15 de diciembre de 2009

Carlos Ruiz Zafòn / Entrevista

“El éxito no es una cuestión de ingredientes, como los flanes”

Según cuentan las cifras, “La sombra del viento” es “el mayor éxito mundial de la novela española contemporánea”: siete millones de ejemplares vendidos en 5o países en sólo cinco años. Ruiz Zafón, 41 años, irónico y poco amigo de los estereotipos, no se siente impresionado.
El encuentro sucede en entorno de la Sagrada Familia (Barcelona) o el barrio de CRZ (así firma). No imaginen que se trata de un cubículo de acceso críptico y paredes rezumantes, transido de niebla. Nada. Esto (su estudio) es un piso moderno que huele a casa nueva prematuramente descuidada; concedamos, tal vez esté poco aireada porque en ella se concitan cada noche las pasiones del genio: música y literatura. Sus habitantes son dragones. Pero no, tampoco imaginen dragones telúricos surgidos de las entrañas de la tierra en llamas. Bah, muñecotes de cómic, y hasta los hay de tebeo, aunque el fotero y una misma nos hayamos afanado en buscar los más terribles para la foto.
CRZ es un niño grande. Tierno y tremendamente grande: un hijo aventajado de su generación, ésta que nació en los 60 y que asomada a la adolescencia se dio de bruces con un mundo que nadie osara contarle. No, no me digan que lo mismo se repite cada decenio en cualquier lugar, porque no: entre unos padres de posguerra civil española y un hijo adolescente postfranquista median varios decenios pero una sola generación. Así que a CRZ le tocó ser el raro.
Y a ver si pillan ustedes pronto la mordacidad de sus respuestas, porque a mí me ha llevado un rato (por veces, cierto sinsabor).

Había nacido normal (clase media, barrio medio, tardofranquismo y mediocridad la-la-la) y creció con conciencia de raro, sí: "El colegio me aburría". Jesuitas de mano blanda (máxima liberalidad de la Iglesia por entonces, hoy perdida) y 3.000 alumnos baby-boom sin rastro de rebeldía. "Una fábrica de galletas". ¿Cómo dice? "Sí, de galletas". Mariafontaneda, sin duda, que le aburrían, "tiempo de espera"; y él, ya se sabe, ocupó el tiempo dibujando y contando a los niños historias de miedo que inventaba y hacía creíbles, los niños aterrorizados y las madres protestando en tutorías.
Había nacido con suerte y no la desdeñó: salió de la factoría y corrió, a facultades donde no encontró nada (Ciencias de la Información, un solo año) y, fuera ya, vampiros rifándose su talento (agencias de publicidad) y él, sus pesetas. Creció dibujando historias, fascinado por la estructura. Y ¿qué es la estructura? "Matemáticas, música, arquitectura: todo lo que está bien hecho". Estudió música por su cuenta (aprendió piano como quien aprehende el manejo del teclado con método ciego y, esto sí, lo lamenta) y aquí nos tienen, vísperas de Sant Jordi, escuchando en su cueva (vacía) de dragones la banda sonora que él mismo compuso para escribir La sombra del viento. Llega el sonido desde el ordenador y, en su pantalla, Los Ángeles, L.A., California, USA, el no lugar donde el tierno niño grande ha encontrado por fin su sitio.

El mundo entero está en Los Ángeles, un lugar donde se vive entre aquí y allí, un sitio y otro, no hay un núcleo preciso, entre Beverly Hills y West Hollywood.

Un poco como es su vida ahora.
Sí, de aquí para allá.

Será por eso que no tiene hijos.
Mis hijos son los libros.

¿Cómo se siente cuando le llaman "niño prodigio de la literatura", a sus 41 años?
No sabía que nadie me llamara así. Me lo tomaré como una gentileza para con mi encanto juvenil.

De su infancia cuenta sobre todo que fue una casa frente a la Sagrada Familia. Si la infancia es la patria del escritor, ¿qué significa esa casa?
Era el domicilio familiar en el que me crié, un edificio cualquiera de pisos en El Ensanche barcelonés. Yo diría que la patria del escritor, y del lector, es quizás la memoria, porque el ser humano será 75% agua, pero el resto es lo que recordamos. Mi memoria es de DVD: tengo la desgracia de acordarme de todo.

La arquitectura, que tanto peso tiene en su literatura, ¿puede acaso hacernos mejores o peores?
La arquitectura sostiene, pero lo que nos hace mejores o peores como personas son, por un lado, las cartas que nos da la vida, que no las elegimos, y por otro, cómo las jugamos, que sí depende de nosotros. Aunque lo que apunta es interesante: habría que ver hasta qué punto el espacio personal, o la falta de él en estos días de viviendas minúsculas y de generaciones enteras que no pueden ni acceder a tener su propio hogar, nos condiciona como personas. Probablemente es más difícil ser una buena persona y un ciudadano ejemplar cuando se vive en una pocilga de 20 metros cuadrados.

Zafón, tengo entendido que fue usted un niño asaz brillante, pitagoritas, ¿se recuerda insoportable?
En absoluto. Era un encanto y un modelo de urbanidad y civismo. Más o menos como hoy.

¿Su éxito estaba escrito?, ¿lo supo desde niño, como Daniel [personaje coprotagonista de La sombra del viento]?
Me parece que el éxito se lo escribe uno, trabajando. De niño nunca tuve la certeza de que fuera a tener o no éxito. No creo que nadie la tenga: en esa época uno tiene sueños y aspiraciones más o menos imposibles. Pero sí tenía una firme ambición.

Si "la casualidad no existe", como tantas veces se dice en la novela, ¿qué margen tiene la voluntad de uno frente al destino?
Las personas acabamos siendo lo que somos por propia mano. No creo que haya un destino prefijado que nos gobierne, como mucho será el inconsciente, que es difícil de dominar, pero hay que hacer el esfuerzo.

¿Usted domina el suyo?
Intento que no me domine a mí y supongo que, con el tiempo, he acabado conociéndome bastante bien, sí.

Sigo su biografía. Atrás el colegio de jesuitas, sus pasos fueron bien certeros: a)Ciencias de la Información, b) agencias de publicidad, y c) cine en la meca del cine. ¿No son éstos los mimbres de la literatura que hoy vende, los infalibles ingredientes del éxito?
No. La literatura que vende, desde los días de Cervantes y Shakespeare, es la que cuenta historias de un modo eficaz y profesional. No creo que el éxito sea una cuestión de ingredientes. Eso son los flanes de sobre. Los éxitos o los fracasos son algo más complicados.

¿Le descubrieron los jóvenes o usted descubrió el filón del lector joven?
No creo que los jóvenes sean un filón. Son lectores, acaso más avispados, menos pacientes e infinitamente menos proclives a aceptar los prejuicios y el esnobismo que tan a menudo emboba la percepción del mundo literario de los mal llamados adultos.

Ruiz Zafón, anuncian, el escritor español de mayor éxito del siglo XXI. Sin embargo a usted el suceso no le ha conmovido, dice, porque llevaba tiempo en esto aunque nadie hable del éxito de sus novelas de juventud. ¿Por eso ha vendido sus derechos a Planeta, para que se sepa?
No se precipite, que el siglo XXI acaba de empezar y habrá quien tenga más éxito que yo. Las cuatro novelas juveniles que publiqué antes de La sombra del viento nunca estuvieron ni bien editadas ni bien distribuidas, y lo que ahora quiero, como cualquier escritor, no es que se hable de ellas, sino que se lean y se disfruten.

Usted mismo ha contado que La sombra del viento no fue un hallazgo de Planeta. ¿De quién era aquella mano que contra toda norma abrió su plica en el fallo del premio Fernando Lara 2000 y se empeñó en que la editorial le publicara?
La historia empieza en manos de una lectora de Planeta que estaba seleccionando originales que se presentaban al premio Fernando Lara. Ella fue la primera descubridora de la novela, que paulatinamente pasó de mano en mano dentro de la editorial, hasta llegar al jurado donde, a través de la generosa actuación del tristemente fallecido Terenci Moix, su existencia se hizo pública y se transmitió a Planeta la recomendación de publicarla.

En principio fue el boca/oreja lo que hizo funcionar el libro, pero ahora, muy al contrario, CRZ vive en un sin parar, de aquí a la China y lo sucesivo. ¿La promoción puede llegar a secarle el cerebro a uno?
Yo creo que el cerebro se seca más de no usarlo, no de viajar y ver mundo. Es un privilegio poder promocionar tu obra en tan diferentes países donde despierta interés y es muy bien acogida; aunque a veces se coma tiempo y energía, es enriquecedor.

¿Por qué entonces decide no dar más entrevistas en España? ¿No teme que pueda considerarse soberbia, con 41 años y una sola novela adulta?
No creo que sea soberbia, sino más bien un deseo de no aburrir. Entiendo que un escritor debe conceder entrevistas cuando publica una obra, cosa que yo no hago desde hace ya un tiempo. Además, estoy trabajando en una nueva novela y creo que es más sensato dedicar mi tiempo a ello que a aparecer en los medios diciendo bobadas, que es lo que uno acaba haciendo siempre.

El éxito no le ha volado la cabeza, ¿y el dinero, cómo le ha cambiado, le ha hecho más conservador?
El éxito no me ha volado nada, ni la cabeza ni los pies. Soy el mismo y sigo haciendo lo mismo: contar historias. En todo caso, más que volverme conservador, lo que me produce la buena acogida de los lectores es un sentimiento de gratitud y serenidad, porque me confirma que aquello que intento hacer tiene una cabida en el mundo: puedo alegrar un poquito la vida de algunos semejantes.

Se espera su segunda entrega para dentro de un año: mismo escenario, apenas 30 años atrás, misma música o tonalidad, algunos personajes que vuelven. Ahora que tiene los lectores garantizados, ¿no le apetecería arriesgarse con distintas texturas?
Debería darle un tirón de orejas a sus informadores: ni es el mismo escenario ni la misma música ni servicio de cocina. Y los lectores nunca están garantizados, y siempre existen riesgos y nuevas texturas, en cada párrafo. Cada libro es un paso adelante y, aunque la próxima novela esté ligada de algún modo al mundo misterioso y gótico de La sombra del viento, eso no significa que sea fotocopia ni secuela.

Dice que su Barcelona gótica, cruel y misteriosa sucumbe bajo los efluvios de una ciudad falsa, divertida y rutilante. ¿Esto no lo para ni el Gobierno de izquierdas?
No recuerdo haber dicho eso, pero si lo he hecho me parece una bobada monumental. Lo que yo llamo "mi Barcelona gótica" es simplemente un escenario literario, una estilización creada a efectos puramente narrativos, no es un reflejo de la ciudad real.

¿Le augura al tripartito una pronta ruptura en tres?
Mis talentos de pitonisa son muy limitados y por eso no puedo augurar roturas, ni siquiera esguinces, a nadie. Además, estas cosas son como el turrón de almendras, nunca se rompen por donde uno espera, y eso forma parte del encanto.

Me tranquiliza apreciar que se dulcifica usted, con el turrón. Tengo entendido, y espero no volver a "confundirme", que anda cabreado con el resurgir de viejos nacionalismos y rancias y crispadas derechonas, pero ¿no era éste nuestro carácter cainita; idiosincrasia, sin más?
No se lo tome a mal, pero me temo que lo de cabreado es licencia poética suya. Yo me siento bastante tranquilo; acaso por el efecto sedante de sus preguntas. Y en referencia a esos síntomas que apunta, quizá lo que estoy es decepcionado, porque ingenuamente había creído que nuestro proceso histórico nos había permitido avanzar hacia una versión más racional, serena y honesta de nosotros mismos.

Dice que se siente un marciano en este país y se vuelve a Los Ángeles, ¿acaso el sistema Bush se acerca más a su sensibilidad?
No me siento un marciano ni en este país ni en ningún otro.

Voy a darle de una vez por todas una cita textual: "Pronto regresaré a Estados Unidos. No me interesan las cosas que hoy suceden aquí, me siento como un marciano" (Style Magazine, número de marzo). ¿A quién reclamamos la respuesta, a Gianni Valenti, que firma la entrevista, o al departamento de quejas de Iberia, si tal?
Si reclama usted a compañías aéreas le deseo suerte y paciencia: yo ya me he aprendido esa lección. La que no me he aprendido es la de responder a preguntas en entrevistas donde no se transcribe exactamente lo que uno dice, sino una aproximación fuera de contexto y de tono; de modo que lo que era una broma, aparece como una sentencia bobalicona y hueca. La culpa es mía, por hacer generalizaciones y bromas banales, y no de Gianni, que es un tipo estupendo y un gran periodista.

Permítame que insista, ¿el sistema Bush le pone?
He vivido 11 años en California, que tiene tanto que ver con "el sistema Bush" como la velocidad con el tocino. Allí tengo buenos amigos y experiencias vitales claves. Allí encontré un hogar y muchísimas cosas, no de orden político ni religioso ni tribal, infinitamente interesantes, estimulantes y muy próximas a mi sensibilidad personal y mis intereses. Yo, que para esto de los sistemas soy bastante escéptico, diría que los pueblos son infinitamente más grandes que sus gobernantes transitorios y, en los casos en que esos gobernantes son particularmente minúsculos, aún más.

La sombra del viento es algo así como un grito contra la destrucción de la Historia y la justificación, por tanto, del neoliberalismo a ultranza, donde ¿el Cementerio de los Libros es un trasunto de la memoria?
Me encanta cuando se pone usted apocalíptica, aunque me ha asustado un poco con eso del neoliberalismo a ultranza. El Cementerio de los Libros Olvidados es ciertamente una metáfora transparente de la memoria, de libros e ideas, personas y mundos olvidados. La falsificación de la Historia y la invención de un pasado que nunca fue para justificar un presente y un futuro que nunca debió ser, es algo muy viejo, una industria en sí misma.

"Odiar de veras es un talento que se aprende con los años" [cita de la novela], ¿lo ha conseguido ya o prefiere conservarse inmaduro?
Son palabras de un personaje de la novela, no mías. Pero yo me temo que tengo la cabeza un tanto fría para el odio, que me parece una pérdida de tiempo y energía y, en general, un error estratégico.

La fascinación por el mal, lo prohibido, el maligno, es patrimonio común, pero en su caso (en su literatura al menos) es tan pronunciada que me gustaría preguntarle si tiene relación con algún episodio vital, ¿lo ha analizado?
A riesgo de generalizar y banalizar, lo que llamamos "el mal" es parte de nuestra propia naturaleza y del equilibro y la lucha constante de las cosas. Como narrador, lógicamente, me interesa y lo empleo. Y como persona, sin duda, lo veo constantemente, siempre presente a su manera: esa manera mediocre, hipócrita, codiciosa, envidiosa y maliciosa que nos recuerda las miserias que cada uno tenemos dentro.

¿Cómo lo lleva con su atracción por el mal, la repugnancia del propio deseo?
Me temo que me confunde usted con el Profesor Moriarty o con el Conde Drácula. Pero yo en general me llevo divinamente con todas mis atracciones.

. Me llama la atención que, después de tanta repercusión, se sepa tan poco de su historia personal. ¿Cuánto hay de usted en el niño que nace al mundo al saber que es un hijo putativo?
Pues nada. No soy hijo putativo ni ilegítimo ni adoptado. Mi historia es mucho más común y similar a la de la mayoría, desprovista de todo melodrama: crecí dentro de mi propia familia, con mi padre, mi madre y un hermano mayor.

¿Tuvo la familia algo que ver con su literatura?
No. Mi padre es aficionado a la lectura, pero el tema no es una tradición familiar. A mi familia, en general a la gente, siempre les parecí un raro: nunca han sabido dónde ponerme.

¿Daniel era usted?
No. El personaje de la novela que más se me parece es Julián Carax, que a ratos es casi una caricatura de mí mismo. Preferiría parecerme a Daniel, que es una versión amable de mí, pero lamentablemente soy más escéptico. En el fondo, hay cosas mías en todos los personajes de la historia: siempre son parte de uno mismo.

¿Los reencontraremos algún día?
Tal vez. Dese un paseo por las Ramblas, o váyase de librerías de viejo y seguro que tropieza con Daniel y con Fermín, en alguna de sus aventuras secretas. De Daniel respondo, pero con Fermín allá se las apañe usted solita...

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