25 de agosto de 2006

Nunca hables con extraños



Lo que les dejo a continuación, fué el primer cuento que escribi cuando empecé el taller literario allá por el mes de Abril 2006. Espero que les guste.

Nunca hables con extraños
Por Estanislao Zaborowski

Las puertas de la confitería se abrían de par en par, y por ella salían y entraban clientes constantemente. El aire acondicionado encendido, templaba el ambiente, que sumado al aroma de café recién elaborado, convidaban a pasar un momento ameno.
La pantalla gigante al final del rectángulo salón, se mantenía suspendida en el aire por medio de cables que apenas se podían distinguir. Sin embargo, los clientes no reparaban en ella, parecían absortos en sus propias conversaciones.
Los mozos, como es costumbre en las horas pico, corrían de un lado al otro, llevando consigo cargadas bandejas de servicio de cafetería.
Frente a mí, una pareja de extranjeros conversaba en voz alta, sin darse cuenta que entorpecían mi campo de visión. Detrás de ellos, dos bonitas jóvenes acababan de sentarse.
Una de ellas se quitó el abrigo deslizándoselo por la espalda, mientras que la que se encontraba frente a mi, se acomodaba en la silla de cuero color bordó, que graciosamente combinaba con la bufanda que llevaba puesta.
Ambas eran muy atractivas, de rasgos dulces y modales amables; tal es así, que uno de los mozos que las observaba desde la otra esquina del salón, se llevó por delante una mujer, lo cual le costó una seguidilla de improperios y las risas burlonas de sus compañeros.
Bajé la mirada para concentrarme en mi tarea, debía terminar la narración para el taller de escritura y aún no había podido escribir más de tres renglones.
Llevaba un rato concentrado cuando levanté la cabeza y ví a una señora muy mayor vestida con una túnica aterciopelada y mantos multicolores sobre su espalda, sentada en la mesa junto a las jóvenes que habían llamado mi atención hace algunos minutos.
En ese preciso momento, la mujer levantó la mirada y me miró fijo por unos instantes, a lo que yo respondí de igual manera apenas por unos segundos.
A juzgar por el aspecto, la mujer parecía ser gitana; sus vestiduras, sus gestos, su piel morena curtida por el sol, delataban su origen y cultura.
No obstante, lo que mas me llamó la atención fueron sus ojos, o mas bien su mirada; dulce, penetrante, cargada de historia, como si aquellos ojos quisieran contar las aventuras o desventuras vividas a lo largo de su existencia.
Sus manos también eran llamativas, parecían cargadas de una energía atípica para las mujeres de su edad. Sus dedos eran largos y finos, los movía con agilidad y delicadeza, sin perder en ningún momento el dominio de la situación.
Para mi sorpresa, observé como sobre la mesa se encontraban desparramadas unas cuantas cartas de la baraja española y la mujer las trasladaba de un costado a otro mientras no dejaba de hablar y de pronunciar sórdidas exclamaciones cada vez que sacaba del montículo un nuevo cartón.
Las jóvenes inquietas, seguían curiosas los movimientos de manos y el parloteo incesante de la gitana, como así también los símbolos extraños que esta escribía sobre una servilleta de papel.
Al cabo de unos minutos, luego de que la mujer terminara su escena, una de ellas se llevó ambas manos al rostro y rompió en llanto.
Lloraba y miraba de manera simultánea las notas escritas en la servilleta y a su amiga, mientras que esta última no conseguía calmarla.
La gitana no dejaba de vociferar en un idioma que no podía entender y mas enfáticamente, dibujaba sobre los papeles que se encontraban frente a ella.
La joven con las mejillas coloradas y su cara desdibujada, se levantó de un brinco y se dirigió apresurada en dirección a los baños.
Su amiga la siguió hasta que se internaron casi al mismo tiempo en el recinto destinado a las damas.
Pude notar, como los mozos comentaban entre ellos el acontecimiento y como el resto de la clientela miraba hacia el fondo del salón esperando ver salir a las muchachas.
En ese momento, la gitana en un movimiento envidiablemente atlético, se levantó, recogió varias cosas que se encontraban sobre la mesa y en cuatro rápidos pasos se dirigió hacia la puerta de la confitería.
Nadie se percató del fugaz escape, ni siquiera los mozos, los cuales quedaron sorprendidos al momento que las jóvenes regresaron a su mesa y le preguntaron acerca del paradero de la misteriosa mujer.
De inmediato, solicitaron la cuenta. Una de ellas buscó algo dentro de su cartera, y por sus gestos de desesperación noté que no lo encontraba
La otra joven hizo lo mismo. Frenética, sacudía el interior de su bolso de mano, mientras que su desconcierto e indignación al no encontrar lo que buscaba aumentaba y su enojo fue tal, que golpeó la mesa tanto como pudo, provocando así, que una copa cercana al borde cayera al suelo y se partiera al instante.
Por sus caras, sus movimientos y la nerviosa búsqueda de sus pertenencias, pude adivinar que la gitana las había estafado.
Pagué la cuenta y observando por el rabillo del ojo a las jóvenes discutiendo con el encargado de turno, salí del establecimiento hacia la poca luz que quedaba del día.
Caminé por la estrecha calle pensando como nos afecta de manera susceptible las palabras de un extraño. ¿O será que conocer los detalles de nuestro fallecimiento nos provoca pánico?
De una forma u otra, la tarde había resultado de gran provecho.
Me acerqué a mi abuela que me aguardaba en la esquina y con una sonrisa cómplice nos repartimos el botín.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

JOOOO. Éste lo conozco : P. jeje

Anónimo dijo...

Aunque yo sea una extraña y te esté escribiendo, creo que las descripciones que hacés son muy buenas y el final tiene un giro inteligente.