26 de marzo de 2010

"España pudo ser un país avanzado... pero la cagó sola"


Arturo Perez Reverte, el creador del Capitán Alatriste, recorre los escenarios de su flamante novela "El asedio", que en los próximos meses llegará a la Argentina. El texto es un monumental fresco de aventuras, guerra, amor y crímenes en el bullicioso Cádiz de 1811, asediado por los franceses, cuando el destino de España, según el autor, todavía podía ser otro.

La ciudad de Cádiz se despertó ayer ventosa para recibir al novelista Arturo Pérez-Reverte , quien se paseaba con su genuina determinación chulesco-simpática por las estrechas calles del municipio acompañado de un séquito de periodistas. Parecía inspeccionar que ahí estaban los escenarios de su nueva novela, El asedio, recién publicada por Alfaguara en España, y ambientada en 1811 y 1812, cuando la ciudad sureña, como si fuera el pueblo galo de Astérix, resistía día sí y día también los embates del ejército imperial (en este caso, el francés), que la bombardeaba constantemente.

Con casi toda la península conquistada por el ejército napoleónico, Cádiz era, además, la capital provisional de España, con las Cortes "reunidas ahí mismo -señala Pérez-Reverte-, en la iglesia de san Felipe Neri". El escritor se maravilla de que "su topografía no ha cambiado apenas en dos siglos, si pones un mapa del XVIII sobre uno de hoy coincide milagrosamente, y eso me dio seguridad para mover a mis personajes por ella. Para documentarse basta con pasear, es como un museo del siglo XVIII. Sus características climatológicas, sus fuertes vientos, su situación como un barco en medio de la bahía, le iban muy bien a la historia, son muy literarias. Es una ciudad que no es lo que parece, que va más allá de su imagen alegre. Aquí -dice deteniéndose en una esquina de la calle san Miguel-, al ver esa escultura del arcángel, el comisario Tizón se da cuenta de que hay una ciudad oculta, de que las calles tienen estratos".

El autor, víctima del fervor ciudadano frente a una de las diferentes torres de vigía que todavía se conservan en la ciudad, admite que, en realidad, "podría haber situado la acción en Troya, el Leningrado cercado por los nazis, el Madrid de la guerra civil o el Sarajevo del 92, porque yo trato un conflicto moderno, una historia humana y punto. Es una novela sobre el corazón humano, sobre las oscuridades de las personas, que son capaces de ser al tiempo ángel y bestia. Quiero mostrar que el hombre es un animal muy peligroso. Yo no podía escribir la novela del cerco de Cádiz, limitarme a reflejar la ciudad de las Cortes, porque eso ya lo han hecho muy bien Pérez Galdós y Ramón Solís".

Superposición de géneros
Lo que él quiso fue "superponer varios géneros: el policíaco, el amor folletinesco, las aventuras, el misterio, la política, la ciencia... todo ello, en el marco de un mundo que se acaba, la España a punto de perder su condición de potencia transatlántica. En la memoria del lector quedan grabados personajes como el capitán francés de artillería Desfosseux, apasionado por la ciencia y obstinado en cambiar el tipo de bombardeo a Cádiz, tan ineficaz que hace nacer coplillas populares ("Murieron tres mil gabachos / en la batalla del Cerro, / y consiguieron a cambio / que una bomba mate a un perro"). El implacable policía Tizón, lo más parecido a un sabueso corrupto de la serie 'The Wire ' y que Pérez-Reverte define como "venal, bestia y vulgar pero, incluso así, quería que el lector empatizara con él, que le comprendiera". La fascinante Lolita Palma, dueña y consejera delegada -que diríamos hoy- de una importante empresa naviera. El capitán Lobo, apuesto marino devenido corsario por imperativos económicos. El enigmático taxidermista Fumagal... Unos villanos y otros héroes, algunos las dos cosas a la vez. En fin, para el escritor "mis héroes son todos héroes cansados: han tenido fe, han creído en cosas, pero al final la vida les ha despojado de eso y ellos intentan encontrar una ética o una disciplina que les permita mantenerse en pie. Para mí, el héroe de verdad es el que sabe que el destino depara malos tragos pero que, aun así, sale al encuentro de ellos".

La imposibilidad de bloquear el puerto deja abierta a los resistentes su puerta comercial principal, el mar, con lo que "se produce la paradoja de que viven mejor abastecidos los sitiados que los sitiadores, unos tienen de todo y los otros pasan hambre y se abastecen por el contrabando". El libro permite vislumbrar, asimismo, la pérdida de la condición de puerta de América de la ciudad, por las independencias de los países americanos, entonces todavía representados con delegados en las Cortes. "Eso mató a Cádiz, que era la bisagra, por eso hoy debería jugar un papel de nuevo de puente, contra los indigenismos demagógicos que atacan a la antigua metrópolis", cree el novelista, mientras pasamos por la calle Ancha, "que era el Wall Street de la época". Más tarde, Pérez-Reverte nos mostrará también las zonas de "la Cádiz animada, de la playa de la Caleta, con sus putas, sus bailarinas y sus chiringuitos".

La Cádiz de hace doscientos años
Aquella ciudad fue, sobre todo, "el lugar más liberal de Europa, un foco de esperanza que creó la Constitución de 1812, la llamada 'Pepa', que instauró la soberanía popular o la libertad de imprenta. Por eso mi mirada es triste, porque ahí se ve la España que pudo ser y no fue, se frustró el sueño de un país diferente. Aquí la aristocracia era moderna, no de nobles, sino de comerciantes, comparable a la de Inglaterra, y había una clase dirigente abierta y viajada, donde la religión ya no mandaba y la política se supeditaba a la economía. Mientras que en otras zonas de España lo que había era, básicamente, curas, reyes, ministros y aristocracia corrupta. Cádiz no era España, era una isla de modernidad, con su burguesía ilustrada que leía libros, sus mujeres que trabajaban... Fue la ciudad que, por ejemplo, abolió la tortura. 1812 fue, por tanto, un momento hermoso, aunque luego todo se estropeara. ¡Qué lástima que aquí no hubo guillotina! Nos hubiera ido mejor, hubiéramos sido un país como Dios manda, hubiéramos descabezado de verdad al antiguo régimen. Ojo, que los constitucionalistas también se equivocaron, hiciendo una carta magna radical de la noche a la mañana. El español es el máximo enemigo de sí mismo, siempre se carga lo que le pongan por delante. Cuando lees historia, ves que el enemigo no está fuera, somos nosotros. Ya entonces se dio la ruindad cainita, en los debates políticos y en la prensa, en donde emergía ese hijo de puta que nos ha caracterizado siempre, la idea de exterminar al enemigo. España pudo ser un país avanzado, pero la cagó sola. Visto ahora, con el tiempo, no nos hubiera ido mal que hubieran ganado los franceses...". De hecho, la novela coincide con los preparativos de los fastos del bicentenario de la Constitución, que él ve como "una aventura crucial que merece ser recordada". No en vano, ayer el autor estuvo arropado por Teófila Martínez, la alcaldesa del PP de Cádiz, y por Manuel María de Bernardo, alcalde andalucista de San Fernando, que ven en la novela un potente reclamo turístico y de promoción internacional para sus municipios.
El enigma policíaco de la obra se centra en unos misteriosos asesinatos de mujeres a latigazos, en las zonas donde caen los obuses franceses, que por problemas técnicos sólo llegaban hasta "esta plaza, la de San Antonio, el punto máximo de alcance de los artilleros". Un poco más allá, se distingue el café Apolo, "donde se producían las tertulias políticas, de un nivel cultural hoy inimaginable. La actual degradación intelectual de la clase política es enorme, no ya comparado con hace 200 años, sino con la misma república o la transición". Preguntado al respecto, afirma que "yo no soy ni de derechas ni de izquierdas ni de centro. Tengo mis opiniones. Si pido la guillotina para monseñor Rouco Varela, que lo hago ahora mismo, no parezco muy de derechas, pero si digo que la ley de memoria histórica es de analfabetos no parezco muy de izquierdas. La memoria histórica no es algo que se limite a la guerra civil, la mía tiene 3.000 años, al menos. En este país nunca ha habido buenos y malos, que no nos vengan con monsergas, todos hemos sido unos hijos de puta".

Novela de novelas
" El asedio " es, quizá, la novela más lograda de su autor, lo que es mucho teniendo en cuenta que el hombre ha escrito ya 21 obras de ficción. Aquí parecen cobrar vuelo, todos a la vez, recursos desplegados en diversas de sus obras anteriores. Él lo admite: "No he sacrificado nada, quise que aquí estuvieran todas mis novelas, un poco de cada una, reunir a todos mis lectores y a todos los Pérez-Reverte posibles". Cree que "todo autor que no escriba siempre el mismo libro está robando a otro o mintiendo. Yo voy evolucionando poco a poco, contando lo mimo pero a través de las sucesivas miradas que la vida va dejando en mis ojos". Aunque reconoce, que en cuanto a la novela histórica napoleónica, tras cinco novelas, "me he cortado la coleta, ahora buscaré otra cosa". De momento, "me voy a poner con otro Alatriste , el séptimo, es que hay lectores que sólo leen Alatriste y cada vez que saco otro tipo me insultan, me dicen: 'Déjese de mariconadas y vuelva a lo suyo'".

" El asedio " es un ejemplo de cómo, desde España, se pueden escribir best-sellers ágiles, competitivos en el gran mercado internacional, que no renuncien por ello a la calidad literaria y aporten el peso de una tradición genuina. Pero Pérez-Reverte dice: "A mí me parecen muy bien los Dan Brown, yo no digo nada, cabemos todos, yo he disfrutado tanto con Ken Follett como con Martin Amis, pero hay idiotas -póngalo así- que creen que quien lee a Follett no lee a Faulkner".
Sobre los horrores de la guerra que el escritor vivió en su etapa de corresponsal de TVE (Sarajevo, Beirut, Eritrea...), dice que "sin los libros que he leído, todos esos fantasmas me habrían vuelto loco, estaría disparando contra la gente. Los libros me han hecho digerir lo indigerible". Cree que "el mundo es un lugar peligroso, muy jodido, con catástrofes, guerras, virus... y nosotros lo hemos olvidado".

En " El asedio ", el frente de batalla está en las salinas de la isla de San Fernando, que también visitamos. "En realidad -apunta- Cádiz era un sitio tranquilo, que simplemente sufría algunos bombardeos de vez en cuando". En el ayuntamiento, es recibido por la guardia salinera, cuerpo de voluntarios que todavía existe (ahora con fines pacíficos), ataviada con casaca, cuchillo y bayoneta, como su personaje Felipe Majarra, "un cazador furtivo que se alista con los fusileros locales, y que no usa alpargatas porque sus pies están endurecidos por la sal del suelo, es un arquetipo de mis novelas: un buen vasallo sin señor".

Mientras indica los lugares que, en el proceso de investigación, recorría en todoterreno, para ambientar en ellos sus batallas, a veces se le escapa alguna de esas palabras que provocan el paladeo léxico del lector -términos como 'jábega', 'botafuego', 'zafacoca' o 'falucho', que solamente pueden aparecer juntos, hoy por hoy, en una novela de Arturo Pérez-Reverte. En fin, los 320.000 ejemplares de la primera edición en España podrían no ser suficientes. Bravucón y simpático, él asegura que no es así por el éxito: "Antes de escribir libros, era igual de chulo".

© La Vanguardia y Clarín

Pérez-Reverte Básico
Escritor. Cartagena, España, 1951

Durante 21 años, como corresponsal de guerra, Arturo Pérez-Reverte cubrió los conflictos armados de Angola, El Salvador, Malvinas y la ex Yugoslavia, entre muchos otros. Aquellas experiencias fueron la base de su novela, Teritorio comanche (1994), llevada al cine en una película que protagonizaron Imanol Arias y Cecilia Dopazo. En 1994 decidió abandonar el periodismo y dedicarse sólo a la literatura.

Es autor de novelas como El húsar (1986), El maestro de esgrima (1988), El club Dumas (1993), La piel del tambor (1995), Cabo Trafalgar (2004) y la saga de Las aventuras del capitán Alatriste, traducida a 28 idiomas. Es miembro de la Real Academia Española.

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