29 de noviembre de 2006

"You're The One Who's Out Of This World"

Este video me trajo recuerdos!! En este capítulo ALF le componía una canción a Lynn como muestra de amor (una linda forma de expresarse)Es Genial! Y adivinen a quién imita cuando se pone la vincha colorada y la camisa de jean con las mangas cortadas? Si, acertaron! A Bruce Springsteen!
Disfrutenlo
Estanis



You're The One Who's Out Of This World
ALF


Take a look at me
and tell me what you see
just another pretty face?

Some clown from out of town
Who came to hang around
And look a little outer place!

You say you wonder what on earth I'm doing here,
I'm only here to tell you girl:
I may be an unknown from the twilight zone,
but the one who's out of this world!

You're the one who's out of this world, sweet baby,
You're the one who's out of this world!
I'm spinning in an orbit I've never been in,
'cause you're the one who's out of this world!

[ultra-cool Piano and Guitar Solo :-) ]

You're the one who's out of this world, sweet baby,
You're the one who's out of this world!
I'm spinning in an orbit I've never been in,
'cause you're the one who's out of this world!

You're the one who's out of this world, sweet baby,
You're the one who's out of this world!
I'm spinning in an orbit I've never been in,
'cause you're the one who's out of this-
you're the one who's out of this-
you're the one who's out of this world!

28 de noviembre de 2006

Se viene el cuarto capítulo!

Me dijo Fidel: Dale que no llego a fin de mes!!

Dijo Shakira: Este suspenso me provoca angustia oral... :op














Intriga.Pasión.Suspenso.Romance Viví la aventura!!

Falta muy poco para el cuarto capítulo de Un Enigma Oriental!!!

25 de noviembre de 2006

La Mano - Guy de Maupassant


Este escritor frances es uno de mis preferidos por la forma en que atrapa al lector con el suspenso. Es un poco largo pero si tienen tiempo, vale la pena leerlo.
Espero les guste.
Un abrazo
Estanis



La mano
Guy de Maupassant


Estaban en círculo en torno al señor Bermutier, juez de instrucción, que daba su opinión sobre el misterioso suceso de Saint-Cloud. Desde hacía un mes, aquel inexplicable crimen conmovía a París. Nadie entendía nada del asunto.
El señor Bermutier, de pie, de espaldas a la chimenea, hablaba, reunía las pruebas, discutía las distintas opiniones, pero no llegaba a ninguna conclusión.
Varias mujeres se habían levantado para acercarse y permanecían de pie, con los ojos clavados en la boca afeitada del magistrado, de donde salían las graves palabras. Se estremecían, vibraban, crispadas por su miedo curioso, por la ansiosa e insaciable necesidad de espanto que atormentaba su alma; las torturaba como el hambre.
Una de ellas, más pálida que las demás, dijo durante un silencio: —Es horrible. Esto roza lo sobrenatural. Nunca se sabrá nada.
El magistrado se dio la vuelta hacia ella: -Sí, señora es probable que no se sepa nunca nada. En cuanto a la palabra sobrenatural que acaba de emplear, no tiene nada que ver con esto. Estamos ante un crimen muy hábilmente concebido, muy hábilmente ejecutado, tan bien envuelto en misterio que no podemos despejarle de las circunstancias impenetrables que lo rodean.
Pero yo, antaño, tuve que encargarme de un suceso donde verdaderamente parecía que había algo fantástico. Por lo demás, tuvimos que abandonarlo, por falta de medios para esclarecerlo.
Varias mujeres dijeron a la vez, tan de prisa que sus voces no fueron sino una: —¡Oh! Cuéntenoslo.
El señor Bermutier sonrió gravemente, como debe sonreír un juez de instrucción. Prosiguió: —Al menos, no vayan a creer que he podido, incluso un instante, suponer que había algo sobrehumano en esta aventura. No creo sino en las causas naturales. Pero sería mucho más adecuado si en vez de emplear la palabra sobrenatural para expresar lo que no conocemos, utilizáramos simplemente la palabra inexplicable. De todos modos, en el suceso que voy a contarles, fueron sobre todo las circunstancias circundantes, las circunstancias preparatorias las que me turbaron. En fin, éstos son los hechos:
«Entonces era juez de instrucción en Ajaccio, una pequeña ciudad blanca que se extiende al borde de un maravilloso golfo rodeado por todas partes por altas montañas.
«Los sucesos de los que me ocupaba eran sobre todo los de vendettas. Los hay soberbios, dramáticos al extremo, feroces, heroicos. En ellos encontramos los temas de venganza más bellos con que se pueda soñar, los odios seculares, apaciguados un momento, nunca apagados, las astucias abominables, los asesinatos convertidos en matanzas y casi en acciones gloriosas. Desde hacía dos años no oía hablar más que del precio de la sangre, del terrible prejuicio corso que obliga a vengar cualquier injuria en la propia carne de la persona que la ha hecho, de sus descendientes y de sus allegados. Había visto degollar a ancianos, a niños, a primos; tenía la cabeza llena de aquellas historias.
«Ahora bien, me enteré un día de que un inglés acababa de alquilar para varios años un pequeño chalet en el fondo del golfo. Había traído con él a un criado francés, a quien había contratado al pasar por Marsella.
«Pronto todo el mundo se interesó por aquel singular personaje, que vivía solo en su casa y que no salía sino para cazar y pescar. No hablaba con nadie, no iba nunca a la ciudad, y cada mañana se entrenaba durante una o dos horas en disparar con la pistola y la carabina.
«Se crearon leyendas entorno a él. Se pretendió que era un alto personaje que huía de su patria por motivos políticos; luego se afirmó que se escondía tras haber cometido un espantoso crimen. Incluso se citaban circunstancias particularmente horribles.
«Quise, en mi calidad de juez de instrucción, tener algunas informaciones sobre aquel hombre; pero me fue imposible enterarme de nada. Se hacía llamar sir John Rowell.
«Me contenté pues con vigilarle de cerca; pero, en realidad, no me señalaban nada sospechoso respecto a él.
«Sin embargo, al seguir, aumentar y generalizarse los rumores acerca de él, decidí intentar ver por mí mismo al extranjero, y me puse a cazar con regularidad en los alrededores de su dominio.
«Esperé durante mucho tiempo una oportunidad. Se presentó finalmente en forma de una perdiz a la que disparé y maté delante de las narices del inglés. Mi perro me la trajo; pero, cogiendo en seguida la caza, fui a excusarme por mi inconveniencia y a rogar a sir John Rowell que aceptara el pájaro muerto.
«Era un hombre grande con el pelo rojo, la barba roja, muy alto, muy ancho, una especie de Hércules plácido y cortés. No tenía nada de la rigidez llamada británica, y me dio las gracias vivamente por mi delicadeza en un francés con un acento de más allá de la Mancha. Al cabo de un mes habíamos charlado unas cinco o seis veces.
«Finalmente una noche, cuando pasaba por su puerta, le vi en el jardín, fumando su pipa, a horcajadas sobre una silla. Le saludé y me invitó a entrar para tomar una cerveza. No fue necesario que me lo repitiera.
«Me recibió con toda la meticulosa cortesía inglesa; habló con elogios de Francia, de Córcega, y declaró que le gustaba mucho esta país, y este costa.
«Entonces, con grandes precauciones y como si fuera resultado de un interés muy vivo, le hice unas preguntas sobre su vida y sus proyectos. Contestó sin apuros y me contó que había viajado mucho por Africa, las Indias y América. Añadió riéndose: —Tuve mochas avanturas, ¡oh! yes.
«Luego volví a hablar de caza y me dio los detalles más curiosos sobre la caza del hipopótamo, del tigre, del elefante e incluso la del gorila.
«Dije: —Todos esos animales son temibles.
«Sonrió: —¡Oh, no! El más malo es el hombre.
«Se echó a reír abiertamente, con una risa franca de inglés gordo y contento: —He cazado mocho al hombre también.
«Después habló de armas y me invitó a entrar en su casa para enseñarme escopetas con diferentes sistemas.
«Su salón estaba tapizado de negro, de seda negra bordada con oro. Grandes flores amarillas corrían sobre la tela oscura, brillaban como el fuego. Dijo: —Eso ser un tela japonesa.
«Pero, en el centro del panel más amplio, una cosa extraña atrajo mi mirada. Sobre un cuadrado de terciopelo rojo se destacaba un objeto rojo. Me acerqué: era una mano, una mano de hombre. No una mano de esqueleto, blanca y limpia, sino una mano negra reseca, con uñas amarillas, los músculos al descubierto y rastros de sangre vieja, sangre semejante a roña, sobre los huesos cortados de un golpe, como de un hachazo, hacia la mitad del antebrazo.
«Alrededor de la muñeca una enorme cadena de hierro, remachada, soldada a aquel miembro desaseado, la sujetaba a la pared con una argolla bastante fuerte como para llevar atado a un elefante.
«Pregunté: —¿Qué es esto?
«El inglés contestó tranquilamente: —Era mejor enemigo de mí. Era de América. Ello había sido cortado con el sable y arrancado la piel con un piedra cortante, y secado al sol durante ocho días. ¡Aoh, muy buena para mí, ésta.
«Toqué aquel despojo humano que debía de haber pertenecido a un coloso. Los dedos, desmesuradamente largos, estaban atados por enormes tendones que sujetaban tiras de piel a trozos. Era horroroso ver esa mano, despellejada de esa manera; recordaba inevitablemente alguna venganza de salvaje.
«Dije: —Ese hombre debía de ser muy fuerte.
«El inglés dijo con dulzura: —Aoh yes; pero fui más fuerte que él. Yo había puesto ese cadena para sujetarle.
«Creí que bromeaba. Dije: —Ahora esta cadena es completamente inútil, la mano no se va a escapar.
«Sir John Rowell prosiguió con tono grave: —Ella siempre quería irse. Ese cadena era necesario.
«Con una ojeada rápida, escudriñé su rostro, preguntándome: "¿Estará loco o será un bromista pesado?"
«Pero el rostro permanecía impenetrable, tranquilo y benévolo. Cambié de tema de conversación y admiré las escopetas.
«Noté sin embargo que había tres revólveres cargados encima de unos muebles, como si aquel hombre viviera con el temor constante de un ataque.
«Volví varias veces a su casa. Después dejé de visitarle. La gente se había acostumbrado a su presencia; ya no interesaba a nadie.
«Transcurrió un año entero; una mañana, hacia finales de noviembre, mi criado me despertó anunciándome que Sir John Rowell había sido asesinado durante la noche.
«Media hora más tarde entraba en casa del inglés con el comisario jefe y el capitán de la gendarmería. El criado, enloquecido y desesperado, lloraba delante de la puerta. Primero sospeché de ese hombre, pero era inocente.
«Nunca pudimos encontrar al culpable.
«Cuando entré en el salón de Sir John, al primer vistazo distinguí el cadáver extendido boca arriba, en el centro del cuarto.
«El chaleco estaba desgarrado, colgaba una manga arrancada, todo indicaba que había tenido lugar una lucha terrible.
«¡E1 inglés había muerto estrangulado! Su rostro negro e hinchado, pavoroso, parecía expresar un espanto abominable; llevaba algo entre sus dientes apretados; y su cuello, perforado con cinco agujeros que parecían haber sido hechos con puntas de hierro, estaba cubierto de sangre.
«Un médico se unió a nosotros. Examinó durante mucho tiempo las huellas de dedos en la carne y dijo estas extrañas palabras: —Parece que le ha estrangulado un esqueleto.
«Un escalofrío me recorrió la espalda y eché una mirada hacia la pared, en el lugar donde otrora había visto la horrible mano despellejada. Ya no estaba allí. La cadena, quebrada, colgaba.
«Entonces me incliné hacia el muerto y encontré en su boca crispada uno de los dedos de la desaparecida mano, cortada o más bien serrada por los dientes justo en la segunda falange.
«Luego se procedió a las comprobaciones. No se descubrió nada. Ninguna puerta había sido forzada, ni ninguna ventana, ni ningún mueble. Los dos perros de guardia no se habían despertado.
«Ésta es, en pocas palabras, la declaración del criado:
«Desde hacía un mes su amo parecía estar agitado. Había recibido muchas cartas, que había quemado a medida que iban llegando.
«A menudo, preso de una ira que parecía demencia, cogiendo una fusta, había golpeado con furor aquella mano reseca, lacrada en la pared, y que había desaparecido, no se sabe cómo, en la misma hora del crimen.
«Se acostaba muy tarde y se encerraba cuidadosamente. Siempre tenía armas al alcance de la mano. A menudo, por la noche, hablaba en voz alta, como si discutiera con alguien.
«Aquella noche daba la casualidad de que no había hecho ningún ruido, y hasta que no fue a abrir las ventanas el criado no había encontrado a sir John asesinado. No sospechaba de nadie.
«Comuniqué lo que sabía del muerto a los magistrados y a los funcionarios de la fuerza pública, y se llevó a cabo en toda la isla una investigación minuciosa. No se descubrió nada.
«Ahora bien, tres meses después del crimen, una noche, tuve una pesadilla horrorosa. Me pareció que veía la mano, la horrible mano, correr como un escorpión o como una araña a lo largo de mis cortinas y de mis paredes. Tres veces me desperté, tres veces me volví a dormir, tres veces volví a ver el odioso despojo galopando alrededor de mi habitación y moviendo los dedos como si fueran patas.
«Al día siguiente me la trajeron; la habían encontrado en el cementerio, sobre la tumba de sir John Rowell; le habían enterrado allí, ya que no habían podido descubrir a su familia. Faltaba el índice.
«Ésta es, señoras, mi historia. No sé nada más.
Las mujeres, enloquecidas, estaban pálidas, temblaban. Una de ellas exclamó: —¡Pero esto no es un desenlace, ni una explicación! No vamos a poder dormir si no nos dice lo que según usted ocurrió.
El magistrado sonrió con severidad: —¡Oh! Señoras, sin duda alguna, voy a estropear sus terribles sueños. Pienso simplemente que el propietario legítimo de la mano no había muerto, que vino a buscarla con la que le quedaba. Pero no he podido saber cómo lo hizo. Este caso es una especie de vendetta.
Una de las mujeres murmuró: —No, no debe de ser así.
Y el juez de instrucción, sin dejar de sonreír, concluyó: —Ya les había dicho que mi explicación no les gustaría.


Si quieren saber acerca del autor, pueden ver su biografía en: http://es.wikipedia.org/wiki/Guy_de_Maupassant

23 de noviembre de 2006

Black eyed peas - Where is the love

Me pareció muy bueno el mensaje de esta canción. Tiene ya un par de años pero recién ahora le presto atención a la letra. Espero que les guste. Saludos. Estanis



WHERE IS THE LOVE
(DONDE ESTA EL AMOR)

¿Qué es lo que pasa en el mundo, mamá?
la gente vive como si no tuviera familia.
creo que el mundo entero está enganchado al drama.
solamente te sientes atraído por las cosas traumáticas.
fuera de nuestro país, intentamos combatir el terrorismo,
pero los terroristas siguen viviendo aquí
en estados unidos, la gran cia,
los bloods, los cryps y el kkk.
pero si sólo amas a las personas de tu propia raza
entonces sólo dejas lugar a la discriminación.
y la discriminación genera odio.
y cuando odias te invade la indignación,
demuestras maldad.
y así es como funciona este entramado, hermano.
tienes que amar para que todo te salga bien.
toma el control de tu mente y medita.
deja que tu alma descubra el amor.

Gente matando, gente muriendo.
niños heridos a los que escuchas llorar.
¿puedes llevar a la práctica lo que rezas?
¿pondrías la otra mejilla?

Padre, padre, padre ayúdanos,
guíanos desde arriba
porque la gente me hace, me hace dudar
¿dónde está el amor? (amor)

¿Dónde está el amor? (el amor)
¿Dónde está el amor? (el amor)
¿Dónde está el amor?
el amor, el amor.

No es lo mismo a pesar de no haber cambios.
los nuevos días son extraños.
¿está este mundo loco?
si el amor y la paz son tan fuertes,
¿por qué hay amores que se pierden?
naciones lanzando bombas,
gases químicos llenando
los pulmones de los niños.
con el sufrimiento continuo
de una juventud que muere joven.
así que pregúntate ¿ha desaparecido el amor?
así podré preguntarme qué es lo que va mal
en este mundo en el que vivimos.
la gente sigue rindiéndose.
tomando decisiones equivocadas,
sólo fijándose en los beneficios
sin respetarse los unos a los otros,
negando a tu hermano.
estamos en guerra, pero el motivo está camuflado.
la verdad es un secreto, está oculta.
si no conoces la verdad no conoces el amor.

¿Dónde está el amor, vamos? (no lo sé)
¿Dónde está el amor, vamos? (no lo sé)
¿Dónde está el amor, vamos?

Gente matando, gente muriendo
niños heridos a los escuchas llorar.
¿puedes llevar a la práctica lo que rezas?
¿pondrías la otra mejilla?

Padre, padre, ayúdanos,
guíanos desde arriba
porque la gente, la gente me hace dudar.
¿donde está el amor? (amor)

¿Dónde está el amor? (el amor)
¿Dónde está el amor? (el amor)
¿Dónde está el amor?
el amor, el amor.

Siento el peso del mundo en mis hombros.
a medida que me hago mayor,
la gente se vuelve más fría
la mayoría de nosotros sólo
nos preocupamos por ganar dinero.
el egoísmo nos hace seguir nuestro propio camino.
los medios siempre muestran la información errónea.
su principal criterio son las imágenes negativas,
contaminando las mentes de los jóvenes
con más rapidez que una bacteria.
los chicos hacen los que ven en el cine..
yo, haya pasado lo que haya pasado con
los valores de la humanidad,
haya pasado lo que haya pasado con
la doctrina de la igualdad
en vez de propagar amor, difundimos rencor,
falta de entendimiento, lo que lejos de unirnos
nos separa más y más.
es la razón por la que me siento bajo de moral.
esa es la razón por la que me siento deprimido.
no hay duda del por qué a veces me siento bajo de moral,
tengo que mantener viva mi esperanza para los que aman.

¿Dónde está el amor?
¿Dónde está el amor?
¿Dónde está el amor?
¿Dónde está el amor?

Padre, padre, padre ayúdanos.
guíanos desde arriba
porque la gente me hace, me hace dudar.
¿dónde está el amor? (el amor).

El éxito de mi fracaso

La consigna era escribir un relato con palabras que se contradigan, mi elección fué "éxito / fracaso". Este es el resultado
Saludos. Estanis

El éxito de mi fracaso
Por Estanislao Zaborowski

Por un tirano instante, lo pensé. En caso de hacerlo no sería la primera vez, pero eso no bastaba para justificar mi travesía diaria.
Miré hacia delante como quién ansía tocar el horizonte, sabiendo que cuanto más sintiera su proximidad, mas lejos me encontraré.
Sin embargo, lo quería hacer. En mi opinión, es preferible un sueño real a que la realidad sea un sueño. Los sueños nos pertenecen, somos sus dueños. Si bien, no los dominamos, están allí. Tangiblemente etéreos. En cambio la realidad, nos esquiva. Ella permanece con su tranquilidad inmutable y la mayoría de los hombres, imbéciles mortales, se jactan de su pertenencia.
Pensando en ello, me decidí. Contuve mi aliento, y di mis primeros pasos hacia la helada mañana de invierno que estaba comenzando.
Como todo lo que empiezo alguna vez, lo hice con cautela. Midiendo movimientos, observando reacciones, tratando de asimilar cualquier detalle que pudiera entorpecer mi camino hacia el fracaso. Bueno, no como entiende el fracaso la mayoría de las personas. Yo lo llamaría el éxito de mi fracaso.
Continué, sin apresurarme. No sea que me equivoque, que dé un paso en falso y que estropeara todo lo hecho hasta el momento.
Miré a ambos lados y luego hacia delante por unos segundos más. Los invisibles hilos del destino estaban inclinando la balanza a mi favor. Lo sentía. Lo podía percibir por mis sentidos. Por mis cinco sentidos. Por todos al mismo tiempo y con la misma intensidad. Como si fuera un flujo de sensaciones que desean darse a conocer todas al unísono, sin tener que esperar cada una su turno.
Todo estaba saliendo según lo planeado. Como lo fue otras veces. Con lluvia, con viento, o con sol y brisa de verano. Si lo lograba, fracasaría. Pero eso no le quita merito a mi esfuerzo. Al contrario, lo dignifica.
Al cabo de los primeros ciento cincuenta metros, me detuve. Con esa adrenalina corriendo por mis venas podía llegar a perder el equilibrio. Por decirlo de una manera mas decorosa y que no denote inseguridad, podía llegar a tambalear mi integridad. Y para serles sincero me duele mi integridad cuando se golpea. Es por eso, que al detenerme, respiré hondo y retomé la compostura. Medí por reflejo la distancia, faltaban aún otros cien metros.
Miré mi reloj y pude dar cuenta de la tiranía del segundero, que con su simétrico movimiento, genera el seco sudor que resbala por la frente de la impaciencia.
¡Maldito Napoleón y su consejo de vestirse despacio cuando se está apurado!
Por primera vez dudé. Pensé que no llegaría. No había destino, ni fe, ni esperanza que me pudiera ayudar. Me mantuve inmóvil por unos instantes que se me antojaron siglos.
Cuando al fin, un intenso sacudón me volvió a la realidad. Mi socorro había destrozado los barrotes de mi celda y estaba dispuesto a ponerme nuevamente en marcha. Mi amigo el fracaso, hacía su aparición. El nunca llega tarde. Siempre se encuentra atento y predispuesto cuando mas se lo necesita.
En otras ocasiones, también me ayudó, y fue gracias a él que pude gozar de esos minutos de ignorancia. De ajena ignorancia pero de propio placer.
Con su empuje, tomé ímpetu y continué. Con la salvedad que ahora lo hacía mas rápido y seguro de mi mismo. Como si un par de invisibles brazos me estuvieran empujando hacia lo inevitable.
Me di cuenta que bajo su tutela y protección no podía irme mal. Jamás me equivocaría, ni torcería mi rumbo aunque mas no sea unos pocos grados. Su brújula marcaba mi norte y con él llegaría a buen puerto.
Me aferré a su cuello lo más que pude y por primera vez en mi trayecto, comencé a correr.
Mis piernas no tardaron en reaccionar y a ritmo febril, recorrí los metros que me separaban del punto de llegada.
Doblé en la esquina y para mi alivio, el camino estaba despejado. Sudaba pero no me importaba, sabía que con esa fuerza interior lo podía lograr.
Esquivé a un cafetero que vociferó a mis espaldas una serie de insultos, a los que respondí levantando el dedo mayor y mostrándoselo por detrás de mi cabeza.
Ni bien fijé la mirada en la otra esquina, vi el mayor obstáculo del recorrido. El paseador de perros llevaba entre 12 y 15 caninos amarrados a sus muñecas por unas gruesas correas. No voy a negarles, que pensé en propinarle un golpe para que escarmiente y que no ocupe en adelante toda la vereda, pero aquello no haría mas que retrasarme. En cambio, opté por una salida más rápida que me permitiera sortear el inconveniente. Cruzando en diagonal por la mitad de la calle, pude acceder a la otra esquina acortando la distancia.
En el transcurso de mi alocada corrida, la pensé.
Imaginé como estaría vestida aquella fría mañana. Seguramente con algún tapado o campera de cuero, combinando con un par de botas de estación de última confección y exquisito gusto.
¿Llevará camisa como lo hizo estos últimos días o se animará con alguna remera de mangas largas acompañando a un fino suéter de hilo? Sin lugar a dudas, el abrigo contrastará en tonos delicados, con sus ojos verdes de mar caribeño.
Su pelo rubio, angelical y perfumado estará recogido con un gracioso rodete sostenido por un palillo de madera que hará juego con los pendientes que lleve puestos.
¿Serán aquellos diminutos diamantes hexagonales los que columpien de sus orejas o serán esos aros rústicos que con tanta personalidad lleva?
Su perfume, puedo adelantar sin miedo a equivocarme, será exquisito. Su suavidad, me transportará como tantas veces a la campiña francesa, de suaves colinas y verdes prados. Y si lleva aquél mas intenso, de seguro su peculiar aroma me guiará por los campos nevados de la Europa Nórdica.
Por fin llegué y allí parada cual gélida princesa se encontraba ella. Como en otras ocasiones, su ignorancia y mirada esquiva, dictaban su presencia.
Sin embargo, pude observarla algunos instantes antes que llegara el ómnibus que nos transportaba a la otra parte de la ciudad. Subí detrás de todos los que se hallaban en la fila y noté que se sentaba en un rincón.
Allí parado, pude sonreír al fin y agradecerle al fracaso por haberme regalado una vez mas, aquellos minutos de indudable éxito.

13 de noviembre de 2006

Inframundo


Les dejo un cuento que va en dos capitulos, la segunda parte se encuentra a continuación del presente.
La crítica estuvo dividida, pero para mi fue un lindo ejercicio de escritura.
Después me cuentan!
Un abrazo
Estanis


Inframundo
Por Estanislao Zaborowski

La helada noche de Agosto anunciaba el momento de entrar en acción. Desde que comencé esta búsqueda desenfrenada, mi vida no tenía otra razón de ser, mas que la de acceder a esta instancia. Con la ayuda de un amigo y los contactos que fui comprando, pude desentrañar la trama de un mundo oscuro e incierto. Abrigado con una chaqueta, pantalón de cuero y remera negra para no desentonar con el ambiente, recorrí las últimas cuadras. Doblé a la derecha por Suipacha y caminé veinte metros. No encontraba la puerta de ingreso, sin embargo no dude que poseía la dirección correcta. Saqué del bolsillo el papel donde la tenía anotada y por las dudas la revisé otra vez. De pronto, la ví. A mis pies había una reja de hierro forjado, similar a una alcantarilla de desagüe, pero más grande. Estaba al mismo nivel que la línea de construcción edilicia y la numeración se encontraba pintada con rojo furioso sobre el piso de baldosas grises. Quinientos veinticuatro de Suipacha. Todo indicaba que estaba en el lugar correcto.
Mi vista aún no se había acostumbrado a la poca luz de la calle, sin embargo corrí el riesgo deseando que nadie me viera bajar por allí.
Debajo de la reja, una escalera caracol desembocaba en una puerta de hierro pesada y sin picaporte. Antes que pudiera golpearla, del otro lado de la entrada se escuchó una voz ronca y quebrada.
- Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente. No recuerdo la tuya. ¿Quién eres y qué deseas de mí? - mi interlocutor esperaba que respondiera con la contraseña.
- Mi nombre es lo de menos. Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes - esperaba que mis palabras hayan sido mencionadas exactamente como me las habían dictado.
La puerta se abrió y un corpulento hombre de traje negro se hizo a un lado para dejarme pasar. Sin darme vuelta, respondí a su segunda pregunta con voz firme: Baltasar Irrazabal, cuarenta y siete años.
El pasillo era largo y angosto. El aire denso y la música electrónica a un volumen insoportable, me provocaban nauseas. El humo, que hacía de cortina etérea, reducía la visión a unos escasos diez metros.
La oscuridad se cortaba tan solo por la luz tenue rojiza que ponía en alerta los cinco sentidos. A los costados del pasillo no había paredes, solo columnas cada dos o tres metros de distancia. Del otro lado se podía observar las más promiscuas, pecaminosas y reprobables conductas humanas. Aquellas que a la luz del día eran un delito condenable por la sociedad y la justicia, aquí gozaban de plena libertad. Mujeres desnudas autoflagendose, hombres mayores teniendo relaciones con menores de edad y hasta una orgía interracial, eran algunas de las perversiones y desvíos que uno podía encontrar a su paso.
Mis conocimientos sobre este mundo sombrío y subterráneo no eran de principiante. Los tres años que padecí en la prisión de Caseros, me habían dado sobrada experiencia en el asunto. Sin embargo, antes de estar tras las rejas, mi vida era distinta. Dividía el tiempo entre mi empresa de construcción, aquella que fundé con mis primeros ahorros ni bien me recibí de ingeniero civil, y mi pequeña e inocente Sofía. Aunque reconozco que solo era feliz, cuando me encontraba con ella y pasábamos fabulosas tardes de merienda y diversión. Muy a mi pesar, me acostumbré a verla los fines de semana, ya que el juez le otorgó la tutela a su madre. Traté de imaginarme como en tres años de ausencia, Sofía con tan solo quince navidades, pudo terminar en un antro como este. Pero eso no es lo que mas me preocupaba, sino que tenía que encontrarla y sacarla de allí. Llevármela lo más lejos posible y comenzar una nueva vida.
Continué caminando, mientras que por el rabillo del ojo observaba a ambos lados para ver si podía dar con ella. Al llegar al final del pasillo me topé con un salón grande, rectangular y apenas iluminado por tubos fluorescentes de color rojo y violeta. El ambiente era similar al de un bar nocturno. A la derecha, se podía observar cuatro sillones negros dispuestos en círculo, donde varios extraños reían eufóricamente mientras intercambiaban jeringas y tragos. En el fondo, con una estantería repleta de bebidas como telón, una mujer revoleaba las botellas como si fueran pelotas de tenis. La mayoría de los hombres tenían aros colgando de sus pezones como así también cadenas con cinturones de cuero que le rodeaban la cintura. Mientras caminaba entre el tumulto buscando a mi hija, las personas se hacían a un costado y me miraban como si fuera un animal extraño. Y no estaban equivocados, allí dentro me sentía un paria.
Al cabo de algunos minutos, me pareció verla. Si, podía asegurar que era ella aunque se encontraba muy distinta. En lugar de su cabello lacio y morocho, llevaba el pelo mas corto, recogido y de color verde. Sus ojos azules también estaban distintos. No veía indicios de la vivacidad que los caracterizaba, en cambio los observé profundos e hinchados. Me acerqué hacia ella lento pero sin detenerme. Estaba a unos pocos pasos de distancia. Solo un viejo vestido de mujer, me separaba de mi pequeña. Intenté estirar el brazo para tomarla por el hombro cuando de repente todo oscureció. Sentí mi cuerpo pesado golpear contra el piso y un fuerte dolor de cabeza. Sentí frío y un líquido rojizo descender por mi mejilla. Era mi sangre.
Cuando desperté, estaba tirado en el piso de una habitación pequeña. No estaba seguro de estar vivo. Es posible que haya fallecido desangrándome. O que me mataran mientras estaba inconsciente. La respuesta llegó cuando escuché una voz.
- Cagaste viejo, acá no queremos a la poli. Podemos limpiarte y tirarte al rio - la voz de mi enemigo era gruesa y denotaba ebriedad.
- No…no soy policía - tenía la lengua seca y acartonada como una lija.
- Acá no existís, ¿me escuchaste? Estoy esperando que llame mi jefe para pegarte un tiro. Me arruinaste la noche pelotudo.
- Flaco, no me importa tus asuntos. No quiero nada de ustedes, solo que me dejen salir con mi hija - la urgencia de los acontecimientos me aclararon la mente.
- De acá no sale nadie, ni vos ni tu hija ni la perra que te parió ¿me escuchaste? Estás muerto, hacete la idea. Te voy a meter un cañonaz…. ¡¿Pero que caraj…?!
El tipo cayó al suelo como un saco de arena. Detrás de él, pude adivinar la silueta de Sofía, que sostenía con ambas manos un barrote de hierro.
- Papá, ¿porque viniste a buscarme? - su abrazo me reconfortó, pero el sonido del celular del hombre caído borró mi incipiente sonrisa.
- Sofía, tenemos que salir de acá. Esto está jodido. Si nos agarran, nos matan.
- Pero yo pertenezco a este mundo, este es mi hogar.
- Eso lo discutimos si salimos vivos de acá. Vamos.
Pasó mi brazo por sobre su hombro y salimos de la habitación. Corrimos por otro pasillo que se encontraba paralelo al que había ingresado, esquivando a los extraños que pasaban sobresaltados a nuestro lado. En esa alocada carrera llegué a divisar al ex ministro de economía entrando a una habitación con una menor de edad. Me sentía mareado y las piernas cada vez me pesaban más. A mi espalda, escuchaba voces que gritaban. Ordenaban que alguien nos detenga. Sin embargo, nadie se interponía. Todos se hacían a un lado o se internaban en los recintos que se encontraban a ambos lados del corredor. Cuando estábamos por llegar a la última puerta, esta se abrió de repente y dos hombres nos cortaron el paso. En ese momento supe que no saldríamos vivos del lugar.

Continuará…

10 de noviembre de 2006

Dos horas para morir



Esta es la continuación!
Saludos
Estanis

Dos horas para morir
Por Estanislao Zaborowski

No muy lejos de allí…

Me enredaba en las sábanas con Sharon Stone mientras de fondo sonaba Hey Jude de Los Beatles. A oscuras, con nuestras piernas entrelazadas, podía observar el paraíso sin necesidad de abrir los ojos. Sus manos, de largos y finos dedos, me acariciaban los hombros tiernamente.
- Gustavo - su voz era gruesa, muy diferente a lo que parecía en las películas - Por favor, levantate tenemos que cerrar. Gustavo, dale.
- Sharon, tienes que dejar de fumar. Si sigues así, nunca te van a ofrecer ponerle la voz a alguna doncella animada - con los ojos cerrados me imaginaba sus dulces facciones.
- ¿Qué Sharon? ¡Levantate querés y soltá esa botella! ¡Son las cuatro de la mañana!
- Mi cosita, no es forma de… - abrí los ojos como huevos al ver los bigotes de Ricardo a cinco centímetros de mi nariz.
- Por fin, te tenes que ir, estamos cerrando. ¡Y dame esa botella por favor! - el dueño del bar Los Carmelos me sacudía fuerte pero con un dejo de cariño.
- ¿Las cuatro de la mañana? - secándome el sudor de la cara con la servilleta, saqué el celular del bolsillo y marqué los números de memoria.
Nada, apagado o fuera del área de cobertura. No era lo que habíamos convenido.
Recordaba bien sus palabras antes de marcharse, “si no aparezco en una hora llamá a la policía y desaparecé”. Observé que mi reloj pulsera marcaba dos horas desde su partida. Me encontraba ante la dicotomía de respetar su pedido o de ir a buscarlo. Tengo que aceptar, que no poseo sus mismas dotes de valentía y decisión como para sumergirme en ese mundo de delincuencia. Sin embargo, sino hacía algo al respecto, podía ir despidiéndome de mi amigo y su hija para siempre. Como estaban las cosas, no me quedaba otra que aceptar el reto de convertirme en un marginal por una noche. Al cabo de quince minutos, de jean y con el torso desnudo, bajaba la escalera caracol y me sumergía en Inframundo.
Apenas traspasé la puerta, dos hombres vestidos con un taparrabo estilo tarzán, me enseñaban sus músculos y me invitaban a pasar una noche de lujuria. Les agradecí el convite con una sonrisa fingida y continué caminando. Miré a lo largo el pasillo atestado de extraños y decidí revisar cada una de las habitaciones. En la primera puerta que abrí, dos mujeres desnudas practicaban extrañas posiciones sexuales, mientras mojaban sus lenguas en pintura violeta y se las pasaban por el cuerpo. Bodypainting, pensé y continué mi recorrido.
La segunda habitación estaba completamente a oscuras, pero por los gemidos y gritos de placer, me di cuenta que a su modo no la estaban pasando nada mal. La cerré de inmediato ofreciendo mis disculpas por la interrupción y me dirigí a la próxima puerta.
Al cabo de media hora y de no tener indicios del paradero de mi amigo, decidí relajarme y tomarme un trago en la barra del salón que crucé hace escasos minutos. Después de todo, no había hecho nada malo, excepto que se considere una maldad haber interrumpido un ritual sadomasoquista entre una anciana y su sirviente. Me acerqué a la barra y pedí la carta con el listado de bebidas que allí preparaban.
- Un éxodo de neuronas por favor - la mujer de la barra tenía un estilo alternativo pero por demás sensual.
- ¿Vos no sos de acá, no? - gritó por encima de la música mientras preparaba el trago.
- No, es la primera vez que vengo. Esta lindo. - mis palabras contrastaban con el vocabulario que se escuchaba de otras conversaciones.
- ¿Y que estás buscando?
- Vine a encontrarme con un amigo, pero no lo veo por acá.
- Que lástima que no buscas una amiga. – sus ojos parpadearon intermitentemente.
- Eh… ¡no! Me malinterpretaste, estoy buscando a un amigo que vino por una chica. Por casualidad ¿la conocés? – le extendí una foto de Sofía de hace cuatro años.
- Obvio, trabaja acá. Hace rato que no la veo, debe estar entre la gente.
Le agradecí con un beso en la comisura de la boca, y disfrutando el trago empecé a recorrer el lugar con la mirada.
Al cabo de diez minutos y mientras caminaba por la pista de baile improvisada en el medio del salón, observé extraños movimientos en una puerta apartada del bullicio.
Me dirigí hacia ella esperando enterarme de lo que sucedía y notando el incipiente alboroto que allí se estaba gestando.
Cuando pude acercarme lo suficiente, advertí gritos y discusiones fuertes que se podían escuchar claramente de este lado de la pared. Al parecer eran exclamaciones entre llantos de una niña, intercalados con golpes y cachetadas.
Aprovechando que en ese momento no había ninguna persona de seguridad en las inmediaciones y siguiendo puramente mis reflejos, ingresé en la habitación.
De espaldas a la puerta y sin poder escuchar a causa del volumen exagerado, dos hombres de contextura importante golpeaban a Baltasar y Sofía sin indicios de piedad.
No llegué a dar dos pasos hacia delante, cuando uno de ellos dio media vuelta y me enfrentó con un bate de madera en la mano y mirada desafiante. Su primer golpe lo acertó en el estomago, pero inclinándome hacia atrás pude amortiguarlo. Le respondí con una patada en los testículos de tal manera que quedara arrodillado y allí mismo sin piedad, sacando la rabia desde el fondo de mi ser, le arremetí una patada en la cara con mis nuevas botas tejanas. Casi al instante y sin poder reaccionar, el otro hombre me empujó contra la pared y de la primera trompada me dejo en el suelo aturdido y desorientado. Tengo un vago recuerdo de lo que sucedió después.
- ¡Sofía no! – grité, al ver que pudo desatarse de las cuerdas que la amarraban a la silla y se tiraba encima del hombre que aún permanecía de pie.
En dos o tres movimientos de kung fu, dejó a su combatiente en el piso cerca de donde había caído el primero. Al desatarme le di un fuerte abrazo y juntos levantamos a Gustavo que aún no volvía en si mismo.
Dejamos la habitación e intentamos mezclarnos entre la gente que no paraba de saltar y de sacudirse como si tuvieran espasmos. Corrimos por el pasillo central hacia la única puerta de acceso que conocíamos. Cuando llegamos, el guardia se interpuso en nuestro camino y no tuvimos mas remedio que enfrentarlo entre los tres. Al rato, con magullones de recuerdo, salíamos del lugar. Sin mirar hacia atrás corrimos por Suipacha y nos perdimos en la noche del Microcentro. Cuando llevábamos seis cuadras, notamos que no estábamos los tres. Sin pensarlo, regresamos. Pero al llegar todo había cambiado. Tres patrulleros de la policía y una ambulancia se encontraban en la puerta del lugar con sus luces y sirenas encendidas. Minutos después, mezclados entre los curiosos, observamos que los enfermeros retiraban del lugar un hombre en una camilla. El hombre que yacía sin moverse, era mi amigo.
Ese mismo día me citaron a la morgue judicial para reconocer su cuerpo.

2 de noviembre de 2006

Mi recuerdo y tu olvido


La consigna era escribir una poesía con palabras previamente ubicadas.
Asi era originalmente:

...............(título)

...................... fuiste
en ................... asombrados.

Lo que ..........................
se despliega ....................
en ..................... intensos
de una ..........................
con finales .....................

........................... serás
............................ ocio
la señora .......................

Pero ciertamente ................
................................:
.............. y ................

Me resultó bastante complicado, pero finalmente me gustó como me quedó.
Saludos. Estanis

Mi recuerdo y tu olvido
Estanislao Zaborowski

Cuando llegué te fuiste
lloré tu sombra al desvanecerse
en mil rincones asombrados.

Lo que tu ausencia susurra
se despliega sobre la noche
en recuerdos grises e intensos
de una tristeza evidente
con finales húmedos en versos.

Poesía serás
de margen difuso y renglones de ocio
la señora sublime derramará su tinta.

Pero ciertamente tu imagen me guiará
por los trazos de dos elocuentes:
mi recuerdo y tu olvido.

Recibimos amenazas

No es para alarmarse, pero en función de la notoriedad pública que adquirió la novela, sufrimos contratiempos y manifestaciones en contra de su publicación.
Para vuestro conocimiento, les dejo uno de los mensajes de advertencia que he recibido.
Cabe aclarar, que a pesar de estas intimaciones, un enigma oriental seguirá su curso y muy pronto estará publicado el cuarto capítulo.
Saludos
Estanis