28 de septiembre de 2010

"Las convenciones alimentan la imaginación"






Acaba de publicar una nueva novela, Los anticuarios , una intriga policial con vampiros que vuelve a dar prueba de la inclinación por las historias fantásticas que caracteriza al autor de El enigma de París ; en esta charla, él defiende la literatura de género y dice que los límites y guías que ella impone, lejos de ser una carga para el escritor, lo ayudan a crear con más vuelo y libertad

Los anticuarios de Pablo De Santis viven de los libros raros, como todos los anticuarios, pero además tienen sed de sangre. Son vampiros que disimulan tanto como pueden esa debilidad, pero siempre puede suceder algo que los deje al desnudo, y cuando ese algo sucede siempre hay complicaciones, y ese algo sucede, no una vez, sino varias veces, a lo largo de la nueva novela del premiado autor de El enigma de París.

De Santis sale poco. Escribe la mayor parte del día en su casa y, de hecho, casi no se ha movido de Caballito desde el 27 de febrero de 1963, el día en que nació. Sus padres viven a pocas cuadras. Sus cuatro hijos -los dos grandes, Paulo y Francisco, del primer matrimonio, y los dos chicos, Octavio y Constanza, del segundo- nacieron en el barrio. En su encantadora cocina-comedor vemos dos cabezas de ajo colorado, colocadas allí como para desautorizar las versiones de que Los anticuarios, la novela nueva de la que hablábamos y que acaba de presentar Planeta, es en verdad una obra autobiográfica.

Aunque se esfuerza por proporcionar al entrevistador material suficiente, sus respuestas son breves. Habla poco, pausadamente, con silencios que son, tal vez, fruto de su carácter cálido y un poco tímido, pero lo que dice tiene sustancia. Amante de los géneros, esboza una defensa de los límites y convenciones a los que debe someterse el escritor, que va en sentido contrario de lo que irónicamente podría denominarse "literatura de avanzada", y no vacila al confesar que, aparte de los trabajos forzados de la carrera de Letras, nunca leyó "libros aburridos".

Los suyos, hay que decir la verdad, son todo lo contrario. Sin ir más lejos, Los anticuarios se lee en una sola tarde de felicidad y combina aventura y literatura de autor, con clima reconocible y mundo propio.

La carrera de De Santis es, afortunadamente, atípica. El elemento principal, la imaginación, fue alimentado por De Santis con sus años de guionista de historietas y autor de libros infantiles y juveniles. Esos años todavía siguen: el autor continúa produciendo en varios carriles a la vez y en cada una de sus distintas especialidades se abraza a lo que más lo motiva y lo ayuda: las guías y las pautas convencionales de cada género.

-¿Te atrajo desde chico la figura del vampiro?
-Sí, a mí siempre me atrajeron los vampiros. Hay una novela que me encanta, que es Soy leyenda, de Richard Matheson. Una vez lo entrevisté a Osvaldo Soriano y me dijo que era el primer libro que había leído. Él había comenzado a leer de grande. Siempre me gustó mucho el tema. Hace muchos años que vengo haciendo una enciclopedia de la literatura fantástica universal. Es un libro que no sé si alguna vez voy a terminar, pero me interesa. Es una enciclopedia de autores y también de personajes y temas: Drácula, Frankenstein, Salem´s Lot, que acá salió como La hora del vampiro, de Stephen King...

-¿Y antes del Drácula de Bram Stoker?
-Yo creo que el primer vampiro de la literatura es el que imagina John Polidori en esa reunión de la Villa Diodati, donde Mary Shelley escribe Frankenstein y donde estuvieron también Shelley y lord Byron. Polidori era una especie de secretario o amigo íntimo de Byron.

-¿Llegaste a la literatura a través de los cómics o de los libros?
-Leí libros antes que cómics. No era muy lector de historietas. Sólo leía Dr. Mortis y Dr. Tetrik , que eran historietas de terror, pero eso fue recién a los doce años.

-¿Y antes de eso ya leías libros?
-Sí, me acuerdo de que mi tía Beba, una tía joven que tengo, me enseñó a leer a los cinco años, antes de ir al colegio. A los siete ya leía novelas. Así que la literatura siempre me interesó. Y en mi casa había colecciones de novelas policiales, muchas novelas de Agatha Christie. Mis padres son médicos y leen mucho. Viven acá cerca, en Emilio Mitre y Rivadavia.

-¿Cuántos años tienen ahora?
-La edad de mi madre es un secreto dentro de la familia. Todos simulamos que no sabemos cuándo nació, así que no puedo decírtelo.

-¿Cómo se llama tu papá?
-Ulises.

-Bueno, ahí hay todo un origen literario.
-No sé, no creo, porque mi abuelo, como todo inmigrante italiano de esa época, tenía una escolaridad bastante básica e incompleta.

-¿Había, entonces, muchos libros a tu disposición?
-Sí, mis dos padres leían en la medida en que podían. Los dos eran médicos municipales y fueron jefes de sus servicios. Mi viejo era jefe de cirugía plástica en el Durán y mi mamá, de pediatría, en el Fernández, así que tenían muy poco tiempo. Pero cuando lo encontraban, leían mucho. Sobre todo, novelas policiales, libros divertidos.

-¿Y cuándo comenzaste a leer libros no divertidos?
-Sigo leyendo básicamente libros divertidos. Los únicos no divertidos los leí en la facultad, cuando tuve que hacerlo. Pero fuera de eso siempre trato de leer libros divertidos.

-¿Te parece aburrido leer una novela en la que no pasa nada?
-Bueno, a veces la tensión está sostenida por el lenguaje y no por la trama. A mí me gustan mucho los libros de Thomas Bernhard, en los que realmente no pasa nada, pero eso hay que saber hacerlo. Cuando uno no tiene el genio, mejor que busque otra cosa.

-¿La tensión está puesta en el medio?
-Claro que pasan cosas en Bernhard, pero la tensión está puesta en la forma. Yo creo que la división entre literatura popular y alta literatura es muy forzada y tiende a ignorar a algunos escritores de literatura popular como si no fueran valiosos y, a la vez, a imponer autores que muchas veces son bastante malos, pero que se leen porque tienen un rasgo vanguardista. Pasó antes también: escritores como Kipling fueron ignorados por la crítica por sus rasgos populares y hoy los leemos como clásicos de la literatura inglesa.

-¿Te sentís parecido a Bioy Casares?
-Quisiera parecerme a Bioy. Ojalá. A mí me gustan mucho sus libros. Tienen elementos de la literatura de género que no están en otros autores. También aparecen en Cortázar: aparece lo fantástico, lo policial, esa ciencia ficción a la argentina que no tiene naves espaciales pero sí sabios encerrados en el altillo, con alguna máquina, por ejemplo. En Bioy, en Silvina Ocampo, aparecen elementos de estos géneros populares que son una marca de la literatura argentina. Para mí la alta literatura no puede ser nunca algo inaccesible, lejos de la masa y de lo popular relacionado con lo vulgar.

-¿No te disminuye ser catalogado como un escritor de género?
-No, me gustan muchos géneros. Me entusiasman, para leer y para escribir. Pienso que escribir en género es siempre muy difícil. Es muy difícil hacer una novela policial, un relato fantástico, y que sean creíbles. Son fáciles de leer, pero difíciles de escribir.

-¿A qué distancia te sentís de César Aira, por ejemplo?
-A mí me parece que él también es un escritor que puede ser ganado para la literatura fantástica. Hay muchos libros de él en los que abunda ese tipo de elementos. Él trabaja con otra idea del verosímil. Para mí, es como que el cuento hay que hacérselo creer al lector. Son distintos pactos con el lector. Yo creo que hay que respetar las convenciones. Es mi manera de escribir. Pero también me gustan varios libros de Aira que yo he disfrutado muchísimo, como Varamo.

-Dentro de la convención, ¿te reservás espacios creativos diferentes de los de la literatura en serie?
-Siempre hay un trabajo experimental, en cierta forma. Escribir es un trabajo de pulir de modo constante, de tratar de darle cierta intensidad a la frase, de que suene natural, fluida.

-¿Buscás alguna forma de trascendencia, querés decir algo más con tus tramas o creés que alcanza con el simple cuento?
-Los escritores tratamos de hacer nuevos libros, pero llevamos una especie de libro interior que tiende a imponerse. Todo libro es una especie de lucha entre el afán de novedad que siente uno y ese libro insaciable que trata de proyectarse en todo lo que uno hace y que uno lleva adentro desde la infancia.

-¿Cuán lejos estás de ese libro ideal que siempre se intenta escribir?
-Más que de un libro ideal, yo hablaría de una especie de fatalidad, un libro que uno tiene adentro y que se impone. También tiene que ver con la verdad de cada escritor, con las cosas que a uno le interesan, que lo apasionan. Siento que escribir es un continuo. Yo me identifico con ese trabajo continuo más que con el hecho de publicar un libro. En verdad, escribo mucho más de lo que publico. Siempre estoy pensando argumentos, y para mí el argumento hace a la esencia de la escritura misma. Muchas veces se habla de él como si fuera algo completamente ajeno y como si la invención no perteneciera a eso que llamamos escribir. La invención está en el corazón mismo de lo que llamamos escribir.

-¿Esa invención te lleva a sacrificar consistencia psicológica o íntima de los personajes?
-Sí, me interesa mucho menos la literatura psicologista, como lector también. Los argumentos son como fábulas y metáforas que son, también a su modo, una forma de psicología, para mí, mucho más verdadera que la mostración de rasgos psicológicos realistas. Creo que es más auténtico expresarse a través de mitos e historias que a través de los rasgos psicológicos de un personaje.

-¿Hay mucho o poco de vos en los libros que escribís?
-Me siento reflejado en ellos, pero no a través de un personaje, sino por muchos otros elementos, y por el mundo narrativo. Creo que la novela es el mundo narrativo. Es como un espacio en el que los personajes viven y el lector también vive durante el tiempo que dura la lectura. Por eso ese espacio tiene que ser atractivo y significativo.

-Muchos de tus personajes y situaciones evocan al pasado, profesiones o entornos decadentes. Círculos, clubes, congresos de magos... ¿Por qué ocurre eso?
-Sí, es como una especie de distancia que uno toma de lo narrado con respecto a lo inmediato. Pero, por otra parte, yo creo que cuando uno habla de una época que se ha vivido uno trabaja con ella como si fuera una reconstrucción, como si ambientara la historia en el siglo XVIII.

-¿Cómo llegaste a la historieta? ¿Hay puntos de contacto entre tus novelas y tus historietas?
-Llegué en 1984, cuando salió la revista Fierro, revolucionaria por la gráfica, que hacía Juan Lima, muy innovadora. La dirigía Juan Sasturain. Hicieron un concurso. Gané como guionista y ganó Max Cachimba como dibujante. A partir de entonces comenzamos a trabajar juntos.

-Vos llegaste a dirigir esa revista.
-Sí, varios años después, en 1989, hasta que cerró, en 1992.

-¿Es distinto imaginar una historieta que imaginar, por ejemplo, lo que ocurre en Los anticuarios? ¿Son dos procesos diferentes?
-Sí, completamente. Lo primero en una historieta son los aspectos formales, que son fundamentales.

-O sea, cómo resolver en ocho cuadritos un determinado segmento...
-Sí, depende del formato. A veces puede ser todo un álbum continuado, o pueden ser cuatro u ocho páginas. Eso es fundamental a la hora de pensar un personaje y un tipo de historia. Los aspectos formales incitan a la imaginación. No son límites. Los acepto pensando que es bueno tener alguna exigencia particular.

-¿Eso ayuda a tu imaginación, encontrarte con pautas?
-Siempre. Con cualquier tipo de pautas. Me gustan las pautas: la fecha de entrega, la cantidad de líneas, el género, la cantidad de páginas...

-¿No es una carga?
-No, no. Me parece que para la neurosis del escritor es bueno tener una forma que lo contenga. En mi caso, los aspectos formales son la musa inspiradora.

-Pero eso no pasa con la novela, porque ahí tenés tantas páginas como quieras y tanto tiempo como quieras a tu disposición.
-Pero ahí tengo los géneros, afortunadamente, y los géneros siempre te contienen. Son también una manera de imponerse guías. Y yo siento que las novelas, además, me contienen psicológicamente. Cuando estoy escribiendo una novela, estoy concentrado en algo. Si no, me disperso. Necesito estar siempre escribiendo una novela, aunque después no la publique.

-¿Nunca sentís la tentación de salirte de las guías?
-Es que siempre hay guías. En general, la literatura con menos guías es la que se parece más a sí misma. Si uno piensa, por ejemplo, en una categoría como la del cine policial, las películas no se parecen tanto entre ellas. Ahora, las películas de vanguardia siempre tienen rasgos semejantes. Las películas artísticas se van a parecer todas siempre.

-Por ejemplo, muchos cineastas jóvenes argentinos hacen películas bastante parecidas...
-Por eso: cuando se renuncia a las convenciones y se cae en la ilusión de que las convenciones no existen, se va a una forma de relato único, ¿no?, y tremendamente repetitivo.

-Eso suena contradictorio. Lo primero que uno tiende a pensar es que la convención iguala...
-Claro, pero uno se mueve con la conciencia de la convención y puede manejarla. Siempre debe haber artificio, porque para eso es arte. Aun en una conversación común, cuando contamos algo, lo hacemos con artificio. Le cuento algo a mi mujer y busco el modo de interesarla. Si sé que algo la va a sorprender, se lo voy a decir al final. Hay una puesta en escena. Los artificios están dentro del lenguaje. No es sólo la gramática, sino otro tipo de convenciones.

-O sea: eliminar los artificios es sólo una ilusión.
-Sí, y además el gran arte tuvo siempre no sólo convenciones, sino convenciones muy marcadas. Si uno ve la tragedia griega, el teatro isabelino, observa que hay cierta cantidad de pautas. Lo mismo pasa en poesía, en el soneto.

-Muchos artistas jóvenes hablan del gran arte o del "cine de calidad" de modo casi peyorativo. ¿Es por causa de que quieren escapar de las convenciones, de los finales felices, de los finales tristes, simplemente de los finales?
-Sí, y también quieren escapar del mundo paterno. Identifican las convenciones artísticas con el mundo paterno de las imposiciones, en oposición a la vida verdadera. Pero después uno va viendo que no funcionan así las cosas. Ese mundo de las convenciones exige una gran habilidad para moverse en ellas.

-¿Hiciste televisión alguna vez?
-Muy poco: trabajé en un programa, Del otro lado , con Fabián Polosecki. Empezamos prácticamente juntos en periodismo. Trabajamos en la revista Radiolandia y después en el diario Sur. A veces él me llevaba y a veces yo lo llevaba a él. Éramos muy amigos.

-¿Aportabas ideas para Del otro lado?
-Yo escribía lo que él decía. Tenía una voz en off . Entrevistaba a alguien, pero antes había momentos en los que iba caminando por la calle, pensando, y ahí él hablaba en primera persona. Eso lo escribía yo. Él lo cambiaba después un poco: era una colaboración de los dos.

-Él entró después en una especie de secta, tuvo un final extraño y murió demasiado pronto. ¿Qué pensás que le pasó?
- Mirá: tuvo un caso de psicosis muy rápido. Se desencadenó en un año. Debe de haber muerto a los 32. Él enloqueció. Pero antes de eso era perfectamente normal. Fue mi testigo de casamiento y poco después se puso mal. Un año después se mató. Yo creo que tuvo mucho que ver que se fuera a vivir al Tigre, porque en la ciudad un caso así provoca conflictos y la sociedad interviene de alguna manera. Creo que estar en un lugar aislado lo perjudicó.

-¿Cómo es la experiencia de trabajar con un dibujante para la creación de una historieta?
-A mí me gusta mucho. Uno ve lo que imagina transformado por un dibujante. Y yo tuve la suerte de trabajar con dibujantes extraordinarios, como Max Cachimba y Sáenz Valiente.

-¿Sos sensible a los colores y a las líneas?
-Sí, absolutamente. Si no me gusta el dibujante, yo no puedo hacer nada, no se me ocurre nada.

Fin

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