ...El trauma de la muerte de Jane quedó como el suceso central de la vida psíquica de Phil
Dos años más tarde los padres de Dick, Dorothy Grant y Joseph Edgar Dick se mudaron a Berkeley. A esas alturas el matrimonio estaba prácticamente roto y el divorcio llegó en 1932, Dick se quedó con su madre, con la que se trasladó a Washington.
En 1940 volvieron a Berkeley. Fue durante este período cuando Dick comenzó a leer y escribir ciencia ficción. En su adolescencia, publicó regularmente historias cortas en el Club de Autores Jovenes, una columna el Berkeley Gazette. Devoraba todas las revistas de ciencia-ficción que llegaban a sus manos y muy pronto empezó a ser influido por autores como Heinlein y Van Vogt. Durante estos años su salud no fue buena, y sufrió frecuentes ataques de asma y periodos de agorafobia.
Su interés por la ciencia-ficción disminuyó cuando acabó sus estudios secundarios y, a los 18 años, dejó a su madre. Entre tanto, continuó en contacto con la comunidad intelectual de Berkeley mientras trabajaba como dependiente. Durante este periodo sus gustos literarios se hicieron más exquisitos. Berkeley, y más tarde su casa de Marin County, acabaron por llenarse de libros.
Después de vender varios relatos a las más importantes revistas pulp de ciencia-ficción de aquella época, Philp K. Dick tomó en 1951 la decisión de dedicarse al oficio de escritor a tiempo completo. Escribió varias novelas de ciencia-ficción durante la década de los 50, pero con todo, sus intentos por publicar novelas de no ficción fue un rotundo fracaso. Su primer éxito fue la novela LOTERÍA SOLAR, en 1954, iniciando así una muy prolífica carrera como escritor de ciencia-ficción. El punto álgido fue la concesión del premio Hugo por la novela EL HOMBRE EN EL CASTILLO, en 1962.
En 1948 contrajo el que fue el primero, hasta un total de cuatro, de varios matrimonios fallidos. Esta primera tentativa de Dick fue un rotundo fracaso y duró escasamente seis meses. Su segundo matrimonio, con Kleo Apostolides, fue más afortunado. Sin embargo, a raíz de su mudanza a Point Reyes Station a finales de los cincuenta, Dick empieza a relacionar se con su atractiva vecina Anne. Anne, todavía afectada por la reciente muerte de su marido, y al tener distintos turnos de trabajo que Kleo, empezó a pasar mucho tiempo junto a Dick.
A Dick le llevó poco tiempo acabar con el que había sido hasta entonces un feliz matrimonio con Kleo. Su novela CONFESIONS OF A CRAP ARTIST se basa en esta época de su vida. En 1960 nació Laura Archer, la hija de Dick y Anne.
La relación de Dick y Anne se mecía entre el amor y el odio. Los caracteres negativos y destructivos de los personajes femeninos que se pueden encontrar en las novelas de Dick estás basados en Anne. Estos incluyen a la Fay de CONFESIONS OF A CRAP ARTIST, la Priz de PODEMOS CONSTRUÍRLE, Y la Kathy de AGUARDANDO EL AÑO PASADO. Gradualmente, Dick desarrolló una fuerte paranoia hacia Anne, convencido de que ella asesinó a su anterior esposo y que pronto lo haría con él.
A pesar de la paranoia y la animosidad hacia Anne, Dick inicia una de sus más prolíficas y brillantes épocas como escritor. Obras como EL HOMBRE EN EL CASTILLO, TIEMPO DE MARTE, y LOS TRES ESTIGMAS DE PALMER ELDRITCH, fueron escritas durante aquel periodo. Retirado en una cabaña alquilada al sheriff local para alejarse de sus conflictos domésticos, Dick escribió once novelas entre 1963 y 1964. Finalmente, en 1964, Dick y Anne se divorciaron
Establecido en San Francisco en 1964, empezaron sus experimentos con las drogas, en concreto el LSD, iniciado por escritores como Jack Newkon y Ray Nelson. Como otros muchos durante los sesenta, Dick experimentó con muchas drogas, pero lo que más le afectó a todos los niveles fue su adicción a las anfetaminas. Un excelente libro basado en el estilo de vida de los yonkis, es su novela UNA MIRADA A LA OSCURIDAD. La adicción le produjo serios problemas durante los 60, incluyendo el divorció de Nancy Hackett su cuarta esposa. Dick se había casado con ella en 1966. Nancy era diez años menor que él, lo que no impidió que estuvieran profundamente enamorados. La hija de Dick y Nancy Hackett, Isa, nació en 1966.
Los 70 fue un periodo extraño en la vida de Dick. Comenzó cuando Nancy lo dejó, llevándose a Isa con ella. Casi a la vez, su casa sufrió un misterioso asalto del que hizo responsable nada menos que a la CIA. Sin Nancy ni su hijo empezó para Dick una de las peores épocas de su vida. Fuertemente enganchado a las drogas y afectado por la paranoia, cayó en un periodo de sequía creativa que duró varios años. Dick, que siempre fue un prolífico escritor, no volvió a producir nada hasta 1973. Después de una tentativa de suicidio y una corta estancia en un centro de rehabilitación, Dick volvió a reencontrarse a si mismo. Establecido en California junto a sus amigos Tim Powers y K. W. Jeter, volvió a casarse, esta vez con la joven Tessa Busby con la que en 1973 tuvo a su hijo Cristopher.
A mediados de los 70 Dick sufrió varias experiencias religiosas que bastaron para ocuparle intelectual y espiritualmente. Durante varios años Dick se dedicó a elaborar explicaciones e interpretaciones de estas experiencias, actividad que dominó a partir de entonces toda su vida e influyó en sus novelas posteriores.
Philip. K. Dick murió en 1982, de un fallo cardiaco, a la edad de 53 años, dejando un libro inacabado y, sin duda, muchas ideas sin desarrollar. Tampoco llegó a ver el estreno de la primera adaptación de su obra al cine; BLADE RUNNER.
Una de las mayores virtudes de Dick es que produjo ciencia ficción seria y, sobre todo asequible, para el gran público. Fue un escritor consistente y brillante, y de los más originales del género. Curiosamente, es un autor mucho más apreciado en Europa que en los propios Estado Unidos, habiendo países, donde es EL escritor de ciencia-ficción por excelencia, en detrimento de otros ilustres como Asimov, Clarke o Bradbury.
En cualquier caso Dick es un autor controvertido, siendo sorprendente para algunos críticos que éste autor, especializado en la irracionalidad en el seno de una literatura tan básicamente apartada de ella como es la ciencia-ficción, haya tenido un reconocimiento tan profundo. Reconocimiento que por otro lado le ha llegado a título póstumo, puesto que en vida sólo recibió el Hugo por EL HOMBRE EN EL CASTILLO y el John Campbell Memorial por FLUYAN MIS LÁGRIMAS, DIJO EL POLICÍA.
La esquizofrenia de Dick
Es un lugar común el decir que Philip K. Dick era esquizofrénico, entre otras cosas, porque el lo reconoció en UNA MIRADA EN LA OSCURIDAD en particular y en otras muchas ocasiones.
Ciertamente su literatura parece en ocasiones escrita por un paranoico y sus angustiosos entornos, como en UBIK y en FLUYAN MIS LAGRIMAS DIJO EL POLICÍA, parecen visiones esquizoides puras, aunque probablemente tengan mas que ver con el uso de alucinógenos que con la enfermedad mental.
Jugar al diagnóstico a posteriori es fácil y agradecido, dado que el paciente no te contradice abiertamente, pero después de leer toda la obra de Dick, prácticamente la única, que en lo que respecta a la ficción esta íntegramente publicada en España, no veo nada clara esa esquizofrenia.
¿Por qué?, pues muy simple, porque Philip K. Dick era un autor de intensas fantasías espirituales, con un lenguaje que mejoro continuadamente y con una gran creatividad. Un esquizofrénico, pese a la habitual propaganda pseudocientífica es totalmente incapaz de un proceso creativo continuado. Contra lo que se suele creer la esquizofrenia es un freno absoluto para una obra coherente. Se pueden escribir algunos poemas y a veces muy buenos (Panero, p ej.), hallar frases ingeniosas, pero todo lo que sea una construcción completa artística sufre muchísimo con la esquizofrenia y poco a poco se pierde la capacidad de manifestarse de una manera artística.
Eso esta tan probado que hoy en día nadie cree que Van Gogh pudiera haber sido esquizofrénico, el diagnóstico mas en boga hoy en día es el de epilepsia temporal, ¿por qué?, pues porque sus cuadros fueron igual de buenos hasta su muerte y en un esquizofrénico se sufre una gradual desintegración de la percepción de la realidad. Curiosamente el esquizofrénico sufre mucho mas una pérdida de las capacidades artísticas que no de su capacidad para una vida integrada con la sociedad.
Algo curioso es que a Dick le gustaba ser un enfermo mental y no le molestaba el que lo clasificasen como a tal, No hay mas que leerse LOS CLANES DE LA LUNA ALFANA, Miraguano, no. 25, que recomiendo a todo el mundo para ver el cariño que le tenía a los enfermos mentales, al mismo tiempo que lo estereotipado que era su conocimiento de la enfermedad en si. Es curioso lo entrañable del trazado el retrato del paranoico, enfermo desagradable donde los haya y la manía que demuestra hacia los maníacos, si bien ésta está un poco fundada, dado que si bien son pacientes bastante divertidos pueden jorobar a su familia y a sus amigos, si bien no llegan a ser tan agresivos como los pinta, habitualmente.
También llama la atención el que no se aperciba que el trastorno maníaco es en su mayoría bipolar y que los maníacos oscilan entre depresión y manía.
Es decir que sus conocimientos de Psiquiatría eran bastante misceláneos, aunque le sirvieron para escribir esta pequeña obra maestra que es LOS CLANES DE LA LUNA ALFANA. Leer a Dick buscando un conocimiento científico o técnico coherente, puede ser desesperante, pero sus escritos son LITERATURA y así lo han sabido ver la mayor parte de los escritores de Sf y algunos que no escriben en esta clave literaria, no obstante para entenderlos mejor, que no para disfrutarlos, sería interesante conocer su estado mental real de la misma manera que sabemos que su misoginia, algunos de los personajes femeninos de Dick, que no son muchos, son realmente odiosos (véase la novela antes citada), se debe EN PARTE a un muy traumático divorcio.
Mi opinión personal es que Dick abusó mucho de las drogas, sobre todo de pastillas de todo tipo y alucinógenos y que tenía un carácter esquizoide, pero personalmente pienso que su diagnóstico, que no hay duda que se lo hicieron de esquizofrenia paranoide no es del todo ajustado a la realidad, esa es al menos mi poco humilde opinión.
PD: no deja de ser curioso que la esquizofrenia paranoide produzca una imposibilidad para la amistad y Dick sea una persona que vivió por y para sus amigos, hasta tal punto que probablemente acortó su vida con el estres constante que para el supuso que tuviese estos, que eran muchos, un acceso constante a su casa.

© Antonio Rodriguez Babiloni