Con Sunset Park, que Anagrama publicó en noviembre, Paul Auster ha regresado a las adictivas historias de gente corriente sometida a vaivenes tragicómicos de la existencia.
Respiran tranquilos los que temían que el cine secuestrara para siempre el talento del autor de Leviatán para exprimir el toque mágico que le da a la vida su incertidumbre y eterna capacidad de sorpresa. También hay alivio para los que, tras disfrutar de lo que el escritor bautizó como su Trilogía de los Hombres Machacados (léase El libro de las ilusiones, La noche del oráculo y Brooklyn Follies), se desconcertaron ante el giro metaliterario y oscuro dado en Viajes por el Scriptorium y Un hombre en la oscuridad. Tanto en su anterior libro, Invisible, como en el inminente, Sunset Park, que Anagrama publicará en noviembre, Auster ha regresado a las esencias: adictivas historias de gente corriente sometida a vaivenes tragicómicos de la existencia que, si no los matan, los harán más fuertes o más sabios. Tomando prestado su título de un paupérrimo barrio de Brooklyn, a escasas calles de su domicilio, el autor ha completado su novela más coral, muy influenciada por el actual clima de crisis económica y en la que el arte, el erotismo y los legados históricos tienen un papel determinante. Relajado con un purito Schimmelpenninck siempre humeante entre los dedos, Paul Auster concede la primera entrevista sobre la obra.
Tras terminar Invisible dijo que se sentía exhausto y que necesitaba descansar, pero no ha tardado mucho en completar otra novela.
Cada nuevo libro parece quitarme todas las energías, pero muy especialmente estos dos últimos. Los escribí en un estado de euforia absoluta, suspendido en pura felicidad, pero con el punto final me dejaron seco. Es como correr: uno puede llevar un ritmo espléndido durante kilómetros y kilómetros pero luego, al cruzar la línea de meta, caer al suelo fulminado.
¿Ahora los periodos de recuperación son más largos?
Sin duda. Para empezar, antes tenía la sensación de disponer de un cajón a rebosar de ideas para futuras novelas. Acababa una y, en un mes o dos como máximo, abría el cajón, cogía una y me sentaba a desarrollarla. Desde hace unos años, el cajón está vacío, me cuesta mucho más dar con el hilo del que tirar. Las ideas parecen caerme del cielo cuando en el pasado las maceraba durante años en la cabeza. Me puedo pasar seis o siete meses entre un libro y otro. Siempre me ha supuesto un gran misterio conocer su origen, rastrear su evolución dentro de mí, y ahora se añade la intriga del cambio de ritmo. Sin embargo, no me detengo. Tras un largo descanso desde que acabé Sunset Park, detecto que estoy a punto de arrancar con un nuevo proyecto.
¿Le aterroriza que algún día ya no salga absolutamente nada de ese cajón?
En absoluto. Hay tantas cosas diferentes por hacer..., ¿no?
¿Qué le condujo a escoger un barrio tan degradado como Sunset Park como escenario?
Cuando la economía empezó a colapsarse allá por el verano del 2008, no cesaba de encontrarme en las noticias con historias de gente que perdía su hogar. Decidí que quería escribir sobre alguien que es expulsado de su casa, tratar el tema de la desposesión. Una amiga que vive en Sunset Park me estaba dando un tour por el barrio cuando nos encontramos con una enorme casa abandonada que me llamó poderosamente la atención y de la que tomé muchas fotos. Para escribir siempre necesito contar con un espacio muy específico y delimitado sobre el que proyectar mi imaginación, aunque luego apenas aparezca en el libro o al lector le importe bien poco. Y en esa casa, que al poco demolieron, metí a mis okupas.
Al abarcar los sueños y los desengaños de tantos personajes de edades tan diferentes en la novela, parece que cada vez está más cerca de entender de qué va esto de la vida.
Bueno..., es que uno ha pasado por tanto y ha visto tanto..., tanta alegría y tanto sufrimiento... Cuando te haces mayor, tu preocupación por los demás crece contigo. Supongo que de una forma natural mis libros han ganado en mirada compasiva. De joven no puedes entender a los mayores porque no has experimentado lo que ellos, de manera que te desentiendes. Por el contrario, la mayoría de la gente con la que trato ahora es más joven que yo, lo que unido a tener una hija en la veintena me ha permitido seguir interesándome por la juventud.
¿Cómo lleva alguien que sigue aporreando una máquina de escribir la conjura de gadgets que nos circunda?
Veo a la gente obsesionada y, hasta cierto punto, puedo entenderlo, pero yo la verdad es que soy incapaz de entusiasmarme con los productos electrónicos. No quiero estar conectado con todo el mundo todo el tiempo. Además, lo que en teoría debería potenciar la comunicación humana, parece que consigue alejarnos aún más. Estoy a favor de todo lo que implique una promoción de la lectura, por lo que miro con agrado el libro electrónico, pero espero que la figura del editor nunca desaparezca. Necesitamos gente con criterio literario que haga una criba. Qué pesadilla un mundo con infinitas propuestas virtuales sin nadie que nos oriente.
¿Tener una esposa que también se dedica a la literatura ha condicionado su escritura?
Estoy seguro de que con el paso de los años nos hemos influenciado de maneras que ni siquiera nosotros somos capaces de formular en palabras. Sólo puedo decir que Siri es la lectora más astuta y capacitada que jamás he visto. Cada vez que me sugiere algún cambio, sé que tiene razón y sigo sus consejos a rajatabla.
Gentileza Revista Ñ
Hace 1 día.
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