8 de octubre de 2009

"Por publicar, los autores son salvajes" / Esther Tusquets

"NO ESCRIBO CON LA INTENCION DE GUSTAR."

Tusquets asegura que no piensa en el lector a la hora de escribir sus libros.


Verdadero mito del mundo editorial, la española Esther Tusquets acaba de publicar un libro de memorias donde recuerda su infancia. Además, piensa que las mujeres deberían darle menos importancia al amor.

Esther Tusquets nació con la Guerra Civil Española en Barcelona, ciudad que conoce tan bien como a su propia casa. Su carrera como escritora, aunque tardía (comenzó a publicar en 1978) es casi tan prolífica como su tarea editorial. Con más de una docena de libros publicados, entre los que se cuentan novelas, cuentos, ensayos y textos para niños, Tusquets es una de las personas más ricas en saberes ligados a la edición y, por supuesto, la literatura y acaba de publicar un libro de memorias titulado Habíamos ganado la guerra (Bruguera).

La primera pregunta la hizo ella. En realidad fueron dos: Si llovía y a cuántas cuadras se encontraba la calle Lavalle. Su principal interés era terminar con la entrevista para llegar al Bingo. Esther Tusquets, verdadero mito del mundo editorial, es afecta al juego. Ha contado varias veces la preocupación de algunos de sus familiares al descubrirla entrando a un casino, y el universo ludópata –al que aparentemente le place verse asociada– se ve retratado en su novela ¡Bingo! Además, traslada su afán por el juego a todo terreno, en este caso al de la conversación.

Tusquets estuvo a cargo de Lumen durante casi toda su vida, una editorial que su padre adquirió en 1960 y que en sus manos se convirtió en uno de los sellos con más prestigio en la escena iberoamericana. Gracias a la publicación de las tiras de Mafalda y de El nombre de la rosa, que vendieron millones, pudo darse el lujo de editar lo que se le dio la gana.

-¿Qué es lo más interesante de ser editora?

-Descubrir a un autor. A algunos creí haber descubierto y luego no han triunfado. Y a algunos he descubierto, como a Gustavo Martín Garzo y a Javier Pastor. Y a otros, sigo creyendo que son muy buenos autores que aún están sin descubrir. Bueno, Garzo, que es un gran amigo y un gran escritor, ha publicado ya varios libros. Y apuesto sin reservas por Javier Pastor, que es más difícil de leer, pero muy interesante.

-¿Siempre supo que le dedicaría tantos años a la vida editorial?

-Bueno, cuando empezamos creíamos que Lumen duraría dos o tres años, porque hacíamos los libros que nos gustaban, o sea que eran libros que parecían invendibles y era cierto: realmente no se vendía ni uno. Pero tuvimos suerte y lanzamos Mafalda, de Quino y se vendieron cientos de miles de ejemplares. Y luego vino El nombre de la rosa, de Umberto Eco, por quien pocos apostaban, que ha vendido como un millón de ejemplares. La editorial sigue funcionando muy bien, y como funciona muy bien pues ahí está.

-¿Alguna vez rechazó un original que luego vio publicado en otra editorial con mucho éxito?

-Sí, y no me ha pasado nada. Si un libro me parece malo, me sigue pareciendo malo más allá del éxito que tenga. Las cenizas de Angela, por ejemplo, es un libro que ha pasado por Lumen y ni a Antonio Vilanova ni a mí nos gustó. También dejamos pasar La nada cotidiana, de Zoe Valdés. Pudimos equivocarnos, tal vez era bueno, pero a mí no me lo parecía. En todos los años como editora he editado muy pocos libros por compromiso –te diría que unos cinco o seis, dentro de un catálogo bastante amplio. Lo más difícil, claro, es decir que no. ¡Y no te digo a un amigo! Además, los autores en su deseo de publicar son salvajes. Y muy sensibles. He llegado a tener problemas con amistades.

-Algunos libros de su catálogo han sufrido la censura, ¿ha decidido alguna vez dejar de publicar un libro por razones ideológicas?

-He editado a Céline sin dudarlo. Y he editado a Leni Riefenstahl, la amiga de Hitler, una de las mujeres más geniales que ha habido. Si la hubieran absuelto... Nos hemos quedado sin todo lo que ella hubiera podido hacer, que era mucho.

-Hace poco leí que los hombres no compran libros escritos por mujeres. ¿A qué cree que se debe ese prejuicio?

-Bueno, uno escribe sobre lo que conoce, y durante muchos años la mujer estuvo limitada a lo doméstico, aunque ahora ya no se puede decir eso. Esa era una de las cosas que ponía Virginia Woolf, que las experiencias femeninas estaban muy limitadas, entonces los temas les eran muy limitados, y por lo tanto no podíamos escribir La guerra y la paz. Pero es que no hay ninguna necesidad de escribir La guerra y la paz. Lo que pesa es la calidad de la escritura. El tema no es lo esencial. Tu puedes escribir una obra genial hablando de cualquier cosa.

-En su último libro, debido al enclaustramiento al que obligaba la guerra, hay una perspectiva doméstica.

-Mi último libro habla de lo que he vivido. Son cosas que le pasaban a todo el mundo. Mis libros interesan porque la gente se reconoce en ellos. Las casas eran organismos donde circulaba mucha gente todo el tiempo. Ahora ya no, uno tiene una asistenta y listo.

-¿Esa es una de las grandes lecciones de tantos años al mando de una editorial: lo que gusta es aquello con lo que el lector se puede identificar?

-Yo escribo de la única manera que sé escribir, y si gusta, gusta y si no gusta, no gusta. No escribo con la intención de gustar. No podría ser de otro modo. Nunca he pensado en escribir un libro para que guste. No pienso en el lector cuando escribo. Me ha escrito mucha gente diciéndome que eso que cuento es exactamente lo que ellos han vivido. Y mi hermano me ha escrito diciendo "Veo que ha tenido mucho éxito tu libro, me alegro mucho, pero nunca me imaginé que las historias de tía Sarita y tío Víctor pudieran interesar a nadie". Tiene razón, yo tampoco lo creí.

-Y al momento de editar, ¿cuánto pesaba en la elección el mercado, el lector y el criterio?

-Siempre edité lo que me gustaba. Pensaba que lo que me gustaba a mí debía gustarle a los demás. Y en mi criterio para seleccionar libros siempre preferí un libro que sólo lo pueda haber escrito su autor, aunque sea más imperfecto, que un libro que está muy cuidado y muy bien, pero que sea a la manera de los que se reciben de a montones: intercambiables.

-¿En qué momento de su infancia se da cuenta de que ese mundo de la alta burguesía barcelonesa era privilegio de unos pocos y qué efectos tiene esa noción sobre usted y sobre su escritura?

-Nunca me he sentido culpable. Pero siempre, desde muy pequeña, supe que había algo raro en todo eso. Siempre sentí que el mundo funcionaba de una manera extraña. Y ya de mayor, claro, reflexionas sobre eso. Nunca me pareció claro, por ejemplo, el sentido de la propiedad. Cuando tenía 4 años recuerdo pensar por qué yo tenía cosas y otros no las tenían, no había razón, no había motivos. A mi alrededor se decían cosas muy fuertes, como que el frío de los pobres era otro frío, o que la muerte de un hijo no les era igual. Los pobres tejían, y tejían cosas horribles, que sólo podían llevar los pobres. Yo no entendía eso.

-O sea que en su historia hubo un giro hacia la izquierda, al revés del reciente movimiento de Europa hacia la derecha.

-En mi padre lo hubo y en mí se dio naturalmente. Mi padre se apuntó todo lo de los hijos. Y yo empecé a trabajar en la editorial con él, y luego él no siguió. Y Europa, bueno, si bien no es un momento brillante, si tuviera que apuntarme a algo me apuntaría a Europa, a España. A Barcelona.

-Habiendo sido tan crítica desde pequeña, ¿ese pensamiento la llevó a enfrentarse con su madre que apoyó con entusiasmo el franquismo?

-El problema con mi madre es que yo nunca me he sentido querida. No es que no me quisiera, es que yo no me he sentido querida. Así que la cuestión de que opinara políticamente diferente llegó más tarde y era secundaria. Sin embargo, pese a lo conflictivo de la relación, mi madre me enseñó todo lo que más me gusta, como el mar. En el mar no sientes la torpeza que sientes en tierra. Hace tres o cuatro años estuve a punto de ahogarme. Me desmayé dentro del agua, pero claro, me rescataron. Pensé que sería una forma fantástica de morir. Me gustaría morirme dentro del mar.

-¿Qué opina de los vaticinios que se hacen últimamente sobre la muerte del libro como soporte?

-Las nuevas tecnologías están muy bien, dan muchas ventajas, pero el libro tiene un diseño genial. Estoy a favor de lo nuevo, me parece muy bien, pero acá nadie se muere. Lo mismo con respecto a los textos fragmentarios que se están haciendo, aunque ahora que no edito ya no leo mucho ni estoy al tanto de la moda. El problema es que se publican demasiados libros. Y entonces, los libros tienen una vida muy corta.

-Vine en el subte viendo que la mayoría de los hombres leían el diario mientras que las mujeres llevaban un libro de ficción.

-Hace mucho tiempo que dicen eso, que las mujeres leen narrativa y los hombres leen la prensa o ensayos. Las consumidoras de novela son las mujeres. Hay muchos ámbitos de la cultura que se están llenando de mujeres. Supongo que se habrán dado cuenta de que es un campo poco rentable y nos lo han dejado a nosotras. Estamos ocupando mucho terreno. Eso no significa que estemos tomando el poder.

-¿Cree que las mujeres cuando llegan al poder se masculinizan y que esa transformación es condición necesaria?

-Mientras no lo teníamos no sabíamos qué pasaría con las mujeres en el poder y ahora se ve que muchas en el poder no actúan muy distinto a como actúan los hombres. El poder debe ser muy difícil. Debe ser muy difícil estar en el poder sin corromperse.

-Y en literatura, una mujer para colocarse en el canon universal, ¿también debe masculinizarse en su escritura?

-No creo. Creo que los hombres a la hora de elegir un libro no van a examinar el tema. Hombres y mujeres leemos a los que son buenos.

-Usted dijo que las mujeres tendríamos que dejar de tener en el centro de nuestros intereses al amor.

-Los hombres no dejan de lado a la profesión por el amor como nosotras. De repente pienso, ¿qué pasó aquel año que no edité nada? Ah, fue el año de Fulanito, que me pasé horas junto al teléfono esperando la llamada. Las mujeres deberíamos darle menos importancia al amor, no tenerlo en el centro de nuestra existencia. Para mí el amor tiene fecha de caducidad. Hay gente que sabe convertir el enamoramiento loco en una cosa positiva de confianza, de solidaridad, de cariño, que funciona para toda la vida. Yo no he sabido. Para mí el enamoramiento es una cosa que cuando se acaba se acaba y no deja nada que justifique el fastidio de estar viviendo en pareja.

-Después de tantos años de leer originales, ¿ahora qué lee?

-No leo mucho. He venido a Buenos Aires sin un solo libro. Estoy leyendo a Joseph Roth. Cuando descubro un autor, me gusta leerlo todo. En este momento estoy dedicada a la escritura de un libro que me han encargado que se llama Pequeños delitos abominables, que son cosas poco graves que te fastidian mucho. Por ejemplo, las mujeres guapas que dicen que no saben que lo son. La gente que se va de un espectáculo fabuloso sin aplaudir. Los padres que meten a sus niños a la fuerza en el mar, y entonces el niño odia el mar que es lo más maravilloso que hay... La gente que dice "A mí no me ha hecho nada malo", ¡y qué, si no te ha hecho nada malo, si es un cretino igual! Hay muchas cosas, ¡pero no sé cómo voy a hacer para llenar doscientas páginas!

-¿Y si tuviera que escribir el libro opuesto?

-El mar y los animales, por encima de todo. Vamos a dejar a las personas aparte porque son todo lo bueno, todo lo malo, lo que más te fastidia, lo que más te resuelve. Las personas son lo que más se ama y lo que más se odia. Me gusta leer, el teatro, la pintura, viajar, me gusta reírme, estar con gente que me hace reír. Pasar tiempo con mujeres. Hay pocos hombres a los que les guste de verdad estar con mujeres, no sólo en la cama, sino para conversar, para escucharlas. Y bueno, enamorarme es lo que me ha gustado más.


Por: Marina Mariasch para Revista Ñ

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