En 700 páginas Arturo Pérez-Reverte logra su obra más ambiciosa: un impactante fresco de la Cádiz sitiada por los franceses en 1811. Asesinos seriales, detectives siniestros, damas de sociedad, científicos, taxidermistas y corsarios se encuentran en una novela total que recuerda a Balzac y que refleja la amarga y heroica mirada del autor sobre el mundo
La celebridad persigue a Arturo Pérez-Reverte. Mientras un ejército de siluetas promocionales de cartón con su imagen impresa a todo color se ha asentado en las más importantes librerías madrileñas, la creciente legión de fanáticos de su obra acaba de izar el estandarte de su nueva novela, El asedio (Alfaguara), al tope de la lista de best sellers en España. De hecho, quien se encuentra acosado en estos días es el propio escritor: los periodistas se agolpan para recibirlo como a una estrella de cine en su incesante gira por ciudades y pueblos de toda la península. Sin embargo, el creador del capitán Alatriste no se muestra dispuesto a ofrecer resistencia en esa guerra de la que no le interesa salir ni vencedor ni vencido. Hoy, las energías y las municiones del escritor parecen estar reservadas para la batalla que sí ha elegido: el combate, a través de la escritura, contra el tiempo y la crueldad humana.
En El asedio , Pérez-Reverte enhebró cinco historias diferentes en una sola novela de 725 páginas en la que no hay tema revertiano que permanezca sin ser abordado. La acción se desarrolla en la Cádiz pujante y liberal de principios del siglo XIX, con una España que lucha por su libertad mientras, del otro lado del Atlántico, América lo hace por la suya. En aquellos días convulsionados, en medio del fuego francés, una serie de mujeres jóvenes aparecen brutalmente asesinadas. Alrededor de esos misteriosos crímenes, el escritor despliega una serie de personajes inolvidables: un policía corrupto y violento, una rica heredera gaditana, un corsario de pocos escrúpulos, un taxidermista misántropo y un guerrillero de buen corazón.
En un clima de fin de época, que tuerce dramáticamente el destino de los personajes, suena el ruido de metales en el fragor de la lucha, nacen romances prohibidos y se tejen traiciones en cantidad, mientras el relato avanza sin pausa. El escritor puso en juego todo su oficio para narrar una historia que él mismo define como "sentimental, policíaca, científica, aventurera y de espionaje al mismo tiempo", pero, por sobre todas las cosas, "repleta de guiños" hacia sus lectores más fieles. La elección de la Cádiz de 1811 como escenario es una de las decisiones que vuelven aún más particular esta novela, donde el autor de La tabla de Flandes , uno de los escritores españoles vivos más queridos por los lectores, plasma también sus más recientes percepciones del mundo y de la vida.
-Me incliné por Cádiz porque esa ciudad es un barco que está sometido a los vientos, a las mareas, y en ese momento estaba soportando el asedio de las fuerzas francesas -dice Pérez-Reverte, que conversa con adn cultura en un hotel céntrico de la capital española-. Además, Cádiz era la única ciudad europea de España en aquella época; es decir, la única que tenía elementos en común con Manchester, Liverpool, Baltimore, Róterdam o Hamburgo. Una ciudad donde quien mandaba no era ni un rey fanático, ni el clero, ni la aristocracia, sino su clase comercial, un sector social que viajaba, que leía, que hablaba idiomas y que hacía de Cádiz una ciudad moderna. Por otra parte, allí se terminaba el mundo de América y comenzaba un mundo nuevo, incierto, que ponía en crisis al anterior, que se perdía inevitablemente.
-¿Qué imágenes y qué vivencias dieron luz a cada una de las tramas que componen El asedio?
-Las primeras imágenes de este libro se remontan al momento en que traduje la Ilíada y la Eneida en el colegio. Fue allí donde abracé la idea de la ciudad como refugio y territorio hostil, donde basta poner un caballo de madera dentro para que todo se transforme en una trampa mortal. Esa idea que usaron los clásicos para formatear el disquete en la cabeza de cualquiera fue desarrollada por mí a través de mi labor de reportero, como corresponsal de guerra. Desde lo alto del hotel Sheraton de Beirut, por ejemplo, contemplaba toda esa tomografía urbana nocturna de rectas y curvas, que fotografié y que me dejó pensando. O en Sarajevo, que era un lugar donde había lugares buenos y malos, donde caía una bomba o no caía, donde la guerra cambiaba la ciudad y los corazones de la gente que la habitaba. La novela se ha gestado durante muchísimos años, con experiencias que de hecho han inspirado relatos de batallas que incluí en otras de mis novelas y que ahora constituyen la trama base de El asedio . Puedo decir, entonces, que es una trama que llevo conmigo desde hace cincuenta años.
-La fluidez de su escritura lleva a pensar que escribir no supone un esfuerzo para usted. ¿Lo es?
-Me es fácil imaginar, pero me resulta difícil escribir. Una novela como El asedio es muy compleja y apenas uno comienza a leerla, ya se da cuenta de que hay muchas tramas, niveles y oscuridades. Pero el lector es inocente, no tiene por qué pagar el precio de esa complejidad; es el escritor quien tiene que hacerse cargo de esa factura. Por eso yo intento que la escritura sea lo más llana y lisa posible para que el lector se mueva por ella con facilidad, como el artesano que hace un mueble, lo lija y le pasa la mano para que no quede ninguna astilla. Así escribí esta novela y así trato de escribir siempre, con el objetivo de lograr esa aparente lisura que, en verdad, lleva muchas horas de esfuerzo, disciplina y trabajo.
-¿Considera que la vida es demasiado breve para escribir tanto como usted quisiera?
-Hay dos tipos de escritor: el que dice: "Quiero escribir, pero no consigo darme cuenta de qué escribir", y el que dice: "Quiero escribir y no encuentro el tiempo para hacerlo". Eso demarca dos tipos de literatura. Y yo soy de este segundo y último tipo. Tengo muchas historias que contar: mi vida es una continua elección entre lo que alcanzaré a contar y lo que morirá conmigo. Hay historias que viven conmigo y se transforman en novela, y otras que jamás llegan a fraguar. Soy alguien con mucho por contar, aunque ahora tengo ya 58 años y por más larga vida que me quede, no sé cuántas novelas podré escribir, tal vez cinco o seis más, así que tengo que elegir con mucho cuidado lo que hago y lo que no hago, porque lo que no haga ya nunca más lo haré, y en lo que sí decido hacer me puedo equivocar.
Vivir, leer, imaginar
Pérez-Reverte no duda en confirmar el estrecho vínculo que existe entre sus propias experiencias y su obra, aun cuando se muestra reacio a revelar detalles de esas correspondencias. "Un novelista es producto de una sedimentación de vida; uno escribe sobre la base de lo que ha vivido, leído e imaginado. Yo no soy un escritor de barra de bar o de teoría de café, sino un escritor tardío que demora mucho tiempo en escribir porque ha pasado buena parte de su tiempo viviendo. Por eso mi novela tiene una mirada compleja, a veces dura, a veces cruel, ya que parte de mi vida. Javier Marías y yo, que somos grandes amigos, siempre decimos que somos dos chicos que en el colegio habíamos leído los mismos libros, con la diferencia de que él quería leerlos y yo, vivirlos", explica.
-¿Está también El asedio ligada a su propia experiencia y a sus preocupaciones?
-Yo sé que mi tiempo se termina, como el de todos, y hay asuntos que quiero resolver, dolores que quiero calmar, serenidades que quiero conseguir, insultos que quiero proferir y blasfemias que quiero gritar. Escribir es una forma magnífica para canalizar todo aquello de una manera serena, y novelas como ésta, amplias, complejas y caudalosas, me permiten liquidar varios aspectos a la vez. Es una novela que tenía que ser larga porque debía resolver, de una sola tajada, muchos de los problemas personales que tengo.
-¿Cuál sería el más grave de esos problemas?
-Pues el más grave y el único es la implacable crueldad del universo, que es lo que hace posibles hechos como el terremoto de Haití, el hundimiento del Titanic, la Guerra de los Balcanes o el hecho de que un sinvergüenza viole a una mujer y después la degüelle. Yo, al respecto, tengo una teoría, y es que el hombre no es culpable de todo esto, ya que sólo es un instrumento que responde a un juego cruel que se llama vida. Cuando uno observa, como yo lo he hecho, la crueldad del ser humano, el dolor frío del cosmos, la tremenda crueldad de la naturaleza, uno siente una rebelión y una angustia terrible que lo hacen buscar culpables. Es entonces cuando uno mira para arriba buscando a un Dios al que insultar. Pero llega un momento en el que no se ven dioses y a uno le sucede lo mismo que a Ulises, cuando regresa de Troya, que ya no encuentra dioses en los que creer o confiar. Y eso atormenta a cualquiera.
-¿Escribir es una solución al problema... o tan sólo una manera de sobrellevarlo?
-Escribir es una forma analgésica de asumirlo, de aceptar las reglas del juego, ya que esto, después de todo, es como el ajedrez, donde el peón come al alfil y la torre, a la reina. Entonces, cuando lo asumo, ya no busco un dios al que matar, ni un hombre al que culpar, ni un Pinochet al que sentar en el banquillo. Es una buena forma de consolarme... y ahora que estoy en la etapa final de mi vida, aunque ojalá me falte mucho, la verdad es que quiero morir con serenidad. Aceptar que éstas son las reglas y que todo el sufrimiento que he visto forma parte de ellas. No se trata de resignarse, claro, sino de asumir el hecho. Cádiz también me sirvió para desarrollar una teoría que pensé hace algún tiempo, que tiene que ver con la idea de que los hispanos y los latinos en general nos hemos equivocado de Dios. Esto ocurrió en Trento, en ese concilio de donde parten la Reforma y la Contrarreforma. Ahí Europa tuvo que elegir entre dos tipos de Dios: o bien aquel encerrado, turbio, de sacristía e inquisidor, fanático, dictatorial, sombrío y triste de la religión católica, o bien el Dios abierto, moderno, que permite hacer comercio, que deja que haya usura si es honrada y que permite que los libros se publiquen y las ideas discurran.
-¿Se considera un admirador del Max Weber de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, entonces?
-Claro. Nosotros nos hemos equivocado al elegir al Dios reaccionario, que nos ha tenido esclavizados durante todos estos siglos y que todavía nos sigue teniendo así. Esa apuesta, en mi opinión, la perdimos... y Cádiz fue diferente respecto de España en este sentido, porque parece tener al Dios nórdico, abierto y liberal. Por eso, cuando manejaba todos estos textos, sentí una tristeza profunda, porque una vez más confirmaba que en esta elección España se había equivocado, y que todavía seguimos pagando ese precio.
En El asedio , la mirada de Pérez-Reverte hacia la religión y hacia lo políticamente correcto se encarna en la figura de Rogelio Tizón, un investigador policial habituado a la tortura y la extorsión que debe hacer pie en un mundo donde sus métodos entran progresivamente en contradicción con los valores basados en los derechos que la modernidad predica. "Una novela no es un juicio moral -dice el escritor-. Un novelista no tiene por qué compartir ni la ética ni la estética de sus personajes. Un novelista cuenta historias. El personaje de Tizón me llevó a moverme en la mente de alguien para quien la violencia, la tortura, la inmoralidad y la corrupción representan una forma de vida tan natural como respirar. Mi desafío narrativo, en su caso, fue tratar que el lector, a lo largo de una larga historia, pudiera llegar a identificarse con un terrible hijo de puta como él. Es decir, aposté a la duda acerca de hasta qué punto nosotros mismos tenemos también ese lado oscuro de crueldad que tiene este policía de principios del siglo XIX; quizá no poseemos su cara exterior pero sí, dentro de nosotros, ese conjunto de pensamientos que no llegamos a confesar."
-No resultaría difícil situar a Tizón en el siglo XX e incluso el XXI...
-Sí, y de hecho mi otro desafío es el de saber cómo un policía tan acostumbrado a la violencia y a la brutalidad se tiene que enfrentar a ese nuevo mundo de modernidad; cómo ve llegar la democracia y cómo reacciona. En algún punto, también nos sentimos Tizón y también actuaríamos como él. Claro que yo, y la gran mayoría de nosotros, no usaría la tortura como método. Pero... ¿qué pasaría si te dejan en una habitación con quien ha violado a tu hija y tienes una navaja en la mano? Yo no lo sé... pero ahí está lo inquietante de estas preguntas y este personaje.
Sangre caliente
Pérez-Reverte no oculta su preocupación por el avance del comportamiento "políticamente correcto" en la sociedad globalizada. "La corrección política proviene de un desborde de la hipocresía anglosajona -dice-. Los pueblos de ese origen nunca les han querido dejar ni un hueco de poder a las naciones que invadieron, y por lo tanto, han exportado esa hipocresía política y social a todas partes. Lo más terrible es que Europa, que ha sido referente moral de todo el mundo, que ha impulsado la revolución ilustrada, que ha sido ejemplo en el mundo del respeto a los derechos humanos, se está plegando de una manera vil y cobarde a todas aquellas normas de etiqueta que provienen del mundo anglosajón. Yo entiendo que en países como Alemania y Holanda, de sangre fría para lo bueno y para lo malo, esas ideas arraiguen con más facilidad. Pero que países de sangre caliente, como España, Italia, Portugal o la Argentina, se plieguen a toda esa mierda es algo que no puedo entender. Estamos siendo colonizados también psicológicamente por esa banda de gilipollas."
Otro elemento característico en la obra del autor de El club Dumas es su interés por construir personajes femeninos fuertes e independientes, pero ajenos al feminismo combativo tan defendido, por ejemplo, por el actual gobierno socialista español, la literatura exprés o el statuo quo hollywoodense. La más reciente manifestación de este arquetipo de mujer es Lolita Palma, una joven que también debe desafiar las convenciones de su época y arremangar su espíritu para ser aceptada por un entorno masculino con el que no parece entenderse del todo.
-Hay muchos tipos de mujeres en la literatura y todas son honorables, incluso las putas. Excepto Madame Bovary, que era idiota y a quien nunca he podido respetar ni sentir por ella la mínima simpatía... era una estúpida que merecía su final. Pero fuera de este caso, hay muchas que me encantan. Amo a la Milady de Winter de Los tres mosqueteros , o a las chicas de Jane Austen, por ejemplo.
-¿Siente predilección, entonces, por las mujeres de personalidad fuerte?
-Con todo respeto hacia las otras, una mujer tiene que ser así: cuando los indios asaltan el fuerte, hay dos tipos de mujer en su interior. La que se echa a llorar sobre los brazos del héroe o la que toma el rifle y se pone a disparar por la ventana. Y a mí, por la vida que he llevado, me gusta más la que se pone a disparar por la ventana, la que es capaz de pelear en un mundo hostil. Desde este punto de vista, la mujer que lucha en un mundo de hombres me parece que es el último gran héroe moderno.
-¿No corren el riesgo de confundirse con los hombres?
-A diferencia del hombre, que puede caer varias veces y luego levantarse, la mujer es derrotada una sola vez, porque cuando es derrotada, es aniquilada. La mujer en territorio enemigo no puede permitirse derrotas parciales, es una luchadora absoluta. Y en mis obras así son las mujeres, que son las que amaré por siempre. Fue la Reina del Sur, la Adela Otero de El maestro de esgrima , la Tánger Soto de La carta esférica ... y ahora pasa lo mismo con Lolita Palma en El asedio . Son todas distintas y están evolucionando... pero pertenecen a la misma familia, digamos.
-¿Se puede hablar de una "mujer actual" en su obra?
-Las mujeres en mis obras no son anacrónicas ni implantadas. Detesto esas novelas que tienen personajes feministas en el Medioevo, por ejemplo, o anarquistas en la corte de tal o cual rey, porque eso es lisa y llanamente una mentira. Lolita Palma es una mujer en un mundo de hombres, sí, pero es moderna del modo en que ella puede serlo. Es una heroína revertiana, sin duda, porque está en los cánones de lo que pueden ser mis heroínas.
Historia y literatura
Otro tema que apasiona a Pérez-Reverte es la historia. Algunos medios españoles lo consideran un "Benito Pérez Galdós del siglo XXI", pero el escritor disiente. "Por favor, eso nunca podría ser así -dice-. Pérez Galdós está en mi memoria genética y es un escritor fundamental del siglo XIX. Pero yo no lo reescribiría, ya que además de ser una tarea imposible, sería estúpido."
-En la época en que usted ubicó su novela, había vientos de independencia del otro lado del océano. ¿Qué piensa de los bicentenarios que se celebrarán en América latina?
-Espero que el Bicentenario no se limite, en América y en España, a darnos besos y a decirnos a nosotros mismos: "Qué bien que lo hicimos, qué bien que luchamos por la independencia". Tenemos que recordar que la independencia la hicieron las familias criollas poderosas y que el pueblo estuvo fuera de ellas. El pueblo puso la carne de cañón, las fosas comunes, la carne de matanza... pero el pueblo siempre estuvo lejos del poder, y lo sigue estando doscientos años después.
-¿Hay motivos para festejar?
-Lo que celebraremos es que hace doscientos años un grupo de familias criollas se independizaron y dejaron de pagar impuestos a la metrópoli, para quedarse ellos con todo lo recaudado. Pero la injusticia, la incultura del pueblo, la demagogia y la falta de democracia siguieron en América y continúan todavía hoy. El Bicentenario no liberó a los americanos, porque, ¿en qué ha cambiado la situación de un indio peruano o boliviano?
Más allá de la devoción que le despierta la historia como disciplina, Pérez-Reverte expresa sus dudas respecto del auge de la novela histórica, un género al que, aclara por las dudas, El asedio no pertenece. "Hay magníficos historiadores que son torpes novelistas y excelentes novelistas que son torpes historiadores -dice-. El tema de la novela histórica es hacerla bien. Pero el novelista tiene una osadía que el historiador no puede permitirse. Un historiador nunca podría haber escrito Los idus de marzo , de Thornton Wilder, una novela extraordinaria donde se manipula por completo la historia de Julio César y su asesinato. Aunque se trata de un género muy ambiguo, porque bajo el rótulo de ´novela histórica´ hay también mucha basura. Como sucede con cualquier género, si se toca bien, está bien, y si se lo hace mal, está mal."
Sin embargo, para Pérez-Reverte no todo es historia. En los anaqueles de las librerías españolas también se puede paladear lo mejor de su pasado reciente en su calidad de exquisito periodista de nuestros días. Cuando éramos honrados mercenarios recopila una selección de artículos publicados durante 16 años en 28 diarios españoles en los que, según describe, hizo un "ajuste de cuentas semanal muy duro, agresivo y políticamente incorrecto"; es decir, una suerte de ejercicio periódico de auténtica catarsis revertiana.
Pero el escritor no descansa.
-Estoy trabajando en un episodio nuevo de Alatriste. Prometí escribir ocho o nueve y ya llevo seis publicados, por lo que tengo que cumplir con mi promesa. Hay lectores que sólo leen Alatriste -admite tras un suspiro-. De hecho, un hombre mayor me dijo el otro día: "Oiga, déjese de esas mariconadas de novelas y escriba más de Alatriste, que es para lo que usted vale".
Por primera vez, Pérez-Reverte parece perplejo. Aunque quizá sea un juego suyo y en verdad no esté tan sorprendido por la legión de fieles seguidores que supo conquistar su más adorada criatura.
Por Adrián Sack
LA NACION- Madrid, 2010
Hace 17 horas.
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