3 de julio de 2009

Las invasiones jubilosas


Publico esta excelente Nota extraída del suplemento Ñ acerca de la literatura del pais hermano. Espero les interese! Saludos!

Detrás de la estela lejana de escritores como Onetti, Felisberto Hernández, Idea Vilariño, llegaron y llegan la gran obra de Marosa Di Giorgio, el fenómeno del redescubrimiento y canonización de Mario Levrero, la reedición de Armonía Somers y nuevos escritores como Felipe Polleri, Daniel Mella, Alejandro Ferreiro, Ercole Lissardi. Uruguay siempre estuvo cerca.

Mario Levrero murió en su ciudad en agosto del 2004. Tenía 64 años, había pasado casi toda su vida en Montevideo, y dejó una obra extraña y signada por los giros bruscos. Para ponerlo un poco en contexto, dentro del astillado e irreductible mapa de la literatura sudamericana, pensemos lo siguiente: murió un año después que Roberto Bolaño, y a sólo dos semanas de Marosa Di Giorgio. Lo que pasó con Bolaño es conocido: ya antes de volverse póstumo estaba experimentando una escalada de popularidad frenética y sin precedentes, y su muerte aceleró las cosas a niveles pasmosos. Por ejemplo en Estados Unidos, que es históricamente un mercado cerrado y egocéntrico, está hace meses clavado en el cenit de las listas de los más vendidos. El caso de Levrero es, por supuesto, más silencioso, menos estridente. Hay quizás una suerte de justicia poética, como si la obra que dejó se fuera moviendo con la serenidad y la convicción que rige toda su literatura. Una literatura por momentos cansina, incluso exasperante, que sin embargo genera una perversa adicción y que, por su vertiginosa cercanía con la experiencia vital, puede llegar a cambiar la vida.

En estos meses el sello De Bolsillo distribuyó las tres primeras novelas de Levrero, agrupadas bajo el título de Trilogía involuntaria, y a partir de ahora se puede empezar a leer su obra como un conjunto cerrado, con la perspectiva necesaria que da el tiempo, las reediciones y los primeros acercamientos críticos. A los lectores que entraron a la literatura de Mario Levrero a través de El discurso vacío o de La novela luminosa, la Trilogía involuntaria les parecerá quizás una obra de otro escritor. "Esto no es de Levrero", se los ha escuchado balbucear perplejos y en ocasiones indignados. Son tres novelas opacas, de influjo kafkiano, que juegan con los límites del verosímil y que podrían ser traducciones de un esquivo autor centro europeo de principios de siglo. Leyéndolas retrospectivamente, como buscando ahí los primeros estertores de esa literatura maravillosa y altamente contemporánea que estalló en La novela luminosa, esas novelas tienen una cadencia uruguaya, un tono cálido e intimista que es la marca de fábrica de Levrero. Esa es, si se quiere, la etapa del primer Levrero, que se llamó "clásica". Vino luego una larga etapa intermedia, en donde el uruguayo ensayó cuentos fantásticos, manuales de parapsicología, historietas y otras rarezas. En 1987 llegaron Fauna y Desplazamiento, dos nouvelles que junto a Dejen todo en mis manos parecen presagiar algunos lineamientos de su literatura futura: el relato en primera persona que juega al intimismo, la trama vagamente policial, el escepticismo y el sarcasmo. La última etapa, que se llamó "autorrefencial" (una categoría de corto alcance, que habría que discutir), está toda compuesta por su obra maestra, La novela luminosa.

El rescate de la obra de Levrero, entonces, si bien menos escandaloso que el de Bolaño, no deja de ser palpable. La novela luminosa se hace visible en las librerías, los diarios le dedican páginas centrales, y muchos parecen aferrarse a la ridícula batalla del "yo lo descubrí primero". Consultado por esta cuestión, el editor de la editorial independiente uruguaya HUM, Martín Fernández Buffoni, dice: "Me parece tremebundo: que ahora todos se llenen la boca con Levrero me parece lamentable. Pasó lo mismo con Marosa, que falleció el mismo año y con una semana de diferencia. Por supuesto que es alucinante encontrarse con sus libros en vidrieras de plaza; es cool hablar de ellos. Espero sean leídos como merecen". Habrá que dejar pasar algunos años para que se metabolice el legado de Mario Levrero en la literatura uruguaya del futuro. Por lo pronto, en el diario Brecha, de Montevideo, a dos años de la muerte del narrador, ya se hablaba de los "levrerianos"; un grupo de escritores jóvenes que se habían formado en sus agitados talleres virtuales, o que habían leído su obra con el fanatismo y la meticulosidad del plagio.

A veces resulta difícil reconstruir el mapa de una literatura nacional en su conjunto cuando nos llegan sólo fragmentos, esquirlas editoriales que puestas una al lado de la otra sólo arman una topografía fracturada y con una clara inclinación al azar. Además de los grupos editoriales clásicos (Alfaguara, Sudamericana, Planeta), el mercado editorial uruguayo es profuso en casas independientes que publican mucho de lo mejor que está escribiendo la nueva generación (Trilce y Fin de Siglo, por ejemplo). Una de ellas, HUM, ha desparramado su catálogo en nuestras librerías, y ya se pueden conseguir esos hermosos libros rayados que esconden chispazos de una narrativa bien actual. En palabras del editor, "en lo que respecta a HUM, básicamente seguimos nuestro gusto personal; un capricho de lectores, por supuesto con olfato. Hay autores que son necesarios y otros que merecen ser presentados en sociedad porque su obra así lo merece. Respecto de los uruguayos en nuestro fondo editorial: son autores clave en la producción de narrativa en la última década". Algunos de los nombres que llegaron con el desembarco del sello, y que muestran cierto estado de la literatura uruguaya que hoy se escribe, son los de Felipe Polleri, Daniel Mella, Alejandro Ferreiro y Ercole Lissardi (seudónimo). Cuando se le pregunta por el panorama de la literatura actual, Fernández Buffoni dice: "El actual panorama se ve de veras bien. Se está redondeando cierta 'generación' realmente fuerte de escritores, no necesariamente jóvenes. Hay autores que generaron, de manera consciente o no, cierta 'escuela' y línea de trabajo: Onetti, Felisberto, Levrero, Marosa; quizá otros también hayan influenciado a quienes producen literatura hoy día, pero ellos son quienes marcaron fuertemente a un buen puñado de escritores que empezaron a publicar en la última década".

Al mismo tiempo, el Cuenco de Plata está emprendiendo una empresa de necesaria reivindicación, publicando los libros de Armonía Somers. El primer título, una rareza difícil de catalogar, La mujer desnuda, ya está en las librerías. En esas pocas paginitas se condensan, si se quieren, los golpes literarios de Somers –la brevedad y la estructura quebrada, el erotismo, la alegoría, lo onírico–, que colaboraron para que la crítica no pueda pensarla en el contexto de una generación o de una línea literaria. Por su edad se la llamó "el lobo estepario de la generación del 45", porque estaba siempre un poco por afuera de ese grupo, sobrevolándolo o pasándole por abajo. Algunos dicen que practicaba una "literatura imaginativa" (palabras de Angel Rama); una escritura que reniega del realismo pero que tampoco puede ser catalogada como puramente fantástica. En definitiva, una literatura del desconcierto y la perplejidad.

Desde luego, no habría que sucumbir ante la vieja tentación periodística de la exageración y sentenciar aquello de que la literatura uruguaya está en un momento de oro. El tiempo demuestra, finalmente, que los mercados editoriales padecen claras inclinaciones a las euforias pasajeras, y que se trata de ciclos que se repiten: a veces es la literatura chilena, a veces todo es Colombia, otras veces México parece estar a la vuelta de la esquina. Pero lo cierto es que hoy, con los libros de Levrero que se empiezan a conseguir, las reediciones definitivas de la obra extraña de Marosa di Giorgio, la llegada de los libros de HUM y Armonía Somers y algunos títulos sueltos de otras editoriales, la literatura uruguaya vuelve a hacerse visible en los pliegues temblorosos de nuestras librerías, y lo único que se puede hacer es festejar esa vuelta.

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