19 de octubre de 2006

Un enigma oriental // Capítulo 3



Un Enigma Oriental
Por Estanislao Zaborowski


Capítulo 3

Cuando desperté, el sol se colaba entre las cortinas proyectando sobre mi torso extrañas figuras, que en otro momento de mi vida, hubiera asociado a seres diabólicos tratando de poseer mi cuerpo. Al refregarme los ojos, caí en la cuenta que mis alucinaciones se debían al mareo y al punzante dolor que martillaba mi cabeza.
Con esfuerzo, me incorporé dispuesto a comenzar el día a pesar de la poca predisposición de mis piernas. Encendí la radio y me dirigí a la ducha intentando despegar mis párpados. La música proveniente del equipo, invadía la tranquilidad de aquel domingo. No era extraño escuchar el ranking latino a esa hora. Es mas, en cualquier momento del día en alguna radio FM probablemente estaban pasando un ranking. Siempre dudé de aquellos listados de cuarenta, cincuenta o hasta cien canciones, enumeradas en forma descendiente. Estos siempre finalizaban con la primera posición con la intención de generar suspenso (¿?). Pero lo seguro es que lo hicieran para cerrar el programa con el tema mas pedido, lo cual no tenía nada de suspenso.
Al cabo de una hora, me encontraba en la biblioteca del primer piso. El recinto era el mas tranquilo y espacioso de toda la residencia. Las paredes eran de una blancura resplandeciente, cubiertas en su extensión por estanterías que contenían libros de todos los tamaños. Algunos de ellos eran tomos de enciclopedias, pero también los había pequeños y simples. Los pisos eran de parquet lustrado y si uno los observaba fijo, podía verse reflejado en ellos. A lo largo, se ubicaban dos largas mesas paralelas a la puerta de ingreso con varios asientos reclinables dispuestos a cada lado. Sobre las mesas, los veladores de cerámica color mostaza hacían juego con los individuales de cuero marrón que se encontraban enfrente de cada silla.
Acostumbraba a visitar el ambiente aprovechando que la tranquilidad reinante invitaba a la concentración. Aunque para ser sincero, también observaba desde la ventana a las personas que caminaban por la vereda. Mi lugar preferido, se encontraba al lado del gran ventanal que daba sobre la calle Marcelo T de Alvear.
Una mañana, hace casi dos meses, observé como el perro de una mujer distraída le pillaba los zapatos al encargado de mantenimiento de la residencia. Roberto, que se encontraba parado en la puerta de ingreso, no podía salir de su asombro al ver sus mocasines chorreados de orina. Solo atinó a gritarle barbaridades a la señora, a lo cual esta respondió con un puntapié entre las piernas. Esto provocó que Roberto se doblara del dolor y se resignara al sentir la lengua del simpático salchicha lamiéndole la mejilla.
Ese día no contaba con tiempo para dedicarme a observar a las personas que pasaban junto a la ventana. Tenia que rendir los exámenes del último turno del año y eso implicaba quedarme en Buenos Aires hasta que terminara con ellos.
No había algo mas fastidioso que preparar los finales en el turno de diciembre. Uno arrastraba el cansancio de haber cursado, sumado a los aplazos en las mesas anteriores (que en mi caso no eran pocos) y todo eso generaba que en este mes en particular, tuviera que dar entre siete u ocho exámenes en dos semanas.
Uno de los finales era de Econometría, en el cual no solo tenia que demostrar mis conocimientos acerca del programa, sino que debía tener una vasta experiencia en El Arte de la Guerra. Con esto, no quiero decir que debía presentarme camuflado ni con los pómulos pintados de negro, sino que entre mi humanidad y el profesor había una rivalidad muy particular. La última vez que me presenté y el aplazo quedó dictado en mi libreta, salí del aula dando un portazo lo cual derivó en una sanción que me impidió dar exámenes en la fecha intermedia de octubre. No es que fuera un chico violento, pero la falta de criterio a la hora de corregir un examen, me exasperaba.
Me encontraba sumergido en el enfoque teórico de Box y Jenkins sobre las series de tiempo, cuando de repente el movimiento de la calle, el vaivén de las ramas de los árboles, los semáforos y hasta los vehículos que transitaban en ese momento, parecieron congelarse por una ráfaga de viento polar. Mi corazón se aceleró. Tuve la sensación de estar parado sobre una ola en formación que a medida que crece va tomando fuerza hasta llegar a su punto máximo y romperse en las proximidades de la orilla.
Allí, a metros de donde me encontraba sentado, se detuvo a observar la calle a través del gran ventanal. El sol, palidecía sobre sus pómulos y al instante advertí como entrecerraba los ojos al sentir el calor de la mañana sobre sus delicadas facciones.
En la mano, sostenía una taza blanca con bordes rosados, cuyo centro estaba formado por un círculo del cual sobresalía a modo de relieve la imagen de la simpática Hello Kitty. Supuse que contenía café con leche ya que era la única bebida que se preparaba a aquellas horas. Noté que me observaba por el reflejo de la ventana, y me encontré haciendo lo mismo. Sonriendo, giró para saludarme en el momento exacto que sentí como la sangre dejaba mi cuerpo. Siempre que se trataba de ella me quedaba paralizado. Trataba de pensar en otras cuestiones para no anularme pero era inútil. Ni siquiera pensando en algoritmos algebraicos podía mantenerme calmado. Lo máximo que pude expresar fue un tímido levantamiento de cejas, que para ser sincero no llego a serlo. Mas bien pareció una mueca al mejor estilo Sigfrido el maléfico enemigo del Agente 86.
- ¡Hola! creí que ya habías partido. ¿Hasta cuando te quedas en Buenos Aires? - la voz que salía de sus labios era lo mas parecido al susurro de los ángeles.
- Me quedo hasta finalizar los exámenes - dije mientras pensaba que si de alguna manera ella supuso que me había ido era porque en algún punto notó que hace varios días que no nos encontrábamos.
- Yo igual. Si bien solo tengo que rendir los finales de este año, voy a tratar de que sean la mayor cantidad posible para poder quedarme mas tiempo con mi familia y volver recién para comenzar las clases.
- Haces bien - mis rodillas no dejaban de chocarse una con otra emitiendo un sonido tosco que me impedía pensar como alargar esta conversación.
- Bueno, creo que voy a ir a dar un paseo, el día esta hermoso y tengo que hacer unas compras para llevar a casa.
- Nos vemos - las palabras se anudaron mientras la observaba caminar hacia la puerta.
Jazmín, era a mi parecer, la mujer mas hermosa que había conocido. Sus ojos marrones expresaban una sensibilidad por demás atractiva. Su piel blanca, de pálida sensualidad (excepto por aquellos meses en los cuales permanecía bronceada), opacaba hasta la mas fina porcelana. Medía aproximadamente un alargado metro setenta y acostumbraba a llevar su pelo castaño siempre perfumado. En esta ocasión, lo tenía suelto, revuelto y recostado sobre un hombro.
A pesar de conocer perfectamente la relación que tenia con su novio, un musculoso de metro ochenta, (que cada vez que lo veía me preguntaba si entre los hombros y su cabeza había un cuello, si este existía lo llevaba muy bien escondido) nunca perdía las esperanzas de que se fijara en mi como algo mas que un simple compañero de residencia. No dejaba de pensar en ella y en la posibilidad de que alguna vez pudiera establecer una conversación duradera y profunda. Es mas esa oportunidad que nunca llegaba era uno de los motivos por el cual me quedaba aquí hasta fin de año.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno! no estuvo tan mal el capitulo.Me gusto.Comienza la cuota de romance y de relacion no correspondida que espero desde el proxima capitulo vaya tomando un mejor mejor camino, je! Estaria bueno algunas poner algunas historias medias bizarritas como las del primer capitulo..me encantaron!y ademas las describis con una gracia particular!
Pero vamos por mas!!!!!!!!!!!!!!!!
Bien!!!!!!

Besos
Andre

Anónimo dijo...

Queremos que mates al chino!!!

Anónimo dijo...

HOLIS. Perdón por la tardanza de leer el capítulo. ME gustó mucho = ). Me gusta la parte del encuentro con la chica y la descripciòn lo que siente y piensa el chico.
besos!!!!!!