27 de diciembre de 2010

Fabricantes de libros

Los responsables de las editoriales manejan un mercado inmenso; en la Argentina, se venden 75 millones de ejemplares anuales y la facturación está cerca del billón de pesos.

Carlos Barral, uno de los grandes artífices del boom latinoamericano, rechazó Cien años de soledad , de Gabriel García Márquez; H. G. Wells recibió una dura carta de respuesta de parte de un editor al que le había enviado La guerra de los mundos y André Gide, quien hizo a la grandeza de La Nouvelle Revue Fran çaise , rechazó el primer tomo de En busca del tiempo perdido , de Marcel Proust. Pero quizá la más célebre gaffe editorial de todos los tiempos haya sido la de un editor del San Francisco Chronicle , quien le envió una carta a Rudyard Kipling en la que sostenía que el autor de Kim no sabía "usar la lengua inglesa".

Historias similares vivieron J. K. Rowling, la autora de la serie de Harry Potter, cuyo primer manuscrito fue rechazado por diez editoriales, y John Grisham, cuya primera novela, Tiempo de matar , fue rechazada por quince editoriales antes de convertirse en un megaseller con decenas de millones de copias en todo el mundo.

Incluso la ganadora del Premio Nobel, Doris Lessing, en 1981, ya dueña de fama y prestigio por El cuaderno dorado , envió a varias editoriales su nueva novela bajo un seudónimo. El resultado: la obra fue masivamente rechazada y Lessing, tiempo después, acabaría escribiendo sobre el tema e incluso publicaría las notas de rechazo. Su intención: demostrar la tremenda importancia del nombre del autor al momento de tomar una decisión editorial.

Pero ríanse de los editores y de sus fracasos literarios. Mientras tanto, ellos estarán muy ocupados decidiendo cuáles serán las novedades para el año siguiente e impulsando una industria que, sólo en la Argentina, representa 75 millones de ejemplares anuales y un volumen de facturación cercano al billón de pesos, sin contar la venta minorista.

Es una larga trama de amor y de toneladas de papel que involucra a escritores y editores y está interpretada por actores tan diversos que, tal como afirma Daniel Divinsky, sería arriesgado hablar de "un mundo editorial". El e-book , la autoedición, la política agresiva de los grandes grupos y el minucioso rompecabezas de las casas con un catálogo "boutique" forman un mosaico complejo y fascinante al que, curiosamente, pocas veces se le presta atención.

¿Quiénes son los editores? ¿Cómo trabajan? ¿Cómo deciden los títulos que van a publicar? ¿Qué piensan sobre el libro electrónico? ¿Cómo es su relación con los autores? Paradójicamente, en un mundo saturado de libros, no solemos hacernos estas preguntas. Y a pesar de que, en numerosas ocasiones, el editor arriesga su propia vida además de su capital, son los autores quienes se llevan la atención de la crítica y el reconocimiento.

Es que, tal como razona Julio de Diego en un interesante artículo, el mundo editorial no ha despertado el interés del mundo editorial. El editor sigue siendo ese tipo que está parado en las sombras entre el autor y el lector y al que nunca toman las cámaras. Algo de esa indiferencia, si se quiere, ha sido comentada por Henry Hardy, el editor de Isaiah Berlin. Hardy contó, con agria ironía, un episodio en el que su tía le recomendaba que comprara un libro del mismo Berlin que no sólo había editado él, sino que además tenía su nombre en la tapa.

Tom Maschler es otro caso paradigmático. Uno de sus primeros trabajos en la venerable Jonathan Cape, en Londres, fue cruzar el Atlántico para editar el manuscrito final de la última novela de Ernest Hemingway, París era una fiesta , sólo un mes después de su muerte. Años más tarde, Maschler se convirtió en uno de los editores más influyentes entre los años 60 y los 80; y es el tipo que está dándole fuego a John Lennon en una famosa fotografía. El mismo que trabajó con 14 premios Nobel, que llevó la obra de García Márquez al inglés y editó a Joseph Heller y a su amiga personal, Doris Lessing. Sin embargo, para el gran público, ¿quién es Tom Maschler?

Hoy en día, en un mercado local que hasta 2004 estaba dominado en un 85% por 20 firmas (mayormente de capitales extranjeros), en el que el desembarco de los grandes grupos ha sofisticado la manera de tomar decisiones, quizá la profesión haya perdido algo del vértigo de sus años de oro, cuando la Argentina, a consecuencia de la Guerra Civil española, se convirtió en la meca de la edición hispanoamericana. O cuando en los años 70, Sudamericana marcaba el ritmo de las novedades con tiradas de 200 mil ejemplares en primeras ediciones.

Pero también es cierto que asistimos, tal como reconocen desde Guillermo de Urquiza, de Dunken, hasta Pablo Avelluto, de Random House, a un momento de transformaciones "fascinantes" que ha abierto la caja de Pandora del futuro en una industria que, hasta hace poco tiempo, nadie suponía en el umbral de una transformación decisiva.

Hoy, las editoriales temen que, ante el proceso de digitalización, el futuro les depare un lugar similar al de las discográficas, que vieron su negocio mermar dramáticamente ante la aparición de los nuevos formatos digitales. Algo de eso se propuso recientemente Andrew Wylie, el Chacal. Este consagrado esnob neoyorquino, ex adicto a las drogas duras y compinche de Andy Warhol, quien ganó su apodo luego de quedarse con los derechos de Martin Amis tras una puja con una de las mejores amigas del escritor, hizo temblar a Random House al anunciar la apertura comercial (luego frustrada) de su nuevo emprendimiento: Odissey Editions. Una empresa destinada a la venta de libros digitales de muchos de los autores que publican en papel con Random y que hizo poner el grito en el cielo a Markus Dohle, ejecutivo de ese grupo.

El récord de ventas de e-books durante la última Navidad en Estados Unidos, el éxito de dispositivos como el Kindle y la iPad y ásperos roces por los derechos de algunos de los autores más sólidos del mercado demuestran que, en el mundo de la edición, aún no se ha dicho la última palabra.

Divinsky y una Flor de aires independientes
De que Daniel Divinsky posee el olfato más refinado del humor gráfico argentino no cabe ninguna duda. Por lo menos cuando se piensa en los millones de ejemplares vendidos por Quino, Fontanarrosa, Caloi, Liniers, Daniel Paz, Maitena y Nik. "Descubrir nuevos humoristas sigue siendo un hobby mío -cuenta-. Y hay fenómenos que son explosivos, como el de Nik. Realmente, es impresionante la venta. En la historia editorial, salvo cuando aparecía un número nuevo de Mafalda , que podía vender cincuenta mil ejemplares en una semana, no encuentro otros casos. Gaturro 15 , que salió en noviembre de 2009, vendió 20.000 ejemplares en unos veinte días. Hay algo en Gaturro que deberían estudiar los psicopedagogos."

Al frente de Ediciones de la Flor desde hace 44 años, el hombre que proyectó el mercado del humor gráfico a gran escala en la Argentina asegura que hoy en día no se puede hablar de "un negocio editorial", sino de varios distintos, y que el escenario actual se presenta muy distinto del de sus comienzos.

Cuando en 1965 Jorge Álvarez le comunicó a Rodolfo Walsh (que acababa de traducir el libro del inglés) que Daniel ordenaría alfabéticamente las palabras del Diccionario del Diablo , de Ambrose Bierce, el autor de Operación Masacre no imaginó que ese joven abogado sería el guardián de los derechos de su obra. "En los últimos años se vendieron los derechos de Operación Masacre al francés, al alemán y al portugués. Entonces, yo me siento como apoyando la obra de Rodolfo post mortem . Los herederos se benefician con ello y por eso me parece una cosa lindísima", dice Divinsky.

En el presente ve con buenos ojos la aparición de "una cantidad de editoriales chicas y medianas absolutamente profesionales, con las que los dueños se ganan la vida y salen de la necesidad del marketing y de la obligación de producir con un examen de mercado previo". Es que, tal como explica, el proceso de absorción de sellos por grandes grupos editoriales, característico de la década del 90, "se acabó" y el mundo editorial ha comenzado a redemocratizarse.

En cuanto al libro electrónico, uno de los grandes desafíos que afronta la industria, Divinsky piensa que no son un problema para él: "En castellano -afirma- el libro electrónico no representa una amenaza por el momento. Todavía va a haber una buena cantidad de gente que siga leyendo en papel, por lo menos mientras dure mi vida útil como editor. Por ahora, nos quedamos con el libro tradicional, que nos encanta; nos encanta el diseño, los formatos, el contacto físico".

Divinsky, quien confiesa que nunca le interesó la novela histórica y se lamenta de que la ficción nacional "de calidad" haya perdido espacio en el universo editorial, asegura que su olfato ha sido el único guía a la hora de decidir qué publicar: "El olfato es lo único que tenemos a la hora de elegir los libros. Investigación de mercado no sé hacer. La verdad es que nos divertimos bastante en la editorial. Pero siempre a partir de tener un fondo que respalda las apuestas. Es como tener una pilita de fichas y entonces ponemos algunas donde nos parece que va a funcionar".

"La posibilidad de error es muy alta"
Al frente de una de las casas editoriales más grandes de la Argentina y una de las más prestigiosas del mundo de habla hispana, hoy parte del poderoso grupo alemán Bertelsmann, Pablo Avelluto considera que, entre las cualidades que debe tener un editor, las más importantes son el desprejuicio y el entusiasmo."El criterio de lectura de la gente no sigue el criterio de las editoriales -explica-. La gente mezcla, lee de distintas maneras. A veces, comprar un libro puede implicar una adscripción ideológica y, a veces, un mero entretenimiento. La gente también compra muchos libros para regalárselos a otros. Los carriles por los que corre la venta son muy diversos. Y la manera de pensar del editor debe ser completamente desprejuiciada."

Representante de un sello que edita 400 novedades anuales, Avelluto confiesa que el riesgo es uno de los aspectos que más le atraen de su profesión: "En esta industria, a diferencia de otros mundos comerciales, la posibilidad del error es muy alta. Hay muchos libros con los que fracasamos y sólo un puñadito de esos 400 se convierten en grandes éxitos".

Un buen ejemplo del desprejuicio del que Avelluto habla es su lectura del escenario para los libros de investigación periodística en 2011, un género que le ha dado a la casa dos grandes éxitos en 2010 con los trabajos de Ceferino Reato y Juan Bautista Yofre. "2011 será un gran año de libros kirchneristas y de libros antikirchneristas -comenta-. Creo que ya estamos viendo en estas semanas el final del duelo por la muerte de Kirchner. Y creo que vamos a ver muy buenos libros kirchneristas también. Nosotros tenemos algunos buenos proyectos, como el libro de Sandra Russo con Cristina; creo que hay que publicar para todos los públicos."

A pesar de reconocer que aún no han tomado ninguna medida en la filial argentina respecto a la edición y comercialización de libros electrónicos, Avelluto tiene un gran interés por el proceso de digitalización que está atravesando la industria editorial: "Me parece que vamos a ver en los próximos años transformaciones dramáticas pero fascinantes y algunas enormemente positivas. Una industria en la que parecía que el futuro iba a ser similar al pasado se encuentra con que el futuro va a ser diferente. Y ese futuro va a redefinir nuestro trabajo por completo".

Hidalgo, contra la lista de los best sellers
Adriana Hidalgo Solá es, sin duda, una de las damas más elegantes de la literatura argentina. Esa cualidad se nota en cuanto alguien trata con ella. Lo que no se ve tan a primeras es que esa mujer es también una editora de raza. Nieta de uno de los grandes pioneros de la industria cultural en la Argentina, no es exagerado decir que Adriana Hidalgo lleva el oficio en la sangre. Su abuelo fue Pedro García, un inmigrante de familia de libreros que fundó, en 1912, El Ateneo, la librería que llegaría a ser una de las primeras de América en los años 50 y que actualmente está bajo el control del Grupo Ihlsa, dueños también de Tematika y de Yenny. "Tengo una relación con el mundo editorial desde que era muy chica -cuenta-. La librería de la familia era una especie de prolongación de la vida familiar. Así que cuando decidimos vender la editorial y la librería, me decidí a comenzar mi propio emprendimiento."

Como varias otras firmas, la editorial comenzó a operar en 1999, en el umbral de la última crisis económica y social de la Argentina. "Cuando salimos, éramos la única editorial que trataba de recuperar lo independiente. Y lo independiente tiene como característica independencia del Estado, de la necesidad de ser solamente un negocio, e independencia de criterio", dice Fabián Lebenglik, el director editorial de la firma.

Pero hacer una editorial independiente no es sencillo. La única forma de lograrlo, asegura Adriana Hidalgo, es presentar a los autores en un catálogo internacional y negociar los derechos sobre la lengua y no sobre cada país: "Para lograr tener una editorial de estas características, apuntamos al mercado de la lengua, a todos los mercados hispanohablantes. Por eso empezamos a exportar al año que empezamos a editar. Y por eso, siempre compramos derechos para toda la lengua y no sólo para un país, porque es el único modo en que una editorial de estas características puede funcionar".

Con un catálogo ejemplar, en el que se destacan ediciones originales en español de autores como Clarice Lispector, Giorgio Agambem, Jack Kerouac y el Premio Nobel de Literatura 2008, Jean-Marie Le Clézio, la editora asegura que la aburren las listas de best sellers y que le gustaría ver confeccionada una lista de long sellers : "Es muy difícil hacer un ranking de libros, porque ¿cómo se miden? Me resulta un poco aburrido ver las listas de best sellers porque pasan las semanas y están siempre los mismos libros. Debería haber una forma de representar los libros más vendidos, pero no de a miles. Además de la lista de best sellers debería haber una lista de long sellers . Y ahí pienso que podríamos competir mejor".

Djament: el tema es que los libros se vean
"Editamos porque somos amantes de los libros", asegura Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia, la coqueta casa de Palermo que ha vuelto a poner en circulación obras tan importantes como los Cuentos reunidos , de Felisberto Hernández y Sexo y traición en Roberto Arlt , de Oscar Masotta. "La diferencia con los grandes grupos -agrega- es que nuestros libros tienen una temporalidad diferente. En las grandes editoriales se suele pensar la edición con una gran rotación de títulos. Por el contrario, nuestros libros suelen venderse menos en un comienzo pero apuntan a vender sostenidamente en el tiempo y a transformarse en long sellers. "

Por eso, antes que la persecución de novedades, en Eterna Cadencia llevan a cabo con éxito una política de "rescate" de títulos. "Los rescates son títulos que no circulaban desde hace 20 o 30 años y que considerábamos que eran libros que debían volver a estar." Y esos rescates se han vendido muy bien; ejemplos son Introducción a Lacan , de Oscar Masotta, que ya va por su tercera edición y los cuentos de Felisberto, entre otros.

En cuanto al lugar de la ficción local en el mercado, rezagada en volumen de ventas detrás de géneros como los de investigación periodística, espiritualidad o cocina, Leonora asegura que la perdurabilidad de la literatura de calidad, muchas veces, no se agota en la recepción de sus contemporáneos. "Nosotros no creemos que haya que subordinar la literatura a una demanda específica o a un gusto determinado. Hay escritores que vivieron durante mucho tiempo sin encontrarse con su público y luego resultaron ser autores importantísimos; Kafka es un ejemplo. Con lo cual, a mí no me preocupa ese desencuentro en el presente, entre un escritor y sus potenciales lectores", dice.

Uno de los mayores desafíos que enfrenta una editorial como Eterna Cadencia, en su opinión, es lograr que sus libros tengan visibilidad. "Para poder mantener una editorial como ésta, es necesario que los libros tengan buena exposición -señala-. Y eso, que parece una obviedad, no siempre lo es. Muchos libros que salen de las mesas de novedades vuelven inmediatamente a las editoriales porque los libreros no dan abasto con la cantidad de títulos que tienen. Por eso, es un trabajo muy importante hacer que los libros permanezcan en las librerías."

Siete mil autores nuevos, autoeditados
"Somos, en cantidad de títulos, el mayor sello editorial de la Argentina; aunque claro, no en cuanto a niveles de facturación." La afirmación no pertenece a Ignacio Iraola, de Planeta, ni a Pablo Avelluto, de Sudamericana, sino a Guillermo de Urquiza, la cabeza de editorial Dunken, un proyecto que comenzó en 1994 como negocio familiar de librería e imprenta comercial y que actualmente imprime y edita unas 700 novedades al año, además de numerosos trabajos que realiza para la Academia de Letras, la Academia de Historia, la de Medicina y la Universidad Católica, entre otras entidades.

Muchos ven con recelo el mecanismo de la autoedición, que aplica Dunken: los autores se hacen cargo de los costos de impresión. Algunos afirman que se trata de un mero proyecto de lucro que rebaja los estándares mínimos de calidad para la publicación, pero De Urquiza asegura que su editorial apunta a democratizar la posibilidad de expresión a través del libro: "Yo pienso que la edición es expresión y no me parece que pueda ser negativa. La autoedición es la pluralidad en su mayor exponente. Los prejuicios los siento del lado del gremio, de los editores y de cierto sector del periodismo que desprecian la autoedición. Pero creo que no se están preguntando por el fenómeno. ¿Por qué escribe la gente común? ¿Por qué quiere publicar? Me parece que los que nos critican se están quedando con la cáscara del tema".

Una de las claves del crecimiento de Dunken ha sido innovar en las tiradas de 200 ejemplares, algo que hoy es común, pero que no era fácil de lograr en los comienzos. "En 1994 fue todo un desafío hacer 200 ejemplares -recuerda-. Hubo que adaptar la maquinaria de imprenta, que estaba preparada para hacer miles de ejemplares, y, sobre todo, lo que es a color. A veces, hacer una tapa te salía más caro que hacer todo el libro. Pero la tecnología ha abaratado los costos y hoy imprimir es más accesible que entonces. Además, lo que antes se hacía en seis horas ahora se hace en una."

El hombre que está detrás del sello que ha publicado a más de 7000 autores noveles y que ha revolucionado la industria de la autoedición local dice que ve con buenos ojos el avance del libro electrónico, aunque asegura que, por el momento, el libro en papel goza de buena salud. "Es un cambio importante para toda la industria y alguien se va a perjudicar en ese esquema. Pero, en la práctica, no hay demanda de eso. Ni de editar ni de comprar. Hay que mirar la evolución del e-book y es notable que en los últimos diez años ha bajado su producción en el país. Incluso los CD se editan mucho más. Pero no hay que renegar porque, evidentemente, por ahí viene el futuro", dice.

"Difícil que el escritor viva de sus libros"
"Publicamos no más de 40 libros al año, de los cuales cinco o seis son libros españoles que se imprimen acá. La razón por la que no publicamos más es que tratamos de ocuparnos de los libros no sólo en el mes que salen. Y cuando vos tenés diez novedades por mes, eso no es tan factible. Pero cuando tenés menos libros, estás obligado a ocuparte de ellos porque ésos son los libros que podés vender", dice Fernando Fagnani, editor y gerente de Edhasa, la tradicional casa española que desde 2003 tiene filial en la Argentina.

Al frente del sello, que posee derechos en español sobre nombres como Thomas Mann, J. D. Sallinger, John Dos Passos, Virginia Woolf, Henry Miller y Edgar Allan Poe, Fagnani pondera la importancia de las ventas "más silenciosas", de fondo: "Fuera de lo que son las novedades, tenemos una venta que no se nota tanto, pero que es muy importante -explica-. Es una base muy sólida de autores clásicos que nos permite hacer una editorial en la Argentina con esta cantidad de libros".

Fagnani lamenta que, pese a que en 2010 se ha registrado un aumento de ventas respecto al año anterior, el libro haya quedado fuera del auge de consumo registrado en rubros como los electrodomésticos y artículos de electrónica. "Por su naturaleza, el libro no se beneficia tanto de este boom del consumo que hay hoy, muy apalancado sobre cuotas y descuentos. En principio, porque tiene precio fijo y no se lo puede rebajar. Y, en segundo lugar, porque más allá de que vos puedas ir a una librería y pedirle que te haga seis cuotas, no es la forma en que el libro se vende", dice.

Fagnani asegura que la posibilidad de que un escritor argentino logre vivir de la venta de sus libros es remota: "Eso depende del mercado y del Estado. Mercado no hay. Quiero decir, no lo hay para que un escritor sospeche que pueda vender 35 mil ejemplares de su libro. Y eso implica, después, dar conferencias, becas y demás. Porque no se trata sólo de los libros que vendés, sino del abanico que se te abre a partir de los libros que vendés. Y eso acá no pasa". Esa circunstancia, afirma, ha acabado por tallar un perfil de escritor en el Río de la Plata: "La verdad es que eso termina generando un tipo de escritor, que es el escritor argentino, que se configura en los márgenes del mercado porque efectivamente no hay un mercado para él. Sobrevive traduciendo, dando clases o escribiendo por dinero. Pero es una situación, en el peor de los casos, signada por una fuerte precariedad".

Iraola y el extendido drama de la piratería
Para Ignacio Iraola, director editorial de Planeta Argentina, el libro pirata representa un problema mucho más inmediato que el libro electrónico. "Todos los libros de punta, todos los libros que están en los listados de mayor venta, están pirateados -advierte-. Los ves en quioscos, en la calle, en Parque Rivadavia, y hay pocas herramientas para combatir eso. La legislación no te ayuda. Hemos hecho varias denuncias y estamos trabajando en los juzgados, pero estamos bastante solos."

Luego de una exitosa carrera en la casa que hoy lo tiene como director editorial, el hombre que se siente orgulloso de haber estado detrás de algunos de los grandes éxitos de los últimos años, como El Dueño , de Luis Majul; Comer y pasarla bien , de Narda Lepes; El combustible espiritual , de Ari Paluch y Los mitos de la historia argentina , de Felipe Pigna, no duda al momento de definir su actividad: "Yo no soy tonto y puede sonar muy romántico el tema de una dirección editorial. Pero también tenés la responsabilidad de hacerte cargo de que esto es una empresa en la que hay cien empleados y no quiero que haya despidos. Por lo cual, nuestra manera de publicar está orientada a lo comercial un ciento por ciento".

Esa orientación y esa responsabilidad, asegura, le han traído también algunos sinsabores de parte de algunos de sus colegas: "Noto mucho prejuicio. Yo no sé cuál es el paladar negro. Yo trato de ir más cerca de lo que es el gusto de la gente. Siento un prejuicio hacia Planeta, como siento un prejuicio hacia Sudamericana, como siento un prejuicio hacia Alfaguara. Como si fuera un pecado publicar cosas comerciales. Y es un prejuicio bastante pesadito".

A pesar de haber publicado algunos de los más exitosos libros de investigación periodística de los últimos años, como El Dueño de Majul y Los secretos de la valija , de Hugo Alconada Mon, Iraola reconoce que nunca han recibido presiones de parte del Gobierno. "Hemos publicado varios libros que tienen que ver con cosas del gobierno nacional y, la verdad, como editores, publicamos en total libertad. No sé cómo sería antes, pero la verdad es que hoy yo no siento presión por publicar un libro contra el gobierno", dice.

Iraola no duda en afirmar que el mercado editorial argentino goza de buena salud. Sin embargo, advierte que el desafío de los próximos años pasará por la captación de nuevos lectores. "La mayoría ve el libro como una cosa lejana, compleja -opina-. Eso tiene que ver con cómo les vendimos a la gente y a los pibes lo que era un libro. No les estamos diciendo a los chicos de 13 años que en un libro hay una gran carga de divertimento. Entonces, y más allá del éxito de cierta literatura orientada a los adolescentes, no se van generando nuevos lectores. Y ahí, me parece, está el embudo del mercado editorial."

"Producimos más de lo que se puede leer..."
Al igual que muchos de sus colegas, Luz Henriquez, directora editorial de El Ateneo, piensa que el mercado editorial argentino está saturado de títulos. "Estamos produciendo más de lo que se puede leer -afirma-. Y eso tiene que ver con la centralización de las editoriales en grandes grupos. Éstos tienen un volumen de facturación muy importante, que se distribuye como si fuera una pirámide. En la parte alta, están los libros que son los seguros y en la baja, los que te dan presencia en el punto de venta. Y con libros se hace el espacio."

El tema, piensa, va a transformarse en una situación crítica si no se invierte ese proceso en los próximos años: "El problema es grave. El librero no puede seguir recibiendo y administrando la cantidad de libros que tiene, porque en las librerías no caben las novedades que llegan. Entonces se produce un cuello de botella que implica que algunos libros que interesa que estén no se pueden poner en las librerías. Alguien va a tener que parar. Pero todavía no se sabe quién".

Tal como alguna vez afirmó Esther Tusquets, Henriquez, que cuenta con una sólida trayectoria en el mundo editorial, asegura que existe una relación entre la tarea del editor y el juego por apuestas: "En el fondo, nosotros somos un poquito jugadores, porque apostamos a un contenido que pensamos que va a funcionar. Desde luego que hay un montón de variables que te ayudan a tomar tu decisión; mercado, tendencias internacionales, el autor... Uno debe ser muy honesto y, cuando ve un texto apto para su sello editorial, debe apostar por él". En esa dinámica, asegura, el editor siempre tiene que conservar la sangre fría respecto a las apuestas que no han sido afortunadas: "Uno debe ser muy cabeza dura y pensar que el libro que no funciona lo tienes que matar. Primero, porque el costo de almacenamiento es muy alto. Hay editoriales que lo sacan al año si el libro no funcionó, otras que lo dejan un poco más. Pero hoy en día, luego de un año o un año y medio, uno tiene a ciencia cierta el convencimiento de si el libro anduvo bien o no".

La mujer que le cambió la cara a la venerable El Ateneo, propiedad del Grupo Ilhsa, cuenta que el long seller estrella de la casa, con más de 100 mil ejemplares vendidos cada año, es Mi planta de naranja lima , libro recomendado en el ciclo educativo, y que, en la actualidad, el sello se ha volcado a la edición del libro ilustrado, tanto para niños como para adultos. "En el libro blanco y negro, la competencia es brutal. Por eso, más vale centrarse en libros de ese tipo", dice

Gentileza ADN Cultura

23 de diciembre de 2010

La cabeza de mi padre / Narrado por Alberto Laiseca

Del reconocido escritor rosarino, les dejo este excelente cuento de su propia autoría. Saludos!

17 de diciembre de 2010

"Uso la ficción para ajustar cuentas" / Carmen Posadas

Les dejo la entrevista realizada por el semanario español, a la escritora uruguaya, que recientemente publicó "Invitación a un asesinato" Saludos!

Dice que no es rencorosa, pero disfruta «asesinando» en sus libros a quienes le han hecho daño en la vida real. Cometido el crimen, da el caso por zanjado y «tan amigos». Carmen Posadas publica nueva novela y nos recibe en su casa. Le retamos a que adivine quién es el asesino y, de paso, a quién se despacha -literariamente- la escritora.

El punto de partida promete.
Para figurar en la lista de invitados, es necesario ser capaz de matar. Así elige Olivia Uriarte entre su círculo de «amigos» a quienes la acompañarán a navegar en el lujoso yate de su ex marido. Los ocho elegidos tienen poderosas razones para odiarla y, quizá también, para desear su muerte; pero sólo uno dará el paso. La autora de esta misteriosa e inquietante trama, Invitación a un asesinato (Editorial Planeta), no es otra que la escritora Carmen Posadas, quien ya arrasa en las librerías desde que en 1995 publicó Cinco moscas azules y dos años después ganó el premio Planeta con Pequeñas infamias. Estupenda a sus 57 años confesos «prefiero que digan que qué bien estoy para mi edad que quitarme años y que piensen que estoy hecha polvo para 48», nos adentramos con ella en un complejo mundo de odios, amores, despechos y glamour, mucho glamour.

Se habrá quedado a gusto, ¡menuda forma de jugar con el lector a descubrir al asesino!
Sí, me he divertido mucho. Yo quería hacer una novela de amor, lujo y asesinatos, y me apetecía partir de una idea un poco estrambótica: que alguien convoque a sus propios asesinos.

Y, a la vez, aprovecha para darnos una lección magistral de filosofía de la seducción, eso que usted maneja tan bien.
Yo siempre hago novelas que tengan dos niveles de lectura: si alguien quiere simplemente pasar un buen rato y averiguar quién es el asesino, la puede leer así; y, a la vez, si alguien quiere reflexionar un poco más, porque se trate de un lector más cómplice, más avezado, le meto algo más de profundidad, pero sin dar la lata demasiado, ¡eh!

Insisto: la tengo por una experta seductora.
La seducción es muy divertida, ¿no? Pero, ¡uy!, la teoría me la sé toda, pero la práctica... [risas]. Al final, no te creas que me sale tan bien, pero yo lo intento.

He de decirle que una vez me dio un consejo para seducir al contrario, lo probé y funcionó. Lo uso casi siempre que necesito bajar la guardia de mis entrevistados.
¡Ya sé cuál es! ¡El del halago! Con los hombres funciona siempre; con las mujeres, casi nunca, ¿verdad? Se trata de destacar la virtud menos apreciada de tu interlocutor y de poner cara de que todo lo que te dice es absolutamente fantástico y fascinante, aunque se trate de una obviedad como la copa de un pino [risas]. Los hombres son muy vanidosos y no falla.

La protagonista de la novela, rubia y estupenda, recurre a las lágrimas cuando quiere salirse con la suya. ¿Esto sigue funcionando?
Sí, eso sé que funciona divinamente, pero nunca he conseguido usarlo, porque yo, para mi desgracia, soy una leo extraordinariamente orgullosa. Tengo un orgullo demoniaco que, además, no controlo. Así que, cuando me hacen una faena, en vez de llorar, que es mucho más útil, me pongo como una pantera.

¿Ha probado con otro orgulloso al lado?
Noooo, nunca he tenido un orgulloso al lado. Saltarían chispas.

Está claro que no se ha andado con chiquitas: esta novela,que es muy británica, empieza recordando a Los diez negritos, de Agatha Christie, y termina con una buena dosis de Rebecca, de Hitchcock.
¡Te has dado cuenta! Me alegro porque quería hacer un homenaje a los clásicos del género policiaco, frente a toda esta novela nórdica que se ha puesto hoy un poco de moda. Como yo soy muy lectora de las de toda la vida, me divertía probar. Es verdad que la novela es muy británica, pero yo no quería que fuese exactamente Agatha Christie porque me apetecía mucho meter también a Hitchcock a la hora de resolver la trama.

Es curioso cómo mezcla el suspense con el sentido del humor, hace una caricatura de todo cuanto describe.
Yo siempre pongo sentido del humor en todo lo que escribo porque, como decía Evelyn Waugh, el autor de Retorno a Brideshead, «la única manera de hablar de las cosas serias es hablar en broma». Si te fijas, en mi novela pasan cosas muy tremendas: se está hablando de adopciones, de devolución de niños, me quedé espeluznada de la cantidad de gente que devuelve niños adoptados, de inmigración...

Siempre que una escritora publica su última novela, el lector juega a descubrir cuánto ha puesto esta vez de ella misma. Olivia, la hermana guapa, glamurosa y famosa, ¿tiene mucho que ver con Carmen Posadas?
Es verdad lo que dices, pero yo soy más bien Ágata y te lo voy a contar porque éste es el trauma de mi vida. Yo, de pequeña, era la hermana fea entre dos hermanas rubias, de ojos verdes y monísimas, que, además, cantaban canciones y contaban unos chistes graciosísimos y yo no sabía contar nada.

¡Menudo topicazo! El de la señora imponente que trata de convencernos de que, de pequeña, era un manojo de complejos. Esperaba algo más imaginativo.
[Se ríe] ¡Pues en mi caso es verdad! Para que te hagas una idea, te contaré que, cuando yo nací, cuentan que era una bola negra con ojos y, literalmente, con pelos hasta en las orejas... Era tan gorda y tan renegrida que, en el nido, me llamaban, la madre abadesa.

Pues está claro que la naturaleza, después, hizo milagros.
Yo estoy muy agradecida a que haya sido así, porque si de pequeña llego a ser rubia, monísima y de ojos verdes, a lo mejor no hubiera hecho ningún esfuerzo en la vida y me hubiera dedicado a jugar al golf o algo así.

Tampoco estoy ante una perfecta manipuladora, como lo es su protagonista, ¿no?
No, lo de manipular se me da muy mal. Pero he descubierto que se puede mentir mucho sin decir una sola mentira; es decir, engañar con la verdad.

Cuando alguien escribe una novela, es frecuente que, aprovechando la ficción, se despache a gusto contra alguien que le hizo mucho daño...
Así es, y ahí queda la crítica hecha y nadie se ofende. ¡Está muy bien!

Por eso ahora me viene a la memoria Cinco moscas azules, que fue su particular ajuste de cuentas con un director de periódico que a su marido...
[Me interrumpe] ¡Exacto! Así fue totalmente [ríe].

Y, luego, con el tiempo, las cosas cambian y...
Sí, claro; yo no soy nada rencorosa. Hacer un ajuste de cuentas de la mano de la literatura es muy liberador. Así, la próxima vez que me encuentro con esa persona a la que he « asesinado», ya me he desahogado y lo doy todo por pasado. Me despaché a gusto, dije lo que quería y... ¡ya pasó! Ahora, tan amigos... [risas].

Contra la jet set, en cambio, sigue arremetiendo.
Pero no porque me caigan mal. Los encuentro muy divertidos y tienen unas actitudes muy pintorescas que dan mucho juego.

Cierta prensa del corazón es otra cosa, ¿no?
Por suerte conseguí salirme de ese famoseo horripilante que ahora ha llegado al esperpento. A mí ya no me persiguen, cosa que agradezco mucho.

¿Será porque no cambia mucho de novio?
Claro, claro, seguro que es porque no le doy muchos cuartos al pregonero.

Por cierto, ¿de dónde se ha sacado esa teoría que cuenta en el libro sobre «el vértigo al gatillazo»?
Después de un gatillazo caben dos reacciones: o tienen incontinencia verbal o no dicen ni mu [risas].

¿Esto se lo han contado o lo sabe por experiencia...?
¡Buenoooo!, tampoco voy a personalizar, pero yo creo que funciona así, sí.

¿El crimen une mucho?
Sí, claro, pero sólo cuando las dos personas están igualmente involucradas. Compartir la parte oscura o un pecado inconfesable es un lazo muy fuerte.

¿Nunca se ha planteado escribir una novela de políticos? Porque supongo que, en la etapa en la que estuvo casada con Mariano Rubio, conocería a muchos.
No me atraen. El mundo de los políticos no me interesa nada. Ni siquiera tienen un componente fundamental para un personaje: la vena maquiavélica.

Pues a Zapatero lo llaman «el Maquiavelo de León».
¡Eso es un chiste! Para mí no tiene ningún atractivo por ningún lado. El único que tiene un poco esa vena maquiavélica es Rubalcaba. Para un novio no es lo ideal, claro; pero un político debe tener cierto componente maquiavélico y, entre los actuales, no me parece que haya nadie que tenga una gran talla. Quizá porque no me interesa mucho la política.

Pero estuvo casada con el gobernador del Banco de España...
Sí, pero era un técnico más que un político. De todas formas, la gente tiene la impresión de que hay un conciliábulo de genios que se reúnen a decidir la estrategia económica y política del mundo. Y no es así. No hay conspiraciones importantes, lo que hay es mucha chapuza y mucho chapucero.

¡Hombre!, pero hay perfiles que darían mucho juego en una novela: el de Sarkozy, el de Berlusconi...
Sarkozy es muy exótico y pintoresco, sí; y Berlusconi, también..., pero yo los veo más bien para hacer una farsa, ¿no?

Tampoco en sus artículos de esta revista suele hablar de política.
¿Y sabes por qué no me gusta mucho hacerlo? Porque yo tengo un grave problema: que soy «sudaca».

Con la cantidad de tiempo que lleva en España y con el estatus que tiene, ¿sufre la acepción peyorativa?
Sí, en cuanto escribo cualquier cosita metiéndome con algo de aquí, recibo unas cartas furibundas en las que me dicen: «Si no le gusta, váyase a su país». Tengo mucho cuidado con ciertas cosas porque me duelen. Yo me considero española y creo que puedo hablar de esos temas, pero ocurre así, es automático.

Virginia Drake para XL Semanal

12 de diciembre de 2010

"Desde hace unos años me cuesta dar con el hilo narrativo" / Paul Auster

Con Sunset Park, que Anagrama publicó en noviembre, Paul Auster ha regresado a las adictivas historias de gente corriente sometida a vaivenes tragicómicos de la existencia.

Respiran tranquilos los que temían que el cine secuestrara para siempre el talento del autor de Leviatán para exprimir el toque mágico que le da a la vida su incertidumbre y eterna capacidad de sorpresa. También hay alivio para los que, tras disfrutar de lo que el escritor bautizó como su Trilogía de los Hombres Machacados (léase El libro de las ilusiones, La noche del oráculo y Brooklyn Follies), se desconcertaron ante el giro metaliterario y oscuro dado en Viajes por el Scriptorium y Un hombre en la oscuridad. Tanto en su anterior libro, Invisible, como en el inminente, Sunset Park, que Anagrama publicará en noviembre, Auster ha regresado a las esencias: adictivas historias de gente corriente sometida a vaivenes tragicómicos de la existencia que, si no los matan, los harán más fuertes o más sabios. Tomando prestado su título de un paupérrimo barrio de Brooklyn, a escasas calles de su domicilio, el autor ha completado su novela más coral, muy influenciada por el actual clima de crisis económica y en la que el arte, el erotismo y los legados históricos tienen un papel determinante. Relajado con un purito Schimmelpenninck siempre humeante entre los dedos, Paul Auster concede la primera entrevista sobre la obra.

Tras terminar Invisible dijo que se sentía exhausto y que necesitaba descansar, pero no ha tardado mucho en completar otra novela.
Cada nuevo libro parece quitarme todas las energías, pero muy especialmente estos dos últimos. Los escribí en un estado de euforia absoluta, suspendido en pura felicidad, pero con el punto final me dejaron seco. Es como correr: uno puede llevar un ritmo espléndido durante kilómetros y kilómetros pero luego, al cruzar la línea de meta, caer al suelo fulminado.

¿Ahora los periodos de recuperación son más largos?
Sin duda. Para empezar, antes tenía la sensación de disponer de un cajón a rebosar de ideas para futuras novelas. Acababa una y, en un mes o dos como máximo, abría el cajón, cogía una y me sentaba a desarrollarla. Desde hace unos años, el cajón está vacío, me cuesta mucho más dar con el hilo del que tirar. Las ideas parecen caerme del cielo cuando en el pasado las maceraba durante años en la cabeza. Me puedo pasar seis o siete meses entre un libro y otro. Siempre me ha supuesto un gran misterio conocer su origen, rastrear su evolución dentro de mí, y ahora se añade la intriga del cambio de ritmo. Sin embargo, no me detengo. Tras un largo descanso desde que acabé Sunset Park, detecto que estoy a punto de arrancar con un nuevo proyecto.

¿Le aterroriza que algún día ya no salga absolutamente nada de ese cajón?
En absoluto. Hay tantas cosas diferentes por hacer..., ¿no?

¿Qué le condujo a escoger un barrio tan degradado como Sunset Park como escenario?
Cuando la economía empezó a colapsarse allá por el verano del 2008, no cesaba de encontrarme en las noticias con historias de gente que perdía su hogar. Decidí que quería escribir sobre alguien que es expulsado de su casa, tratar el tema de la desposesión. Una amiga que vive en Sunset Park me estaba dando un tour por el barrio cuando nos encontramos con una enorme casa abandonada que me llamó poderosamente la atención y de la que tomé muchas fotos. Para escribir siempre necesito contar con un espacio muy específico y delimitado sobre el que proyectar mi imaginación, aunque luego apenas aparezca en el libro o al lector le importe bien poco. Y en esa casa, que al poco demolieron, metí a mis okupas.

Al abarcar los sueños y los desengaños de tantos personajes de edades tan diferentes en la novela, parece que cada vez está más cerca de entender de qué va esto de la vida.
Bueno..., es que uno ha pasado por tanto y ha visto tanto..., tanta alegría y tanto sufrimiento... Cuando te haces mayor, tu preocupación por los demás crece contigo. Supongo que de una forma natural mis libros han ganado en mirada compasiva. De joven no puedes entender a los mayores porque no has experimentado lo que ellos, de manera que te desentiendes. Por el contrario, la mayoría de la gente con la que trato ahora es más joven que yo, lo que unido a tener una hija en la veintena me ha permitido seguir interesándome por la juventud.

¿Cómo lleva alguien que sigue aporreando una máquina de escribir la conjura de gadgets que nos circunda?
Veo a la gente obsesionada y, hasta cierto punto, puedo entenderlo, pero yo la verdad es que soy incapaz de entusiasmarme con los productos electrónicos. No quiero estar conectado con todo el mundo todo el tiempo. Además, lo que en teoría debería potenciar la comunicación humana, parece que consigue alejarnos aún más. Estoy a favor de todo lo que implique una promoción de la lectura, por lo que miro con agrado el libro electrónico, pero espero que la figura del editor nunca desaparezca. Necesitamos gente con criterio literario que haga una criba. Qué pesadilla un mundo con infinitas propuestas virtuales sin nadie que nos oriente.

¿Tener una esposa que también se dedica a la literatura ha condicionado su escritura?
Estoy seguro de que con el paso de los años nos hemos influenciado de maneras que ni siquiera nosotros somos capaces de formular en palabras. Sólo puedo decir que Siri es la lectora más astuta y capacitada que jamás he visto. Cada vez que me sugiere algún cambio, sé que tiene razón y sigo sus consejos a rajatabla.

Gentileza Revista Ñ

7 de diciembre de 2010

Un accidente callejero / Raúl Scalabrini Ortíz

Un accidente callejero
Raúl Scalabrini Ortíz

En medio de la calzada, detrás de un tranvía, se amontona con rapidez un gran número de personas. El objeto de su curiosidad debe de estar en el centro del grupo, porque las últimas pujan afanosamente para llegar a él.

Ricardo Villoc, que distrae su ocio paseando tranquilamente, intrigado a su vez, se acerca y arremete, a pisotones, codazos y empellones, levantando un cúmulo de protestas por la pujanza y decisión de su avance. Consigue al fin llegar a la primera fila y contemplar el ansiado espectáculo.

Tirado en el suelo, un chico de doce años se desangra por dos horribles mutilaciones. Las ruedas del tranvía le han cercenado ambas piernas, que permanecen unidas al resto del cuerpo por escasos restos sanguinolentos, tendones y músculos destrozados. La sangre, que brota en hilos finísimos, forma sobre el asfalto un manto de un hermoso color púrpura. El dolor ha rebosado su capacidad nerviosa, y la naturaleza, que lo hizo, le defiende, manteniéndolo en una insensible inconsciencia. Su tez descolorida y sus ojos cerrados parecen aprontarse para el sueño eterno. Sus pálidos labios se entreabren de rato en rato, exhalando apagados ayes lastimeros.

No han llegado aún los agentes del orden público y los curiosos hacen los más variado comentarios y sugieren diversos socorros pero nadie se mueve, temerosos de perder las ubicaciones tan valientemente conquistadas. Llegan dos vigilantes, muy agitados y nerviosos, e inquieren los detalles con atropelladas preguntas que los curiosos satisfacen con atolondradas respuestas. Cuando terminan su averiguación, sacan unas libretas sucias, y comienzan una anotación penosa, interrumpida sólo por las órdenes autoritarias que dirigen a los impertinentes espectadores.

- A ver si despejan. No tienen nada que hacer. Transiten.

El mótorman reitera con frecuencia sus protestas de inocencia y busca personas de buena voluntad, que lo testifiquen.
El grito de repugnancia, que lanza un joven elegante y simpático, llegado tras ardua lucha, se comenta con groseras pullas. Un dependiente de almacén, que molesta a sus vecinos con la canasta que cuelga del brazo, estudia el aspecto económico del accidente, calculando el monto probable de la indemnización.
Villoc, al salir deber librar otra batalla de codazos y empellones, porque nadie le abre paso y deseosos de conquistar su lugar, empujan con todas sus fuerzas.

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Su intensa compasión, sentimental e indefinida, va precisándose a medida que se aleja de la reunión de tarariras.

Es digno de lástima, piensa, no por el pasajero dolor físico, sino por la tragedia moral de sus días futuros. Ya no podrá ser un individuo normal. Será un hombre tronco, que mirará al mundo desde la altura de un perro, despojado para siempre de la esperanza de mirar como iguales a sus iguales. Inseparables como su sombra, le rodearán de continuo la compasión de los sentimentales y la burla de los crueles. Los chicuelos bautizarán su desgracia con risueños apodos.

En todas las escenas, en todos los actos de su drama cotidiano, cada mirada piadosa, cada sonrisa visible, serán motivo de honda amargura, que avivarán de continuo su dolor y su desesperación.

En su juventud, cuando el físico desempeñe un preponderante papel, deberá arrastrar su lamentable figura, tratando de ocultar sus pasiones, tanto más ridículas cuanto más intensas. ¿Un hombre tronco enamorado? ¿Puede darse algo más cómico, grotesco y…. terriblemente trágico?

Las contenidas pasiones, el lento dolor acumulado y la imposibilidad de gozar los placeres comunes, desarrollarán su inteligencia, sutilizarán sus sentimientos y, excitando su imaginación, formarán, con sus ideas multiplicadas, un maravilloso mundo interior, donde se deleitará el pobre individuo, tan idéntico y tan distinto a sus semejantes. ¡Pobre cabeza humana que podrá pensar alto, desde su reducida estatura de perro!

Si de mi dependiera, si su vida estuviera en mis manos, le dejaría tendido sobre la acera, desangrarse sin dolor, lentamente. Le dejaría entrar en la rotación de las cosas que fueron; irse pausadamente al país, lejano y misterioso, donde los seres no tienen piernas. La ciencia, implacable, tratará de conservarlo, de hacer una realidad la imaginada tragedia, que tantos viven, creando el hombre-tronco de la altura de un perro. ¡Oh, consoladora eficacia de la ciencia!

Más, ¿por qué reflexiono de esta forma, dejándome arrastrar por un irrazonable sentimentalismo? Es un ser dolorido que pasó a mi lado, como tantos otros, y que no debe preocuparme, como no me preocuparon los demás. Soy por esencia egoísta y cruel. En mi infancia arrancaba las patas de las moscas, para reírme de sus ridículas convulsiones. Contemplo con agrado las sangrientas piernas de los animales muertos, que con sus músculos, tendones y venas cortadas, cuelgan en las puertas de las carnicerías. Asistí a una guerra cruenta, donde los hombres murieron por millones, quejándome los días en que no se anunciaba un millar de muertos, y mi refinada crueldad lamentó, sinceramente, su terminación, que me privó del placer de los comentarios guerreros. Me niego, pues, con la razón, el derecho de sentir piedad hacia los seres vivos, y sin embargo, aún tiembla mi corazón. ¿Por qué?

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En la esquina, un hombre bajo y mofletudo, sin condiciones oratorias, refiere el accidente a una señora joven.
- Venía del colegio ¿no? El mótorman trató de parar, pero no pudo ¿no? Y las ruedas le cortaron las piernas ¿no?
La señora, alma buena y piadosa, exclama en un grito que sale desde el fondo de su corazón:
- ¡Pobre madre!
Este grito sincero le explica, con meridiana claridad, la causa de su propia compasión.

Fin

2 de diciembre de 2010

"La tecnología es la magia de hoy"

Conspiraciones, mitos, curiosidades y actores de reparto de la historia de la ciencia protagonizan "Inspiraciones", el nuevo libro de Capanna. Además del diálogo con su autor, un panorama de los temas que debate hoy el mundo científico.

"La ciencia ficción me aburrió", confiesa Pablo Capanna. El filósofo hace una pausa, repasa mentalmente sus palabras y las reafirma: "Sí. Ya no me sorprende demasiado. Como ocurre en cualquier género, llega un tiempo en el que se codifica. Y eso pasó con la ciencia ficción. Ya hay tantos lugares comunes que no se pueden eludir y son pocas las obras verdaderamente originales o que logran esquivar temas recurrentes como los extraterrestres, los robots, los mundos paralelos, los viajes en el tiempo. El impulso de este género literario disruptivo se fue deteniendo con los años. Y no hay que olvidar que la ciencia actual llegó a tal punto, a tal grado de desarrollo, que incluso puede leerse como ciencia ficción".

En esa sentencia y reflexión sobre un género atropellado por los descubrimientos cotidianos que él mismo supo anticipar, se pueden encontrar algunas de las razones del viraje o timonazo temático de este autor catapultado a la fama en 1967 por su ensayo El sentido de la ciencia ficción, el primero en su tipo en español, en el que radiografiaba como nadie este tipo de literatura considerada durante décadas un entretenimiento evasivo para adolescentes.

Sin darles del todo la espalda, en su último libro titulado Inspiraciones (Paidós), Capanna se aleja de los sueños de la razón para auscultar bien de cerca a la razón misma. Se separa momentáneamente de Edgar Allan Poe, de Mary Shelley, H.G. Wells, Jules Verne, H.P. Lovecraft, Philip K. Dick, Bradbury y Ballard para escuchar a Descartes, Newton y Copérnico. Y lo hace sin repetir una fórmula gastada: el escritor no los endiosa ni los adula como a genios o santos. Capanna, más bien, corre el telón de fondo de la historia de la ciencia y descubre allí a los actores de reparto, a las figuras olvidadas, recuerda conspiraciones y fraudes y excava entre mitos y curiosidades para hallar polémicas por años sepultadas.

-En el prólogo del libro, usted despotrica contra la historia vista como una lista de nombres y fechas, una enumeración automática de quién había hecho tal cosa antes. ¿Cree que en "Inspiraciones" logró alejarse de esta mirada ingenua?
-Esa fue en principio mi intención. Mi plan fue armar algo así como una tetralogía: agrupar mis ensayos en cuatro temáticas, cuatro volúmenes recopilatorios. Así surgió el año pasado Conspiraciones: guía de delirios posmodernos (Ediciones de la Flor) sobre pseudociencias, teorías conspirativas y sectas delirantes. Ahora le sigue Inspiraciones, centrado en la historia de la ciencia. Y luego vendrán Aspiraciones –sobre utopías– y Maquinaciones, centrado en la tecnología. Son trabajos repensados, corregidos, reciclados, fusionados, actualizados.

-Los libros sobre historia de la ciencia por lo general se centran y repiten únicamente las aventuras de los grandes héroes científicos como Copérnico, Galileo, Newton, Einstein. ¿Por qué ocurre eso?
-Yo lo llamo el "efecto Billiken", son colecciones de figuritas, como si no hubieran habido más científicos que ellos. A mí, en cambio, me gusta ir por los costados porque la ciencia es una actividad colectiva que a veces avanza a pasos muy cortos y otras veces a pasos muy largos. Eso del genio al que se le prende la lamparita es una distorsión, una burda simplificación. Yo, por ejemplo, rescato mucho al monje y matemático francés Marin Mersenne (1588-1648), muy poco recordado pero que desempeñó un papel decisivo en el origen de la ciencia moderna. Fue una especie de webmaster del siglo XVII, el administrador de una vasta red europea de científicos que con sus cartas conectaba y propiciaba diálogos entre sus amigos entre los que figuraban Descartes, Fermat, Galileo, Pascal.

-Usted se centró en una historia no tan solemne de la ciencia, se alejó del canon. ¿No considera que muchos científicos célebres fueron santificados?
-Eso de la genialidad científica que tocaba sólo a algunos a veces no es del todo cierto. En muchos casos se trata exclusivamente de trabajo duro, muchos años trabajando en un tema. Los fracasos, frustraciones y errores también son ciencia. Los aportes y descubrimientos realizados por estos hombres y mujeres no los exime de su humanidad, no los hacen santos. Einstein golpeaba a su mujer y tuvo una hija a la que nunca reconoció. Por lo general, a los científicos se los endiosa demasiado. Sí, ellos hicieron cosas con sus cabezas que no todos los humanos hacemos y hay que respetarlos, pero tampoco podemos olvidar que eran personas con sus virtudes, defectos y ridiculeces. Siempre es sorprendente saber que un tipo que se mandó una canallada después tuvo una genialidad. Esas mundanidades nos acercan a ellos.

-Igualmente, usted no incurrió en el biograficismo.
No es lo mío. Ahora hay una tentativa de hacer una biografía no autorizada de cualquiera. Primero lo inflan y después lo pinchan. Eso es sensacionalismo. Ya va a aparecer alguien que escriba una historia sexual de los científicos. El fundamentalismo de la precisión que caracteriza a la actividad de la ciencia a veces hace olvidar que a lo largo de la historia hubo investigadores que tramaron conspiraciones e incurrieron en fraudes como el físico francés René Blondlot (1849-1930) recordado por haber inventado los disparatados "rayos N", un supuesto nuevo tipo de radiaciones que engatusaron a la comunidad científica de principios del siglo XX.

-Uno de los apartados del libro está dedicado a los actores de reparto de la ciencia. ¿Por qué decidió centrarse en ellos?
-Porque son científicos tan importantes como los "científicos héroes" que se llevaron la fama y gloria, aunque lamentablemente pocos los recuerdan. Por ejemplo, cada vez que se habla del ADN y su doble hélice, de sus descubridores en 1953, James Watson y Francis Crick, se omite a la biofísica Rosalind Franklin, que tuvo un rol fundamental. Otro personaje interesantísimo es el francés Evariste Galois, un prodigio de las matemáticas que murió en un duelo a los 21 años. Podrían hacer una película sobre su vida. También se suele confundir a las personas que patentaron algo con las que lo inventaron, que por lo general suelen ser más de una.

-¿Se considera entonces un rescatista de este elenco de protagonistas olvidados?
-Podría ser. Vale la pena ver qué hicieron, conocerlos, seguir su trabajo, como el del naturalista sueco Carl von Linné (1707-1778) que sentó las bases de la taxonomía, el sistema de clasificación de los organismos vivos que usamos en la actualidad. Pero también están aquellas historias de notables científicos que se cuentan sesgadamente. Newton era el genio puro dedicado a la matemática. Pero en su vida de todos los días era bastante cretino. Incluso fue una especie de Armando Gostanián de su época: llegó a ser el interventor de la Casa de la Moneda de Londres en abril de 1696. Y no muchos saben que Copérnico, el fundador de la cosmología moderna, se anticipó a los patacones con su estudio de las seudomonedas en el siglo XV.

-Eso no hace más que demostrar que estos individuos eran seres complejos que lograron escapar del anonimato de su época. ¿Piensa que la imagen de muchos de ellos fue desvirtuada con los años, agigantada y hasta edulcorada mucho o poco?
-El científico es de por sí una construcción social. Como ocurre con el resto de los protagonistas de la historia, sus logros y hazañas se repiten tantas veces que sus miserias y sus vicisitudes cotidianas terminan por diluirse. Incluso hoy la sociedad posiciona a la figura del experto por encima del resto como si fuera el depositario incuestionable del saber, incapaz de decir "no sé". Por eso los científicos mismos deberían empaparse más de la historia de la ciencia. Pero no. Le tienen rechazo. Conocí ingenieros para los que Newton era únicamente una fórmula, "masa por distancia". Muchas veces la ciencia y la tecnología funcionan borrando su propio pasado. Por eso creo que a la ciencia hay que incorporarla a donde pertenece: a la cultura. Como hablás de los escritores podrías hablar de los científicos.

-¿Y cómo llegó a estos personajes?
-Los temas de los ensayos pueden surgir en cualquier lado. A veces en una conversación, una charla de café, mientras busco otra cosa, un correo SPAM. Siento a veces que es como tirar pacientemente de un hilo. Tiro y tiro y de pronto doy con una historia mucho más amplia y rica. Por ejemplo, hace poco me mandaron un mail-cadena con una presentación de PowerPoint sobre el supuesto "fraude de Stonehenge". Y esa pista me llevó a pensar: ¿por qué uno de entrada cae en esas cosas? Hay una voluntad de creer. Por lo general, es algo que satisface las expectativas. Es paradójico: hay mucha información disponible ahora, pero la gente no chequea nada. Vivimos cada vez más en una sociedad acrítica.

-Y esa es la puerta de entrada de las pseudociencias.
-Sí, también hay muchas más. La desinformación científica se aprecia fácilmente en los noticieros. Alguien ve algo extraño en el cielo y grita "ovni". O "chupacabras", "Nahuelito" o el monstruo de turno para pasar el rato. Este tipo de tematización es peligrosa. Como lo es también la reiteración ciega de "milagro de la ciencia". Y eso no es todo: la tecnología es vista y vivida hoy como magia. Estamos en una época en la que no sabemos cómo funcionan las cosas que usamos todos los días. La magia deslumbra y fascina, como ocurre hoy con la tecnología. No hay una mirada crítica y eso habla mucho no sólo de una sociedad sino del rol que tiene asignado la ciencia en ella. Por eso es importante empaparse con estas historias, aprender que las cosas no nacen de un repollo.

-En su libro afirma que vivimos en una época en la que hay una "ilusión de conocimiento". ¿A qué se refiere con eso?
-Hasta no hace mucho la información era un bien escaso y no abundante como lo es ahora. La expansión y naturalización de Internet produjo una explosión, como si una represa de repente hubiera rebalsado. Sin darnos cuenta la información nos inundó. Estamos ebrios de noticias, de datos, de fechas, de nombres. Y muchas veces confundimos información con conocimiento. Estar al tanto no es lo mismo que saber o conocer. No nos convertimos todos en expertos.

-Su estilo es más narrativo que académico. ¿Es una decisión deliberada?
-Fue evolucionando con el tiempo. Mis ensayos los concibo como si fueran cuentos. Antes escribía con un estilo más académico pero con los años terminé estructurando estas historias con una introducción, un desarrollo y un remate. Me gusta explicitar cuándo y cómo se me ocurrió un tema, como si fuese una asociación de ideas. Es una manera más de mostrar que la ciencia nos rodea, que está en nuestra vida cotidiana y no sólo en los laboratorios.

-¿Cuáles cree que fueron los principales cambios en el quehacer científico en los últimos cien años?
-Hay muchas transformaciones pero una de las más notorias es aquella que marca el fin de una era y el comienzo de otra. La ciencia dejó de ser vista como un hobby, una aventura romántica desarrollada en soledad por unos pocos hombres como Newton, Einstein o Edison. En menos de cien años se convirtió progresivamente en toda una empresa bélico-burocrática con proyectos faraónicos, institutos, academias y reglas propias. Para muchos estados, la ciencia también se volvió en un arma. Es lo que se conoce como la era de la Big Science. Desde la Segunda Guerra Mundial, no hay ni puede haber Galileos, Keplers, Copérnicos, o sea, individuos capaces de llevarse absolutamente todo el rédito y la gloria por un descubrimiento. La ciencia evolucionó en un gran monstruo, en una actividad colectiva con héroes anónimos y grupales que no aparecen en los noticieros, en las revistas y que, seguramente, con los años, décadas y siglos serán olvidados.

-Aunque siempre habrá alguien como usted para rescatarlos.
-Espero. La historia por lo general suele ser injusta pero da revanchas. Es lo que ocurre, por ejemplo, con Faraday, recordado en estos años gracias a un personaje de la serie Lost con el mismo apellido. Michael Faraday vivió en la Inglaterra del siglo XIX y fue uno de los primeros científicos que reconoció la importancia de la divulgación, el valor de acercarle la ciencia a la gente. De hecho, además de ser recordado por sus investigaciones pioneras sobre una de las fuerzas de la naturaleza, el electromagnetismo, se lo evoca por La historia química de una vela, un ciclo de charlas de 1826 dedicadas a chicos que se convirtió en un clásico. El caso de Faraday, hijo de un herrero y considerado el último empírico de la ciencia moderna, demuestra que los descubrimientos e inventos no surgen de la nada. La historia es una gran cadena de conexiones, de vínculos, de inspiraciones, de intertextualidades. El trabajo de Faraday inspiró a Edison, a Maxwell y a Lord Kelvin, que a su vez inspiraron a muchos más. Faraday vivió en una época en la que la palabra "científico" recién iba tomando fuerza y en la que la ciencia comenzaba a tener cierto reconocimiento social y político. Sus investigaciones incluso entusiasmaron a la reina Victoria: sin Faraday hoy no tendríamos electricidad, una fuerza ambigua: nos permite comunicarnos con computadoras y alumbrar las calles de noche pero también alimenta a la silla eléctrica.

-¿Qué opina de las predicciones de Nicholas Negroponte según el cual el libro de papel morirá de acá a cinco años?
-Es un fenómeno curioso. Los escritores de ciencia ficción están siendo desplazados por estos futuristas profesionales, personajes como Negroponte o el ingeniero Ray Kurzweil cuyo trabajo consiste en arrojar predicciones. Son tirabombas. Lo de la muerte del libro lo escuché hace cuarenta años. El siglo XX y ahora el XXI son grandes cementerios, períodos en los que se anunciaron la muerte del hombre, de la ciencia, de la naturaleza, la familia. Mataron a todos.

-¿Cree entonces que es por esta saturación de innovación que la ciencia ficción está en crisis?
-Es una de las muchas razones. Ahora impera una dictadura de lo nuevo, de lo último. Cada día hay un descubrimiento. Y aquel continente extraño llamado "futuro" dejó de ser pensado como algo lejano. Ahora, el futuro es hoy, ya. Por eso me gusta pensar a la ciencia con la ciencia ficción, un género literario que configuró el imaginario del siglo XX. El mundo en que vivimos no sería lo que es de no haber existido la ciencia ficción. Sus escritores quisieron anticipar el futuro y terminaron proponiéndolo.

-No resulta entonces muy extraño que la mayoría de los científicos del siglo XX leyeran y hasta escribieran ciencia ficción.
-La ciencia ficción siempre fue un campo de experimentación. En un cuento se podía largar una idea loca que no tenía cabida en un paper científico. Lo curioso es que esa idea latente no se quedaba ni moría ahí: después otro la levantaba, la desarrollaba hasta que algún día alguien la llevaba a la práctica. En muchos casos, la ciencia ficción creó una especie de futuro autocumplido. Una idea con el tiempo se diseminaba y se cristalizaba en el imaginario hasta que se volvía realidad. La etiqueta de "ciencia ficción" se achicaba. Y, antes de lo esperado, se convertía simplemente en "ciencia".

Capanna Básico
Florencia, 1939
Filósofo, periodista, ensayista

Nació en Italia y se radicó en la Argentina a los diez años. Es filósofo, ensayista y docente universitario en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). Fue redactor y vicedirector de la revista Criterio, además de columnista y colaborador en varias publicaciones; entre ellas El Péndulo, Minotauro, Axxón y Página/12. En su obra figuran libros como "El sentido de la ciencia ficción" (1967), "El Señor de la Tarde: Conjeturas en torno de Cordwainer Smith" (1984), "Idios Kosmos: Philip K. Dick" (1991), "J.G. Ballard: el tiempo desolado" (1993) e "Historia de los extraterrestres" (2006). Recibió premios como el Diploma de Honor del Konex, entre otros.

Gentileza Revista Ñ