20 de abril de 2010

La hora del placer / Entrevista a Marcos Aguinis

Charla íntima con un creador de best sellers que, en su último libro, se centra en los vericuetos del goce: desde el humor hasta la filosofía, la felicidad... y el sexo.

Todo lo que publica se convierte en best seller. Su último libro, Elogio del placer (Ed. Sudamericana, ver recuadro), que está por ver la luz de los escaparates, se ubica en el eje de la entrevista. A sus 75 años y aun después de tanto escrito y hablado, Marcos Aguinis nunca baja del todo la guardia. Por momentos no tiene reparos en situarse como un intelectual al viejo estilo, aquel que puede decir, porque está mejor preparado, lo que otros no pueden; pero en otros momentos se confronta con ese mismo concepto de "intelectual". Se lo ve contento. Habla con giros desusados, bien "literarios".

Elogio del placer es un ensayo donde se interpela a usted mismo. Me pareció muy ocurrente.
-En los ensayos, desde el primero que escribí, he tratado de buscar alguna innovación literaria que no sea simplemente dar una clase o exponer una lección, sino buscar una forma que permita crear una relación más íntima con el lector por la cual él se sienta todo el tiempo interpelado y comprometido. En otros ensayos le hablo directamente en formas, a veces, insolentes. En este libro he buscado una suerte de duende que me habla a mí. Y es el duende el que escribe este libro. Me habla y yo me resisto, porque es un tema muy difícil, muy complejo, casi infinito. Abordarlo es un gran desafío. En muchas ocasiones he tenido dudas sobre si realmente esto podía concretarse.

-¿El tema o el libro?
- [Se ríe] El tema.

Cuando los adolescentes dicen todo bien, cuando dicen cool, están pidiendo placer. Es una sociedad que se cansó de la culpa, del sufrimiento. Alguien que argumente el placer es bienvenido.
-Está bien. Lo celebro, porque dado que mi tiempo a veces no se sabe expresar bien, yo he tratado precisamente de estar en mi tiempo y decir lo que mi tiempo quiere que se diga. Por ejemplo, vos mencionaste el tema de la culpa: yo tengo un ensayo que se llama, justamente, Elogio de la culpa . Fue un libro muy difícil, donde también usé una técnica muy especial: hago que hable la culpa, y la culpa es una mujer seductora, inteligente, pícara. Evidentemente, esos rasgos permiten abordar un tema absolutamente amargo y desagradable. A esa innovación técnica me estaba refiriendo en materia de ensayos. Pero, claro, la culpa es otro tema. Se refiere a algo que genera muchas patologías.

-Y muy mala consejera, dicen.
-Sí, muy mala consejera, también... Pero ha cumplido un rol bueno en la historia de la humanidad, porque frenó el fratricidio. Si no hubiera existido la culpa, el género humano no existiría hoy en día. Y si no hubiera culpa, los crímenes que se cometen serían más abundantes aún.

-Nosotros nos conocimos en la Secretaría de Cultura, con Alfonsín presidente. Usted era subsecretario. Tenía un horario y, además, ejercía como psicoanalista.
-La obligación del cargo me obligó prácticamente a dejar mi profesión, a la que volví cuando ya había terminado el período de Alfonsín.

-Sospecho que ha dejado muchas cosas más por la literatura.
-Sí. Dejé todo por la literatura.

-¿En qué momento decidió que iba a vivir de la literatura?
-Te confieso otra cosa: yo he tenido fuertes renuncias en mi vida. Estoy curtido en materia de renuncias. La primera de todas, muy fuerte y muy dolorosa, fue haber abandonado la música. Vos sabés que yo me dediqué con mucha intensidad, con mucho amor, con mucha pasión a la música. Incluso cuando viajé a París para especializarme en neurocirugía lo hice también con el propósito de seguir perfeccionando mis estudios musicales. Pero llegó un momento en que me di cuenta de que eran incompatibles la medicina -y la especialidad que yo había elegido en ese momento- con la música. Entonces, tuve que renunciar [a la música]. Fue una renuncia consciente, pero muy firme, sabiendo que no había alternativa.

-O sea que son desgarros para los que usted se prepara con intensidad.
-Absolutamente. El otro desgarro muy fuerte ocurrió cuando dejé la neurocirugía. Es una especialidad muy exigente, que requiere una exhaustiva preparación. Rendí mi tesis doctoral en base a las investigaciones que hice en temas neuroquirúrgicos y, luego de un tiempo, llegué a la conclusión de que la neurocirugía era una especialidad que me producía una división esquizofrénica. Porque tenía que estar horas y horas encerrado en el quirófano y no podía dedicarme a la literatura.

-¡Cuánta presión ejerce la literatura para ser "tan elegida"!
-[Se ríe] Sí. Puede ser. Yo era neurocirujano cuando escribí mis primeras novelas y cuando gané el Premio Planeta. Entonces, llegó un momento en que tuve que hacer una segunda renuncia: a la neurocirugía. En ese momento, me dediqué al psicoanálisis. Y, finalmente, también dejé el psicoanálisis para volver al primer y más intenso amor: la literatura.

-Esto significa no tener horarios; es "a piacere". ¿Cómo es trabajar sin relación de dependencia?
-A veces me siento muy cansado porque me doy cuenta de que la literatura es una profesión que no te permite tomar recreos ni bajar jamás la persiana. No hay horarios. Yo decido descansar y me voy a algún lugar, por ejemplo, con el propósito de leer, de escuchar música, de caminar...

-Para descansar tiene que alejarse. ¿Cómo sería eso?
-Cuando hago viajes por el mundo hay temas, ideas o proyectos que me están dando vueltas. Y a veces tomo nota. Lo curioso de mis notas es que, cuando acumulo muchas, las guardo en un cajón y nunca las vuelvo a leer.

-¿Toma notas a mano o con una computadora?
-Yo escribí a mano hasta La gesta del marrano . Cuando escribí esa novela ya había aparecido la computadora y contraté a una secretaria que me pasaba mis textos, los imprimía, y eso me facilitaba la corrección. Porque antes yo corregía sobre mi propio manuscrito, lo que significaba páginas ilegibles, con notas al pie y en los márgenes.

-¿No tuvo ni una sola Olivetti en toda su vida?
-Escribía muy poco en máquina de escribir. Yo escribía a mano. Recuerdo que, estando en Río Cuarto, Juan Filloy, con quien desarrollé una gran amistad a pesar de la diferencia de edades, me decía que escribir a mano es pasar directamente de la sangre del cuerpo a la sangre de la tinta que se derrama sobre el papel.

-Parece algo más físico.
-Exactamente. Y es la posibilidad de estar escribiendo en todos lados sin tener que llevar nada, salvo una pluma o birome. Elogio de la culpa ya lo escribí directamente en la "compu". O sea, empecé muy tarde. Y hasta el día de hoy no tengo la posibilidad de teclear con los ojos cerrados. Tengo que estar mirando las teclas, y a veces me suelo equivocar también.

-Marcos, ¿qué peso tiene el dinero en su vida? Hablo de la relación con el placer, con los gustos, con los objetos.
-Desde el lado afectivo, tengo una pésima relación con el dinero. Llevo mal mis cuentas, no sé exactamente cuánto tengo ni cuánto gano, no me cuido en lo que gasto, me pueden engañar con mucha facilidad. En este sentido, tengo un mal manejo del dinero. Esto es lo que me llevó, posiblemente desde chico, a tener ideas revolucionarias, o "izquierdosas", como las queremos llamar hoy en día. Es decir, el dinero no me importaba y me parecía, más bien, un factor de conflictos innecesarios e inhumanos.

-Uno descubre con el tiempo la diferencia entre el valor y el precio. Nosotros, los que trabajamos con la cabeza, creemos que tenemos un valor inconmensurable. Y no (se ríe, cómplice). No es así. Las cosas tienen su precio. Pero usted parece transitar muy fluidamente por ese camino.
-Puede ser. Yo considero que tengo el dinero que necesito. No necesito mucho más. Con lo que tengo me puedo dar los gustos, que no son muy caros, y puedo ayudar a familiares y amigos.

-¿Existe la "fundación Aguinis para la familia"?
-Los chicos han tomado de mí la costumbre de no pedir cuando no hace falta. No te olvides de que yo también tuve padres que han sido muy ejemplares conmigo. Mi papá, por ejemplo, llegó pobrísimo a la Argentina y trabajó de cargador en Dock Sud. Toda su vida fue un trabajador físico. Mi mamá tuvo que interrumpir sus estudios en Europa y no los pudo seguir en la Argentina por la enorme pobreza en que estaba su familia, por lo cual tuvo que ir a trabajar ella también. Me di cuenta de que uno puede vivir muy bien y sentirse feliz sin necesidad de estar acolchado por masas de billetes.

-¿Podría vivir sin trabajar?
-Mirá, Any, en este momento yo me he decidido por lo que llamamos mi primer amor, que es la literatura, y este amor no me deja en paz.

-Además, es un amor muy agradecido: le brinda una cuota importante de éxito. Que es una fuente enorme de placer.
-No hay duda. El éxito ayuda a sentirse bien, mejora la autoestima, reconforta, te da apoyo en los momentos en que uno cree que las cosas no van bien. Pero te digo que, junto con eso, yo soy muy autocrítico.

-¿Hay libros que quisiera olvidar?
-Bueno, recuerdo que escribí, ya siendo grande, incluso después de La cruz invertida , una novela...

-Para mí, La cruz invertida es su mejor libro.
-No sé. Tal vez mi mejor libro sea La matriz del infierno o Los iluminados , o quizá La gesta del marrano . Son libros muy ricos, muy densos y con mucho suspenso, con personajes muy fuertes. La cruz invertida también correspondía a una búsqueda de innovación literaria.

-En un mundo con tanta concurrencia de carreras universitarias, y tanto espacio para el estudio, ¿qué lugar ocupan las mujeres? Hablemos de la muerte de su primera mujer.
-De Marita. Fue un duelo muy penoso.

-Eran una linda pareja.
-Sí. Era una mujer extraordinaria, alegre y de una vitalidad arrasadora. La conociste. Falleció a los cincuenta y un años.

-En esa pareja circulaba un erotismo muy interesante. Los recuerdo en Punta del Este.
-Nos amábamos intensamente. Ella era la que leía mis manuscritos.

-¿Le gustó que fuera funcionario?
-[Pausa] Ella tuvo dos momentos de resistencia. El primero fue cuando decidimos venir a vivir a Buenos Aires y dejar Río Cuarto. En esa época, con gran sacrificio, recién habíamos construido nuestra primera casa. El segundo fue cuando fui funcionario. Finalmente, llegó a decir que debía aceptarlo porque se estaba viviendo un clima eufórico y de mucha esperanza.

-¿Qué descubrió de usted mismo siendo funcionario?
-[Lo piensa] Mis limitaciones, que no soy un buen político, que no sé negociar, que no sé esperar, que soy demasiado transparente. Me puso muy mal el hecho de no querer aceptar las, yo diría, mezquindades políticas de ganar espacios de poder sin otro objetivo que ése. Tuve enfrentamientos severos con muchos correligionarios, lo cual llevó a que finalmente me sacaran. [N. de la R: se refiere a la Unión Cívica Radical, UCR.]

-¿Se enfrentaba con la Coordinadora?
-En parte, sí.

-¿Cuál es hoy su mirada política?
-Estoy tan confundido como la mayor parte de la opinión pública argentina. El país ha tenido una decadencia muy seria, muy dolorosa. Es el país con mayores potencialidades de toda América Latina, y lo digo sin el patrioterismo infantil que muchos suelen exhibir. Desde México hasta el polo sur, el mejor país de América Latina sigue siendo el nuestro, en lo físico, en lo intelectual, en los recursos materiales y en los recursos humanos. Sin embargo, es como si nos empeñásemos en no lograr el éxito que está a nuestras puertas.

-Fue muy crítico con los Kirchner.
-Sí, y creo que no exageré. Creo que el mayor pecado de los Kirchner es haber malogrado una oportunidad que estuvo en sus manos. Ellos tuvieron una gran oportunidad para sacar al país adelante y en vez de hacer eso se han preocupado por acumular poder y manejar esto de una manera muy irresponsable y muy triste.

-Volviendo a su vida personal: ¿armó una nueva familia?
-Sí. No me siento cómodo mariposeando por distintos sitios. Necesito una mujer que esté al lado mío, con la cual pueda compartir todo, y fundamentalmente confesar mis inquietudes, mis esperanzas, ser transparente ante ella como no lo soy ante el resto del mundo. Entonces, me volví a casar. Mi mujer actual se llama Norma Fischtein.

-Y le dedica Elogio del placer ...
-[Se sonroja] Tiene diez años de diferencia conmigo. Es muy joven, muy vital, muy alegre. Algo interesante que hicimos desde el primer momento fue ir juntos al cementerio -ella también es viuda- a visitar las tumbas de nuestros respectivos cónyuges: a Marita y a Rubén. Luego pusimos dos grandes fotos de Marita y de Rubén en nuestra casa. No sentimos ningún conflicto por los amores que tuvimos antes. Al contrario, nos hemos dado cuenta de que, en materia de amor, allí sí está permitido ser un gran acumulador. Es bueno acumular amor, y no creer que para que haya un nuevo amor hay que desplazar el anterior.

-Usted, que con Santiago Kovadloff estaba cerca de López Murphy, ¿qué piensa de Carta Abierta, de los intelectuales que apoyan al Gobierno?
-Creo que ese tipo de oficialismo, ese actuar como comisario del poder de turno, les quita objetividad, flexibilidad y el espíritu democrático que debería existir entre nosotros. Carta Abierta me parece irrelevante. No sé por qué se la menciona tanto, si la mayor parte de los que están ahí están a sueldo y usan argumentos muy tirados de los pelos para defender una gestión que es indefendible. En esta gestión ha habido una corrupción a nivel institucional sin paralelos.

-Pregunta en relación a la identidad: ¿ser judío lo define?, ¿lo ha marcado?
-Sí, desde chico. Cuando vivía en Cruz del Eje comencé a leer libros sobre temas religiosos. Mi condición judía fue muy importante y valiosa, porque me creó un espacio de permanente incomodidad. Esa permanente incomodidad es un estímulo creativo que te fuerza a pensar, a indagar, a investigar. Uno no se siente cómodo todas las veces que dice que es judío [en junio próximo, en Israel, la Universidad Hebrea de Jerusalem lo nombrará Doctor Honoris Causa "en reconocimiento a su lucha por la concientización de la democracia"].

-Ha padecido actos de antisemitismo.
-Sí. Por ejemplo, la revista nazi Cabildo me sacó en tapa diciendo: Subversión a sola firma. Los siete pecados capitales de Aguinis . El primer pecado capital es ser judío. El segundo es ser democrático. El tercero, ser intelectual. El cuarto, psicoanalista, y así seguía. Pero el primer pecado era ser judío. No te olvides de que en esa época se hablaba de la sinagoga radical .

Por Any Ventura
revista@lanacion.com.ar

No hay comentarios.: