10 de febrero de 2007

El undécimo mandamiento



Les dejo un cuento que escribí el mes pasado y que aún no había publicado.
Espero que les guste!
Saludos. Estanis


El undécimo mandamiento
Por Estanislao Zaborowski

Busqué un punto aleatorio donde fijar la mirada, y allí donde se acostumbran a esconder las respuestas, esperé hallar la mía. Por el contrario, la inmensa blancura del ambiente, hizo caso omiso al pedido de socorro que despedían mis pupilas. Deseaba hallar las palabras adecuadas para explicar como se habían desarrollado los acontecimientos, pero se anudaban en mi garganta como si fueran los firuletes de una clave de sol.
- ¿Y bien? ¿Como pudo suceder algo así? – el eco de sus palabras rebotaba en la habitación con la misma intensidad que punzaba mi cabeza.
Sentado frente a él, recordé como el misterioso libro había llegado a mis manos.
Fue la tarde de un furioso sábado de febrero. El sol, en lo alto del cielo, castigaba sin piedad a los transeúntes que osábamos salir a la calle el día mas caluroso del año. Los treinta y siete grados que ardían en el aire, hacían sudar hasta las piedras que decoraban la esquina de la plaza San Gervasio. Sin embargo, los puestos de la feria de libros usados, se encontraban todos abiertos. Con el sudor empapándome el cuello de la remera, me acerqué a la hilera que se encontraba casi a mitad de cuadra. El vendedor del primer puesto, un hombre canoso entrado en años, me dirigió una amplia sonrisa.
- ¿Estás buscando algo en particular? – sus ojos azules se clavaron en los míos.
- No, simplemente algo de suspenso que me distraiga.
- Puedo ofrecerte alguna novela veraniega o quizás algún policial, pero a juzgar por tu expresión creo que te vendría mejor algo mas espiritual.
- No lo creo, los libros religiosos o de autoayuda no son mis preferidos. Me gustaría algo más liviano que no me haga pensar.
- Déjame ofrecerte unas historias sobre leyendas urbanas, quizás encuentres alguna que te ayude a pasar el sufrimiento que te aqueja.
Lo miré curioso al notar que sus palabras eran certeras. Como si supiera que el peso de mi vida ya me resultaba imposible de arrastrar. Tomé el libro con las dos manos, y observé el índice de su anteúltima hoja. Decidí llevarlo, mas por insistencia de aquel hombre de expresión serena, que por convencimiento propio.
Desperté la mañana siguiente y sin despegar la cabeza de la almohada, recorrí la habitación con la mirada, deseando encontrar la persona que me había dejado un año atrás. En su lugar, solo percibí la vacía indiferencia de un corazón que no me pertenecía. Desde el retrato clavado en la pared, me observaban sus ojos almendra brillando con mayor intensidad que la claridad del nuevo amanecer. Una vez mas, sentí el ardor en el pecho; ese profundo dolor que solía aparecer cuando sus recuerdos taladraban mi entereza. Me refregué los ojos humedecidos de melancolía y sin atinar a levantarme, tanteé la mesa de luz en busca del refugio de la lectura. El libro de cuero que había adquirido la tarde anterior, parecía sobresalir del resto. Revisé sus primeras hojas al tiempo que me incorporaba sobre la cama. Entre los doce capítulos, hallé uno que llamó mi atención. El undécimo mandamiento, rezaba el título. Antes de comenzar a leer sus primeros renglones, me vino a la memoria aquél decálogo que le fue entregado a Moisés en la cima del Monte Sinaí. No recuerdo con exactitud cada uno de los mandamientos, pero puedo asegurar que No pactarás con el demonio, no era uno de ellos. El relato de apenas trece carillas, relataba con minuciosos detalles como ponerse en contacto con el demonio y sellar con él un pacto de honor. No obstante, en sus líneas no se hacía mención a los términos del trato, ya que ello era propio de cada errante. Me concentré en la lectura de tal forma, que sentí alivio al encontrar en él, una salida que acallara los tambores de mis penas. Al llegar a la última hoja, me detuve a contemplar el plano que indicaba donde hallar al señor de la oscuridad.
Dos días después, con la incertidumbre tomándome de la mano, ingresé por la puerta principal del cementerio de la Recoleta, en busca del dueño del tridente.
Tomé el camino principal y me detuve detrás de la bóveda de Dorrego Ortiz Basualdo. Según mencionaba el texto, era la mas grandiosa de todas las que se habían edificado allí. Apoyado detrás de la construcción, esperé una hora. Durante ese lapso, el sereno recorrió dos veces el tramo sin notar mi presencia. Ni siquiera agudizó la mirada sobre el rincón donde me encontraba acurrucado. A las ocho en punto me puse de pie y continué mi recorrido en dirección a la tumba de Oliverio Girondo. Siguiendo el mapa trazado en mi memoria, llegué al punto de encuentro.
No había nadie. Ni siquiera olor a azufre, pensé. Esperaba hallar algún indicio que me dictara veracidad sobre lo que estaba sucediendo. Al cabo de pocos minutos se disiparon mis dudas.
- Entre los sarcófagos que te rodean encontrarás almas que me pertenecen - observé impávido sus ojos rojos debajo de la capucha del tapado negro que cubría todo su cuerpo.
- ¿Y quie…nes se aline…an detrás de..de.. ti? - mis nervios provocaron un tenue tartamudeo.
- Eso lo sabrás cuando te encuentres entre ellos.
- Solo he venido por un pequeño problema. Soy una buena persona.
- También lo era Fausto.
- Esa es tan solo una buena historia inventada por un gran escritor. Además, sobre el final, se te ha escapado su alma.
- Es que no quería ser tan cruel, al fin y al cabo como tu dices, es tan solo un cuento.
- En fin, he venido aquí porque creo que puedes darle fin a mi dolor - mis palabras tomaron valentía enfrentando a mi interlocutor.
- ¿Así? Pues dime entonces de que se trata.
- Deseo que me quites la desdicha. No quiero sufrir por nada mas en mi vida. Me gustaría transitar por el mundo sin esta punzada en el pecho que duele a cada mañana.
- Aja, nada de sobresaltos ni malos tragos, ¿no?
- Algo así. No quiero lamentos ni llantos por penas del pasado ni del futuro.
- Pero si te despojo todo sentimiento de tristeza no podrás distinguir cuando un momento es de felicidad y cuando no, puesto que no los podrás comparar.
- Eso ya lo resolveré, tan solo quítame este peso de encima - sin darme cuenta mis ojos se cargaron de lagrimas que tímidamente empezaron a descender por mis mejillas.
- Bueno, como tú digas. Al fin y al cabo puedes elegir tu parte del pacto. Pero de seguro ya sabes cual es el precio - sus ojos rojos ardieron con intensidad.
- Si, conozco la leyenda. Mi alma engrosará tus filas.
- Acertaste. Al momento de tu muerte, tu alma me pertenecerá.
- Me tiene sin cuidado, no soy creyente.
- Que lástima, ahora no podré vanagloriarme de este triunfo, puesto que ni siquiera te “conoce”.
Reconocí el eco de aquellas palabras cuando desperté con el libro de leyendas abierto sobre mi regazo. El reloj marcaba las diez y cuarto de la noche. Concluí que todo había sido un sueño y que en ningún momento me había levantado de la cama.
Al cabo de un mes sin sobresaltos, aquel extraño suceso había pasado a la historia. Como así también el libro, que ahora rellenaba un hueco en la biblioteca de la sala de estar.
Al finalizar el verano, tuve un grave accidente. Dos días mas tarde, luego de inútiles intentos por parte de los médicos para salvar mi vida, fallecía a causa de las heridas sufridas por el choque sobre la Av. Lugones. Quizás los términos exactos no son “heridas sufridas” puesto que no recuerdo si lo sentí de tal manera.

Epílogo

- Te vuelvo a formular mi pregunta. ¿Como pudo suceder algo así? - el hombre de blanco se impacientaba mientras se balanceaba sobre el sillón que combinaba con su vestimenta.
Mis palabras se ahogaban en el mar de la vergüenza, impidiéndome relatar todo lo acontecido. El hombre encargado de tomar la decisión, se frotaba las manos con la mirada cargada de pena. El purgatorio llenaba de indiferencia, el vacío que reinaba sobre mis emociones.
Al cabo de algunos minutos y sin poder responder a su pregunta, mi alma se sumió en la oscuridad. Ni siquiera sentí aquel calor abrasador.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustó el suspenso que creaste. Tuve que volver a leer el principio luego de leer el final (me pareció piola que ámbos se relacionen de aquella manera). Además, me apreció buena la idea de que el chico había pactado con el diablo finalmente -mejor dicho,que el diablo acepte el pacto(no darlo a entender en un comienzo es una buana estrategia para mantener el suspenso). Ahora me cierra también la idea de que Dios no los salva porque cometió el pecado de "No pactarás con el diablo" (o algo así je). Aunque se supone que si es Dios, y está en el purgatorio, le debería dar la oportunidad de arrepentirse si no la tuvo antes de morir (es así no?). Va, aunque estamos en la ficción y todo vale : )). Muack!!