1 de noviembre de 2010

Eduardo Punset: El poder del cerebro es brutal

Eduardo Punset Casals, es un jurista, escritor y divulgador científico español, nacido en Barcelona en 1936; para mi uno de los grandes divulgadores cientificos de la actualidad. Les recomiendo el libro: Cara a cara con la vida, la mente y el universo, donde se entrevista con muchos cientificos de diferentes áreas y dialoga con ellos acerca del origen, situación del futuro y las tecnologías.
Saludos!

Abracadabrante, dice Punset, cuando los adjetivos empiezan a quedársele pequeños: alucinante, apasionante, increíble... no le bastan. No son suficientes para expresar su entusiasmo ante los avances científicos que ha descubierto mientras investigaba para escribir su libro El viaje al poder de la mente (ed. Destino), que sale a la venta el 14 de marzo.

Se suponía que iba a cerrar una trilogía: primero, la felicidad; luego, el amor; y, ahora, el poder. Pero, más que cerrar, lo que esta entrega plantea es una apertura a un nuevo mundo lleno de posibilidades. «En los próximos 25 años van a ocurrir cosas que van a revolucionar nuestra forma de ser –arranca Punset–. Para empezar, después de tres mil millones de años, vamos a dejar de ser depredadores, es decir, no vamos a necesitar comernos a otros para sobrevivir, como sucede ahora.» Gran noticia, sin duda. ¿Y de qué vamos a vivir? «¡De la luz del Sol! Ya hay un animal, una babosa marina, llamada Elysia chlorotica, que es la primera planta-animal: supo extraer el gen adecuado a partir de las algas que ingería para hacer ella misma la fotosíntesis y vivir del Sol. Lo increíble es que, hace dos mil millones de años, cuando estaba a punto de producirse la mayor extinción masiva que ha habido en el planeta, las cianobacterias ya descubrieron eso para sobrevivir: aprendieron a hacer la fotosíntesis. ¡Los microbios descubrieron algo que nosotros hemos aprendido 2.300 millones de años después!» Vale, pero eso –que los humanos vivamos haciendo la fotosíntesis– no va a pasar en 25 años, conviene reconvenirle. «Sí va a pasar. O en poco más. Ya lo verá: los leones dejarán de perseguir a los ciervos [ríe].» Viendo su convicción y leyendo la investigación en la que se sostienen sus afirmaciones, la verdad es que dan ganas de adentrarse en la ciencia ficción, pero hoy estamos aquí para hablar de algo más cercano, en el tiempo y en el espacio: nuestra mente.
Pensábamos que, al abordar el poder, iba a hablar de por qué nos gusta tanto mandar y, sin embargo, ha optado por centrarse en el poder de la mente.
Es que nunca me interesó el poder de Zapatero. El de los gobiernos o los banqueros no es el poder de verdad. Bin Laden no tiene poder porque tenga dinero. Hay muchos con mucho más dinero que él. Tiene el poder de controlar la mente de mucha gente. Y es curioso que el poder del cerebro sea tan determinante cuando, en el fondo, está basado en cosas muy poco consistentes: en unos mensajes que le llegan a través de unos sentidos mediocres. Por ejemplo, sólo ve una parte pequeña del espectro luminoso, oye fatal y ya no hablemos del gusto... nuestros sentidos son un mero apaño evolutivo. Es apasionante descubrir cómo, a pesar de ello, su poder es omnímodo. A veces, glorioso; a veces, nefasto.

Uno de los puntos centrales de su libro es la reivindicación de la intuición, lo que no deja de ser curioso desde el punto de vista ‘científico’: primar la intuición sobre la razón.
Éste ha sido uno de los grandes descubrimientos de los últimos cinco años: no se necesitan procesos reflexivos muy sofisticados y conscientes para tomar una decisión importante.

Incluso va más allá. Dice que si me dejo llevar por mis corazonadas, tengo tantas posibilidades de acertar en mis decisiones como si me guío por la razón. ¿No es así?
Más, tienes más posibilidades de acertar. Ahora sabemos que, dentro de la historia de la evolución, la conciencia o los pensamientos conscientes son algo muy reciente. Durante millones de años, este ‘animalejo’ que somos ha vivido sin consciencia, así que el pensamiento inconsciente tiene tanta experiencia o más que el consciente a la hora de garantizar su validez. Cuando yo decido acatar lo que me dice mi inconsciente, sin darme cuenta siquiera, en realidad estoy tomando una decisión que es el fruto de una experiencia de miles de millones años. Pero, además, sabemos que la corteza cerebral, que es la que supuestamente controla las decisiones conscientes, es la última en formarse en el cerebro, lo hace cuando ya tenemos unos años de vida.

¿Y por qué, evolutivamente, en un momento dado no fue suficiente la intuición para sobrevivir y desarrollamos la conciencia? ¿Para qué sirve?
Pues para situarnos en el tiempo. Yo esto, además, lo he comprobado con mis nietas: hasta los cuatro años no son capaces de distinguir entre el pasado, el presente y el futuro. Han tenido que esperar hasta que la conciencia se formase para poder diferenciarlos.

¿Por eso los niños son más intuitivos que los adultos?
Claro, no tienen conciencia.

Pero será mejor tenerla para sobrevivir. ¿No es mejor tener más información?
Depende de los casos. Está el famoso experimento de Milwaukee y Detroit. A la pregunta de qué ciudad es mayor, el 60 por ciento de los norteamericanos acertó: Detroit. A la misma pregunta, el 9o por ciento de los alemanes acertó. ¿Por qué aciertan más los alemanes? Sencillamente, porque no tienen ni idea de Milwaukee. Cuando puedes disponer de toda la información necesaria, entonces es mejor la decisión racional; ahora bien, cuando no dispones de toda la información, es mejor tomar decisiones inconscientes.

Dice usted que la distinción entre cautelosos e intuitivos es que los primeros intentan no equivocarse y los segundos intentan acertar. Y reivindica la osadía...
Ante la falta de información, sí. Y eso en una época de crisis como la que vivimos es fundamental. Se lo explico a mis amigos empresarios: en época de crisis hay que arriesgar; dad el poder a los jóvenes; cambiad de opinión. Si te quedas quieto, estás muerto.

Insiste mucho en que hay que cambiar de opinión y en lo difícil que nos resulta a los humanos hacerlo.
¿Cómo puede ser que los monos rhesus puedan cambiar de opinión y, sin embargo, los homínidos no lo hagan... ¡ni aunque los mates!
Publicado en XLSemanal.

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