14 de octubre de 2010

"Los migrantes son el principal residuo humano de la globalización"

Creó el concepto de modernidad líquida en contraposición a la modernidad sólida, donde se mantenía la ilusión de que los problemas tenían solución y que serían inmutables. Desaparecida la solidez, se impone la liquidez como metáfora de lo inasible.
Zygmunt Bauman nació en Poznan, Polonia pero vive en Leeds, Inglaterra donde es profesor de la universidad de esa ciudad. Sus análisis y conclusiones como sociólogo sobre la globalización y sus consecuencias son referencias ineludibles para las ciencias sociales en todo el planeta. Poco después de recibir el premio respondió algunas preguntas sobre su vida intelectual y el contexto en el que vive.

¿Qué significa este premio Principe de Asturias para usted?
Los físicos, los químicos, los geólogos, los astrónomos no conversan con sus objetos de estudio. Los electrones no responden a las opiniones que los físicos nucleares emiten sobre su comportamiento. Para los que trabajamos en las humanidades y las ciencias sociales, el estudio es una conversación infinita -con la experiencia cotidiana, el pensamiento, las intenciones y los sueños de los seres humanos-. Lo que nuestros "objetos" piensan y dicen importa. De hecho, la respuesta de estos traza, de manera autoritaria, la única línea confiable entre la investigación exitosa y la fallida, entre la comprensión y la interpretación errónea. En nuestro caso, el reconocimiento público, como la distinción que me ha otorgado la Fundación Príncipe de Asturias, no es sólo un halago para el ego, como suelen ser los premios. Proporciona el tipo de confirmación que tanto necesitamos los que nos dedicamos a las humanidades: que estamos en el camino correcto, que no hemos errado la senda, que hemos comprendido acertadamente las preocupaciones y los deseos de nuestros interlocutores, que nuestro trabajo tiene sentido, que ayuda a que la gente vea con más claridad qué cosas la mueven y quizá incluso viva su vida de un modo más sensato, honesto y digno.

Distintos filósofos piensan que vivimos una época en la que ha retornado el humanismo, en la que la persona es el centro de las discusiones. ¿Está de acuerdo?
Ojalá las cosas fueran tan simples como sugieren los filósofos que usted menciona. Lamentablemente, no lo son. El "retorno del individuo" del que hablan los filósofos refleja la tendencia actual a dejar a los individuos librados a su suerte, exhortarlos a buscar soluciones individuales a problemas de origen social y obligarlos a tratar, demasiado a menudo en vano, de aplicar esas soluciones con la ayuda de sus recursos individuales, demasiado a menudo magros. Como resultado, todos somos "individuos por mandato del destino", pero la mayoría de nosotros bregamos, y con sólo moderadas probabilidades de éxito, por convertirnos en individuos de facto, es decir en personas capaces de autoafirmarse y controlar auténticamente su vida. A muchos de nosotros nos parece claro (y es profundamente frustrante) que los filósofos que toman la promesa de la autosuficiencia y el mandato de ser autosuficientes por la realidad de la condición humana viven en las nubes: robustecen y perpetúan una ficción en lugar de ayudarnos a desenmascarar el engaño y el autoengaño en que se basa, y de permitirnos ver a través del engaño los verdaderos mecanismos sociales que moldean nuestro destino y frustran nuestros esfuerzos para cumplir con el mandato y hacer realidad la promesa.

¿Podríamos pensar que la vida real es más importante que la ficción? ¿Nos interesa más la vida privada de Berlusconi o Sarkozy que la buena literatura?
Mi principal preocupación (que trato de compartir con mis lectores desde hace ya muchos años) es que nos interesan más los pecadillos de Berlusconi, Sarkozy y otros como ellos que examinar minuciosamente las consecuencias a menudo desastrosas, y para nada privadas, de las políticas que diseñan y aplican en nombre nuestro. Nos hemos resignado plácidamente a que "la moral de los políticos" reemplace a la cuestión inmensamente más seria de la moral de la política. Y aceptamos, aplaudimos y apoyamos la tendencia de los medios a ofrecer entretenimiento en lugar de información (más aburrida, sin duda, pero de vital importancia), lo que tiene como efecto (desgraciadamente, duradero) la ceguera colectiva, la despreocupación y una creciente apatía política. Pero el proceso es aún más amplio e incluso más desconcertante: ahora vivimos en una especie de "sociedad confesional" en la que la frontera otrora sacrosanta y rigurosamente vigilada entre las cuestiones privadas y las públicas prácticamente se ha borrado y en la que el "ágora" - el lugar donde los intereses privados y los asuntos públicos se encuentran y se hablan buscando mutua comprensión y coordinación- está casi llena hasta el borde de rumores de alcoba sobre los famosos, sus salidas nocturnas y sus hábitos de consumo de drogas, y casi vacía de los temas de gravedad e importancia públicas. Estamos embarcados en un juego peligroso, por más entretenido que sea jugarlo.

En su libro Mundo consumo (Editorial Paidós), usted reflexiona sobre la identidad. ¿Cuán difícil es conservar la misma identidad laboral, cultural y social en esta época?
Este es un mundo incierto, expuesto a sorpresas desagradables tanto como agradables. Los vínculos humanos en los que nuestra identidad buscaba un refugio seguro son cada vez más frágiles y solubles. Es por eso que la preocupación por la identidad suele darnos un buen dolor de cabeza. Necesitamos conciliar dos tareas incompatibles: hacer que nuestras identidades sean seguras (protegidas del rechazo público o el retiro del reconocimiento público) y al mismo tiempo conservar la capacidad de convertirnos en otra persona. Los sitios Web como Second Life o Facebook nos sugieren que eso puede hacerse, y es por eso que más y más de nosotros tratamos de protegernos en el mundo online, donde verdaderamente eso "puede hacerse", de la dura realidad del offline, donde es evidente que no puede hacerse. Combatimos en dos frentes simultáneamente: contra la amenaza constante de la exclusión y contra el peligro de "quedar fijados" cuando tantas personas a nuestro alrededor y en la pantalla parecen estar en movimiento. Pocos o ninguno de nosotros podemos jactarnos de haber obtenido victorias en ambos frentes. La mayor parte de nosotros, la mayor parte del tiempo, movemos nuestras tropas de un frente al otro en rápida sucesión. Una vida agitada, realmente.

¿Quiénes son los nuevos "residuos humanos" en el contexto global actual?
El residuo humano es un subproducto inevitable de la modernización, que ahora es la forma de vida planetaria. La doble intención del esfuerzo modernizador es imponerle orden a la desordenada contingencia y lograr "progreso económico" (es decir, producir bienes con menos costo y menos mano de obra). El ordenamiento hace que algunas personas sean "inadecuadas"; el progreso económico hace que algunas personas sean "superfluas". Son un "descarte social" al que la sociedad es incapaz o reacia, o a la vez incapaz y reacia, a darle cabida. Esa gente es ahuyentada o escapa en busca de lugares donde espera que el residuo en que se ha convertido sea "reciclado". Por lo tanto, la modernización es también, inevitablemente, una era de migración masiva. Los migrantes son el principal "residuo humano" del nuevo "contexto global". También son un tipo de residuo potencialmente tóxico para el cual todavía no se han diseñado, y mucho menos construido, plantas de reciclaje.

El historiador Jacques Revel sostiene que tenemos miedo del futuro, buscamos refugio en el pasado y sobreestimamos el presente. ¿Vivimos en un presente que se resiste a ser pasado?
En nuestro mundo de torbellino, ya no percibimos el tiempo como "cíclico" o "lineal", como hacían nuestros antepasados, sino como "puntillista": una colección de momentos algo aleatorios y caóticos (experiencias sin un pasado evidente y, es de esperar, sin un futuro peligroso) que deben ser "consumidos al instante", explotados y disfrutados apresuradamente porque tienen una vida abominablemente breve. Es una vida precipitada; vivimos, como dicen algunos observadores, bajo la "tiranía del momento". Hay poca oportunidad de hacer una pausa y reflexionar, de comprender el sentido de todo.

¿Cuál ha sido el mejor momento de su vida hasta ahora?
Cuando tenía aproximadamente mi edad actual (85 años), Wolfgang Goëthe declaró que había tenido una vida muy feliz. Pero de inmediato agregó: "Aunque no puedo recordar una sola semana plena y verdaderamente feliz." Ese es, me parece, el exasperante misterio de la felicidad. Y es, pienso, la razón por la cual tanta gente busca la felicidad de un modo que hace sumamente difícil encontrarla.

Gentileza Revista Ñ

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