18 de junio de 2010

José Saramago (1922 - 2010)

Para homenajear a un genio de la literatura contemporánea, a un hombre de convicciones firmes aunque a veces controvertidas. Se lo va a extrañar; y mucho.
Les dejo la última entrevista realizada al diario El Mundo.
Saludos


José Saramago (1922) llevaba enredado más de veinte años en el proyecto, pero al fin,tirando del ovillo de los recuerdos, se ha decidido a narrar su infancia en Las pequeñas memorias (Alfaguara), que ven la luz el próximo miércoles. De la mano del niño que fue, y que correteaba a orillas del Almonda y del Tajo, entre olivos que ya no existen gracias a las subvenciones de la UE, el Nobel recuerda cómo dió nombre a su padre. Su inocencia. La miseria cotidiana. Cómo descubrió la cuadratura del círculo. La violencia. Y sus primeros escarceos amorosos.

Aliviado y feliz, reconoce que es uno de los libros de su vida, y que ha hecho caso a la cita que abre el libro, extraída del imaginario Libro de los Consejos: “Déjate guiar por el niño que fuiste”. Y ha valido la pena.
- Siempre había querido escribir este libro, pero cada vez que me proponía avanzar en él se me aparecía la idea de una novela, y lo iba postergando. Lo que pasa es que el niño que fui siempre ha estado muy vivo en mi recuerdo.

Sin embargo, el libro termina cuando usted tiene quince años y estudia mecánica en la escuela Afonso Domingues, es decir, cuando aún no sabía que sería escritor, y no podía estar guardando notas...
-Claro, entonces no podía saber que acabaría siendo escritor, aunque la verdad es que nunca sentí preocupación por el éxito o el triunfo. Y sí, cuando comencé a escribirlo no lo tenía todo, pero hubo un fenómeno: descubrí que recordaba muchos episodios que creía olvidados y que resurgían ante mis ojos.

Las tentaciones de Zezito

¿Por qué cambió el título que pensaba dar a sus recuerdos, El libro de las tentaciones, por el de Las pequeñas memorias?
-Porque me di cuenta de que, aunque el mundo se presentaba ante los ojos del niño como una gran tentación, de qué tentaciones iba a hablar si sólo tenía dos, cuatro, quince años.... No sabía que hacer con ese título. Y se me presentó este otro, Las pequeñas memorias, mucho mejor y más fiel, sin la solemnidad ni la pretenciosidad del otro, porque es eso, las pequeñas historias de cuando fui pequeño. En ellas no hay imaginación, ni diálogos literarios, todo ocurrió como lo cuento, porque no quería hacer literatura (entendida como creación) con mis memorias. Y sí, éste es un pequeño libro, de 180 páginas. Con todo lo que recuerdo podría haber escrito una novela de 400, pero quería contar lo esencial. Y creo que lo he logrado.

¿Qué le debe el Nobel Saramago al niño Zezito, a sus abuelos jerónimo y Josefa, a su infancia de miserias y privaciones?
-Uff... le voy a contar algo que no sabe casi nadie. Hace dos semanas me telefoneó desde el pueblo una prima mía algo más joven que yo, de unos 80 años, para decirme que la cama de mis abuelos, Jerónimo y Josefa, la que compraron cuando se casaron a comienzos del siglo XIX, existía todavía. Y me ha causado una emoción tremenda, es como si el tiempo hubiese dado marcha atrás, y yo estuviera de nuevo allí, en Azinhaga, porque yo dormí a veces en esa misma cama, en la que, en invierno, mis abuelos dormían con los lechoncitos recién paridos más débiles para que sobrevivieran. Es como una especie de puzzle y ahora ha aparecido una pieza que faltaba. Puede parecer muy infantil, pero es muy emocionante. Verá, no sé qué ha significado la infancia para otras personas, pero si yo pudiera revivirlo todo otra vez, exactamente igual, en lo hermoso y en lo feo, en lo feliz y lo desdichado, lo repetiría todo exactamente igual de nuevo, incluso los momentos más terribles.

¿No se sorprenderán los lectores con este Saramago tan en primera persona?
-Sí, es una escritura totalmente nueva para mis lectores, acostumbrados a la casi total ausencia de datos autobiográficos en mis novelas. Hay alguna en la que aparece algo de mi infancia, como Manual de pintura, pero creo que sí, que será una sorpresa. Espero que agradable.

“Me gusta mucho ser lo que he sido”

A pesar de no querer que la creación se filtrara por sus recuerdos, algunos pasajes del libro remiten a sus novelas (especialmente Todos los nombres y Manual de Pintura) ¿Es una nueva lectura sobre su obra, quizá la manera de aclararlo todo?
-Quizá sí...Verá, hace unos días recibí una carta de un amigo, profesor de la Universidad de Massachusetts, que me decía, tras leer las pruebas de este libro, que había com-
prendido mejor Todos los nombres. Yo no lo había pensado antes pero tal vez pueda ayudar a entender mejor a la persona que lo ha escrito y los temas tratados en mis libros.

El Saramago adolescente estaba lleno de dudas y certezas... ¿las reconoce el Saramago octogenario?
Bueno, me siento de alguna manera heredero directo de ese niño que fui. Hoy me siento llevado de la mano por aquel niño. Somos dos, el adulto, con el Nobel y todo eso, y el niño que no sabía nada de nada, pero que era yo, que soy yo, y vamos los dos, y es una sensación muy reconfortante, no por vanidad ni por presunción, sino porque soy lo que he sido, y me gusta mucho serlo.

Sin embargo, recordar algunos episodios también le ha hecho sufrir, aunque pasa casi de puntillas por los maltratos de su padre a su madre... ¿escribir de algo tan doloroso le ha servido como exorcismo...?
-No sé, quizá le he dado demasiada importancia, pero yo sufrí muchísimo. Algún amigo me ha dicho que no debería haberlo incluido en el libro por respeto a la familia, pero creo que hay que respetar lo que es respetable y la violencia en las familias no lo es. Entonces era lo normal, y me temo que aún lo sigue siendo. En nuestro caso fue sólo un momento muy concreto, pero tenía la obligación de contarlo.

¿Qué medida podría ser eficaz para evitar tanta violencia?
-Debería haber un código penal exclusivo para crímenes de esa naturaleza. La mujer se ha puesto en pie, y el hombre, que no se lo esperaba, que estaba acostumbrado a siglos y siglos de dominio, sigue sin saber quién es, inmerso en una crisis de identidad terrible. No se soporta y no sabe qué hacer. Hay una crisis general de la sociedad, de las familias. Es curioso, en el 68 leíamos la proclama de los jóvenes “Prohibido prohibir” y nos parecía trascendente, pero ahora comprendemos que no podemos hacer todo lo que queramos, que mi libertad debe respetar a los demás. Estamos sumidos en una crisis social gravísima porque vivimos como valores lo que no pueden serlo jamás. Y todo viene acrecentado por una confusión gravísima entre instrucción y educación. La escuela puede instruir, esto es, impartir conocimiento, pero no educar, inculcar valores, que es lo que antes hacían las familias y que ya no hacen. Yo debo una parte enorme de mi forma de ser a mis abuelos, que eran analfabetos pero que supieron educarme sin darse cuenta.

Hablando de violencia, quizá el episodio más terrible del libro es aquél en el que es maltratado salvajemente por unos niños cuando sólo tenía 2 ó 3 años...
-Bueno, la crueldad infantil ha existido siempre, pero...hay cosas que un niño no debería sufrir jamás.

Nuria AZANCOT para El Cultural

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