29 de febrero de 2012

Una claraboya abierta a la obra de Saramago

Pilar del Río cuenta la rocambolesca historia de Claraboya, la novela perdida del Nobel portugués, que no quiso publicar en vida.

Rechazada por una editorial lisboeta en el 53, la novela apareció en una mudanza en el 89 y el sello se ofreció a publicarla, pero Saramago, ofendido, se negó. Su viuda explica los motivos que le han llevado sacarla a la luz ahora.
A principios de los años 50 José Saramago se ganaba la vida como un triste oficinista en Lisboa. Estaba casado y tenía una hija. La vida iba marcándole poco a poco el camino de la mediocridad. Pero él quería ser escritor. Así que cuando cumplía con sus deberes domésticos y profesionales, normalmente a deshoras, hurtándole horas al sueño, cogía el bolígrafo y escribía novelas.
En 1947 había publicado Tierra de pecado. Pasó desapercibida. Claraboya fue el segundo intento de ser alguien en el mundillo literario portugués. Al terminarla, la mecanografió y la envío a una editorial de Lisboa. Toda la ilusión de Saramago estaba depositada en esas cuartillas. El problema es que sólo obtuvo una respuesta 36 años después. “Sonó el teléfono. Él se estaba afeitando. Era una editorial, pero no la suya. Se lo pasé y se lo puso en la parte de la cara que no tenía enjabonada. Le contaron que habían encontrado en una mudanza el manuscrito de Claraboya, y que estarían encantados de publicárselo”, explica Pilar del Río a elcultural.es en uno de los salones de la Casa América mientras da buena cuenta de un café y una tostada con tomate y aceite (le espera un día duro de entrevistas y promoción, aunque no parece faltarle energía a esta mujer delgada, con mucho nervio).
Saramago les respondió que gracias (“obrigado”) pero que no: que ya no iba a publicar esa novela. El autor portugués solía decir que nadie tiene obligación de amar a nadie, pero que todos nos debemos respeto. A él se lo faltaron, se sintió humillado y decidió que Claraboya no sería publicada mientras viviera. Dejó a criterio de sus depositarios (la propia Pilar y su editor portugués, Zeferino Coelho) que viera la luz (o no) cuando ya no estuviera aquí. Y no ha habido duda. “Es una novela que anticipa muchas de las claves en la obra de Saramago. Cuando estaba preparando la traducción veía clarísimo otras novelas suyas, Ensayo sobre la ceguera, Memorial del convento, El año de la muerte de Ricardo Reis... Está su economía expresiva ; su sentido de la ironía contenido para no caer en el sarcasmo; sus personajes masculinos introspectivos, solitarios, libres; sus mujeres fuertes; el retrato de vidas anodinas pero universales... Es el universo típico de su obra, que luego se complementaría y se completaría... ”.
Claraboya es una claraboya (la redundancia es pertinente) para otear los primeros empeños literarios de Saramago. La novela, de corte neorrealista, es un ejercicio de voyeurismo (discreto) sobre una bloque de pisos lisboeta. El escritor observa por un agujerito la cotidianidad de todos los vecinos entre las paredes de sus casas. Y ve amores prohibidos (lésbicos incluso), conversaciones de raíz filosófica, zapateros en plena faena, las carestías económicas de casi todos, los malos tratos de hombre machistas y hoscos... Es un fresco de la vida en la Lisboa cenicienta del salazarismo, donde sus habitantes sienten como una condena las estrecheces morales y políticas de la época, y un ejercicio narrativo con ciertas similitudes con La colmena de Cela: también coral y desesperanzada y también maltratada por un contexto poco apto para la literatura inconforme.
Pilar del Río se sentía en la obligación de entregar a los miles de lectores del premio Nobel un nuevo “regalo”. Un regalo que, en cierto modo, disimula su muerte de hace dos años. Tras el silencio administrativo con que pagó la editorial a la ilusión de Saramago, éste cayó en el mutismo narrativo.
No volvió a escribir hasta comienzos de los 80. “Le humillaron y eso, a un hombre retraído y tímido como era él, le hizo replegarse todavía más”, comenta Pilar del Río, que a estas alturas de la charla ya ha hecho desaparecer la tostada y el café, y, a pesar del tiempo pasado, se muestra dolida por la indiferencia mostrada hacia “José”. “Él no hablaba casi nunca de Claraboya, no era un tema agradable para él, pero sabía que no estaba mal y que en ella estaban algunos hallazgos que luego constituirían su voz personal como escritor”. Una voz que se fue derramando, melodiosa pero firme, en diversas novelas, hasta desembocar en la última, Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas, donde denuncia el tráfico de armas y cuya escritura la muerte interrumpió cuando llevaba apenas unas 30 páginas. ¿Suficiente para ser publicado? “Sí, ya veremos cómo, pero ese libro tendrá futuro. Son pocas páginas pero tienen mucha sustancia”.
Saramago escribía contra la muerte. Era consciente de que ésta le iba mordisqueando los talones y que no tardaría en darle el golpe definitivo. Fue frustrante para él no terminarla, pero él día que nos dejó, el 18 de junio de 2009, “su conciencia estaba muy serena”. “Sólo unos días antes, mientras desayunábamos, me dijo: 'Pilar, somos felices, ¿no?'”. A esa Pilar se le quieren escapar ahora las lágrimas al recordarlo, pero no las deja correr, se las aguanta. Tiene la rueda de prensa de presentación del libro y no puede flaquear. Todo por Saramago.

Gentiliza El Cultural

14 de febrero de 2012

Mentira la verdad: Identidad

Segunda entrega en este blog del programa del canal encuentro de Argentina.
Espero les guste.
Saludos!

Sinopsis: Estamos acostumbrados a tener una particular mirada sobre el mundo
y, en ocasiones, nuestra forma de pensar nos parece inobjetable. Sin embargo, ¿qué sustenta nuestras ideas? ¿Hay una sola forma de pensar la realidad o el estado de las cosas? Con el discurso filosófico como aliado, Darío Sztainszrajber desarrolla, problematiza y pone en tensión diferentes supuestos sobre la historia, la belleza, el amor, la felicidad, la identidad y otros temas.

Mentira la verdad, un programa hecho para jóvenes pero para consumir a toda edad, una propuesta para reflexionar sobre lo que respalda nuestros juicios de valor pero también para pensar las razones que,a lo largo de los años, han hecho visibles algunos hechos sobre otros y sustentado las historias que nos cuentan sobre un país, una región, una sociedad. Mentira la verdad recibió el Japan Prize 2011, premio que destaca programas educativos de todo el mundo.

Parte 1



Parte 2

9 de febrero de 2012

Charles Dickens: el dueño de la multitud

Seguimos con los festejos por los 200 años del nacimiento de uno de mis escritores preferidos. Una prosa que 200 años después, aún hay quienes lo intentan imitar sin lograrlo.
Espero les guste tanto como a mi.
Saludos!

El 7 de febrero se cumplen 200 años del nacimiento del autor de “Oliver Twist”. En este ensayo, el escritor argentino Luis Chitarroni analiza una vida signada por la miseria, la obsesión, el éxito, y también una obra de ficción en la que “es posible hallar, en los pliegues a veces descartados o descartables, personajes increíbles”. Además, Ana María Shua recuerda el encanto de sus primeras lecturas.

Como homenaje a los doscientos años del nacimiento de Dickens, tres libros se publicaron en Inglaterra en el último mes. Enriquecen el panorama sin aportar un factor dramático a esta emergencia decimal. El primero, en el sentido más fiel y genérico, es de características casi teratológicas y derrota la cifra divina anunciada: las menos de mil quinientas páginas divididas en tres volúmenes que le consagró John Foster, amigo de Dickens y biógrafo precoz, referencia obligatoria de las bibliotecas que vendrían. De hecho, se puede sostener una línea regular y continua de biografías y monografías que presentan un Dickens disponible en el curso de dos siglos, de G.K. Chesterton, Una Pope-Hennessy, J.B.Priestley y algún Sitwell, a Edgar Johnson, Peter Ackroyd y Claire Tomalin. Tanto va el cántaro a la fuente, que el concepto de biografía cambió más o menos –o tanto o tan poco– como el concepto mismo, Foucault nos asista, de “autor”. El otro libro es un Becoming Dickens –tan de moda ahora–, de Ronald Douglas Fainhurst, en el que podrán observarse los matices imprevisibles que ahondan el misterio entre “ser” y “llegar a ser”, operación cleptómana que el futuro habilita ya a considerar tautológica. El tercero, de la mencionada Claire Tomalin, reinstala de nuevo el término anterior de biografía con un temblor adicional: no es “la” sino “una” biografía, especie de parpadeo que debilita la pantalla de la época con el veneno de un desvelo servil. En escritora tan delicada, nuestras núbiles previsiones deben ceder ante las que ella misma tomó.
Un arrebato sensible reprochará seguro al victoriano vetusto su inclemencia viril y la falta de matices de sus personajes femeninos. Invariabilidad de la soberanía e invariabilidad de la musa. Reducción calculada para una prolongada escena de celos. En el pasado inalterable, Dickens sigue sufriendo la humillación de ver a su padre en la cárcel de deudores de Marshalsea, trabajando como taquígrafo, emprendiendo Pickwick , dejando inconcluso Edwin Drood y muriendo en lecho ajeno. Con esmero, los nuevos biógrafos deben encontrar la manera de volver a contárnoslo. A Dickens mismo esa rutina de la imaginación nunca lo tocó. Le concernía en cambio suministrar provisiones y reverencias a Pickwick, Weller y los demás integrantes del Club, nutrir el pasado de Martin Chuzzlewit, despojar de enemigos al señor Micawber, repetir en los rasgos de Uriah Heep los modales y el servilismo de algún empleado entrevisto en los tribunales. Como se solía admitir y admirar, la imaginación de Dickens parecía no tener límites. Legiones de personajes individualizados avanzan en distintas direcciones en la república turbulenta que crean sus quince novelas. “Después de Dios y de Shakespeare, la mayor inspiración dedicada a los hombres que se pueda observar”, escribió, a lo Víctor Hugo, un victoriano hiperbólico. Había que esperar al Kilgore Trout de Kurt Vonnegut para que la abolición de la esclavitud de los personajes permitiera que un delicioso Artful Dodger nos arrulle hoy con la voz crispada y nerviosa de Steve Marriot o Johnny Lydon. El pop contencioso de los sesenta es también dickensiano. Y el punk. Constancia de la perduración –perdurabilidad– de un acento de los bajos fondos –el cockney – con legítima dignidad popular.
El siete de febrero de 1812, Charles John Huffam Dickens nacía en Portsmouth, donde su padre trabajaba en una dependencia naval, el menor de una familia de ocho. Dos de sus hermanos morirán de niños. En 1817, la familia se trasladará a Chatham; en 1822, a Londres, la ciudad atrapada en su propio laberinto de humo y niebla que –salvo excepciones– tejerá el entramado indiscernible de un himno de exaltación.

La bóveda de la ficción
La complejísima estructura de las novelas de Dickens, como dan muestras Nuestro amigo común y Casa desolada , no es hoy uno de los aspectos valorados de Dickens, pero a lo largo de los años ese empeño encontró críticos como Sylvère Monod, quien sustentó la tesis de la superioridad de David Copperfield , novela en que la habilidad suprema de incorporar personajes no perturba el diseño general. O, como Q. Leavis, quien pudo establecer la serie de paralelismos entre Copperfield y Guerra y paz . El genio más accesible de Dickens, su simpatía popular, se rastrea en los títulos que con facilidad han accedido a las colecciones infantiles. Como Oliver Twist , “el hijo de la parroquia”, tal vez una de las novelas que más adaptaciones... no encuentro el verbo... ¿padeció? A mí me tocó la que protagonizaron Mark Lester y Jack Wild (la pareja que protagonizaría luego Melody ), súbito acceso de Dickens a la comedia musical. Y, por otra parte, destino común: el Quijote recibía por esos años lo suyo también en El hombre de la Mancha . Aunque Polanski perpetró hace poco su versión de Twist, el Fagin más memorable fue sin duda el de Alec Guinness. La imputación de antisemitismo que recibió el autor por este personaje fue paliada de alguna manera por la creación de Aaron Riah en Nuestro amigo común ; la amputación que restablece los atributos de sabiduría y honestidad que Fagin supo perder en aras de adaptarse a un estereotipo. Hay un Eugene Wrayburn, el héroe esquivo de la misma novela, que encarnó David MacCallum, el Ilya Kuriakyn de El Agente de Cipol . Produce un raro vértigo dickensiano, el que atribuimos a la realidad traspapelada por la ficción, la que obligaba a Wilde a admitir que el hecho más importante de su vida era la muerte de Lucien de Rubenpré, el personaje de Balzac. Es lo que el crítico Humphrey House advirtió como una sucesión de alucinaciones, de relevos insustituibles, cuando el personaje aislado entra en contacto con la multitud, y la multitud también pierde el anonimato. En Dickens es posible hallar, en los pliegues a veces descartados o descartables, personajes increíbles, que a otros escritores le llevaría años componer. Mr. Venus, por ejemplo, el taxidermista que ayuda a Silas Wegg a reconstruir eso que hoy daríamos en llamar “su autoestima”.

Don Quijote cockney
A una señora que le comentaba qué difícil se le hacía leer novelas después de haber leído “a los rusos”, T. S. Eliot le recordó que “los rusos” –Tolstoi, Dostoievski– leían con gran admiración a Dickens, y que ella, por lo tanto, podía imitarlos. Eliot fue siempre un gran dickensiano, al punto que el primer título de La tierra baldía era He do the Police in different voices (él hace la policía en diferentes voces), comentario atribuido a uno de los personajes de Nuestro amigo común , que según un dickensiano más frugal, Kingsley Amis, comporta en inglés (al igual que en castellano) un error gramatical. Lo cierto es que ya no me atrevo a decir a los lectores que Dickens es “muy entretenido” (como no me atrevo a hacerlo con Don Quijote , aunque Dickens y Cervantes me parecen los escritores que más alegría producen en lectores bien dispuestos).

Victorianos inminentes
Por el año en que la Reina Victoria se casó con el Príncipe Alberto –1840–, Dickens había escrito un romance desaforado en el que ella elegía a Charles el bienamado como marido. Esas y otras bromas se gastaban en Knebworth, el lugar de residencia de Edward Bulwer, Lord Lytton, autor de Los últimos días de Pompeya , gran amigo de Dickens. El acompañamiento de sus colegas no le da a nuestro autor homenajeado un séquito despreciable: Thackeray y Wilkie Collins han envejecido tan bien como Dickens. No así su contemporáneo estricto, Robert Browning, cuyos doscientos años merecerán también en el Reino Unido homenajes y biografías. Pero la oscuridad de Browning no garantiza un buen pasaje. O sí, mejor que cualquier otro: la oscuridad como antídoto de la popularidad efímera, fugaz. La complejidad argumental de Dickens, superior a la de sus pares, tiene una característica que la hace de nuevo moderna. Nadie necesita una “clave” para entrar en las novelas. El método de composición de Dickens cautivó a sus exégetas, pero también a lo que se dio en llamar con justicia “el lector común”. El hecho de que la elaboración secundaria diera estatura a un simple mortal, cuya única distinción había sido hasta entonces haberse cruzado con Dickens, permitía que la cola de candidatos a la inmortalidad literaria aumentara cada día a la salida de las lecturas del autor de Grandes ilusiones . Y que las damas se desmayaran ante el paso de Dickens, como solía ocurrir. Lector y actor de dicción y temperamento avasallantes, Dickens obligaba también a exagerar esos anhelos. Gran parte de los personajes que descienden de conocidos, como el bondadoso Micawber, cuyo modelo fue el padre de Dickens, descansan en un limbo de complacencia; otros, los que proceden de hombres de letras, como Walter Savage Landor o Leigh Hunt, son comidilla de eruditos y estetas chismosos, alientan a lo sumo un artículo largo en una revista especializada. A pesar de todo, Dickens no es todavía exclusivamente bibliográfico.Prestemos atención al método. La alquimia de Dickens tiene menos que ver con la venganza (como es el caso de Joyce) que con la simetría, por lo que es necesario volver a Humphrey House y su teoría de la creación de los mundos ficcionales. Para la ampliación y la ambientación son necesarios detalles recopilados de la realidad diurna. El expediente es esa bolsa de arpillera, ese zapato al borde del camino, esa herradura colgada de una pared para tener la suerte de herrumbrarse. Los habitantes no tardarán en llegar. Combinan facciones y atributos. En Julio Verne uno puede ver los trazos del esbozo o del ejercicio definitivo –la nariz aguileña, el ceño adusto, el mentón voluntarioso—con una facilidad que mucho le debe al hábito y al papel de calcar; en Dickens, cada uno de los personajes ha sido imaginado entero, como si el autor, en el momento de crearlos, hubiera pensado también en el tálamo óptico y la vesícula. El Ícaro de Queneau desaparece en las primeras páginas de la novela. El elenco de Dickens está rígidamente encadenado a la página. “Mis personajes son galeotes”, dijo Vladimir Nabokov; los de Dickens, virtuosos asalariados. Están, sin embargo, dentro de la radiación imperativa del mundo de Dickens. Quien toca este libro, toca a un hombre, exigió Whitman. Quien toca un libro de Dickens, toca un mundo: su indecisión primera, su hipotético origen, su neurosis de destino; la voluntad rapsódica de corrosión, el comején o la carcoma erótica de su laboriosidad, de su industria, de su desidia.
Hay en Dickens, no en todo Dickens, sino en el que entona con más vehemencia su responsabilidad civil de súbdito de la monarquía, resonancias de Carlyle y de Gibbon. En Historia de dos ciudades , sobre todo (el comienzo de los contrastes, a su vez, cortejaría a la musa de un escritor, autor distinto, Karl Marx). La locura, a veces, tiene un método y una regularidad británicas, presbiterianas. Como John Perceval, hijo de un primer ministro inglés asesinado, que dio a conocer sus memorias de gentleman , Silas Wegg, el personaje de Nuestro amigo común quiere dedicarse a leer los no sé cuántos capítulos y las ochocientas notas al pie de Decadencia y caída del Imperio Romano , de Edward Gibbon, con total cordura. El desciframiento laborioso de una gran diatriba contra la fe, que es a la vez una de las novelas más apasionantes escrita sin ese propósito, procura una ataraxia inesperada. En este penúltimo atisbo de realidad, Londres misma se ha desvanecido. Nadie vive del todo entre la niebla y el río. Nadie muere del todo. Como la madre de Uriah Heep, que era “la muerta imagen de su hijo, sólo que más baja”.

Malos sincopados
Una de las conclusiones axiomáticas de Hitchcock, “cuanto mejor sea el malo, mejor la obra”, se cumple a regañadientes en Dickens, entre cuyos villanos Fagin está intercalado en un mazo de candidatos intermedios, entre Scrooge y Sikes. En realidad, el mejor malo de Dickens es menos malvado que ambivalente, y dio curso, sí, a personajes de esa índole en los libros de Tolkien y Rowling, una muestra asombrosa de confianza en la madurez de los lectores jóvenes. Uriah Heep es el escurridizo “malo” de David Copperfield , con una coartada perfecta, la novela –que exaltaron entre otros Freud y Kafka–, es una biografía muy estilizada del propio Dickens, como Pendennis lo es de Thackeray. Los malos de la vida, al revés de los villanos de los filmes, se aparecen muchas veces a lo largo de ésta; las escenas, por lo tanto, adoptan la contundencia de una antología del mal o una displicencia de álbum antiguo. La frecuencia les confiere a las personas una atenuación significativa, como si la vibración voraz del mal accediera a las tentaciones complementarias de la realidad; un extraño sigilo, como si el progreso de un destino se adecuara a un territorio general compartido, donde el designio final se mantuviera oculto, ajeno a nuestra mirada y a nuestro juicio. A nuestra infatuación, sobre todo. La religión de Dickens, en este caso, parece a la vez ufana e insuficiente. Si bien escribió para sus hijos una vida de Jesucristo, el tema se soslaya con bastante asiduidad, dando lugar a ese materialismo del que sacara provecho Karl Marx. Son las relaciones de los individuos –y hasta de las masas, en algún caso– con la justicia o con el poder, no con lo altísimo, no con lo inescrutable, las que se imponen. Habrá que esperar que la densa niebla victoriana alcance otro estatuto, y que un escocés se bata a duelo con el presbiterianismo de sus padres, para obtener un mal conspicuo e inextinguible, el que aparece en Dr. Jeckyll y Mr. Hyde , de Robert Louis Stevenson. Sin embargo, en los tiempos de su tiempo, dos malos entraron en descarada competencia. Uno era el personaje de ficción de La dama de blanco , el barón Fosco, de Wilkie Collins, gran amigo y hasta colaborador de Dickens; el otro, el propio Edward Bulwer-Lytton, a quien su propia ex mujer describió como el personaje más perverso que hubiera pisado la tierra.

Estética del mal
El mal se dedica a practicar a solas –a celebrar a oscuras– una equilibrada reverencia. Tiene maquillaje. No importa si sus facciones se adecuan a la fealdad prevista del mal. En términos de competencia y credulidad, nos basta con que esté presente. Magia y cirugía. Si desapareciera, si dejara vacante el disfraz, si disimulara sus intenciones, pediría para saltar del escenario el eco de una blasfemia. Cae la noche. Los acontecimientos se precipitan. El mal como un apagón, una negrura prolongada se extiende a lo largo del siglo veinte. Del diablo de El maestro y Margarita , de Bulgakov, al Voldemort de Harry Potter , pasando por los tiranos políticos que suministra (y subitula) una historia de noticieros en minúscula. “El mal como un vasto cristal azogado”, podríamos parodiar. Pero parodiar perpetúa solo la dificultad ya advertida. Porque no tiene sentido predicar –o por lo menos no lo tiene acá–, tampoco podemos ofrecer Dickens sin precauciones. La política un poco aviesa de condensación con fines didácticos, culpable de que yo leyera David Copperfield (pero también Moby Dick ) en versiones escuetas y expurgadas, no continúa ni se sustituyó por otra. Pero las traducciones españolas mejoraron mucho. Es improbable que se pueda hacer el recorrido completo, de Barnaby Rudge a Edwin Drood (la novela que Dickens dejó incompleta) en castellano, pero sí a partir de mañana saborear el encanto del nacimiento de Copperfield, asistir a la venta de su cordón umbilical, conocer a Pegotty y al señor Micawber, a Steerforth y a Uriah Heep. Iniciar una vida de relaciones sin Facebook, sin detracciones ni calumnias, con un siglo entero de matices y escrúpulos provisto a pulso por el mejor artesano ( miglior fabbro ) de la ficción.

Gentileza Revista Ñ

4 de febrero de 2012

La Isla / Ricardo Piglia

“La Isla” apareció originalmente en la revista El Péndulo, Buenos Aires, 1991, bajo el título de “La Isla de Finnegans”, y después como parte del libro La Ciudad Ausente, 1992, Editorial Sudamericana.

1
Añoramos un lenguaje más primitivo que el nuestro. Los antepasados hablan de una época donde las palabras se extendían con la serenidad de la llanura. Era posible seguir el rumbo y vagar durante horas sin perder el sentido porque el lenguaje no se bifurcaba y se expandía y se ramificaba hasta convertirse en este río donde están todos los cauces y donde nadie puede vivir porque nadie tiene patria. El insomnio es la gran enfermedad de la nación. El rumor de las voces es continuo y sus cambios suenan noche y día. Parece una turbina que marcha con el alma de los muertos dice el viejo Berenson. No hay lamentos, sólo mutaciones interminables y significaciones perdidas. Virajes microscópicos en el corazón de las palabras. La memoria está vacía porque uno olvida siempre la lengua en la que ha fijado los recuerdos.

2
Cuando decimos que el lenguaje es inestable no estamos hablando de una conciencia de esa modificación. Es necesario salir de allá para percibir el cambio. Si uno está adentro cree que el lenguaje es siempre el mismo, una especie de organismo vivo que sufre metamorfosis periódicas. La imagen más divulgada es la de un pájaro blanco que en el vuelo va cambiando de color. El aletear profundo del pájaro en la transparencia del aire da una falsa ilusión de unidad en el pasaje de los tonos. El dicho dice que el pájaro vuela interminablemente y en círculos porque le han vaciado el ojo izquierdo y busca ver la otra mitad del mundo. Por eso nunca va a poder aterrizar, dice el viejo Berenson y se ríe con la jarra de cerveza otra vez contra los bigotes, porque no encuentra un pedazo de tierra donde apoyar la pata derecha. Tuerto habría de ser el tero dijo después, para perderse en el aire y venir a parar a esta isla de mierda. No empieces, Shem, le dice Teynneson tratando de hacerse oír en el barullo del bar, entre los acordes del piano y las voces de los que cantan Three quarks for Muster Mark!, todavía tenemos que ir al entierro de Pat Duncan y no quiero tener que llevarte en carretilla. Ese es el sentido del diálogo, que se repite como un chiste privado cada vez que están por irse, pero no siempre usan el mismo lenguaje. Se sostienen del brazo y cruzan muy erguidos el salón para salir. La escena se repite, pero sin saberlo hablan del pájaro tuerto y del entierro de Pat a veces en ruso, a veces en un francés del siglo XVIII. Dicen lo que quieren y lo vuelven a decir pero ni sueñan que a lo largo de los años han usado cerca de siete leguas para reírse del mismo chiste. Así son las cosas en la isla.

3
"El lenguaje se transforma según ciclos discontinuos que reproducen la mayoría de los idiomas conocidos (registra Turnbull). Los habitantes hablan y comprenden instantáneamente la nueva lengua pero olvidan la anterior. Los idiomas que se han podido identificar son el inglés, el alemán, el danés, el español, el noruego, el italiano, el francés, el griego, el sánscrito, el gaélico, el latín, el sajón, el ruso, el flamenco, el polaco, el esloveno, el húngaro. Dos de las lenguas usadas son desconocidas. Pasan de una a otra pero no las pueden concebir como idiomas distintos sino como etapas sucesivas de una lengua única." Los ritmos son variables, a veces un idioma permanece semanas, a veces un día. Se recuerda el caso de una lengua que se mantuvo quieta durante dos años. Después se sucedieron quince modificaciones en doce días. Habíamos olvidado las letras de todas las canciones, dijo Berenson, pero no la melodía y no hubo modo de cantar una canción. Se veía a la gente en los pubs silbando a coro como guardias escoceses, todos borrachos y alegres, marcando el ritmo con las jarras de cerveza mientras buscaban en la memoria alguna letra que coincidiera con la música. La melodía persiste y es un aire que cruza la isla desde el principio de los tiempos pero de qué nos sirve la música si no podemos cantar, un sábado a la noche, en el bar de Humphery Chimden Earwicker cuando todos estamos borrachos y ya nos olvidamos de que el lunes hay que volver al trabajo.

4
En la isla se cree que los ancianos se encarnan al morir en los nietos, razón por la que no pueden encontrarse los dos vivos al mismo tiempo. Como ocurre a pesar de todo algunas veces, cuando un anciano se encuentra con su nieto, antes de poder hablar con él, debe darle una moneda. En esa teoría de las reencarnaciones se ha fundado la lingüística histórica. La lengua es como es porque acumula los residuos del pasado en cada generación y renueva el recuerdo de todas las lenguas muertas y de todas las lenguas perdidas y el que recibe esa herencia ya no puede olvidar el sentido que esas palabras tuvieron en los días de los antepasados. La explicación es simple pero no resuelve los problemas que plantea la realidad.

5
El carácter inestable del lenguaje define la vida en la isla. Nunca se sabe con qué palabras serán nombrados en el futuro los estados presentes. A veces llegan cartas escritas con signos que ya no se comprenden. A veces un hombre y una mujer son amantes apasionados en una lengua y en otra son hostiles y casi desconocidos. Grandes poetas dejan de serlo y se convierten en nada y en vida ven surgir otros clásicos (que también son olvidados). Todas las obras maestras duran lo que dura la lengua en la que fueron escritas. Sólo el silencio persiste, claro como el agua, siempre igual a sí mismo.

6
La vida del día empieza al amanecer y si ha habido luna hasta el alba los gritos de los jóvenes en la ladera pueden oírse ya antes de la aurora. Inquietos en la noche poblada de espíritus, se gritan unos a otros tratando de adivinar qué sucederá con el sol alto. La tradición dice que el lenguaje se modifica en las noches de luna llena pero ésa es una creencia desmentida por los hechos. La lingüística científica no acepta ninguna relación entre los fenómenos naturales como las mareas o los vientos y las mutaciones del lenguaje. Los hombres del pueblo siguen sin embargo acatando los viejos rituales y cada noche de luna esperan que llegue por fin la lengua de su madre.

7
En la isla no conocen la imagen de lo que está afuera y la categoría de extranjero no es estable. Piensan a la patria según la lengua. ("La nación es un concepto lingüístico.") Los individuos pertenecen a la lengua que todos hablaban en el momento de nacer, pero ninguno sabe cuándo volverá a estar ahí. "Así surge en el mundo (le han dicho a Boas) algo que a todos se nos aparece en la infancia y donde todavía no ha estado nadie: la patria." Definen el espacio en relación con el río Liffey que atraviesa la isla de norte a sur. Pero Liffey es también el nombre que designa al lenguaje y en el río Liffey están todos los ríos del mundo. El concepto de frontera es temporal y sus límites se conjugan como los tiempos de un verbo.

8
Nos encontramos en Edemberry Dubblenn DC, dijo el guía, la capital que combina tres ciudades. En el presente la ciudad cruza de Este a Oeste siguiendo la margen izquierda del Liffey por los barrios y los ghettos japoneses y antillanos, desde el nacimiento del río en Wiclow hasta Island Bridge, un poco más abajo de Chapelizod, donde sigue su curso. La ciudad próxima se va abriendo, como si estuviera construida en potencial, siempre futura, con calles de fierro y lámparas de luz solar y androides desactivados en los galpones de la Scotland Yard. Los edificios surgen de la niebla, sin forma fija, nítidos, cambiantes, casi exclusivamente poblados por mujeres y mutantes.
Del otro lado, hacia el Oeste, subiendo por la zona del puerto, está la ciudad vieja. Al mirar el mapa hay que tener en cuenta que la escala está construida a la velocidad media de un kilómetro y medio por hora de marcha. Un hombre sale de 7 Eccles Street a las ocho de la mañana y sube por Westland Row y a cada lado del empedrado están las acequias que llegan hasta la orilla del río por donde sube el canto de las lavanderas. El que avanza por la calle empinada hacia la taberna de Baerney Kiernam trata de no oír el canto y golpea con el bastón el enrejado de los sótanos. Cada vez que entra en una calle nueva las voces envejecen, las palabras antiguas están como grabadas en las paredes de los edificios en ruinas. La mutación ha ganado las formas exteriores de la realidad. "Lo que todavía no es define la arquitectura del mundo", piensa el hombre y desciende a la playa que rodea la bahía. "Se ve ahí, en el borde del lenguaje, como la casa de la infancia en la memoria."

9
La lingüística es la ciencia más desarrollada en la isla. Durante generaciones los investigadores han trabajado en el proyecto de fijar un diccionario que incorpore las variantes futuras de las palabras conocidas. Necesitan fijar un léxico bilingüe que permita comparar una lengua con otra. Imagínense (dice el informe de Boas) a un viajero inglés que llega a un país extranjero y en el hall de la estación de ferrocarril, perdido en medio de una multitud desconocida, se detiene a revisar un pequeño diccionario de bolsillo buscando una expresión correcta. Pero la traducción es imposible porque sólo el uso define el sentido y en la isla conocen siempre una lengua por vez. Los que persisten en la elaboración del diccionario lo consideran ya un manual de adivinación. Un nuevo Libro de las Mutaciones concebido, explicó Boas, como un diccionario etimológico que hace la historia del porvenir del lenguaje.
Hubo un solo caso en la historia de la isla de un hombre que conoció dos idiomas al mismo tiempo. Se llamaba Bob Mulligan y decía que soñaba con palabras incomprensibles que tenían para él un sentido transparente. Hablaba como un místico y escribía frases desconocidas y decía que ésas eran las palabras del porvenir. En los Archivos de la Academia han quedado algunos fragmentos de los textos que escribió e incluso se puede oír la grabación de la voz aguda y lunática de Mulligan que cuenta un relato que empieza así: "Oh New York city, sí, sí, la ciudad de Nueva York, la familia entera se fue para allá. El barco se había llenado de piojos y hubo que quemar las sábanas y bañar a los chicos con agua mezclada con acaroína. Cada bebé tenía que estar separado de los otros porque el olor los hacía llorar si estaban cerca. Las mujeres usaban un pañuelo de seda en la cara igual que damas beduinas, aunque todas tenían el pelo colorado. El abuelo del abuelo fue police-man en Brooklyn y una vez mató de un tiro a un rengo que estaba por degollar a la cajera de un supermarket." Nadie sabía lo que estaba diciendo y Mulligan escribió ese relato y otros relatos en esa lengua nueva y después un día dijo que la había dejado de oír. Venía al bar y se sentaba en esa punta del mostrador a tomar cerveza, sordo como una tapia, y se emborrachaba despacio, con la cara avergonzada de un hombre arrepentido de haberse hecho notar. Nunca más quiso hablar de lo que había dicho y vivió siempre un poco apartado hasta que murió de cáncer a los cincuenta años. Pobre Bob Mulligan, dijo Berenson, de joven era un tipo expansivo y muy popular y se casó con la Belle Blue Boylan y al año la mujer se murió ahogada en el río y su cuerpo desnudo apareció en la ribera del este del Liffey, en la otra orilla. Mulligan nunca se repuso, ni volvió a casarse y vivió solo toda la vida. Trabajaba de linotipista en la imprenta del Congreso y venía con nosotros al bar y le gustaba apostar a los caballos hasta que una tarde empezó a contar esas historias que nadie entendía. Yo creo, dijo el viejo Berenson, que la Belle Blue Boylan fue la mujer más hermosa de Dublin.
Todos los intentos de construir una lengua artificial se han visto perturbados por una experiencia temporal de la estructura. No han podido construir un lenguaje exterior al lenguaje de la isla porque no pueden imaginar un sistema de signos que persista sin mutaciones. Si a + b es igual a c, esa certidumbre sólo sirve un tiempo porque en un espacio irregular de dos segundos ya a es -a y la ecuación es otra. La evidencia vale lo que tarda una proposición en ser formulada. En la isla ser rápido es una categoría de la verdad. En esas condiciones los lingüistas del Area-Beta del Trinity College alcanzaron lo que parece imposible: casi fijan en un paradigma lógico la forma incierta de la realidad. Definieron un sistema de signos cuya notación se transforma con el tiempo. Hemos logrado establecer un campo unificado, le han dicho a Boas, ahora sólo nos falta que la realidad incorpore al lenguaje alguna de nuestras hipótesis. Hasta el momento saben que han transcurrido diez y siete ciclos, pero suponen que existe una potencialidad casi infinita, calculada en ochocientos tres (porque ochocientas tres son las lenguas conocidas en el mundo). Si en casi cien años, desde que en 1939 empezó el registro de los cambios, se han detectado diecisiete formas distintas, los más optimistas imaginan que el círculo puede completarse en otros cien años. Ningún cálculo es seguro, porque la duración irregular de los ciclos forma parte de la estructura de la lengua. Existen tiempos lentos y tiempos rápidos, como el cauce del Liffey. Los más afortunados, dice el proverbio, navegan en aguas tranquilas, los mejores viven en tiempos veloces, donde el sentido dura lo que dura la cólera de un gallo. Los jóvenes más radicalizados del grupo Trickster del Area-Beta del Trinity College se ríen de esos proverbios idiotas. Piensan que, mientras el lenguaje no encuentre su borde final, el mundo será sólo un conjunto de ruinas y que la verdad es como los peces que boquean en el barro hasta morir cuando el caudal del Liffey baja con la sequía del verano, hasta transformarse en un riacho de aguas oscuras.

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He dicho que la tradición dice que los antepasados hablan de un tiempo en el que la lengua era un llano por el que se podía andar sin sorpresa. Las generaciones, afirman los antiguos, heredaban los mismos nombres para las mismas cosas y podían legarse documentos escritos con la certeza de que todo lo que escribían sería legible en los tiempos futuros. Algunos repiten (sin comprenderlo) un fragmento de aquella lengua original que ha sobrevivido a lo largo de los años. Boas dice que los escuchó recitar ese texto como si fuera un chiste de borrachos, de modo que la vocalización era pastosa y las palabras estaban cortadas por risas y expresiones que nadie sabía ya si formaban o no parte del antiguo sentido. El fragmento llamado Sobre la serpiente, dice Boas que era así: "Empezó la época de los grandes vientos. Ella siente que le arrancan el cerebro y dice que su cuerpo está hecho de tubos y conexiones eléctricas. Habla sin parar y a veces canta y dice que me lee el pensamiento y sólo pide que yo esté cerca y que no la abandone en la arena. Dice que es Eva y que la serpiente es Eva y que nadie en los siglos de los siglos se ha atrevido a decir esa verdad tan pura y que sólo María Magdalena se lo dijo al Cristo antes de lavarle los pies. Eva es la serpiente, la mutación interminable, y Adán está solo, siempre ha estado solo. Dice que Dios es la mujer y que Eva es la serpiente. Que el árbol del bien y del mal es el árbol del lenguaje. Recién cuando se comen la manzana empiezan a hablar. Eso dice ella cuando no canta". Para muchos es un texto religioso, un fragmento del génesis. Para otros se trata sencillamente de un rezo que persistió en la memoria a la permutación de las lenguas y que fue recordado como un juego adivinatorio. (Los historiadores afirman que se trata de un párrafo de la carta que Nolan dejó antes de matarse.)

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Algunas sectas genealógicas aseguran que los primeros habitantes de la isla son desterrados, que fueron enviados hacia aquí remontando el río. La tradición habla de doscientas familias confinadas en un campo multirracial en los arrabales de Dalkey, al Norte de Dublín, detenidos en una redada en los barrios y los suburbios anarquistas de Trieste, Tokyo, México DF y Petrogrado.
Embarcados en el Rosevean, un tres palos, con hélice Pohl-A, en la bahía del norte, fueron enviados por el río hacia atrás en el tiempo, según Teynneson, bajo las ráfagas heladas del viento de enero.
El experimento de confinar exiliados en la isla ya había sido utilizado otras veces para enfrentar rebeliones políticas, pero siempre se usó con individuos aislados, en especial para reprimir a los líderes. El caso más recordado fue el de Nolan, un militante del grupo de resistencia gaélico-celta que se infiltró en el gabinete de la reina y llegó a ser el hombre de confianza de Möller en el comando de planificación propagandística. Lo descubrieron porque usaba los informes meteorológicos para cifrar mensajes destinados a los pobladores de los ghettos irlandeses de Oslo y de Copenhague. La historia cuenta que Nolan fue descubierto por azar, cuando un investigador del MIT de Boston procesó en una computadora los mensajes emitidos durante un año por la oficina meteorológica, con la intención de estudiar las modificaciones infinitesimales del clima en el Este de Europa. Nolan fue desterrado y llegó a la isla después de navegar cerca de seis días a la deriva y vivió absolutamente solo casi cinco años, hasta que se suicidó. Su odisea es una de las grandes leyendas en la historia de la isla. Sólo un hijo de puta empecinado irlandés pudo sobrevivir todo ese tiempo aislado como una rata en esta inmensidad y cantando contra las olas, Three quarks for Muster mark, a los gritos, en la playa, buscando siempre la huella de una pata humana en la arena, dijo el viejo Berenson. Sólo alguien como Jim pudo fabricarse una mujer con la que hablar en esos años interminables de soledad.
El mito dice que con los restos del naufragio construyó un grabador de doble entrada, con el que era posible improvisar conversaciones usando el sistema de los juegos lingüísticos de Wittgenstein. Sus propias palabras eran almacenadas por las cintas y reelaboradas como respuestas a preguntas puntuales. Lo programó para hablar con una mujer y le habló en todas las lenguas que sabía y al final era posible pensar que la mujer había llegado a amar a Nolan. (Por su parte él la quiso desde el primer día porque pensaba que ella era la mujer de su amigo Italo Svevo, Livia Anna, la más bella de las madonas de Trieste, con ese hermosísimo pelo colorado que hacía pensar en todos los ríos del mundo.)
A los tres años de estar solo en la isla, las conversaciones se repetían cíclicamente y Nolan se aburria y la grabadora empezó a mezclar las palabras ("Heremon, nolens, nolens, brood our pensies, brume in brume", le decía por ejemplo) y Nolan le preguntaba "¿Cómo?" "¿Qué?" y en esa época empezó a llamarla Anna Livia Plurabelle. Al final del sexto año de exilio, Nolan perdió las esperanzas de ser rescatado y empezó a no dormir y a tener alucinaciones y a soñar que se pasaba la noche en vela escuchando el susurro inalámbrico y la dulce voz de Anna Livia.
Tenía un gato y cuando el gato se metió una tarde en el monte y no volvió más, Nolan escribió una carta de despedida, apoyó el codo derecho en la mesa para que no le temblara el pulso, y se pegó un tiro en la cabeza. Los primeros que desembarcaron del Rosevean se encontraron con la voz de la mujer que seguía hablando en el grabador bifocal. Apenas si mezclaba las lenguas, según Boas, y era posible comprender perfectamente la desesperación que le había producido el suicidio de Nolan. Estaba sobre una piedra, frente a la bahía, hecha de alambres y de cintas rojas y se lamentaba con un suave murmullo metálico.
He tejido y destejido la trama del tiempo, decía, pero él se ha ido y ya no va a volver. Un cuerpo es un cuerpo, sólo las voces sirven para amar. Desde hace años estoy sola aquí, en la ribera de todos los ríos y espero que llegue la noche. Siempre es de día, en esta latitud todo es tan lento, nunca llega la noche, siempre es de día, el atardecer tarda tanto, estoy ciega, al sol, quiero arrancar "la venda de hierro" que me ciñe la frente, quiero traer aquí "la oscuridad concentrada del África". La vida está siempre amenazada por los cazadores (ha dicho Nolan), instintivamente hay que fabricar, como las abejas sus alvéolos, un sentido. Incapaz de considerar mi propio enigma, digo: no es su propio yo el que cuenta, sino su Musa, su canto universal.

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Si la leyenda es cierta la isla ha sido un gran asentamiento de exiliados en la época de la represión política que siguió a la contraofensiva del IRA y a la caída del Pulp-KO. Pero ninguno de los historiadores tiene el menor vestigio de ese pasado o del tiempo en que Anna Livia estuvo sola en la ribera o de la época en que llegaron las doscientas familias y no se encuentra ningún rastro que atestigüe los hechos. La única fuente escrita en la isla es el Finnegans Wake al que todos consideran un libro sagrado porque siempre pueden leerlo sea cual sea el estado de la lengua en que se encuentren.
En realidad el único libro que dura en esta lengua es el Finnegans, dijo Boas, porque está escrito en todos los idiomas. Reproduce las permutaciones del lenguaje en escala microscópica. Parece un modelo en miniatura del mundo. A lo largo del tiempo lo han leído como un texto mágico que encierra las claves del universo y también como una historia del origen y la evolución de la vida en la isla.
Nadie sabe quién lo escribió, ni cómo llegó hasta aquí. Nadie recuerda si fue escrito en la isla o si estaba en el equipaje de los primeros exiliados. Boas vió el ejemplar que se conserva en el Museo, encerrado en una caja de vidrio y como suspendido en una luz nuclear. Es una viejísima edición numerada de Faber and Faber, que tiene más de cien años y en la que hay notas manuscritas y un calendario con la lista de los muertos de una familia irlandesa del siglo XX. Ese ejemplar sirvió para hacer todas las copias que circulan en la isla.
Muchos creen que el Finnegans es un libro de ceremonias fúnebres y lo estudian como el texto que funda la religión en la isla. El Finnegans es leído en las iglesias como una Biblia y es usado para predicar en todas las lenguas por los pastores presbiterianos y por los sacerdotes católicos. En el Génesis se habla de una maldición de Dios que provocó la Caída y transformó el lenguaje en el paisaje abrupto que es hoy. Borracho, Tim Finnegan se cayó al sótano por una escalera, que inmediatamente pasó de ladder a latter y de latter salió litter y del desorden la letter, el mensaje divino. La carta es encontrada en un vaciadero de basura por una gallina que picotea. Está firmada con una mancha de té y la prolongada permanencia en el basurero ha dañado el texto. Tiene agujeros y borrones y es tan difícil de interpretar, que los eruditos y los sacerdotes conjeturan en vano sobre el sentido verdadero de la Palabra de Dios. La carta parece escrita en todas las lenguas y cambia continuamente bajo los ojos de los hombres. Ese es el Evangelio y el basurero de donde viene el mundo.
Los comentarios del Finnegans definen la tradición ideológica de la isla. El libro es un mapa y la historia se transforma según el recorrido que se elija. Las interpretaciones se multiplican y el Finnegans cambia como cambia el mundo y nadie imagina que la vida del libro se pueda detener. Sin embargo en el fluir del Liffey hay una recurrencia hacia Jim Nolan y Anna Livia, solos en la isla, antes de la carta final. Ese es el primer núcleo, el mito de origen tal cual lo transmiten los informantes (según Boas).
En otras versiones el libro es la transcripción del mensaje de Anna Livia Plurabelle, que lee los pensamientos de su marido (Nolan) y le habla después que él está muerto (o dormido), única en la isla durante años, abandonada en una piedra, con las cintas rojas y los cables y el armazón metálico al sol, murmurando en la playa vacía hasta que llegan las doscientas familias.

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Todos los mitos terminan ahí y también este informe. Hace dos meses que salí de la isla, dijo Boas, y todavía resuena en mí la música de esa lengua que es como un río. El que oiga el canto de las lavanderas en las orillas del Liffey no se podrá ir, dicen allá, y yo no he podido resistir la dulzura de la voz de Anna Livia. Por eso he de volver a la ciudad de los tres tiempos y a la bahía donde reposa la mujer de Bob Mulligan y al Museo de la Novela donde está el Finnegans, solo en la sala, en una caja negra de cristal. También yo voy a cantar en la taberna de Humphery Earwicker, golpeando el puño contra la madera de la mesa y tomando cerveza, una canción que habla del pájaro tuerto que vuela sin parar sobre la isla.

Fin