10 de septiembre de 2012

Entrevista / María Teresa Andruetto

La escritora argentina, que recibirá en Londres el premio Hans Christian Andersen, el más importante de la literatura para niños, habla aquí de su voluntad de escribir sin predeterminar la edad de sus lectores.
María Teresa Andruetto vive en un pueblo de Córdoba, junto a un bosquecito de algarrobos y espinillos. Tiene una huerta y algunos animales domésticos. Cuando se le pregunta si este entorno es importante para su escritura, responde que no, que es importante para su vida. En marzo de este año el jurado del premio Hans Christian Andersen destacó su capacidad para crear libros sensibles, profundos y poéticos, fuertemente centrados en la estética, y le otorgó uno de los reconocimientos más importantes que puede recibir un autor cuya obra haya enriquecido la literatura infantil y juvenil. La escritora recibirá el premio en Londres, mañana.


"Siempre luché contra los encasillamientos", dice esta narradora que se ha dedicado a escribir sin fijarse en la edad de sus lectores; que publicó en colecciones para adultos, jóvenes y niños; que no cree en la literatura compartimentada y considera que muchos de sus libros pueden ser leídos indistintamente por jóvenes y adultos. "He tenido una ambición de escritura total, en el sentido de explorar en distintos géneros, en distintas zonas de lectores. Mi búsqueda ha roto mis propios encasillamientos", afirma. Su obra habla de la construcción de la identidad individual y social, de las secuelas de la dictadura, del universo femenino, de los migrantes y del desarraigo, entre otros temas. Algunos de sus títulos para niños y jóvenes más destacados son El incendio (distinguido por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina), Veladuras (recomendado por el Banco del Libro de Caracas) y Stefano (Mención Especial White Ravens). Entre su obra para adultos figura Lengua madre (finalista del Premio Rómulo Gallegos), La mujer en cuestión (Premio Fondo Nacional de las Artes) y Tama (Premio Municipal Luis de Tejeda). Ha publicado en las editoriales más importantes y también en pequeños sellos independientes.
-Alguna vez dijiste que escribir es un modo de mirar muy intenso. ¿Cuáles son los temas que miraste?
-Son muchos. Casi siempre tienen que ver con las mujeres, con un deseo de comprender la subjetividad femenina, la mía y la de otras, sobre todo la diversidad que puede tener.

-En tus novelas suelen aparecer los viajes, las familias separadas por la distancia y la construcción de la identidad.
-Sí. Creo que todo converge. Yo he entendido la escritura como un camino de conocimiento. Cada libro por el que he transitado ha sido un camino de conocimiento de un modo de ser y estar en el mundo de un personaje, de un narrador y demás. Me ha aparecido mucho la relación entre madre e hija. Son cosas que yo veo hoy, a la distancia, que se han repetido.
-En Veladuras construís una voz del norte, de una joven que habla de su pasado familiar.
-Es una metaforización de un lenguaje del noroeste, que no es exactamente el lenguaje de La Rioja o de Jujuy. A mí me apareció una voz, escuché una frase.
-¿Cuál fue esa frase?
-La primera del libro. Escuché en mí una voz que decía esas primeras dos líneas del libro. Eso me ha pasado mucho con los poemas. Imágenes que me interrogan, me aparecen todo el tiempo. Algunas se van perdiendo, otras se quedan. Antes yo las perseguía un poco. Tengo cuadernos donde las anotaba para no perderlas. Lo que pasó fue que, como son muchas, he terminado escribiendo sobre las que se quedan. Pienso que por algo se me quedan, porque después descubro que eso que escribo tiene algo que ver con mi historia. Y en el caso de Veladuras , el origen, muy alejado del proceso de escritura, fue una persona que necesitaba hacerme algunas preguntas sobre Stefano por un trabajo para la universidad. Nos citamos en un bar en Córdoba. Nos vimos esa sola vez. Hablamos un poco de mi libro y después ella me contó de su papá. Sentía por su padre una fascinación adolescente, y a su madre le reprochaba que él no había podido realizarse porque ella no lo había comprendido. Había una idea de un triángulo amoroso también, o algo así, o es lo que me quedó. No sé exactamente porque después yo fui fabulando en torno a eso a lo largo del tiempo. Yo tenía a mis hijas adolescentes, algo de eso evidentemente resonó ahí, en ese momento de la adolescencia en que la hija ama y defiende al padre contra la madre para poder construirse. Algo de eso resonó por mucho tiempo. Lo que no tenía era cómo contarlo. Yo no empiezo a escribir si no tengo el narrador. La escritura es el lento proceso de escucha de lo que ese narrador puede decir.
-¿Dónde escribís?
-Yo me aquerencio con un lugar, donde visualizo la escritura es ahí. Lo que más me gusta es escribir en casa, en mi escritorio, en una computadora fija. Hay una rutina que me parece que es buena para mi escritura. Ahora ya es poco el tiempo, tengo una novela suspendida, pero la tengo en mi cabeza, ya sé que la estoy haciendo aunque no escriba una línea desde marzo, cuando anunciaron los resultados del premio, y quizá no escriba más hasta noviembre. Ya de por sí escribo más en el verano. Entonces es cuando hago los borradores. Después pulo en el invierno. No es que esté escribiendo todo el tiempo. Contesto notas, hago una columna, un prólogo para alguien, soy muy activa, pero lo último que escribí de literatura fue en el verano. No me angustia pasar un año sin avanzar con la novela. Ese no ir, el tiempo en que no estoy en eso y después vuelvo, forma parte de mi proceso de escritura. Escribo mucho por capas. Hasta un punto y después a lo mejor lo suspendo.

-¿Cómo es escribir por capas? ¿Corregís mucho?
-Sí, mucho, corregir por supuesto que es algo que se hace por capas. Es el proceso más lindo para mí, me gusta mucho esa cosa más fina, cuando ya lo voy teniendo. Pero las capas son también para la escritura misma. Yo conozco algunos puntos flacos míos. Uno de ellos es mi excesiva demanda de corrección. Corregir antes de tiempo puede abortar un proyecto. Tengo algunas estrategias para que no se me agoten los proyectos por hipercorrección. Porque la corrección es fundamental, pero si viene después.

-¿Cómo es tu día?
-Me levanto, desayunamos y les damos de comer a los animales. Tenemos una huerta, unas ovejas, dos caballos y gallinas. Muchas veces camino una hora, después vengo y abro la máquina, porque ya estoy sola en la casa. Entro a leer los mails, respondo? Lo que hacemos todos. Ahora contesto notas o le mando alguna cosa a alguien que me pide, preparo mi columna, dirijo una colección de narradoras... Una vez por mes hago una entrada para un blog de narradoras, y los deberes que tengo que me ordenan. El tiempo que me queda libre es el de escritura. Yo lo busco y a la vez lo obstaculizo, porque me pongo otras tareas. Todos hacemos lo mismo, ¿no?

-¿A la literatura llegás por la tarde?
-No, si estoy muy entusiasmada, arranco por ahí, porque también eso es algo que aprendí conmigo: que si abro los mails ya soné. Pero en el verano, por ejemplo, hago muchos borradores, avanzo mucho porque baja todo lo otro, porque yo me considero de vacaciones.
-¿Te considerás de vacaciones y por eso escribís más?
-Hasta hace pocos años, cuando tenía que llenar un papel con mi profesión, ponía "docente". Escribir era mi recreo y mi fiesta. Y aunque ahora todo lo que hago tiene que ver con la escritura y pongo "escritora", porque me invitan como escritora y ya no estoy dando clases, escribir sigue teniendo eso de fiesta, de cosa libre. Por eso nunca vendo trabajos por anticipado, me han ofrecido contratos para terminar cosas en cierta cantidad de tiempo. Pero no, no quiero, no me funciona, me quita el gusto.

-¿Te quita el gusto que te corten tu ritmo?
-No, lo que ocurre es tengo que ver la obra terminada y que me guste para entregársela a alguien. Cuando algo está encargado, no tiene esa emoción, está la cabeza, lo racional; entonces se aleja de lo que yo busco para la escritura. No es que me ponga en moralista, es mi forma, siempre he cuidado mi deseo porque escribir es una de las cosas que más me gusta hacer.
-En El taller de literatura creativa en la escuela, la biblioteca, el club , considerás, junto con Lilia Lardone, que el taller es un espacio en el que los niños pueden encontrar el sitio que les corresponde en el mundo.
-Me parece interesante producir en la escuela un espacio de autoconocimiento y de encuentro con una palabra propia. No se debe confundir con formación de escritores o con un taller privado de adultos adonde va una persona que está escribiendo para revisar sus textos. A veces hay gente que dice: "Mi hijo escribe, ¿cómo hago para que alguien lo publique?". A lo mejor hasta va a una imprenta y lo imprime. Yo pienso en un espacio liberado de todo eso. Un lugar de encuentro con la palabra que un coordinador puede favorecer con ciertas provocaciones y lecturas, de modo que cada uno busque en sí mismo una palabra que no es la que debiera ser, el uso correcto del lenguaje, sino ese sentido más desacatado de las palabras que lo habitan a uno cuando se busca en el interior. Porque un escritor recorre un camino diferente de un profesor de lengua o un investigador de la lengua, incluso de un crítico. Un escritor recorre un espacio más salvaje del lenguaje en la búsqueda de una palabra propia en la que a veces cierta leve incorrección, un desacato de la norma, genera un sentido inesperado y da luz a algo. Es interesante que suceda en la escuela porque esta institución es, todavía y más que nunca, un espacio de democratización del conocimiento, el más democrático que tenemos porque a la escuela vamos todos. Es un lugar que puede achicar la brecha entre los que provienen de hogares no lectores y los que vienen de hogares con libros.
-También decís que el taller rompe el espacio homogeneizador de la clase de lengua.
-La escuela es un espacio muy importante de acceso al conocimiento, pero también es un espacio ordenador de nuestras vidas, de catalogación del saber, en algún punto conservador del lenguaje porque nos enseña a escribir de la forma correcta, a usar el lenguaje de todos, sin lo cual no nos podemos mover en la vida cotidiana. Pero un escritor es alguien que con el lenguaje de todos construye una lengua propia, única, privada. El taller debe estar dentro de la escuela para que todos tengan acceso, pero a la vez lo pienso diferenciado de la clase tradicional, en el sentido de un espacio de ruptura en el encuentro con la palabra. Permite un perfil más salvaje, menos obediente de la palabra, más desacatado del lenguaje, más lleno de grietas por donde entrar en lo propio, y lo permite a la vez en un espacio democrático por el que pasamos todos.
-Algo así contabas recién sobre tu propio proceso de escritura, que una corrección prematura puede abortar tu trabajo.
-Claro. Siempre la lucha entre la pasión y la norma, lo que debiera ser y lo que es, como una especie de relámpago. Porque, ¿qué quiere la escritura? Captar algo de lo fugaz de la vida.

María Teresa Andruetto
Arroyo Cabral, Córdoba, 1954
Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba y ejerció la docencia, además de coordinar talleres de escritura. Publicó narrativa, poesía y teatro para adultos. Su obra literaria para niños y jóvenes incluye, entre otros títulos, La niña, el corazón y la casa (Sudamericana), Stefano (Sudamericana), El caballo de Chuang Tzu (Comunicarte), Trenes (Alfaguara) y El incendio (Ediciones del Eclipse).


Gentileza de Cristina Macjus para LA NACION

5 de septiembre de 2012

Curva peligrosa / Estanislao Zaborowski


Hace cinco años, escribí un pequeño relato no me acuerdo a motivo de que. Cuestión, que lo modifiqué levemente, sin cambiar su sentido, por simple evolución.
Se los dejo a continuación y debajo del mismo el link al cuento original.
Saludos!

Curva peligrosa
Estanislao Zaborowski

Estaba aturdido, mareado, perdido. Estaba confundido, atrapado, rendido. Todo era gris. O negro. No podía distinguirlo bien. Me ardían los ojos. Sin embargo, no los cerraba. Intenté mover el brazo. No pude. Ahora una pierna. No pude. Solo podía pensar. Pero no con claridad. Me sentía envuelto en una realidad difusa y uno no está seguro si está despierto o dormido. No podía asegurar nada de lo que pasaba en mi interior, porque no sé si realmente estaba sucediendo. Intenté buscar evidencia externa. Algo que me indicara si estaba allí. Agudicé mis sentidos. Traté de escuchar algún sonido que me diera alguna pista. En el silencio o emanando de él, percibí un arrastre lejano. Era constante. Inalterable. Era agua. Fluía agua . Sonaba a rio. Agudicé el oído. Por el ruido del caudal me pareció que era un arroyo. Ya tenía un dato. Ahora, intenté prestarle atención a la información que le enviaba el olfato al cerebro. Me di cuenta que percibía diferentes olores. Eran profundos, intensos, conocidos. Algo se quemaba. Chamuscado, pensé. También olía a nafta. Me concentré asegurándome que no adivinaba ningún otro olor. Descarté los sentidos del gusto y del tacto porque nada me aportaban. Solo la visión, el olfato y el oído me daban información. Necesitaba procesarla, unirla y sacar conclusiones. En ese momento, escuché una voz. Lejana pero acercándose. La voz me decía que no me moviera. Ridícula. Voz ridícula, pensé. ¿A donde quería que me vaya si no podía moverme?
Traté de serenarme. Me reproché la elección de viajar al sur en ruta. Otra estupidez fue hacer todo el recorrido sin descansar; a estirar las piernas, a distenderme. El apuro por llegar a ver su tierna sonrisa me hizo cometer este error. Y si algo sabía era cometer errores. Los tenía clasificados por color. Pero el casillero negro aún no estaba cruzado.

La voz en la oscuridad me hizo recordar los años que estuve preso. Esas destempladas noches cuando mi vecino de celda desvariaba en pasados. Tres años de sombra. Un largo período separado de mi hija por un delito que no cometí. Me alivió pensar que cuando saliera de este nudo, podría continuar el viaje para reencontrarme con ella. Eso me reconfortó. Sus ojos azules me dictarían su amor incondicional a pesar del tiempo transcurrido. Imaginé a mi pequeña Sofía corriendo a mi encuentro. Atolondrada, desesperada por verme. ¿Cómo le sentarán sus cinco añitos? Dulces, pensé. Con su ternura a flor de piel. No pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas. Otra vez la voz. Ahora me decía que había tenido un accidente y que la ayuda venía en camino. Intuí que se trataba de una mujer. Por el tono me imaginé una mujer corpulenta de hombros grandes, espalda ancha. Masculina. Quizás una mujer policía.

Mis pensamientos se interrumpieron nuevamente cuando me asaltó un olor penetrante. Tranquilo, pensé. Están en camino. Pronto saldrás de aquí y continuarás el viaje. Sofía te espera. Su sonrisa y aire inquieto te esperan. Escuché sirenas. En un par de horas toda esta pesadilla será historia. Este pesado sueño terminará. Las sirenas se callaron. Escuché voces y corridas. Alguien se acercaba. Por los gritos que provenían de diferentes ángulos pude adivinar que estaban corriendo varias personas hacia mí. Sonreí y finalmente cerré los ojos pensando en la calidez del abrazo de mi hija. Ya podía sentir su roce. Me aferré a ese pensamiento, incluso cuando el mundo me ensordeció. Y lo último que hice fue cruzar un casillero negro.

Fin

El cuento original: Curva peligrosa - Sept´06