24 de septiembre de 2010

Víctor Hugo, una vida de novela

"Lo bello siempre es grande"
Victor Hugo

Tan resabido lo tenemos que lo llegamos a olvidar y, de vez en cuando, nos sorprendemos, si lo volvemos a encontrar -“Ahí está Victor Hugo, hèlas!”- que diría Cocteau (Fatalmente.) Otra de sus frases: “Victor Hugo era un loco que se creía Victor Hugo”. Yo no puedo hablar sino como alguien culturalmente sensibilizado para degustarlo con sorpresa y con una inmensa gratitud. Lo mismo que me ocurre con sus dibujos. Hugo, como dibujante, es también avanzada del simbolismo, del modernismo, del surrealismo, y aún puede ser que de algo más. Su influencia radial en el Arte occidental -en general y con mayúscula- es uno de esos fenómenos que tendemos a obviar, como obviamos el propio aire que se respira. Un chico de hoy descubre necesariamente a Hugo sin acercarse a él, aunque sólo sea a empujones de la sociedad. Tanto más yo, que soy muy del siglo pasado y nacido en un ambiente provinciano y burgués, en el que muchos de mis tíos se habían leído con pasión Los miserables y El hombre que ríe... De chico, aquellos impresionantes novelones me asustaban. “Ya tendré tiempo de leerlos, ya los leeré...”

En toda la historia universal del arte dramático continúa siendo Victor Hugo una de las más sobresalientes cimas; y cualquier hombre de teatro, que se descubra o se considere “moderno” -o posmoderno, lo mismo da- lo reconoce y lo degusta con plena aceptación como ejemplo. Yo alcancé a estimar a Hugo haciendo un viaje literario al revés, y conociendo primero a poetas franceses, considerados raros por Darío, algunos de los cuales, como Moréas, era victor-huguista de raíz, y hasta Verlaine lo era. Hugo fue como una sombra inmensa sobre la poesía y la dramaturgia posteriores. Ya establecido en Francia, me enteré primero y afortunadamente de Corneille y Racine, porque Hugo me parecía demasiado tópico. Primero lo aprecié, visto representar por Jean Vilar y por María Casares, como un inocente espectador de la calle. Mi formación había sido muy desordenada, pero la terminó organizando mi apasionado amor al teatro.

El que mejor y más consecuentemente conocía era el teatro del siglo de oro español, pero hube de leer apresuradamente mucho francés clásico para percatarme de la grandeza que hubo de suponer la ingente dramaturgia de Victor Hugo, que es ápice del Romanticismo, no sólo del francés. Pero entendido éste como gran avanzadilla del simbolismo, del modernismo y aun del surrealismo. Tan alargada viene a ser esa gran sombra tutelar. Yo hablo ingenuamente de mi experiencia -así como de mi inexperiencia- de este casi abismal poeta dramático. Y, sobre todo, cómo me fui dando cuenta -en la Francia de los años 50 y 60 del siglo pasado- que hasta el cine que se hacía en Hollywood -y nada digo del cine épico francés- le debía cantidad de virtudes y rasgos a la dramaturgia de Hugo, el cual escribió los más estupendos guiones de cine que se pusieron en obra un siglo y pico más tarde, ya fueran interpretados por Gerard Philippe o por Burt Lancaster. Enterarse al revés -o en zig-zag- de la importancia de Hugo, leyendo primero a Racine y después a Rostand, tiene sus ventajas -“¡Caramba! De modo que Victor Hugo ya está en todo eso y es mucho más”.

Es sorpresa, agradecimiento. Cuando, alentado por las representaciones populares y los exámenes del conservatorio de París, alentado tanto por Renard como por Cocteau y hasta por Genet, me puse a leer con verdadera pasión a Hugo, fue como engancharse a una droga dura, de la que es difícil salir sin quedar marcado. En Francia, uno se entera de la existencia de Hugo como se entera de la de unos paquetes de tabaco negro que se llaman Gauloises. El discurso teatral y poético de Hugo enseña a un autor de teatro cosas fundamentales para abrazar fraternalmente al público, con las formas de un gran sacerdote, pero también con la ejemplar y divina espontaneidad de un pájaro que canta.

Hay una frase magnífica de Hugo, que lo define todo entero: “La razón es la inteligencia en ejercicio, la imaginación es la inteligencia en erección”. Hay algo siempre sorprendente en su extraño vigor dramático, tanto como el planteamiento técnico de sus dramas; una perfección que ya quisieran los mejores guionistas cinematográficos en consorcio y colaboración para pergeñar una superproducción de éxito seguro. Visto por un autor contemporáneo, con las suficientes pretensiones de captar o de encantar al público, éste debe reconocer esta “inmensidad” del universo victor-huguesco, ese “atrevido” mar, insondable, de olas perfectas y, a la vez, monstruosas, sorprendentes de violencia y lirismo. Esa inteligencia en erección. Yo terminé leyendo Ruy Blas con el mismo género de identificación que al Buscón. Me resultaba tan exótico como familiar. Hugo terminó siendo mi mejor abuelo literario. Su temprano conocimiento del castellano y del teatro clásico español le hizo estimar el pre-romanticismo que supone todo el barroco español del siglo XVII. Y, por ello mismo, Hugo “colonizó” literariamente a toda la América latina. Sus hijos y nietos intelectuales se repartieron por el mundo, sin el menor temor a que les acusaran de plagio, sino que el plagio se reclamaba como fiel observancia de un canon muy difícil de superar -“Hijo mío, si quieres ser algo grande en la vida, sé Victor Hugo; no puedes aspirar a más”.

Desde Hernani hasta El rey se divierte, pasando por Lucrecia Borgia, María Tudor, Los Burgraves, nos sumergimos en un género de dramaturgia tan vasta y enteriza -y total- como la de Shakespeare o Calderón. Si no nos basta con ese compendio de obras mayúsculas, internémonos en las que se definen como “Teatro en libertad” -El bosque mojado; Mil francos de recompensa; La intervención; Torquemada; ¿Ellos comerán?. Encontraremos de todo, como en los grabados de Durero, en donde se hace el inventario preciso del menor cacharro que ha existido en el mundo, sin descartar la fauna y la flora. No hubo situación teatral que no tocase. Pero ¿y el tiempo? ¿Qué era el tiempo para Hugo? ¿Con cuánto tiempo hubo de contar para mantener esa factoría mental a pleno rendimiento? Hugo anotó como un atestado jurídico -tenía en su cabeza de boliche genial el más preciso magnetófono- todas sus sesiones de espiritismo, sus conversaciones con Shakespeare, con Homero... cuando más convencido estaba de ser Victor Hugo: Las mesas movientes de Jersey. Aún no ha aparecido el director de escena que se atreva a montar esa función del otro mundo.

Hace casi 50 años que yo también vivo en confidencial coloquio con Hugo, y es muy de sospechar que el “romanticismo-surrealismo” de mi teatro se lo deba en gran parte a él. Hugo no ha pasado, está en la misma entraña del arte y la poesía dramáticos de ayer y de hoy.

por Francisco Nieva para El cultural

Victor Hugo; su vida

1802. Victor Hugo nace el 26 de febrero en Besançon, tercer hijo del general napoleónico Léopold Hugo y de Sophie Trébuchet.
1811. La familia se reencuentra con su padre en Madrid; Victor estudia como interno en el Seminario de los Nobles, con su hermano Eugène.
1812. Regresan a Francia y sus padres se separan.
1815. Eugène y Víctor se trasladan junto a su madre a vivir al barrio Val de Grâce parisién.
1817. La Academia Francesa premia uno de sus poemas.
1820. Publica la novela Bug-Jargal.
1822. Ven la luz sus primeras Odas y poesías diversas. Se casa con Adèle Foucher.
1823. Aparece Hans de Islandia.
1824. Publica unas Nuevas Odas. El 28 de agosto nace Léopoldine.
1825. Es nombrado Caballero de la Legión de Honor.
1826. Nace su segundo hijo, Charles. El prefacio de su drama Cromwell es considerado el manifiesto del Romanticismo.
1828. Muere su padre. El 24 de octubre nace François-Victor.
1830. Publica Hernani, máxima expresión romántica. Nace su hija Adèle.
1831. Consigue su consagración gracias a Notre-Dame de Paris. Su mujer comienza una relación con el célebre crítico Sainte-Beuve.
1832. Publica la obra teatral Le Roi s’amuse.
1833. Se estrenan los dramas Lucrèce Borgia y Marie Tudor. Hugo y la actriz protagonista de estas obras, Juliette Drouet, inician una relación amorosa.
1834. Edita Littérature et Philosophie mêlées y la novela Claude Gueux.
1835. Publica Chants du crépuscule. 1837. Es nombrado Oficial de la Legión de Honor.
1840. Publica Le Retour de l’Empereur.
1841. Tras cuatro intentos, ingresa en la Academia Francesa. Publica su libro de viajes Le Rhin.
1843. Su hija Léopoldine se casa en febrero. En septiembre el matrimonio muere ahogado en el Sena. Hugo permanecerá tres años sin escribir.
1845. Luis Felipe de Orleans le nombra Par de Francia. Empieza a esbozar Les Misérables.
1848. Es elegido diputado por París.
1849. El 13 de mayo es elegido diputado conservador en la Asamblea Legislativa. En agosto preside el Congreso Internacional de la Paz.
1851. Se declara enemigo acérrimo de Luis Bonaparte, al que acusa de tirano y sus hijos son encarcelados. Tras organizar la resistencia al golpe de Estado, abandona París y huye a Bruselas.
1852. Bonaparte firma el decreto de expulsión de Hugo, quien le contesta con Napoléon le petit. Deja Bélgica y se instala en Jersey.
1856. Publica Les Contemplations.
1859. Rechaza la amnistía de Napoleón III.
1861. Concluye Les Misérables.
1870. Tras la proclamación de la República, regresa a París tras quince años de exilio.
1871. Es elegido diputado, como cabeza de lista de los republicanos por París. Muere su hijo Charles.
1873. Muere su hijo François. 1876. Es elegido senador por París.
1878. Sufre una congestión cerebral.
1881. Recibe un gran homenaje por su 80 cumpleaños: seiscientas mil personas abarrotan las calles de París.
1883. Muere Juliette Drouet. En junio se publica el último volumen de Légende des Siècles.
1885. El 13 de mayo sufre una congestión pulmonar y fallece el 22 de mayo. El gobierno decreta luto nacional y es enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres.

No hay comentarios.: