29 de marzo de 2007

La paradoja de Rocío


La paradoja de Rocío
Por Estanislao Zaborowski

Tras un mes de incertidumbre, la espera había llegado a su fin. Las dudas que rodeaban su decisión, se esfumarían una vez abierto el sobre. La carta contendría la respuesta que durante tantas noches, los había mantenido en vela. Por fin, el manto del misterio se levantaría en pocos segundos y daría a conocer su tirana voluntad. Para sus adentros, Pedro y José mantenían intacta su confianza. Si bien Rocío, les había prometido que en esta misiva explicaría con detalles su irrevocable deseo, ellos intuían que su argumento solo expondría las causas por las cuales no se podía decidir por ninguno de los dos hermanos. Y no era difícil esperar tal cosa, puesto que ambos tenían un excelente porte y brillaban por la admirable inteligencia que sus amigos les envidiaban. Aunque sus compañeros del internado, desconfiaban sanamente, ellos no ahorraban palabras para asegurar que la decisión de la dama, sería tomada al pie de la letra y sin derecho a reclamo por ninguno de los pretendientes. No obstante, era impensada la posibilidad de que alguno desistiera de su amor hacia ella y buscara esos sentimientos en los brazos de otra mujer. La sola mención de su nombre, les agitaba la sangre de las venas que bullía como el agua ante el hervor. De ahí surgió, la decisión de pedirle a su amada, que definiera una postura única e irrefutable.
Firmaron el certificado de recepción y con una propina por demás generosa, despidieron al cartero y se acomodaron en el sillón ubicado debajo de la ventana de la habitación. Los gestos de ambos, eran severos pero cargados de animosidad. Las gemas azules que tenían por pupilas despedían un brillo similar al cautivo oleaje del mar mediterráneo. Los dedos de Pedro tamborileaban sobre su rodilla al ritmo de una canción de cuna. Por su parte José, se desajustaba el nudo de la corbata, desabrochándose al mismo tiempo un par de botones de la camisa almidonada. Sin más rituales de nervios y con el sudor recorriéndoles la frente, los hermanos abrieron la carta.

Queridos José y Pedro:

Ante todo es mi deseo agradecerles el sinfín de halagos que he recibido en vuestra última carta. También me han llenado de gozo los poemas que con tanta pasión han escrito para mí. No puedo dejar de mencionar que las flores que acompañaban la entrega, eran tan bellas que me sentí minúscula ante su esplendor. Esas rosas blancas de origen austriaco, adornaron mi habitación impregnándola de un aroma tan característico como cautivante. Mi madre me ha mencionado cada mañana en este último mes, que vuestra caballerosidad es de lo mas atenta y sublime. Aún mi padre, el más celoso de los mortales, no escatimó halagos hacia ustedes. Y fue el quién me animó a escribir estas palabras y enviárselas envueltas de enorme gratitud. Debo confesar que en los días de lluvia, mi única defensa ante la melancolía, son vuestras líneas que colman mi ser de la más colorida esperanza.
Con respecto a la cuestión cuya respuesta tanta inquietud les acarrea, debo confesar que he pasado tumultuosas noches de insomnio, tratando de tomar la decisión mas acertada y que por obvia que parezca la aclaración, no traicione mi corazón. Esas veladas de silenciosa oscuridad, fueron las damas de compañía, de la dicotomía que se ahogaba en el océano de la decepción. Y menciono lo antedicho, para que mis próximas palabras no anuden en vuestra garganta, la más terrible de las penas, el amor no correspondido.
He intentado resolver el interrogante, con la más absoluta sinceridad y transparencia que mis sentimientos me lo han permitido. Así, he llegado a la siguiente conclusión: “Es falso que los amo a los dos por igual” y de esa observación salen a la luz mis deseos más ocultos. Espero que no os haya decepcionado y encuentren en mí decisión una ventana a vuestro noble corazón.

Con mi más sincero cariño, Rocío.


Los minutos que siguieron a la finalización de la lectura, transcurrieron entre el incierto y la reflexión. Sin decir palabra alguna, José se puso de pie y comenzó a dar vueltas por la habitación. Su contrincante, que continuaba sentado, fruncía el ceño como indagando un fantasma.
- Su postura me confunde, ya que no nos ama a los dos por igual pero sin embargo no menciona con quién se quedará – las palabras de José, yacían colmadas de desazón.
- No te entiendo, veo claramente que su decisión es amarnos por igual. ¿Porque dices que no hace una elección?
- Te equivocas, ella sin lugar a dudas, toma una decisión.
- Eso no es cierto, es lo que a ti te ha parecido. Es obvio que nuestra amada, quiere quedarse con los dos.
- No seas obstinado, ha hecho su elección, solo que no la ha mencionado.
- En ningún momento explica lo que tú dices. Le ha sido difícil decidirse, y es por eso, que ha preferido ser prudente y continuar con nuestra amistad.
- Continúas viendo el asunto con tu corta perspectiva. Deberías ver más allá de sus palabras y prestar atención a lo que insinúa.
- Déjame leer nuevamente su voluntad – Pedro tomó la carta entre sus manos y repitió en voz alta la frase de la discordia.
- ¿Ves? Si suponemos que lo que ella expresa allí, es verdadero, significa que no nos ama a los dos por igual. Solo que no menciona a quién elige.
- Te vuelves a equivocar una y otra vez. Te demostraré que tomando su frase como falsa, se llega a la conclusión de que tal como te lo he dicho, no puede descartar a ninguno.
- ¿Y porque tomas su oración como falsa?
- ¿Y tú porque la tomas como verdadera? ¿Donde menciona que su deseo es propiamente el que tú dices?
Los hermanos no llegaron a un acuerdo para poder refutar o confirmar lo que aquella extraña carta decía. Puesto que si se tomaba como cierta, su explicación era una y si se tomaba como falsa, se entendía de la misma, justamente lo opuesto. Tras varias horas de febril discusión, se rindieron ante la idea de que la musa de sus sentimientos, no podía decirles con exactitud lo que su corazón le dictaba. Sin embargo, ese agujero en la lógica, no los desalentaba. Continuaron enviándole postales y notas de amor a su prometida. Y ella, mas complaciente que distante, les respondía con la misma ambigüedad con la que los tenía acostumbrados. Algunas de las postales de la mujercita, eran simples palabras de agradecimiento, otras por el contrario, encontraban entre sus trazos de tinta, confesiones explicitas de anhelos no consumados. Luego de intercambiar cumplidos y afectos durante varios meses, olvidaron el intrincado dilema que los mantuvo en vilo. A pesar de lo vivido, no a temprana edad concluyeron, que las paradojas del amor no encuentran solución, en la fértil lógica de la razón.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me mantuvo atrapada = ), ta buena. Lo único que no me sienta bien es el final. Si bien está bueno que tenga moraleja (y más que es de las cuales debemos sentar cabeza muchas veces), se podría dar un vuelco más impactante. Y quizá en vez de encontrar una lógica de la razón, hablar de los distintos puntos de vista (que siempre están cuando se habla de personas y, por ende, distintas)/Besitos!