17 de diciembre de 2010

"Uso la ficción para ajustar cuentas" / Carmen Posadas

Les dejo la entrevista realizada por el semanario español, a la escritora uruguaya, que recientemente publicó "Invitación a un asesinato" Saludos!

Dice que no es rencorosa, pero disfruta «asesinando» en sus libros a quienes le han hecho daño en la vida real. Cometido el crimen, da el caso por zanjado y «tan amigos». Carmen Posadas publica nueva novela y nos recibe en su casa. Le retamos a que adivine quién es el asesino y, de paso, a quién se despacha -literariamente- la escritora.

El punto de partida promete.
Para figurar en la lista de invitados, es necesario ser capaz de matar. Así elige Olivia Uriarte entre su círculo de «amigos» a quienes la acompañarán a navegar en el lujoso yate de su ex marido. Los ocho elegidos tienen poderosas razones para odiarla y, quizá también, para desear su muerte; pero sólo uno dará el paso. La autora de esta misteriosa e inquietante trama, Invitación a un asesinato (Editorial Planeta), no es otra que la escritora Carmen Posadas, quien ya arrasa en las librerías desde que en 1995 publicó Cinco moscas azules y dos años después ganó el premio Planeta con Pequeñas infamias. Estupenda a sus 57 años confesos «prefiero que digan que qué bien estoy para mi edad que quitarme años y que piensen que estoy hecha polvo para 48», nos adentramos con ella en un complejo mundo de odios, amores, despechos y glamour, mucho glamour.

Se habrá quedado a gusto, ¡menuda forma de jugar con el lector a descubrir al asesino!
Sí, me he divertido mucho. Yo quería hacer una novela de amor, lujo y asesinatos, y me apetecía partir de una idea un poco estrambótica: que alguien convoque a sus propios asesinos.

Y, a la vez, aprovecha para darnos una lección magistral de filosofía de la seducción, eso que usted maneja tan bien.
Yo siempre hago novelas que tengan dos niveles de lectura: si alguien quiere simplemente pasar un buen rato y averiguar quién es el asesino, la puede leer así; y, a la vez, si alguien quiere reflexionar un poco más, porque se trate de un lector más cómplice, más avezado, le meto algo más de profundidad, pero sin dar la lata demasiado, ¡eh!

Insisto: la tengo por una experta seductora.
La seducción es muy divertida, ¿no? Pero, ¡uy!, la teoría me la sé toda, pero la práctica... [risas]. Al final, no te creas que me sale tan bien, pero yo lo intento.

He de decirle que una vez me dio un consejo para seducir al contrario, lo probé y funcionó. Lo uso casi siempre que necesito bajar la guardia de mis entrevistados.
¡Ya sé cuál es! ¡El del halago! Con los hombres funciona siempre; con las mujeres, casi nunca, ¿verdad? Se trata de destacar la virtud menos apreciada de tu interlocutor y de poner cara de que todo lo que te dice es absolutamente fantástico y fascinante, aunque se trate de una obviedad como la copa de un pino [risas]. Los hombres son muy vanidosos y no falla.

La protagonista de la novela, rubia y estupenda, recurre a las lágrimas cuando quiere salirse con la suya. ¿Esto sigue funcionando?
Sí, eso sé que funciona divinamente, pero nunca he conseguido usarlo, porque yo, para mi desgracia, soy una leo extraordinariamente orgullosa. Tengo un orgullo demoniaco que, además, no controlo. Así que, cuando me hacen una faena, en vez de llorar, que es mucho más útil, me pongo como una pantera.

¿Ha probado con otro orgulloso al lado?
Noooo, nunca he tenido un orgulloso al lado. Saltarían chispas.

Está claro que no se ha andado con chiquitas: esta novela,que es muy británica, empieza recordando a Los diez negritos, de Agatha Christie, y termina con una buena dosis de Rebecca, de Hitchcock.
¡Te has dado cuenta! Me alegro porque quería hacer un homenaje a los clásicos del género policiaco, frente a toda esta novela nórdica que se ha puesto hoy un poco de moda. Como yo soy muy lectora de las de toda la vida, me divertía probar. Es verdad que la novela es muy británica, pero yo no quería que fuese exactamente Agatha Christie porque me apetecía mucho meter también a Hitchcock a la hora de resolver la trama.

Es curioso cómo mezcla el suspense con el sentido del humor, hace una caricatura de todo cuanto describe.
Yo siempre pongo sentido del humor en todo lo que escribo porque, como decía Evelyn Waugh, el autor de Retorno a Brideshead, «la única manera de hablar de las cosas serias es hablar en broma». Si te fijas, en mi novela pasan cosas muy tremendas: se está hablando de adopciones, de devolución de niños, me quedé espeluznada de la cantidad de gente que devuelve niños adoptados, de inmigración...

Siempre que una escritora publica su última novela, el lector juega a descubrir cuánto ha puesto esta vez de ella misma. Olivia, la hermana guapa, glamurosa y famosa, ¿tiene mucho que ver con Carmen Posadas?
Es verdad lo que dices, pero yo soy más bien Ágata y te lo voy a contar porque éste es el trauma de mi vida. Yo, de pequeña, era la hermana fea entre dos hermanas rubias, de ojos verdes y monísimas, que, además, cantaban canciones y contaban unos chistes graciosísimos y yo no sabía contar nada.

¡Menudo topicazo! El de la señora imponente que trata de convencernos de que, de pequeña, era un manojo de complejos. Esperaba algo más imaginativo.
[Se ríe] ¡Pues en mi caso es verdad! Para que te hagas una idea, te contaré que, cuando yo nací, cuentan que era una bola negra con ojos y, literalmente, con pelos hasta en las orejas... Era tan gorda y tan renegrida que, en el nido, me llamaban, la madre abadesa.

Pues está claro que la naturaleza, después, hizo milagros.
Yo estoy muy agradecida a que haya sido así, porque si de pequeña llego a ser rubia, monísima y de ojos verdes, a lo mejor no hubiera hecho ningún esfuerzo en la vida y me hubiera dedicado a jugar al golf o algo así.

Tampoco estoy ante una perfecta manipuladora, como lo es su protagonista, ¿no?
No, lo de manipular se me da muy mal. Pero he descubierto que se puede mentir mucho sin decir una sola mentira; es decir, engañar con la verdad.

Cuando alguien escribe una novela, es frecuente que, aprovechando la ficción, se despache a gusto contra alguien que le hizo mucho daño...
Así es, y ahí queda la crítica hecha y nadie se ofende. ¡Está muy bien!

Por eso ahora me viene a la memoria Cinco moscas azules, que fue su particular ajuste de cuentas con un director de periódico que a su marido...
[Me interrumpe] ¡Exacto! Así fue totalmente [ríe].

Y, luego, con el tiempo, las cosas cambian y...
Sí, claro; yo no soy nada rencorosa. Hacer un ajuste de cuentas de la mano de la literatura es muy liberador. Así, la próxima vez que me encuentro con esa persona a la que he « asesinado», ya me he desahogado y lo doy todo por pasado. Me despaché a gusto, dije lo que quería y... ¡ya pasó! Ahora, tan amigos... [risas].

Contra la jet set, en cambio, sigue arremetiendo.
Pero no porque me caigan mal. Los encuentro muy divertidos y tienen unas actitudes muy pintorescas que dan mucho juego.

Cierta prensa del corazón es otra cosa, ¿no?
Por suerte conseguí salirme de ese famoseo horripilante que ahora ha llegado al esperpento. A mí ya no me persiguen, cosa que agradezco mucho.

¿Será porque no cambia mucho de novio?
Claro, claro, seguro que es porque no le doy muchos cuartos al pregonero.

Por cierto, ¿de dónde se ha sacado esa teoría que cuenta en el libro sobre «el vértigo al gatillazo»?
Después de un gatillazo caben dos reacciones: o tienen incontinencia verbal o no dicen ni mu [risas].

¿Esto se lo han contado o lo sabe por experiencia...?
¡Buenoooo!, tampoco voy a personalizar, pero yo creo que funciona así, sí.

¿El crimen une mucho?
Sí, claro, pero sólo cuando las dos personas están igualmente involucradas. Compartir la parte oscura o un pecado inconfesable es un lazo muy fuerte.

¿Nunca se ha planteado escribir una novela de políticos? Porque supongo que, en la etapa en la que estuvo casada con Mariano Rubio, conocería a muchos.
No me atraen. El mundo de los políticos no me interesa nada. Ni siquiera tienen un componente fundamental para un personaje: la vena maquiavélica.

Pues a Zapatero lo llaman «el Maquiavelo de León».
¡Eso es un chiste! Para mí no tiene ningún atractivo por ningún lado. El único que tiene un poco esa vena maquiavélica es Rubalcaba. Para un novio no es lo ideal, claro; pero un político debe tener cierto componente maquiavélico y, entre los actuales, no me parece que haya nadie que tenga una gran talla. Quizá porque no me interesa mucho la política.

Pero estuvo casada con el gobernador del Banco de España...
Sí, pero era un técnico más que un político. De todas formas, la gente tiene la impresión de que hay un conciliábulo de genios que se reúnen a decidir la estrategia económica y política del mundo. Y no es así. No hay conspiraciones importantes, lo que hay es mucha chapuza y mucho chapucero.

¡Hombre!, pero hay perfiles que darían mucho juego en una novela: el de Sarkozy, el de Berlusconi...
Sarkozy es muy exótico y pintoresco, sí; y Berlusconi, también..., pero yo los veo más bien para hacer una farsa, ¿no?

Tampoco en sus artículos de esta revista suele hablar de política.
¿Y sabes por qué no me gusta mucho hacerlo? Porque yo tengo un grave problema: que soy «sudaca».

Con la cantidad de tiempo que lleva en España y con el estatus que tiene, ¿sufre la acepción peyorativa?
Sí, en cuanto escribo cualquier cosita metiéndome con algo de aquí, recibo unas cartas furibundas en las que me dicen: «Si no le gusta, váyase a su país». Tengo mucho cuidado con ciertas cosas porque me duelen. Yo me considero española y creo que puedo hablar de esos temas, pero ocurre así, es automático.

Virginia Drake para XL Semanal

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