La obra es el resultado de las ponencias Charles Eliot Norton que Pamuk dio en la Universidad de Harvard en 2009, un prestigioso evento anual que se inauguró en 1925. Se trata de una confesión íntima y técnica del autor sobre el arte de la novela y –también– sobre el arte de leer novelas. Un puñado de convicciones claro pero sorprendente guía el desarrollo de los seis ensayos. Pamuk cree que “las novelas son segundas vidas” y que el objetivo supremo al escribir y leer es “alcanzar una inmensa felicidad”.
El primer ensayo declara: “Cuando nos sumergimos en una novela...tenemos la sensación de que el mundo ficticio que descubrimos es más real que el propio mundo real”. En manos de un pensador liviano esto podría ser el prólogo de la charla patética de un filósofo de café, pero en manos de Pamuk terminamos recordando cuán extraordinaria es la novela. Clarín dialogó por teléfono con Pamuk antes de su viaje a Buenos Aries. No estaba en su Estambul natal —donde siempre lo custodian guardaespaldas por sus declaraciones sobre el genocidio armenio en Turquía durante la Primera Guerra Mundial— sino en Manhattan, donde enseña literatura un semestre por año en la Universidad de Columbia. Contó que esperaba el viaje ansioso porque para él la ciudad es un mito. La forma de hablar de Pamuk emula su apariencia física: es pragmático, un poco severo, inteligente y abierto pero no muy cálido.
-¿Al escribir este libro descubrió algo nuevo sobre el arte de la novela que no estaba explícito antes?
-Las ideas toman su forma final cuando las escribís. Yo tenía información, experiencia y una historia de lecturas, pero no conformaban un libro. Cuando Harvard me pidió preparar estas ponencias mi primera sensación fue: “Esta puede ser la única oportunidad en mi vida para juntar todos mis pensamientos, todo lo que aprendí de leer y todo lo que experimenté en treinta y cinco años de escribir novelas”. De manera naíf, todos los pensamientos del libro ya estaban en mi mente. Pero necesitaba ser sentimental, calculador, pensante al considerar mis ideas mientras las escribía. De alguna manera, esto es mi declaración sobre la literatura. Pero también es un libro muy personal. No soy ni quiero ser un teórico, sino que presento qué es lo importante para mí cuando uno lee una novela y cuando uno la escribe.
-¿Cómo se imagina este libro en manos de un joven de 22 años que decidió ser novelista?
-Creo que el libro se trata más de la experiencia de ser novelista y menos de una reconsideración sobre todas las teorías sobre la novela. Por otro lado, también se trata de ideas sobre la novela que no son muy populares o muy obvias, que no están en discusión. Por ejemplo, creo que al leer una novela uno convierte palabras en imágenes. Siempre hacemos esto y se olvida demasiadas veces: que primero hay fotos o imágenes en la mente del escritor, que las convierte en palabras; y después el lector lo revisa y reinventa esas imágenes en su imaginación. Esta capacidad, esta alegría de convertir palabras en imágenes es esencial para escribir y leer una novela. Por supuesto, al fin, este es un libro –pensé– que sería accesible y disfrutable para todos los que leen novelas. Pero también uno quiere que la nueva generación lo lea en todo el mundo. Se está traduciendo a varios idiomas, pero quiero ser modesto: es como yo veo la novela. Es mi forma de entenderla.
-¿Cómo cambió su relación con la lectura a través del curso de su vida? ¿Por ejemplo, con su novela favorita, “Anna Karenina”?
-Muy pocos libros son tan grandiosos y buenos como Anna Karenina . Semanas atrás la estuve enseñando en mi curso en la universidad de Columbia. La leí cuando tenía 21, en Turquía, hace ya casi 40 años. La conoco de memoria. . Tal vez sea la más grande de todas. Pero, en fin: ¿podrías repetir la pregunta?
-Leer de joven es distinto a leer de viejo. ¿Qué dice eso sobre la novela?
-Bueno, cuando releés te vas dando cuenta de que la mayoría de las cosas que leés en una novela te las olvidás. Pero recordás una impresión: la alegría, el gozo. La sensación de descubrimiento que esa novela te dio. Muchos de los detalles se olvidan. La segunda vez que leés la novela, prestás atención a otros detalles. En una primera lectura uno presta atención a datos como quién se va a casar con quién. En las lecturas subsiguientes comenzamos a charlar con el libro. Me importa mucho la relectura porque redescubrís el libro, pero también porque te das cuenta de que cambiaste. En mi juventud leía como un animal hambriento que se devoraba todo. Sólo para tener una idea de lo que estaba pasando en el mundo. Ahora, más tarde en la vida, leo más lento y le presto atención a detalles mínimos, pequeñas coincidencias; le presto más atención a objetos y colores.
Gentileza Revista Ñ
Hace 13 horas.
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