8 de julio de 2012

Umberto Eco: "Internet es un mundo salvaje y nocivo"



Umberto Eco vive con su mujer en un dúplex de un edificio antiguo, justo enfrente del castillo Sforzesco, el punto turístico más vistoso de Milán. «Me despierto todos los días ante el Renacimiento», dice Eco. Esta enorme fortificación que se alza ante sus ventanas fue inaugurada por el duque Francisco Sforza en el siglo XV y siempre está abarrotada de turistas. Ante ella vive el intelectual y novelista más famoso de Italia. Uno de los pisos de Eco está dedicado al despacho y a la biblioteca. Cuatro salas repletas de libros, divididas por temas y por autores. La sala donde trabaja es pequeña. Abriga lo que él llama «ala de las ciencias prohibidas», como ocultismo, sociedades secretas, esoterismo y brujería. Allí se encuentran las fuentes de las novelas más populares de Eco: El nombre de la rosa (1980), El péndulo de Foucault (1988), La isla del día de antes (1994), Baudolino (2000), La misteriosa llama de la reina Loana (2004) o El cementerio de Praga. Publicada en 2010, esta última desató una gran polémica por abordar de forma humorística un asunto tremendamente serio: la aparición del antisemitismo en Europa. Por motivos diversos protestaron la Iglesia católica y el rabino de Roma. La primera porque Eco ridiculizaba a los jesuitas («son masones con faldas», dice el personaje principal, el odioso escribano Simone Simonini). El segundo porque estimaba que las teorías conspiratorias forjadas durante el siglo XIX podrían generar una ola de odio hacia los judíos. Desde el inicio de su carrera, allá por 1962, con el ensayo estético Obra abierta, Eco siempre ha buscado provocar este tipo de reacciones. Incluso a sus 80 años recién cumplidos, no parece haber perdido el gusto por el ruido.

¿Cómo se siente usted al cumplir los 80 años?
¡Mucho más viejo! [Se ríe]. Nos vamos convirtiendo en gente importante con la edad, pero lo cierto es que no me siento ni importante ni viejo. No puedo quejarme de llevar una vida rutinaria. Mi vida es muy agitada.

Sigue plenamente activo...
Todavía mantengo una cátedra en el departamento de Semiótica y Comunicación de la Universidad de Bolonia y continúo orientando a doctorandos y posdoctorandos. Doy conferencias por todo el mundo. Acabo de regresar de una megaexcursión por Estados Unidos. Casi me costó un brazo. Sufro tendinitis de firmar tanto autógrafo en libros.

Usted ha sido siempre uno de los más acérrimos defensores del libro en papel. Mantiene la tesis de que el libro nunca desaparecerá. Pese a la progresiva popularización de los lectores digitales y las tabletas, ¿mantiene la misma convicción sobre el futuro del papel?
Soy coleccionista de libros. Defendí la supervivencia del libro junto con Jean-Claude Carrière en el volumen Nadie acabará con los libros. Lo escribimos por motivos estéticos y gnoseológicos [relativos al conocimiento]. El libro sigue siendo el medio ideal para aprender. No necesita electricidad y puedes subrayar todo lo que te parezca. Considerábamos imposible leer textos en el monitor de un ordenador. Pero de eso hace ya unos dos años...

¿Es que ha cambiado de opinión?
En mi último viaje por Estados Unidos tenía que llevar conmigo 20 libros y mi brazo no estaba para muchos trotes. Por eso acabé por comprarme un iPad. Fue útil para transportar tantos volúmenes. Empecé a leer con el aparato ese y no me pareció tan malo. De hecho, me encantó. Así que ahora leo mucho con el iPad, ¿se lo puede creer? Pues sí. Incluso así, creo que las tabletas y los e-books sirven más como auxiliares de lectura. Son más prácticos para el entretenimiento que para el estudio. Me gusta subrayar y escribir notas, interferir en las páginas de un libro. Eso todavía no es posible con una tableta.

A pesar de su vertiginosa evolución, ¿ve usted Internet como un peligro para el saber?
Internet no selecciona la información. Hay de todo por ahí. La Wikipedia presta un antiservicio al internauta. El otro día publicaron algunos chismes sobre mí y no me quedó más remedio que intervenir y corregir varios errores y absurdos. Internet todavía es un mundo salvaje y peligroso. Todo surge ahí sin jerarquía. La inmensa cantidad de cosas que circulan por la Red es mucho peor que la falta de información. El exceso de información provoca la amnesia. Demasiada información hace mal. Cuando no recordamos lo que aprendemos, acabamos pareciéndonos a los animales. Conocer es cortar y seleccionar.

Sin embargo, reconocerá que, gracias a Internet, el conocimiento se hace más accesible.
Sí, eso es cierto. Si uno sabe qué sitios y bancos de datos son de confianza, entonces sí, tendrás acceso al conocimiento. Ahora bien: usted y yo, que gozamos de cierta riqueza de conocimientos, podemos aprovechar mejor Internet que aquel pobre señor que está comprando salami en la charcutería de ahí enfrente. En ese sentido, la televisión era útil para el ignorante, porque seleccionaba la información que él podría precisar, aunque fuera información estúpida. Internet es un peligro para el ignorante porque no filtra nada. Solo es buena para quien ya conoce y sabe dónde está el conocimiento. A largo plazo, el resultado pedagógico será dramático. Veremos multitudes de ignorantes usando Internet para las estupideces más diversas: juegos, conversaciones banales y búsqueda de noticias irrelevantes.

¿Existe alguna solución para que no nos aturda el exceso de información?
Sería necesario crear una teoría sobre el filtraje de la información. Una disciplina que fuera práctica, basada en la experimentación cotidiana con Internet. Ahí queda una sugerencia para las universidades: elaborar una teoría y una herramienta del filtro que funcione por el bien del conocimiento. Conocer es filtrar.

¿Ya está pensando en su nueva novela?
Vamos con calma. No tengo mucho tiempo para ficción en este momento. La verdad, quiero ocuparme ahora de mi autobiografía intelectual. La Library of Living Philosophers, una institución norteamericana, me invitó a revisar mi trayecto filosófico. Es una propuesta que me llena de orgullo porque pasaré a formar parte de un proyecto que incluye a John Dewey, Jean-Paul Sartre y Richard Rorty, aunque en realidad yo no soy un filósofo. Desde 1939, el instituto invita a un pensador vivo a relatar su recorrido intelectual en un libro. El volumen incluye ensayos de varios especialistas sobre los diversos aspectos de la obra del invitado. Al final, este responde a las dudas y a las críticas que se han recogido. El desafío es sistematizar de una forma lógica todo lo que he hecho hasta hoy.

Se antoja una tarea ingente. ¿Cómo se las apañará para lidiar con todas las facetas de su trabajo?
He comenzado por mi interés constante, desde los comienzos de mi carrera, por la Edad Media y las novelas de Alessandro Manzoni. Después vinieron la semiótica, la teoría de la comunicación, la filosofía del lenguaje. Y está también el lado prohibido, el de la teoría ocultista, que siempre me ha fascinado. Tanto que poseo una biblioteca dedicada en exclusiva al tema. Adoro todo lo que rodea a lo falso. De hecho fue así, recogiendo montones de teorías extrañas, como llegué a la idea de escribir El cementerio de Praga.

Entre esas teorías destaca Los protocolos de los sabios de Sion, el libelo antisemita que habla de una supuesta conspiración judía para controlar el mundo. ¿Cómo llegó a meterse tan a fondo en un documento tan controvertido para crear ficción?
Yo quería investigar la razón que llevó a los europeos civilizados a esforzarse por construir enemigos invisibles en el siglo XIX. El enemigo siempre figura como una especie de monstruo: tiene que ser repugnante, feo y maloliente. De algún modo, lo que causa repulsa en el enemigo es algo que forma parte de nosotros mismos. Es esa la ambivalencia que perseguí en El cementerio de Praga. Nada más ejemplar que la elaboración de las teorías antisemitas que acabarían por desembocar en el nazismo del siglo XX.Investigando constaté que el antisemitismo tiene una raíz religiosa, luego deriva hacia un discurso de izquierda y, finalmente, da un giro hacia la derecha para convertirse en la prioridad de la ideología nacionalsocialista.

Sin embargo, el origen del antisemitismo es muy anterior...
Arrancó en la Edad Media a partir de una visión cristiana y religiosa. Los judíos eran estigmatizados como los asesinos de Jesús. Esa visión llegó a apogeo con Lutero. Él predicaba a favor de que los judíos fueran prohibidos. Los jesuitas también jugaron su papel en todo esto. En el siglo XIX, los judíos aparentemente integrados en Europa comenzaron a ser satanizados por su riqueza. La familia de banqueros Rothschild, establecida en París, se convirtió en el blanco del rencor social y de los predicadores del socialismo. Descubrí los textos de Leo Taxil, discípulo del socialista utópico Fourier. Él inauguró una serie de teorías sobre la conspiración judaica y capitalista internacional que daría como resultado Los protocolos de los sabios de Sion, texto forjado en el año 1897 por la policía secreta del zar Nicolás II.

El antihéroe de El cementerio de Praga Simone Simonini es antisemita, anticlerical, anticapitalista y anticomunista. ¿Cómo ideó a alguien tan abominable?
Los críticos dijeron que Simonini es el personaje más horroroso de la literatura de todos los tiempos, y no me queda más remedio que darles la razón. También es muy divertido. Sus excesos provocan tanto la risa como la rabia.

Además de falsificador, Simonini es un gourmet. ¿Es un reflejo de sus gustos personales?
¡Yo soy de McDonald's! Nunca me preocupó mucho la comida. Busqué recetas antiguas con el objetivo de causar repugnancia en el lector. La gastronomía es un elemento negativo en la composición del personaje. Cuando Simonini discurre sobre platos exquisitos, la intención es que al lector se le revuelva el estómago.

Philip Roth dice que la literatura ha muerto. ¿Qué opina usted?
Roth es un gran escritor. Si seguimos contando con autores de su talla, seguro que a la literatura le queda mucha vida por delante. Él publica una buena novela casi por año. No me parece que ni la novela ni el propio Roth pretendan interrumpir su carrera [se ríe].

¿Defiende, entonces, la vigencia absoluta de la novela?
Escribir ficción sigue teniendo todo el sentido del mundo. Ha habido un retroceso, eso sí, hacia la narrativa lineal y clásica. Yo comencé a escribir ficción, precisamente, en ese contexto de restauración de la 'narratividad' llamado posmodernismo. Soy considerado un autor posmoderno, y estoy de acuerdo con la consideración. Me muevo entre las formas y los artificios de la novela tradicional. La novela es la realización máxima de la narratividad. Ella abriga el mito, la base de nuestra cultura. Contar una historia que emocione y transforme a quien la absorbe es algo que se transmite entre padres e hijos, del novelista a su lector, del cineasta a su espectador. La fuerza de la narrativa es más eficaz que cualquier tecnología.

Usted creó lo que se podría llamar 'novela negra erudita'. ¿Sigue siendo válido este modelo?
En El nombre de la rosa combiné erudición y novela de suspense. El libro ayudó a crear un tipo de literatura que veo con buenos ojos. Hay muchas cosas interesantes. Me gusta Arturo Pérez-Reverte, con sus fantasías que recuerdan a las aventuras de Dumas y Emilio Salgari que yo leía de niño.

Leyendo a seguidores suyos, como Dan Brown, ¿no se arrepiente a veces de haber creado este género?
¡A veces, sí! [Se ríe]. Dan Brown me irrita profundamente porque parece un personaje inventado por mí. En lugar de asumir que las teorías conspiratorias son falsas, Brown las da por verdaderas, poniéndose del lado del personaje, sin cuestionar nada. Es lo que hizo en El código Da Vinci. Es el mismo contexto de El péndulo de Foucault. Pero él parece que prefirió acercarse a la historia para simplificarla. Eso provoca una oleada de mitificaciones. Hay muchos lectores que se creen todo lo que Dan Brown escribe, aunque, la verdad, no puedo criticarlos por ello.

Fin

Gentileza XL Semanal

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