30 de diciembre de 2009

Una mujer casada / Estanislao Zaborowski

Para terminar el año, les dejo un cuento de mi autoría. Espero sea de agrado!
Les deseo un excelente 2010!! Un abrazo, Estanis.


Una mujer casada
Por Estanislao Zaborowski

Su padre se sentó sobre la cama mientras él se ahogaba entre las sábanas.
- A ver, ¿me vas a contar que te pasa? – le dijo con voz suave.
Un inquieto silencio se coló entre ambos.
- Nada pá – susurró por lo bajo.
- Entonces, ¿Por qué te encerraste estos días? ¿Porque no salís ni siquiera a pasear con tu hermana?
- Estoy cansado nada mas – la mirada del niño descansó en la ventana.
La habitación del apartamento, apenas iluminada por el claro de luna, parecía un escenario teatral en vísperas de estreno
- No podes estar cansado al tercer día de vacaciones. Algo te tiene que pasar.
Miró fijo a su padre como si no lo conociera. Entornó los ojos escrutando sus pensamientos.
- No me vas a entender – dijo por fin desahuciado.
- Si me lo contás, te prometo que lo intento.
Se incorporó levemente sobre la almohada almidonada y le preguntó:
- ¿A que edad te enamoraste por primera vez?
El padre se inclinó hacia atrás al recibir el impacto de la pregunta. No porque no supiera la respuesta, sino porque jamás la hubiera formulado a los nueve años.
- ¿Estas enamorado? – contestó al recuperarse
- ¿Ves que no me entendes?
- Ok, va de nuevo. Si mal no recuerdo, mi primer amor fue a los trece años cuando ingresé al secundario.
- ¿Y antes nada?
- ¿A que te referís con “nada”? – sus palabras salieron disparadas como bala de revolver.
- Claro, ¿nada de nada? ¿Antes de eso, nunca te gustó nadie?
- Bueno, me gustaba la maestra de sexto grado, pero eso no cuenta como amor.
- ¿Y te gustaba físicamente?
- Digamos que estaba buena. No era nada del otro mundo, pero tenía algo que me gustaba.
- ¿Y era casada?
Su metro ochenta y cinco se puso de pie. Se asomó por la ventana y observó los pocos autos que a esas horas se esfumaban en la avenida. Perdió su mirada entre la sombra de las copas de los árboles. En aquellos segundos, recordó su maestra. Su cara, su cuerpo y hasta como movía las caderas cuando pasaba entre las filas de bancos. Se acordó cuando al regresar del receso de invierno, le dio un beso en la mejilla. Y la tarde que le robó con un suspiro las lágrimas que rodaron el último día de clases.
Cuando volvió al lado de la cama, Matías había girado su cuerpo en sentido opuesto.
- Sí, era casada - contestó entre el carraspeo.
- Ella también - el niño giró pesado como si hubiera realizado un esfuerzo indigno.
- ¿Quien es ella?
- No me acuerdo de su nombre pero si que era una mujer casada.
- ¿Y como la conociste?
Matías se sentó sobre la cama y luego de meditar por algunos instantes comenzó su relato.
Dos días atrás, junto a su hermana Eugenia y a su madre, fueron a conocer el museo más importante de la ciudad.
Ingresaron por el portón principal que parecía evaporarse ante la inmensidad del parque que servía de anfitrión.
En el centro de aquel espacio verde, una pileta circular atesoraba el reflejo de las personas que se acercaban a observarla. Todas sin excepción, como descendientes de Narciso, fijaban sus ojos en las aguas imperturbables del lago artificial. Rodeando aquel espejo de agua, las esculturas blancas, veintidós en total; custodiaban la grandeza del rosedal.
Luego de adquirir las entradas pasaron al vestíbulo rectangular, donde el público entre el bullicio y el alboroto, ignoraba la serenidad del arte. Siguiendo el mapa, comenzaron a recorrer las galerías de óleos, algunas de ellas más inmensas que el jardín que habían dejado afuera.
Eugenia, de la mano de su madre, prestaba mayor atención a las personas que pasaban a su alrededor que a las obras de arte. Matías, detrás de las mujeres, caminaba arrastrando los pies.
En la sala del Renacimiento, permanecieron más de una hora observando los trabajos de los más famosos pintores italianos. Luego continuaron con artistas españoles, holandeses y por último alemanes.
Matías, no le daba importancia a las obras de arte; ni siquiera levantaba la mirada cuando las personas que pasaban a su lado le revolvían el cabello con mueca de simpatía.
Sin embargo, al cruzar por la intersección de dos pasillos interminables, algo llamó su atención. Caminó entre la aglomeración e incluso se dejó llevar por la marea de gente. En ocasiones se abría paso con los codos, en otras lo hacía de perfil. En cierta oportunidad, llegó a gatear para poder deslizarse entre tres señoras excedidas de peso que provocaban un tumulto difícil de esquivar.
Cuando alcanzó el final del pasillo, pudo satisfacer su curiosidad. Ella se encontraba entre la multitud que se abarrotaba en el ingreso a una nueva sala. No parecía ir hacia ningún lado en particular, solo registraba como lo hacían los demás en pos de una mejor ubicación frente a las obras de arte.
Los latidos de Matías retumbaban con ritmo acelerado. Su percusión podía escucharse desde el centro del salón. Se movía entre agitado y nervioso ante la indiferencia de la mujer. Para poder contemplarla con mayor detenimiento, el niño buscó otro ángulo de observación. Fue allí donde pudo advertir su rostro con mayor detalle. Era joven; le calculó no más de veinte años. Su rostro le pareció perfecto. Los ojos claros casi transparentes, jugaban curiosos explorando la fauna que iba y venía a su alrededor. Su nariz respingada, daba a luz una combinación sensual, junto a sus pómulos gruesos y labios carnosos. Se quedó estudiando las líneas de sus facciones por varios minutos. Aprovechando que la concurrencia se detuvo a registrar una pintura de Botticelli, continuó analizándola en detalle. Su cabello era rubio y lo llevaba recogido con un rodete sujetado por hebillas. Con tal prolijidad, adivinó el perfume que debían desprender, cuando una vez sueltos, jugaran con el viento esa mañana de verano.
De pronto, un contingente de coreanos lo cruzó por delante sin verlo. Lo arrastró varios metros alejándolo de la señorita; incluso hasta el centro del salón. Matías tuvo que esforzarse contra la marea humana para situarse de nuevo ante la dama. Allí, pudo espiar en detalle el vestido que llevaba puesto. Era blanco como la pureza y parecía de seda. Por lo menos, eso le pareció a él, aunque solo conocía esa tela y el algodón. Igualmente, poco le importó. Lo que si llamó su atención, fueron los hombros de la muchacha. Estaban al descubierto. Le parecieron sensuales; lívidos. Dotados de una belleza que no había visto ni siquiera en las revistas de moda de su madre. Formando un triangulo con ellos, el cuello equilibraba su torso como si fuera la balanza de la justicia. Se imaginó acariciándolo con el movimiento suave de sus manos, escalándolo hasta alcanzar su boca. Vivió sus deseos todo lo que su imaginación le permitió. Lo sintió como si aquella mujer fuera de él.
Al cabo de unos segundos, al despertar de su ensueño, se encontró con la mirada de la muchacha. No supo que hacer. Quedó paralizado como una de las estatuas que había visto en el jardín. Pero no palideció, todo lo contrario. Un calor casi asfixiante recorrió su cuerpo como nunca antes. Creyó que se ahogaba de sudor. Giró de un salto simulando curiosidad en otro punto lejano. Lo hizo por miedo. Por miedo a quedar en evidencia. A que ella supiera que desde hacía varios minutos la admiraba. Dejo pasar unos instantes y dio media vuelta sobre su hombro. La jovencita ya no lo miraba. Entonces, tomó valor y se decidió a hablarle. Tragó saliva, codeó a un señor alto que se encontraba delante de él, y cuando estuvo frente a ella, le dijo:
- Me llamo Matías, soy argentino ¿y vos?
Antes de poder escuchar su respuesta o aunque sea leer sus labios, una mano de mujer lo arrugó por el brazo y lo alejó de la dama. No necesitó girar para saber que se trataba de su madre. Lo había encontrado en el momento menos deseado.
Dejó caer una lágrima de impotencia que la gente a su alrededor ni siquiera percató. Un niño llorando llamaba la atención en cualquier escenario, sin embargo su duelo fue anónimo.
Continuaron recorriendo las restantes salas del museo hasta que el sol señaló el mediodía. Pero no volvió a ver a la muchacha del cabello rizado. En varias ocasiones, aún de la mano de su madre, entornó los ojos creyendo que la había encontrado. Pero nunca era ella.
Al fin, se desanimó. Su cuerpo ya no caminaba, se dejaba arrastrar. Su cuerpo ya no respondía, se dejaba dominar.
- Ahora te entiendo Matías - dijo el padre al término del relato.
- Entonces, ¿alguna vez te pasó? - respondió el niño secándose la tristeza que rodó por sus mejillas.
- No, no es eso. Solo que entiendo que te hayas enamorado – dijo mientras tomaba un libro que tenía al alcance.
- Ya no la voy a volver a ver, da lo mismo que lo entiendas.
- Esta es la bella mujer que viste en el museo, ¿no es así?
- ¿Ves? De Milo - arrulló con decepción - te dije que era casada.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Exelente !!

Anónimo dijo...

big thanks to the author for new)

Anónimo dijo...

Leerte es un placer...