10 de junio de 2011

Jorge Wagensberg: “La ciencia también cuenta historias”

En lo personal pienso que, El Museo de Ciencia "La Caixa" de Barcelona, es excepcional. Tuve la opoertunidad de visitarlo hace año y medio, lo cierto es que volvería.
Este cientifico además escribió un excelente libro titulado "El gozo intelectual"; se los recomiendo. Saludos


En la habitación 1011 del hotel Castelar de Avenida de Mayo, se aloja un físico que ama las letras y los museos tanto como a los números. La devoción del español Jorge Wagensberg es tal que hace 27 años dirige la colección Metatemas de Tusquets, la misma que año tras año se disputa con la colección Drakontos (Crítica) el título de la colección más importante de libros de ciencia en habla hispana.

“Fue curioso cómo surgió” –hace memoria el catalán, de paso por Buenos Aires, donde dio una charla en el Seminario de Periodismo Científico organizado por la OEA y el Ministerio de Ciencia–: “En su fiesta de cumpleaños de 1983, Beatriz de Moura, la fundadora de la editorial, me preguntó entre copa y copa qué era la entropía. Y, de repente, cuando se lo explicaba en la cocina, me vi rodeado por seis o siete personas que me escuchaban atentamente. ‘¿Por qué no ampliar el círculo de nuestras amistades con una colección?’, pensamos. Y así publicamos ¿Qué es la vida? de Erwin Schrödinger, uno de lo fundadores de la física cuántica a principios del siglo XX y para mí uno de los grandes divulgadores de la ciencia”.

Desde entonces, Metatemas –reconocida por el Alef, el símbolo de los números transinfinitos de Cantor– y el físico español no paran. De hecho, Wagensberg aprovecha su lugar de director para colar entre los 115 títulos que ya tiene la colección, sus reflexiones, aforismos y pensamientos más profundos. Así lo hizo con Ideas sobre la complejidad del mundo, La rebelión de las formas, El gozo intelectual y, entre otros, el pronto a publicarse por estas latitudes, Las raíces triviales de lo fundamental, libros en los que Wagensberg contagia el virus de la curiosidad y se asoma a las fronteras que más que separar unen a las ciencias y al arte.

¿Costó mantenerse todos estos años en el mercado editorial?
Esa fue la sorpresa: la verdad que no. Es un gran error pensar que no hay personas interesadas en las ciencias y las reflexiones de los científicos. Hay muchos mitos, como ese de que cuantas más fórmulas un autor ponga en un libro menos lectores tiene. El libro más vendido en Metatemas es Gödel, Escher, Bach, de Douglas R. Hofstadter que está repleto de ecuaciones. Metatemas es sobre todo una colección de ideas en la que científicos proponen puntos de vista de sus disciplinas para ser usados en otros campos. Es la condición de la interdisciplinariedad tan propia de nuestros días. Y a la vez, es una colección bastante personal: publico lo que me parece interesante. Nuestros principales lectores son sociólogos, arquitectos, biólogos, físicos, es una gran coctelera.

Pero no es sólo una colección de divulgación de científicos para científicos.
No, claro. Es accesible a todo el mundo, como debería ser la ciencia. En eso yo hago una distinción: hay una diferencia entre divulgar y vulgarizar. Divulgar es comunicar la ciencia y vulgarizar consiste en sacrificar el fundamento de un conocimiento para hacerlo comprensible. Yo soy de la idea de que no hace falta extraer rigor para explicar algo.

¿Le sorprenden ciertos vestigios de irracionalidad en las sociedades?
La verdad que no. Que se siga hablando con tanta liviandad en los medios de “milagros” podría considerarse algo atávico. La religión es una manera de controlar la incertidumbre. La ciencia no puede ni demostrar la existencia o la inexistencia de dios. Lo raro en el caso de los mineros chilenos rescatados, en el que los medios hablaron tanto de milagros, es que nadie se haya preguntado por qué dios los puso en primer lugar en esa situación. Más que un milagro su rescate fue una hazaña de la ingeniería.

Usted afirma que las ciencias y la literatura tienen más puntos en común de los que los escritores y los científicos suponen. ¿A qué se refiere?
La ciencia y la literatura son dos maneras diferentes de comprender la realidad. Ambas narran historias. Como el escritor, el científico es un creador. La diferencia está en que la ciencia es una forma de conocimiento que se elabora con la menor ideología posible. La literatura, en cambio, es la forma de conocimiento que más ideología permite. La ciencia intenta barrer de sus contenidos todo lo que huele a creencia, sentimiento y emoción. La ciencia expulsa el yo del creador científico para conseguir la máxima universalidad del conocimiento.

Los científicos no publican sus emociones en sus artículos o papers.
Para desgracia de los historiadores de la ciencia, no. En la mecánica clásica escrita por Newton o en la teoría de la relatividad de Einstein no quedan rastros de las complejas personalidades de los autores. Hay que buscarlas en las cartas. O sea, la ciencia trata de eliminar al narrador, sacrifica al científico; no asoma su nariz entre las leyes y ecuaciones fundamentales de la naturaleza. Por eso, el científico es un creador marginado. La literatura, en cambio, pone al narrador por delante de todo. Lo que digo es que se puede comprender la ciencia desde la literatura y la literatura desde la ciencia. Hay una frontera común. Ambas esferas tienen la capacidad de fecundación mutua. La literatura permite entrar en territorios vedados a la ciencia.

Los matemáticos no se cansan de leer a Borges y los neurocientíficos últimamente reivindican a Proust por su exploración pionera de la memoria y los recuerdos disparados por una madalena.
Eso expone la buena relación que hay entre ciencia y arte. La grandeza de la ciencia está en que puede comprender sin la necesidad de intuir. Nadie intuye la física cuántica porque no se ven directamente los átomos y no hay observadores cuánticos y nadie intuye la relatividad por que no corremos a la velocidad de la luz. En cambio, el arte es al revés: su grandeza está en que puede intuir sin necesidad de comprender. Así, los científicos dan comprensión a los artistas y los artistas dan intuición a los científicos. Dalí, por ejemplo, anticipó los fractales y la cuarta dimensión.

Otro caso es el del escritor Arthur C. Clarke que anticipó la red de satélites.
Exacto. Ciencia y literatura, además, provocan y alimentan el gozo intelectual es decir, aquel gozo ocurre en el momento exacto en el que uno empieza a comprender. El “eureka” de Arquímedes, el “cogito ergo sum” de Descartes, el “¡gotcha!” de Martin Gardner. El gozo intelectual es lo que provoca adicción al conocimiento. Es lo que los científicos, divulgadores y maestros deberían transmitir más que cualquier cosa. Un científico nunca está seguro de si está comprendiendo o cree estar comprendiendo. En cambio, sí distingue cuando está gozando y cuando cree que se está gozando. Un día le pregunté al físico estadounidense Leon Lederman si había sentido este tipo de gozo en sus investigaciones y me contestó: “¡Es mejor que el sexo!”.

O sea, reintroduce el principio de placer. ¿Cómo es ese gozo? ¿Qué se siente?
Son tres. El gozo por estímulo, el gozo por comprender algo nuevo y gozo por la conversación. Un buen profesor es un buen estimulador y los seres humanos estamos hechos para gozar cuando nos estimulan. El científico goza cuando encuentra una contradicción. Es un error de la enseñanza esconder las contradicciones y castigar el error. En ciencias, el error no es una vergüenza sino la herramienta fundamental. Un científico se equivoca todo el día. Es la manera que tiene de avanzar para comprender la realidad.

¿Y el gozo por conversación?
Es un ciclo virtuoso. Conversar en ciencia es observar la naturaleza, conversar con los colegas, reflexionar con uno mismo. Uno de los lugares más importante de los institutos científicos es y debe ser la cafetería. Un científico que no converse con otro científico está perdido. El intercambio de ideas es estimulante. En la escuela se conversa poco. El profesor prefiere que el niño esté callado. Los diarios, los museos, los libros deben estar orientados a crear conversación. Uno saca algo de una película cuando sale del cine y conversa de lo que ha visto con los amigos. El éxito de un museo se mide por los “kilos de conversación” y no por el número de visitantes.

A los dueños de cafeterías les debe gustar lo que está diciendo.
Mire: los momentos más creativos de la humanidad han sido aquellos en los que se dieron las condiciones y los espacios para conversar, comprender, estimular. Por ejemplo, la Florencia del Renacimiento. En la Piazza della Signoria del siglo XVII Galileo inventó la ciencia. Allí grandes genios se cruzaron: Miguel Angel, Leonardo Da Vinci, Botticelli, Maquiavelo. Ese es el secreto: espacios que aumenten la conversación y el estímulo, que la gente se vea y converse. Otro caso es de la Viena de 1920. Con la conversación uno aprende a mirar de otra manera y hacerse preguntas. Mire lo que pasó con Internet: aumentó la masa de la conversación a nivel global. Y eso obliga a comportarse de otra manera y a desarrollar nuevas aptitudes: por ejemplo, la de distinguir lo bueno de lo malo.

Usted creó y dirigió entre 1991 y 2005 el Museo de la Ciencia de la Fundación “la Caixa” de Barcelona. ¿Qué hace a los museos tan especiales?
Un libro, una película, una conferencia no dejan de ser representaciones de la realidad. El museo es la realidad misma. Me apasiona construir museos nuevos. Acá voy a ayudar con uno en el Centro Atómico de Bariloche. Un museo bien hecho te pone al instante en conversación con la realidad. Es complementario a los libros. El museo provoca adicción al conocimiento. Y yo me considero un adicto.

Gentileza Revista Ñ

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