28 de febrero de 2007

La inquieta presunción


Les dejo un cuento que terminé hace unos dias.
Espero que les guste!
Saludos. Estanis

La inquieta presunción
Por Estanislao Zaborowski

La lluvia se oía lejana e intermitente. Junto con las paredes grises de la sala, acorralaban mis sensaciones entre la depresión y la incertidumbre. La pequeña lámpara del techo, se balanceaba como un gato sobre la cornisa, alumbrando de manera dispar los rincones del cuarto de interrogación.
Lo miré fijo a los ojos y negando con la cabeza, rechacé su ofrecimiento.
- Yo me daré el gusto - me dijo al prender su cigarrillo e inhalar con ahínco la primer pitada.
Al cabo de algunos minutos, satisfecho de tabaco, formuló la pregunta esperada.
- ¿Dónde está el dinero y las alhajas que robaron?
- Ya se lo conté al Comisario, se lo llevó Roberto – parpadeé adrede para humedecer mis pupilas cansadas.
- Lo que dice el informe me tiene sin cuidado. Quiero que me relates todo lo sucedido desde que ingresaron en el local de la calle Saint Dennis
El hombre de traje oscuro, trasmitía inteligencia y seguridad. La policía judicial había quedado conforme con mi declaración, pero al parecer, el investigador de la compañía de seguros no. Tragué una bocanada de aire viciado y comencé a relatar los hechos tal cual los recordaba.
- Eran las diez de la mañana. La persiana del local se subió minutos antes de que ingresáramos. Un señor que debía tener cerca de cincuenta años, nos abrió la puerta presionando el botón que tenía debajo del mostrador. El primero en ingresar fue Juan, luego entré yo y por último Roberto. Apenas nos acercamos al muestrario de alhajas que se exhibían debajo del grueso vidrio, Juan sacó el arma y apuntó a la frente del hombre. Él respondió con nerviosismo levantando las manos. Roberto, que se había ubicado del otro lado, le susurró al oído que lo guiará hasta la caja fuerte. Mientras yo cubría la puerta de entrada, el joyero vaciaba el contenido del cofre en la bolsa de cuero que le extendía mi compañero. Desde mi posición, no podía ver con claridad que cantidad de dinero y joyas metía en la bolsa. Un minuto después, Roberto salió corriendo del negocio llevando consigo todo el botín. En ese momento, cruzamos miradas con Juan sorprendidos ante el veloz escape del traidor. La víctima del robo, que se encontró ante una oportunidad única, desenfundó su arma y sin que le tiemble el pulso, le disparó a mi colega tumbándolo del primer tiro.
Hice una pausa en el relato, para secarme el sudor que resbalaba por mi frente. Observé con curiosidad el espejo que se hallaba empotrado en una de las paredes de la sala, sin saber que detrás de el, un hombre canoso de mediana estatura relataba su versión sobre lo acontecido.
- Ya le he dicho, que los tres hombres estaban impecablemente vestidos. Nada me hizo sospechar que eran delincuentes y por eso les abrí de inmediato la puerta. En muchas ocasiones he tenido clientes que vienen a comprar apenas abierta la joyería. Son por lo general turistas que desean llevarle algún presente a sus esposas.
- Entiendo Sr. Visovich, pero que hay de sus gestos, sus movimientos. ¿Notó algo raro cuando entraron?
- No, en absoluto. Tenían trajes muy finos y de excelente corte. Hasta que no sacaron el arma, no percibí nada extraño.
- ¿Y que hay de la cámara de video que tiene usted instalada?
- Ayer por la mañana dejó de funcionar. En cuanto lo noté, llamé a la empresa de seguridad y me dijeron que hoy enviarían un técnico, pero este nunca llegó. O por lo menos, no antes de que me asaltaran.
- Por nuestra parte, su declaración está cerrada. Intentaremos dar con el paradero del fugado e indagaremos sobre las pistas que le sonsaquemos al delincuente detenido. Lo dejo en manos de la compañía de seguros para que actúe en consecuencia a la póliza que tiene contratada con ellos. Le pido que si recuerda algo más, por favor se contacte con nosotros.
- Muchas gracias – dijo mientras las arrugas de su cara se distendían por completo.
El joyero salió de la sala y se dirigió en taxi a las oficinas de la aseguradora. Mientras recorría las calles bajo la llovizna de verano, una mueca de alivio se dibujó en su rostro. No pudo evitar pensar en su retiro, mientras la Torre Eiffel bajaba el telón de su impecable actuación. Las calles de Paris, lo invitaban a soñar despierto sobre su futuro, luego de saldar las deudas de aquel negocio olvidable.
Aún en el edificio central de la policía judicial, sentado frente a un aprendiz de inquisidor, mi garganta pedía a gritos un cortado descafeinado.
Continué mi relato, al tiempo que luchaba contra el adormecimiento de mi cuerpo.
- Luego de ese disparo, me quedé quieto. Solo atiné a levantar las manos, mientras veía como la sangre de mi compañero, regaba la alfombra de jeroglíficos egipcios. Con el hombre apuntándome, pasé en silencio los minutos siguientes al trágico final de mi colega. Luego, se escucharon las sirenas, llegó la policía y el resto de la historia usted ya la conoce.
- Entonces, Roberto debe estar gozando del inesperado vuelco que dio este atraco – el investigador se puso de pie y rodeó la mesa que nos separaba para ubicarse a mi lado.
- Ni que me lo diga. Se llevó su parte, la mía y la de Juan.
- ¿No es extraño que tres argentinos cultos, de buena posición en un país extraño asalten a un compatriota que ve derrumbarse su negocio ante la competencia de la piratería? – sentí su fétido aliento a nicotina invadiendo el poco aire que separaba su rostro del mío.
Luego de esa tarde, transcurrieron varios interrogatorios más. Algunos de ellos se cargaban de violencia verbal. Otros, tan solo transcurrían entre preguntas y respuestas sobre mi pasado y el de mis compañeros. Mucho no podía relatar acerca de sus vidas, ya que al fallecido lo había conocido un día antes del atraco y al otro jamás lo había visto en mi vida.
Dieciocho meses después, gozando de libertad condicional, salí a la mañana del crudo invierno que azotaba a Europa. Caminando por las estrechas calles del barrio céntrico de la ciudad, y utilizando las escasas monedas que tenía en el bolsillo, me dirigí a la estación de ómnibus de media distancia. Tomé el micro que se dirigía a los barrios humildes del sur de Paris. Apoyado con la cabeza contra la ventanilla, y soñando con los ojos abiertos, pensé en el Sr. Visovich. Lo intuí libre, radiante y despreocupado, disfrutando de su vida ajena de esfuerzo. También intenté recrear en mi mente el rostro de Roberto, pero no pude. Traté de recordarlo escapando de la joyería en aquella mañana teñida de delincuencia. Tampoco pude. Me di por vencido. Al fin y al cabo por más imaginación que posea, me es imposible representar la imagen de una persona que nunca existió. Sin embargo, no me costó en absoluto soñar con la vida de placeres que me esperaba al tener sobre el regazo mi parte del botín.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno!! Felicitaciones = ). Muack!!!