30 de enero de 2012

Charles Baudelaire: Poemas en prosa I

- I - El extranjero.

-¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?
-Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.
-¿A tus amigos?
-Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a conocer.
-¿A tu patria?
-Ignoro en qué latitud está situada.
-¿A la belleza?
-Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.
-¿Al oro?
-Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.
-Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?
-Quiero a las nubes..., a las nubes que pasan... por allá.... ¡a las nubes maravillosas!

- II - La desesperación de la vieja .

La viejecilla arrugada sentíase llena de regocijo al ver a la linda criatura festejada por todos, a quien todos querían agradar; aquel lindo ser tan frágil como ella, viejecita, y como ella también sin dientes ni cabellos.
Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables.
Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer decrépita, llenando la casa con sus aullidos.
Entonces la viejecilla se retiró a su soledad eterna, y lloraba en un rincón, diciendo: «¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas, desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; ¡y hasta causamos horror a los niños pequeños cuando vamos a darles cariño!»

- III - El «yo pecador» del artista .

¡Cuán penetrante es el final del día en otoño! ¡Ay! ¡Penetrante hasta el dolor! Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas menos intensas; y no hay punta más acerada que la de lo infinito.
¡Delicia grande la de ahogar la mirada en lo inmenso del cielo y del mar! ¡Soledad, silencio, castidad incomparable de lo cerúleo! Una vela chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y aislamiento, de mi existencia irremediable, melodía monótona de la marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.
Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las cosas, presto cobran demasiada intensidad. La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios, harto tirantes, no dan más que vibraciones chillonas, dolorosas.
Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. La insensibilidad del mar, lo inmutable del espectáculo me subleva... ¡Ay! ¿Es fuerza eternamente sufrir, o huir de lo bello eternamente? ¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre victoriosa, déjame! ¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror antes de caer vencido.

- IV - Un gracioso .

Era la explosión del año nuevo: caos de barro y nieve, atravesado por mil carruajes, centelleante de juguetes y de bombones, hormigueante de codicia y desesperación; delirio oficial de una ciudad grande, hecho para perturbar el cerebro del solitario más fuerte.
Entre todo aquel barullo y estruendo trotaba un asno vivamente, arreado por un tipejo que empuñaba el látigo.
Cuando el burro iba a volver la esquina de una acera, un señorito enguantado, charolado, cruelmente acorbatado y aprisionado en un traje nuevo, se inclinó, ceremonioso, ante el humilde animal, y le dijo, quitándose el sombrero: «¡Se lo deseo bueno y feliz!» Volviose después con aire fatuo no sé a qué camaradas suyos, como para rogarles que añadieran aprobación a su contento.
El asno, sin ver al gracioso, siguió corriendo con celo hacia donde le llamaba el deber.
A mí me acometió súbitamente una rabia inconmensurable contra aquel magnífico imbécil, que me pareció concentrar en sí todo el ingenio de Francia.

Continuará... ;)

25 de enero de 2012

Charles Dickens: La pasión de narrar

Muy buen articulo de ADN Cultura, a 200 años del nacimiento de Charles Dickens.
Saludos!

Comenzó a escribir a los veinte años, después de haber vivido una infancia extremadamente dura; fue el novelista más popular de su tiempo y todavía hoy, dos siglos después de su nacimiento, mantiene su vigencia.
Arnold Hauser lo definió como "uno de los escritores de mayor éxito de todos los tiempos y quizá el gran escritor más popular de la Edad Moderna". A 200 años del nacimiento de Charles Dickens, más allá de un juicio tan contundente, tenemos ante nosotros una vida y una obra que expresan en forma privilegiada las mutaciones sociales producidas por la revolución industrial y, al mismo tiempo, los cambios decisivos en la producción editorial, los hábitos de lectura y el desarrollo de la narrativa.

Mi propia experiencia de consumidor de historias y personajes me interpela acerca de la singularidad dickensiana. Sus héroes, como David Copperfield y Oliver Twist, autobiográficos o no, marcaron con un fuerte sello algunas de mis primeras lecturas, en versiones reducidas para chicos. Después, en la adolescencia, lo busqué y leí en ediciones integrales, por lo general en traducciones no muy competentes; a pesar de abusos descriptivos, oleadas de sentimentalismo y explícita intención moralista, puedo decir que no me aburrí. Y aunque hace años que lo releo sólo ocasionalmente, debo confesar que sus historias me han quedado fijadas y que esos mismos personajes que frecuenté en el pasado me siguen atrayendo sin remedio. Ahora -suele ocurrir- con su adaptación correspondiente, aunque sin perder su humanidad a veces caricaturesca, desde las pantallas del cine o la televisión.

Charles Dickens nació en Landport (Portsmouth), al sudoeste de Londres, el 7 de febrero de 1812. Se crió en un hogar de modestos recursos: su padre era un empleado de poca jerarquía en el departamento de contabilidad de la Marina. Por fuerza y voluntad propia fue autodidacto; no recibió educación formal hasta los 9 años.

Uno de los episodios más tristes de su infancia fue el encarcelamiento del padre, enjuiciado por fraude y deudas; aunque el período de prisión no fue largo y la familia pudo convivir en la cárcel con el detenido (tal como se autorizaba en aquella época), los hechos dejaron profunda huella en el futuro escritor, que los utilizaría, en forma lateral o directa, en varias de sus novelas (por ejemplo, en La pequeña Dorrit ). También resultó una dolorosa experiencia, cuando tenía 12 años, su trabajo poco menos que esclavo en una fábrica de betún para zapatos; le serviría de punta de lanza para sus denuncias posteriores contra el trabajo infantil, permitido a comienzos de la era victoriana.

La familia se mudó varias veces, hasta recalar, finalmente, en Londres. La gran ciudad sería el escenario de su aprendizaje y de su escritura. Talentoso y precoz, trabajó a los 15 años en un bufete de abogados; en seguida, se destacó como taquígrafo judicial y cronista parlamentario. Leyó a sus contemporáneos y a los novelistas ingleses del pasado, como Daniel Defoe, Tobias Smollett,Jane Austen y su favorito Henry Fielding,el autor de Tom Jones .

A partir de 1833 empezó a publicar, en distintas revistas, bocetos y cuadros de costumbres londinenses, que reuniría en su primer libro, Bocetos de Boz (1835). Su situación económica mejoró rápidamente. En 1836 se casó conCatherine Thompson Hogarth, que en 14 años le daría 10 hijos. A algunos de éstos les puso nombres de escritores compatriotas, como Walter Landor, AlfredTennyson, su amado Henry Fielding y Edward Bulwer Lytton.

Como novelista -sería en adelante su oficio central y la causa de su fulminante popularidad-, Dickens debió someterse al mandato editorial de la época: a partir de 1820, la publicación de los libros por entregas, en revistas habitualmente mensuales, con la consiguiente repercusión en la técnica narrativa, y sus demandas de suspenso, demoras y aceleraciones de la trama, y sorpresas argumentales. Manejó todos estos procedimientos con maestría y les agregó una capacidad de invención y descripción de personajes de inconfundible valor. El público lector se ensanchó: la mensualización equivalía al pago en cuotas actual, accesible a más bolsillos.

Su primera novela, Los papeles dePickwick (1836-37), reveló su don cómico, que en adelante usaría sólo parcialmente. La que siguió, Oliver Twist (1837-38), es uno de sus logros mayores, una poderosa narración social, escrita rudamente y en una cuerda melodramática, pero que convence por su denuncia de la miseria, el significado perverso del dinero, y la explotación de los niños en la Londres de la época.

Con sólo 26 años, ya era uno de los escritores ingleses más prestigiosos. Lo confirmó con novelas como NicholasNickleby (1839-40) y Almacén de antigüedades (1840-41), y con el Cuento de Navidad (1843), donde asistimos a la humanización de Scrooge, un empresario avaro y egoísta. David Copperfield (1849-50), otra de sus grandes obras, es una típica novela de iniciación, que traza el itinerario vital de un joven -en más de un sentido, él mismo- que encontrará la felicidad y la paz sólo después de duras pruebas. El personaje del campechano Micawber, en el que hay ecos del padre del escritor, acentúa el carácter autobiográfico de la novela. Casa desolada (1852-1853), para algunos críticos, como G. K. Chesterton, la mejor novela del autor, descansa sobre todo en el complejo (y moderno) carácter de su protagonista, Esther Summerson.

Pertenecen al último período de CharlesDickens La pequeña Dorrit (1857-1858), Historia de dos ciudades (1859) y, muy especialmente, Grandes esperanzas (1860), con personajes memorables como el protagonista, Pip, otra vez un joven de origen pobre, y la aristocrática y enclaustrada Mrs. Havisham.

En 1858 el escritor abandonó a su mujer para acercarse a su nuevo amor, la actriz Ellen Ternan. El escándalo, en la melindrosa sociedad victoriana, no podía menos que estallar; Dickens quiso justificarse alegando insania de su esposa.

Él mismo había querido ser actor de joven, pero esa vocación se frustró. Lo compensó con las giras de lectura de sus últimos años, que tuvieron gran éxito y le reportaron mucho dinero, sobre todo en los Estados Unidos. Se presentaba, en esas giras, ante grandes auditorios que pagaban su entrada, y leía fragmentos de sus obras, impostando la voz para interpretar a los diversos personajes.

Charles Dickens murió el 9 de junio de 1870, en Gad's Hill Place, de un derrame cerebral. Dejó sin terminar su última novela, El misterio de Edwin Drood . Fue enterrado en la Abadía de Westminster, a pesar de haber pedido, como última voluntad, un sepelio más modesto. La más completa de sus biografías, en la que se marcan con claridad la doble vida, los silencios y las evidencias de un victoriano, es la de PeterAckroyd (1990), con más de mil páginas de investigación exhaustiva.

La consideración de la obra de Dickensha sufrido pronunciados altibajos a lo largo del tiempo. A su glorificación en vida sucedieron juicios más moderados en las postrimerías del siglo XIX, hasta llegar a la reacción antivictoriana posterior, que lo condenó por "demagógico y vulgar", descuidado en el estilo y la composición de sus narraciones, y creador de caricaturas más que de personajes coherentes. Por tales motivos, se lo quitó (momentáneamente) del panteón de los grandes narradores de su siglo, como Dostoievski, Tolstói, Balzac y Flaubert. Sin embargo, más cerca de nuestra época, se han recuperado sus méritos y, sobre todo, se le ha brindado una mejor comprensión.

Dickens es, para empezar, el gran cronista de las transformaciones sociales producidas por la revolución industrial, con su secuela de nuevos marcos familiares, modos inéditos de ganarse la vida, y cambios forzados de residencia. Compárense, sólo como ejercicio intelectual, las novelas dickensianas con las obras del mismo género de la hoy repopularizada (por las series televisivas) Jane Austen (1775-1817). Se verá cómo unas pocas décadas de diferencia pueden modificar, no sólo el diseño genético de dos escritores, sino también el gusto y la cantidad de sus lectores.

Mientras que la autora de Orgullo y prejuicio se asienta en el mundo de la mediana burguesía agraria, claramente preindustrial a pesar de la inminente llegada de los nuevos telares y enseres mecánicos, Dickens lo hace en la sociedad urbana que se industrializa, con sus correlatos humanos de administradores, prestamistas y niños esclavos. Austen,cronista de estilo cuidado, describe la todavía armoniosa campiña inglesa; Dickens, con escritura torrencial, se convierte en fotógrafo crítico de la nueva Londres, fascinante e injusta. Ambos son, como escritores, conservadores y progresistas a la vez: aunque los protagonistas de sus novelas -casi siempre femeninos en Austen, casi siempre (aunque no siempre) masculinos enDickens- suelen terminar casándose felizmente, queda en esos textos un residuo de rebeldía: el de una sutil defensa del destino de la mujer, en Austen; el de una invicta indignación ante la injusticia, en Dickens. En su momento Virginia Woolf reivindicó a Austen, a costa de Dickens: atribuyó a aquella un sentido de la forma que este último no tendría. Se trata de una discutible suposición.

No puedo sostenerla después de haber revisitado las novelas de Dickens que preferí y que sobreviven en mi recuerdo: David Copperfield , Casa desolada , La pequeña Dorrit y Grandes esperanzas . Dos hombres y dos mujeres. David y Pip. Esther y Dorrit. Quizá no sean un prodigio de forma, pero en su forma hay una respiración humana que de todos modos la habilita. Los cuadros de vida, el horror y la comicidad que describe Dickens pueden convivir con la inteligencia y la moderación de Austen.

En un comentario escrito en 1912, Bernard Shaw afirmó que "la indignación que Dickens promovió se ha difundido y profundizado hasta tornarse un convencido rechazo de toda la estructura industrial del mundo moderno". Lo cierto es que fue fiel a las ideas que había abrazado en su juventud, entre ellas la denuncia de la ya citada explotación fabril y callejera de menores de edad, el señalamiento de la corrupción judicial, y el cerrado repudio de los ajusticiamientos públicos, abolición que pudo ver cumplida en 1868. Como escritor fue un narrador apasionado, un inagotable creador de personajes perdurables, muchos de los cuales son innegablemente grotescos. Pero, según diceHarold Bloom: "habría que mirar a nuestro alrededor".

Fin