30 de julio de 2010

Un novelista en el Museo del Prado

Hace alrededor de un año, me topé con un pequeño libro, que llamó mi atención. Y no era para menos, su edición anterior fue realizada hace 132 años. O sea, hablamos de una curiosidad editada primero como folletín en el diario "La Tribuna" por medio de 22 entregas consecutivas; y luego una segunda edición, ese mismo año 1877, en formato encuadernado. El libro del que hablo se titula "La huella del crimen" y cuenta en su haber una cucarda mas que preciada. Fue la primer novela policial argentina, como así también, la primera publicada en español. Si, menos de treinta años después de la muerte del creador de Agustín Dupin, el ciudadano argentino contaba ya con su novela policial propia. Lo llamativo, es que el escritor uso un seudónimo para firmar las ediciones del periódico como así también el libro; este fue: Raul Waleis.
Más llamativo aún, es conocer quién se encontraba detrás de ese anagrama: Luis V. Varela; hijo de Florencio Varela y Justa Cané. Esta última a su vez, era la tía de nada menos que Miguel Cané (autor de Juvenilia). Pero el linaje literario no termina allí. Muchos años después, Justa Varela Cané sobrina de Florencio Varela contrae matrimonio con Bernabé Lainez Cané; quién a su vez era el padre de Lucía Láinez Varela quién se casó con Manuel Mujica Farias; y tuvieron un hijo llamado Manuel Mujica Láinez.
O sea, que uno de los mejores escritores que dio la Argentina, es pariente muy cercano del escritor de la primera novela policial en nuestro país.
Este autor, publicó varios libros, pero entre ellos uno que llegó a mis manos hace relativamente poco, este es: Un novelista en el Museo del Prado.
Y sin mas que añadir, y luego de esta "genealógica" introducción, los dejo con el primer cuento de ese libro. Disfruten. Vale la pena cada oración.
Saludos

Los dos carros
Manuel Mujica Láinez

POR EL FONDO de la larga galería, viene un carro que dos tigres arrastran. Lo rodean sátiros, una bacante, un negro, un borracho desnudo, tambaleante caballero de un pollino. Atruenan los parches, tintinean las sonajas, el negro grita locamente, baila la mujer, rebuzna el asno, los tigres rugen. Baco recuesta sus carnes flojas, enormes, tan totalmente desnudas como las del ebrio Sileno, en el vehículo barroco cuyas ruedas giran con despacioso chirriar. Un fauno burlón sostiene al dios de la Viña y del Vino, pues sin su ayuda caería. Avanza el carro, y en torno, los personajes de las pinturas españolas que no dejaron aún sus enmarcados límites, lo contemplan inquietos, como desde balcones puestos a ambos lados de una calle. Aplauden unos, y otros, según su juicio, protestan. La algarabía crece y ha atraído a moradores de las distintas salas.
Las Tres Gracias de Rubens, que no se separan jamás, se contonean y exclaman a un tiempo:
-¡Es el Triunfo de Baco, de Cornelis de Vos!
Lo observan los menos conocedores de pintura flamenca, absortos al principio, porque la verdad es que, por holganza, por quedarse el dios dormitando o estrujando racimos deliciosos, su carruaje se aparta rara vez del cuadro que le corresponde. Ahora, parece que descansa en el depósito, fuera de exhibición, pero esta noche se arriesgó a salir, y provocó un escándalo. Hay quienes vociferan contra la insolencia invasora y el manifiesto despliegue de vicios; quienes opinan que el asunto no es para afligirse, y reclaman una comprensión más indulgente; y hay quienes, irónicos, aprueban el desenfado del barullo fiestero. El estrépito alcanza pronto a tal nivel, por el entrecruzarse de acusaciones y amenazas de una pared a la otra, que pasma la indiferencia con que el uniformado guardián atraviesa la bulla, sumido en sus pensamientos.
Gime una de las Inmaculadas de Bartolomé Esteban Murillo:
-i Dios mío! ¡ El Demonio anda suelto!
El carro sigue rodando, e invade con delirante música la galería. Se santiguan los santos y las santas; fruncen el ofendido ceño las reinas católicas. Los demás redoblan la tremolina. En medio, canta el dios Baco; jadea, resopla el placer del fácil vivir, y los panderos prolongan con las sonajuelas su tabernaria canción.
Pero ahora, por el contrario extremo de la misma avenida, aparece un segundo carro, cuya cumbre colosal roza casi los arcos y cristales de la galería pictórica. A diferencia del opuesto, éste no requiere presentaciones: lo conocen todos, ya que se trata de uno de los elementos preferidos de los visitantes, y su gloria contribuye extraordinariamente al prestigio del Museo del Prado. Es el Carro de Heno, el célebre Carro de Heno de Jheronimus Bosch. Ha surgido de súbito, bamboleándose, áureo y miste¬rioso. Tal vez algunos vecinos -los más prudentes, intranquilos por la presencia de Baco y los suyos, germen de disputas que amenazan degenerar en exé¬gesis mantenidas cuerpo a cuerpo- lo han apremiado, para que se mostrara y restableciera el orden con su autoridad.
¡Ay, qué desilusión! Entre esos pacifistas cunde de inmediato el rumor de que en el carro y su contorno faltan los aliados fundamentales con los cuales contaban para contrarrestar la invasión de mala gente. Faltan los arrepentidos. Saben que el Carro de Heno es una alegoría de la marcha de los pecadores hacia las llamas diabólicas, aguijados por el ansia de los bienes mundanos que la parva de heno simboliza. Y saben algo complementario y valioso, en cambio no sabe Jheronimus Bosch. Han advertido que los encargados por el maestro de encarnar el tríptico su dramática enseñanza moral -el vagabundo inconsciente, el monje glotón y lascivo charlatán, el seductor, las gitanas, el mago, los luchan por lograr unas tristes briznas secas, y muchos más, muchos más-, cuantos no cesan cotidianamente, desde el siglo xv, de sentir muy próximas las calderas del Infierno, han optado por arrepentirse. Eso es lo que ignora el Bosco. Ignora que a que todos los días representan su obligado papel en beneficio de los entusiastas de la magnífica obra ellos, los disolutos, han sido los primeros en aprender la lección, y en deplorar contritos el pésimo ejemplo que difundían. Explícase, entonces, que cautos y bienpensantes del Museo hayan recurrido a su socorro, en la grave coyuntura que esta noche pone en peligro su paz.
¡Y los arrepentidos les fallaron! ¿Dónde están en momentos en que se los necesita, el fraile gordo, el sacamuelas, el de la erótica cornamusa, la que descifra las líneas de la mano, el brujo sombrerudo, el errático demente, los ávidos de unas pajuela ¿Dónde se han metido los neófitos, los ayer catecúmenos y hoy catequistas? Seguramente, como suelen, deambularán por la planta baja y repetirán prédica, en el inútil afán de convertir a los idólatras a Diadumenos, a Cástor y Pólux, al Fauno del Cabrito, a la Venus del delfín, a ese conjunto de exhibicionistas indecentes que debieran arrojar del Museo con las pelanduscas de Tiziano, Veronés y demas bribones.
Entre tanto, el Carro de Heno continúa moviéndose, balanceándose. Diríase que un elefante, plácido y amarillento, ha entrado insólitamente en la sucesión de salas que nacen en la rotonda, y como la que se le enfrenta es la yunta de tigres que rugen sin parar, los guardianes, de poder dar testimonio de la rara escena, debieran admitir que una fabulosa alucinación los ha trasladado de la pinacoteca de Madrid a una selva de la India, y a una cacería con elefante, tigres, cornac e ingleses. Pero ni los guardianes se hallan en condiciones de apreciar el exotismo del episodio; ni hay ingleses allí, fuera de unos de Van Dyck que perciben el encuentro con flemática elegancia; ni es aquella la India, ni hay alrededor más bosques que los pincelados por los paisajistas. Cornac sí, parecería haber. En lo alto del Carro de Heno, como sus únicos y mecidos gobernantes, distinguen los curiosos, cuando lo permite el vaivén, a cuatro figuras: una joven pareja, un ángel de alas rosadas y un como diablejo azul que toca el clarinete. Nadie más ha quedado, de la multitud que cercaba y escoltaba las ruedas, aparte, por supuesto, de los que, mitad hombres y mitad monstruos, reducen su función a la de mudas bestias de tiro.
Erraron quienes supusieron que el gran elefante era conducido por un cornac, participante del grupo de arriba. Luego que fijaron mejor su atención, verificaron que en la altura están como ensimismados, como ausentes de lo que afuera pasa y conmueve al Museo. Reza, fervoroso, el ángel; el enamorado tañe el laúd; su amada le muestra una página musical; y el diablillo toca el clarinete, que resulta el desmesurado y afilado alongamiento de su nariz azul; los demás que en la parva los acompañaban, han desaparecido, y rondarán por ahí, predicando. El alboroto que los circunda cobra más vigor, por contraste con su indiferencia. Paco ríe, y sus carcajadas hacen vibrar los vidrios del techo. Ellos no se inmutan. No les importa que los coléricos blandan los puños, o que la bacante, echada como sobre muelles cojines sobre el cuerpo rollizo y blanduzco de Baco, inicie una actividad acerca de la cual abundan los documentos. Enajenados, los del heno prescinden de cuanto sucede más allá de su abstracción y lejanía.
Los tigres prosiguen arrastrando el Carro de Baco, y los monstruos cumplen igual labor con el Carro de Heno, hasta que por fin se afrontan, y será menester que uno de los dos se resigne a apartarse, para que el antagonista conserve su camino. Menos de un metro distancia los tigres de las bestias quiméricas. Se olfatean ambas parcialidades, con gruñidos sordos. Los secuaces del dios de la Viña (en ese instante ocupado por tareas que implican mucho rítmico meneo) azuzan a los felinos, incitándolos a que apronten las zarpas y adopten una posición heráldicamente rampante. Obedecen los mamíferos colmilludos, pues no desean otra cosa.
De repente, en el coronamiento del carro del Bosco, se acentúan los colores correspondientes a las cuatro figuras, cual si invisibles manos hubiesen quitado una campana de turbio cristal que las aislaba. Es más rosa el tono de las alas angelicales; son más blancos la ropa, el tocado y las calzas del mozo; el despliegue de las vestiduras de la niña es más castaño; y el diablucho se torna, todo él, alas, rostro, diadema, cola e instrumento, más opalina¬mente azul. Abarcan los cuatro a un tiempo la escena que en la galería se desenvuelve. Comprueban la furia de los tigres, la rijosidad dionisíaca, la burla de los sátiros, el desorden que exalta a los adheren¬tes a la facción del hijo beodo de Júpiter. Sienten, en el oscilar de la cima, respirando el polvillo de los rastrojos, su propio desamparo. Los pobres seres híbridos uncidos a su transporte, vuelven hacia ellos las miradas temerosas, suplicantes; también los dis¬cretos que en el Museo del Prado aguardan su ayuda. Los cuatro ven un estrecho círculo de ojos multicolores, ojos de mofa y ojos de ruego, que hacia ellos se encienden y parpadean. Se han incorporado los tigres, listos a abalanzarse. Baco separa la ninfa salaz, hundida en su mole, y ríe con cada arruga, con cada frunce, cada bolsa, cada revolucionaria tripa; ríe con la plenitud de su voluminosa y desnudísima desnudez.
Imprevistamente, el ángel esboza, sin batuta, los ademanes característicos de un director de orquesta, y rompe a cantar. Luego reasume la postura que le adjudicó el Bosco: de rodillas, unidas las manos, mira al cielo. Su voz es pequeña, pero muy aguda, con inflexiones de voz de pájaro. La enamorada se suma a su gorjeo; palpitan las cuerdas del laúd, y el alegre clarinete clarinetea. Pese a la barahúnda de los de abajo, el delicado brillo del concierto se alza, atraviesa los oleajes estentóreos, como un es¬quife que domina una tormenta y flota, airoso, en su cúspide. El ángel canta el bienaventurado milagro de la vida, regalo de Dios; los amantes le aportan la pujanza del amor humano; y el diablo insufla, con las notas de su instrumento, una sabia energía feliz.
Rehúsanse al principio los opositores a acatar esa irrupción, cuyas fuerzas sutiles barruntan de inmediato. Para contrarrestarla, intensifican grose¬ramente la batahola. Pero los recién venidos no cejan. Cantan, gorjean, trinan, con infinita dureza, el ángel y la muchacha; el laúd ha cobrado alma y arrulla al clarinete nasal que les responde con suaves suspiros. La conjunción de voces y sonidos se impone, palmo a palmo, en el estrafalario duelo. Los primeros en rendirse son los tigres, como a me¬nudo acontece con los que más peligrosos pretenden ser. Cierran las fauces, se recuestan, ronronean como grandes gatos y hasta casi sonríen. Los sátiros, la bacante y el negro, enderezan a Sileno en el borrico, y remedan las actitudes más o menos correctas que conocen. Estiran los faunos las orejas triangulares, para escuchar mejor; el negro dilata la boca, por medio de la cual quizás escucha; y la ninfa esconde la pandereta. Sólo Baco porfía en su desgaire volup¬tuoso, y se arrellana en el respaldo de su coche.

Han callado, como petardos que se apagasen con¬secutivamente, los polémicos ruidos de la galería. Sobre las postreras huellas cacofónicas, irritadas, crece el himno al Amor, que se levanta, a modo de musical columna, de la eminencia del Carro de Heno. -¡Amor!, ¡amor! -canta el ángel.
-¡Amor!, ¡amor! -la niña canta.
-¡Amor!, ¡amor! -rasguea el laúd.
-¡Amor!, ¡amor! -ataca el clarinete.
Y aunque los amores que pregonan son distintos, sus armonías se enlazan y forman un cuarteto im¬pecable, puesto que lo que describen es el amor del Amor o, mejor dicho, los amores del Amor.
-¡Amor!, ¡amor!, ¡amor!, ¡amor!
A la postre, el displicente Baco sucumbe también al llamado tierno. Se demuda, reflexiona, encoge los hombros con neutral resignación, y se yergue en el carro. Imitando los gestos y pucheros de un niño pesaroso, se despoja de la guirnalda de pámpanos, y con ellos se improvisa un taparrabo y tapanalgas, harto exiguo. Cruza las manos gordezuelas sobre el pecho, y sus cortesanos lo copian. Lentamente, el Carro de Heno vira; rota, con áspero chirriar, obe¬deciendo a una leve orden del ángel, y emprende el regreso rumbo a las salas de la pintura flamenca, seguro de su victoria apacible; seguro asimismo de que el Carro de Baco le va en zaga.
Y así es; el uno del otro en pos, atraviesan la atestada galería, ahora unánimemente respetuosa. El vagabundo, el charlatán, el monje glotón, el seductor, el mago, las gitanas y el resto de los misioneros, han vuelto de su apostólica gira. De hinojos, elevadas y descubiertas las palmas inocentes, contem-plan el piadoso desfile: a la cabeza, el Carro de Heno, cuyas imaginarias y mansas bestias corean con las eficacias del canto llano las excelsas modulaciones del ángel, y las bellas coplas que osan intercalar los amantes y el diablo, sin olvidar la colaboración alter¬nada de clarinete y laúd; detrás, el Carro de Baco, imagen de la modestia reverente, por la apostura del buen dios, y por el comportamiento de su austera comitiva. Anéxanse los misioneros, con sus « ¡ hosannas! », a la procesión que se aleja entre aplausos. Y los dos carros se esfuman.
Es muy improbable que el llamado Triunfo de Baco vuelva a asomar por el primer piso del Museo. Muy improbable. A la inversa, el Carro de Heno (¿Carro de Bomberos?) está permanentemente pron¬to, con su dotación, para acudir y apagar incendios del espíritu, no bien lo soliciten.

Fin

25 de julio de 2010

Mi visión del mundo / Albert Einstein

El libro Mein Weltbild, recoje entre otros articulos, los pensamientos y cartas redactadas por Albert Einstein entre 1918 y 1953.
El libro comienza con el artículo "Mi visión del mundo", el cual les dejo a continuación.
Fue escrito en 1930 y publicado en 1931, sin embargo (con excepción de algunos párrafos que hacen referencia a la vida política de esa década)me pareció muy actual.
Para reflexionar, espero les guste.
Saludos!

Mi visión del mundo
Albert Einstein

Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía.

Pienso mil veces al día que mi vida externa e interna se basa en el trabajo de otros hombres, vivos o muertos. Siento que debo esforzarme por dar en la misma medida en que he recibido y sigo recibiendo. Me siento inclinado a la sobriedad, oprimido muchas veces por la impresión de necesitar del trabajo de los otros. Pues no me parece que las diferencias de clase puedan justificarse: en última instancia reposan en la fuerza. Y creo que una vida exterior modesta y sin pretensiones es buena para todos en cuerpo y alma.

No creo en absoluto en la libertad del hombre en un sentido filosófico. Actuamos bajo presiones externas y por necesidades internas. La frase de Schopenhauer: «Un hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere», me bastó desde la juventud. Me ha servido de consuelo, tanto al ver como al sufrir las durezas de la vida, y ha sido para mí una fuente inagotable de tolerancia. Ha aliviado ese sentido de responsabilidad que tantas veces puede volverse una traba, y me ayudó a no tomarme demasiado en serio, ni a mí mismo ni a los demás. Así pues, veo la vida con humor.

No tiene sentido preocuparse por el sentido de la existencia propia o ajena desde un punto de vista objetivo. Es cierto que cada hombre tiene ideales que lo orientan. En cuanto a eso, nunca creí que la satisfacción o la felicidad fueran fines absolutos. Es un principio ético que suelo llamar el Ideal de la Piara.

Los ideales que iluminaron y colmaron mi vida desde siempre son: bondad, belleza y verdad. La vida me habría parecido vacía sin la sensación de participar de las opiniones de muchos, sin concentrarme en objetivos siempre inalcanzables tanto en el arte como en la investigación científica. Las banales metas de propiedad, éxito exterior y lujo me parecieron despreciables desde la juventud.

Hay una contradicción entre mi pasión por la justicia social, por la consecución de un compromiso social, y mi completa carencia de necesidad de compañía, de hombres o de comunidades humanas. Soy un auténtico solitario. Nunca pertenecí del todo al Estado, a la Patria, al círculo de amigos ni aún a la familia más cercana. Si siempre fui algo extraño a esos círculos es porque la necesidad de soledad ha ido creciendo con los años.

El que haya un límite en la compenetración con el prójimo se descubre con la experiencia. Aceptarlo es perder parte de la inocencia, de la despreocupación. Pero en cambio otorga independencia frente a opiniones, costumbres y juicios ajenos, y la capacidad de rechazar un equilibrio que se funde sobre bases tan inestables.

Mi ideal político es la democracia. El individuo debe ser respetado en tanto persona. Nadie debería recibir un culto idolátrico. (Siempre me pareció una ironía del destino el haber suscitado tanta admiración y respeto inmerecidos. Comprendo que surgen del afán por comprender el par de conceptos que encontré, con mis escasas fuerzas, al cabo de trabajos incesantes. Pero es un afán que muchos no podrán colmar.)

Sé, claro está, que para alcanzar cualquier objetivo hace falta alguien que piense y que disponga. Un responsable. Pero de todos modos hay que buscar la forma de no imponer a dirigentes. Deben ser elegidos.

Los sistemas autocráticos y opresivos degeneran muy pronto. Pues la violencia atrae a individuos de escasa moral, y es ley de vida el que a tiranos geniales sucedan verdaderos canallas.

Por eso estuve siempre contra los sistemas como los que hoy priman en Italia y Rusia.
No debe atribuirse el descrédito de los sistemas democráticos vigentes en la Europa actual, a algún fallo en los principios de la democracia, sino a la poca estabilidad de sus gobiernos y al carácter impersonal de las elecciones. Me parece que la solución está en lo que hizo Estados Unidos: un presidente elegido por tiempo suficientemente largo, y dotado de los poderes necesarios para asumir toda la responsabilidad. Valoro en cambio, nuestra concepción del funcionamiento de un Estado la creciente protección del indiciduo en caso de enfermedad o necesidades materiales.

Para hablar con propiedad, el Estado no puede ser lo más importante: lo es el individuo creador, sensible. La personalidad. Sólo de él sale la creación de lo noble, de lo sublime. Lo masivo permanece indiferente al pensamiento y al sentir.

Con esto paso a hablar del peor engendro que haya salido del espíritu de las masas: el ejército al que odio. Que alguien sea capaz de desfilar muy campante al son de una marcha basta para que merezca todo mi desprecio; pues hay recibido cerebro por error: le basta con la médula espinal. Habría que hacer desaparecer lo antes posible a esa mancha de la civilización. Cómo detesto las hazañas de sus mandos, los actos de violencia sin sentido, y el dichoso patriotismo. Qué cínicas, qué despreciables me parecen las guerras. ¡Antes dejarme cortar en pedazos que tomar parte en una acción tan vil!

A pesar de lo cual tengo tan buena opinión de la humanidad, que creo que este fantasma se hubiera desvanecido hace mucho tiempo si no fuera por la corrupción sistemática a que es sometido el recto sentido de los pueblos a través de la escuela y de la prensa, por obra de personas y de instituciones interesadas económica y políticamente en la guerra.

El misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir. Es la sensación fundamental, la cuna del arte y de la ciencia verdaderos. Quien no la conoce, quien no puede asombrarse ni maravillarse, está muerto. Sus ojos se han extinguido.

Esta experiencia de lo misterioso -aunque mezclada de temor- ha generado también la religión. Pero la verdadera religiosidad es saber de esa Existencia impenetrable para nosotros, saber que hay manifestaciones de la Razón más profunda y de la Belleza más resplandeciente sólo asequibles en su forma más elemental para el intelecto.

En ese sentido, y sólo en éste, pertenezco a los hombres profundamente religiosos. Un Dios que recompense y castigue a seres creados por él mismo que, en otras palabras, tenga una voluntad semejante a la nuestra, me resulta imposible de imaginar. Tampoco quiero ni puedo pensar que el individuo sobreviva a su muerte corporal, que las almas débiles alimenten esos pensamientos por miedo, o por un ridículo egoísmo. A mí me basta con el misterio de la eternidad de la Vida, con el presentimiento y la conciencia de la construcción prodigiosa de lo existente, con la honesta aspiración de comprender hasta la mínima parte de razón que podamos discernir en la obra de la Naturaleza.

Albert Einstein

20 de julio de 2010

Rico en una estación

Hace algo mas de 2.500 años, existió un hombre llamado Tales. Nacido en la isla griega de Mileto e hijo de fenicios, fue considerado uno de los siete sabios de Grecia. Además de sus avances en las ciencias, por medio de sus actos, también marcó a fuego su pasar por el mundo.
Es para mi, una de las personas mas importantes que vivió entre nosotros. Tanto por sus aportes al conocimiento, como por su humilde estilo de vida; creo que vale la pena tomarse unos minutos para conocerlo.
La historia que les dejo a continuación la conocí en el libro "Tan locos como Sabios" escrito por Roger-Pol Droit y Jean-Philippe de Tonnac; los cuales basan la misma en la anécdota contada por Jerónimo de Rodas en sus "Memorias Dispersas".
Creo que vale la pena tomarse unos minutos y pensar acerca de la importancia de la observación, reflexión y autoconocimiento. Espero les guste.

Rico en una estación

Mileto, 580 a.c

-¡Contempla las estrellas pero no sabe lo que hay sobre la tierra!
-¡Es muy cierto! Siempre inmóvil, la cabeza en el aire, uno se pregunta qué encuentra de tan interesante allí arriba…
-¡Despierto toda la noche, eso no es vida! ¡Y todo para observar el cielo por horas! Verás que un día, a fuerza de no ver dónde pone los pies, terminará por caerse…vaya a saberse donde. En un pozo o en un foso…
-Es verdad, esa gente no es normal, no sabe vivir. Con la nariz siempre en el cielo en lugar de ocuparse de sus asuntos.
-La cabeza llena, el granero vacío.
-No dejan de hacer cálculos, de dibujar círculos, triángulos, líneas sin fin en la arena.
-No es su fortuna lo que hay que contar. Se dice que ni siquiera tiene abrigo para el invierno.
Para gente como está, Tales no tiene remedio. Por mucho tiempo creyó poder soportarlo. ¿Qué le importaban esos comadreos, esas historias de sirvientes, esas risas por la espalda? ¿No era experto, sabio, amigo de tantos, contemplador de verdades superiores? ¿No era uno de los únicos que podía comprender el movimiento perfecto de las esferas estelares?
Tal era la distancia entre esas burlas imbéciles y la altura de sus miras, que nada había que responder. Inútil preocuparse por eso. Seguir el camino. Que se quedaron con esos chillidos. Tonterías de ignorantes, comentarios de bobo. Todo pasa. Sí, se dijo.
Nada pasaba. Por el contrario. Había visto multiplicarse las maledicencias, crecer la incomprensión. Ahora hasta los niños se reían al verlo pasar. Hacía falta terminar con eso. No era una cuestión de orgullo, ni siquiera de dignidad. Lo que había convencido a Tales de poner en término a las murmuraciones era el respeto al saber y a sus guardianes. Los ignorantes podían seguir con su estupidez y su ceguera. Pero no debían menoscabar a la ciencia. Había que acabar con ese desprecio obsceno, hacerlo callar.
¿Cómo?
Ese atardecer, al subir como cada día a lo alto de la colina, Tales por una vez no pensó en el curso de las estrellas ni en la organización del cielo. Mientras trepaba por las amplias laderas puso a punto su plan. En principio, hacer algunas observaciones, efectuar ciertos cálculos. No sería muy largo. En pocas horas, y midiendo como de costumbre el campo de olivos que se hallaba al final de camino, quedó convencido de su estratagema. ¿Esas pobres mentes lo creen incapaz de conseguir piezas de oro? ¿Están convencidos de que su ciencia no vale nada, no puede nada, no beneficia en nada?¿Les hace falta una prueba tangible, un éxito sorprendente? Pues bien, lo verán.
El invierno llega a su fin. El viento del norte no deja de soplar. Casi hiela. Los campesinos piensan que una vez mas, la cosecha de olivos corre el riesgo de ser pobre. Pocos frutos, muy pequeños y casi secos, lo mismo que en los últimos años. Una miseria si se quiere hacer aceite. Ok, perfumado, untuoso, suave, si, por supuesto; aunque solo para aquellos que pueden contar con un poco en sus comidas, es decir, no mucha gente. Parecería que Atenea se ha olvidado de la gente de Mileto.
Por su parte, Tales decide alquilar una prensa para la próxima estación. Realmente una idea rara, dicen los que saben; pero se callan, porque no entienden nada. ¿Que puede llegar a hacer Tales con una prensa de aceite? No se habla mucho del tema. El sabio se muestra discreto, persuasivo. A unos les dice que lo hace para agradar a su tía, a otros que es para tratar sus ardores estomacales. Alquila dos, tres, cinco, diez prensas de aceite en los alrededores. Y prácticamente por nada. Estamos apenas en los comienzos de la primavera, todo el mundo está convencido de que habrá apenas tres escasos olivos para prensar.
Tales envía a sus sobrinos a las ciudades cercanas y luego a las más alejadas. Muy pronto, mientras aún la primavera no está a pleno, no queda ya una prensa en la región que él no haya reservado. A cuatro días de mula de Mileto está todo alquilado. Y no le cuesta gran cosa. Nadie se da cuenta. El buen tiempo puede retornar…y lo hace.
.Es soberbio, sorprendente, suave cuando hace falta, caluroso y seco en el punto justo, húmedo como corresponde, un clima soñado para los olivos. Los árboles se cubren de frutos. Se hinchan, crecen, explotan de savia y de jugos. Nada los amenaza. Cuando finaliza el otoño, la cosecha es digna de los dioses. Las ramas crujen por el peso. Los días son cortos. Hay que apurarse a prensar los frutos.
Entonces, Tales impone su tarifa. “No querrán perder una cosecha tan buena…Tendrán aceite por años…Sí, pueden pagarme en varias veces…No, sólo acepto piezas de oro o de plata…
Ah ¿Cómo hice? Pues bien, gracias a la ciencia. Gracias a las estrellas, gracias a los cálculos. El resto queda en secreto.

Fin

Por Roger-Pol Droit y Jean-Philippe de Tonnac.

15 de julio de 2010

El crimen como enigma de la razón / Pablo De Santis

Escrito entre 1922 y 1925, La novela policial, del alemán Siegfried Kracauer, descubre en un género devaluado por el campo cultural de la época razones para filosofar. Pablo De Santis traza, a partir de esta novedad editorial, un apasionante análisis de la lógica del relato policial de ayer y hoy.

Una de las más famosas anécdotas de la filosofía lo muestra a Tales de Mileto caminando por los campos y tan atento a las estrellas que se cae en un pozo. Entonces oye la risa de una joven esclava. "¿De qué te ríes?", pregunta el filósofo. Y la muchacha le responde: "Pretendes saber lo que hay en el cielo, pero no ves lo que hay en la tierra".
Esta anécdota, que se ha predicado no sólo de Tales sino de otros filósofos de la Antigüedad, revela una imagen que conocemos muy bien: la del sabio un poco excéntrico y distraído. Imagen que bien corresponde al detective, con su eterno divorcio entre intelecto y vida práctica. Auguste Dupin, el detective de Edgar Allan Poe, es un aristócrata en bancarrota que hubiera terminado en la calle de no ser por su amigo, el narrador de sus historias, que lo hospeda en su casa. Legrand, el descifrador de El escarabajo de oro, también de Poe, es otro aristócrata que lo ha perdido todo, y vive en una choza.
¿Qué haría Sherlock Holmes sin el abnegado Watson, que le resuelve los inconvenientes de la vida cotidiana? Al buen Columbo se lo ve siempre desaliñado, incapaz de mandar su impermeable a la tintorería y su viejo coche al mecánico. Su vida práctica descansa en la invisible señora Columbo. Atentos sólo a las constelaciones del crimen, los detectives caen sin cesar en los pozos de la vida cotidiana. Si la caída es fuerte, también en el pozo se han de ver las estrellas.

Elogio de la convención
Siegfried Kracauer escribió su libro La novela policial entre 1922 y 1925. El tema para su época resultaba algo insólito (a pesar de que su maestro, el sociólogo Georg Simmel, también se dedicó a pensar en objetos de la vida cotidiana, alejados hasta el momento de todo interés filosófico). Su corpus es el de la novela-problema, ya que Dashiell Hammett, pionero del género negro, comenzaría a publicar un par de años después. Lee con atención a aquellos autores pródigos en artificios hoy un poco anticuados, como Maurice Leblanc, el olvidado noruego Sven Elvestad, Gastón Leroux o Emile Gaboriau, mientras El candor del padre Brown de Chesterton o El maestro del juicio final de Leo Perutz, raras obras de imperecedero encanto, lo dejan un poco desconcertado. ¿Dónde queda la metáfora del detective como sacerdote, si en Chesterton el detective es efectivamente un sacerdote?
A Kracauer no lo apasionan las fugas de la convención, sino la convención misma. Es en las constantes del género donde encuentra motivos para filosofar, sobre todo en la construcción de un mundo destinado a mostrar el funcionamiento de la razón. La novela policial demuestra que sólo en un ambiente completamente dominado por el artificio puede triunfar la razón, porque en la vida real (acaso ésta es la moraleja secreta de su libro) la razón está destinada a fracasar.
Aunque las novelas de detectives hablen de la importancia de la razón y de lo importuno de los sentimientos, el policial no deja de ser un género romántico.

Muerte y conversación
Para Kracauer, el género aparece con el detective. Otras genealogías lo retrotraen a Edipo rey o al mismo Caín, pero eso es porque se identifica al género policial con el asesinato. El género no nace con el crimen, sino con la desaparición del crimen, es decir, el borramiento del crimen como hecho moral y aun humano, para que quede sólo como problema intelectual, como desafío gnoseológico. Mientras el asesino trata de hacer desaparecer sus huellas, el escritor de novelas policiales trata de borrar al crimen en cuanto tal. El cuerpo muerto es un cuerpo geométrico y tiene un teorema por sudario.
Desde luego, esto molesta a la buena conciencia, y por eso las novelas una y otra vez tratan de hacer desaparecer este matiz intelectual. Así, en muchos policiales de hoy proliferan asuntos que indignan en la vida real (la violencia contra las mujeres, el racismo, la xenofobia). Muy a menudo se aprovecha algo que excita la curiosidad morbosa del lector, como la violencia sexual, pero dando al libro un tono de denuncia, que libera al lector de toda culpa, como quien mira la sangrienta escena de un accidente de autos mientras se convence de que así medita sobre educación vial.
La característica del relato policial no es el crimen: es la conversación. No nace con una muerte violenta: nace con dos hombres que conversan sobre una muerte violenta. Poe retoma el aire de paciencia infinita de los diálogos platónicos. También Sherlock Holmes, en lugar de decirle a Watson la verdad, le da una serie de instrucciones para llegar a ella. ¿Hace falta decir que ese manual de instrucciones es infinito y que el discípulo nunca se recibe de detective? Al fin y al cabo, si los dos se entregan a la pura intelección: ¿quién se ocupará de arreglar los asuntos domésticos? "Watson, golpean a la puerta". "Holmes, golpean a la puerta". Ninguno abriría.

Fragmentos
En un ajado ejemplar de El lagrimal trifulca (revista editada en Rosario por Francisco y Elvio Gandolfo a comienzos de los años setenta) encuentro un artículo de Bertolt Brecht sobre la novela policial. Siempre había oído que a Brecht le gustaba el policial duro norteamericano, pero aquí hay una enfática defensa de la novela-problema y sobre todo de su condición de mecanismo. Pero lo más interesante es que Brecht señala cómo en las novelas policiales los personajes aparecen fragmentados, iluminados por una luz intermitente, no como una totalidad.
Este principio constructivo del personaje obedece por supuesto a una estrategia narrativa: si supiéramos todo de todos los personajes, sabríamos cuál es el asesino. Pero a la vez este rasgo de la novela termina convirtiéndose en una teoría sobre las relaciones humanas. Las novelas susurran en nuestros oídos: no conocemos realmente a nadie, vemos a todos de un modo intermitente, hasta los más cercanos pueden guardar un secreto que escapa a nuestra conciencia.
Muchos relatos llevaron esta duda, que se pregunta por los otros, al mismo yo. Así a menudo es el mismo detective el que emprende una investigación que cree ajena y termina cumpliendo con el mandato oracular del "Conócete a ti mismo". Así ocurre con el detective de El angel caído, de William Hjorstberg. Encargado de buscar en Nueva Orleáns a un legendario músico de jazz, Harry Angel termina haciendo una indagación sobre su propia identidad. También los héroes de Paul Auster en las novelas de la Trilogía de Nueva York se descubren a sí mismos en los vericuetos de su investigación.
Erik Lönnrot, detective inventado por Borges en el cuento La muerte y la brújula, se da cuenta recién al final de que él no es, como creía, el observador impersonal de procesos lógicos, sino alguien que pertenece también al mundo de la pasión. Para Kracauer, la figura del detective está en espejo con la del sacerdote. (Ajeno a la física y judío, toma de la física atómica y del catolicismo sus metáforas). El detective, como el cura, es célibe y debe poner en contacto una esfera superior con una inferior. Pero su gran hallazgo es cuando descubre el lugar esencial del policial, el centro político y poético de la trama: el hall del hotel, donde los destinos se cruzan. En su capítulo "El vestíbulo del hotel", Kracauer compara ese espacio con la iglesia. Allí la sociedad se reúne y el sacerdote-detective actúa para poner en escena la ceremonia de la razón.
Desde luego, hay otros halls de hotel posibles, y tanto Agatha Christie como P.D. James saben como amueblarlos: hospitales, trasatlánticos, islas desiertas. Una vez más, lo que es una convención práctica (qué mejor lugar para reunir a personajes que apenas se conocen que un hotel) se convierte en metáfora de la vida.
Columbo es una rara cruza entre el detective de la novela inglesa y el héroe moral de la novela dura norteamericana. Para él la inteligencia no es un don, lo dado, sino algo que laboriosamente se construye. Su insistencia con los sospechosos ("Si me permite, tengo una última pregunta") es una puesta en escena de su visión del trabajo detectivesco donde ocupa un lugar esencial el empeño.
En uno de sus casos, a Columbo le toca investigar una muerte que involucra a los miembros de un "club de genios" en el que sólo son aceptados los que tienen un altísimo coeficiente intelectual. Para el principal sospechoso, presidente del club, Columbo no es un rival de cuidado. El detective admite que la diferencia intelectual entre ellos es muy marcada. Sin embargo, le dice, no está dispuesto a darse por vencido. Cuando comenzó su carrera como detective se dio cuenta de que en el departamento de policía había gente mucho más inteligente que él. Comprendió que sólo con un extraordinario esfuerzo podría estar a la altura de sus compañeros. Por eso se acostumbró a pedir más de sí mismo. Y por eso finalmente logra atrapar al culpable, aunque sea el presidente del Club de los Genios.
Pero esa insistencia de Columbo no pertenece sólo al mundo moral, sino al gnoseológico. Cuanto más se prueba, más posibilidad hay de encontrar la respuesta correcta. El hacerse el tonto es el arma más sofisticada de la inteligencia. "Si el tonto persistiera en su necedad, se volvería sabio", escribió el visionario William Blake.

Cuartos cerrados
La parte de la filosofía más afín al relato policial es la lógica. La lógica estudia las reglas del pensamiento, y el detective, por intensa que sea su intuición, sabe que debe actuar por reglas. En los libros elegidos por Kracauer, importa más el cómo que el quién. En un plano de psicología funcional, cualquiera puede cometer el crimen; lo que importa es cómo pudo ser posible lo imposible.
Los relatos policiales de esa época tienen dos formas esenciales, cuyo encanto sigue intacto. La primera es el crimen del cuarto cerrado, como El doble crimen de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe, o El misterio del cuarto amarillo, de Gastón Leroux.
El problema lógico que plantea es cómo, dentro de la información dada, que parece cubrir todo el espectro de lo real, queda un hueco que permite hallar una realidad distinta. El cuarto cerrado plantea la pregunta: cómo conocer más allá de la apariencia.
La otra es el crimen en serie. Hay una serie de asesinatos de personas no vinculadas entre sí, pero alguna señal permite ligar estos asesinatos en una precisa constelación.
Así ocurre en El crimen de la guía de ferrocarril, de Agatha Christie, en La muerte y la brújula, de Borges, en Crímenes imperceptibles, de Guillermo Martínez. La pregunta ya no es cómo es posible lo imposible, sino qué sentido tiene: cómo descifrar el mensaje hecho de muerte.
La novela de Martínez es además una reflexión sobre la serie, en ese caso la serie matemática. En su novela (y también en su ensayo Borges y la matemática) aparece una impugnación a la teoría que leemos en el final del cuento de Borges, de que dados tres elementos de una serie, se puede predecir el cuarto. Lo que observa Martínez es que dados tres elementos, no hay una única respuesta para el cuarto. El filósofo Ludwig Wittgenstein hubiera estado de acuerdo con él: alguna vez propuso la serie 2, 4, 8, 93, sugiriendo así que cualquier elemento puede ocupar el cuarto lugar, porque siempre puede inventarse una regla que lo justifique.
Wittgenstein era muy aficionado a las novelas policiales. Sin embargo, con excepción de Chesterton y de Agatha Christie, no le gustaban los relatos de enigma. Se hacía enviar por correo la revista norteamericana Smiths & Street's Detective Stories Magazine, cuyos protagonistas eran detectives duros, más afines a las trompadas que a los delicados razonamientos. Su autor favorito era el hoy olvidado Norbert Davis (1909-1949) autor de Rendez vous with fear. Los héroes de Wittgenstein eran los hombres de pura acción, que no salían del mundo de la apariencia a través del desciframiento, sino de la irrupción y la violencia. La apariencia no es un código para descifrar, sino un telón que hay que desgarrar.

Amnesia
El detective clásico vive el enigma como un modo de huir de sí mismo. Cuando el enigma se demora, aparece el tedio. Son famosas las escenas de la casa de Baker Street, con Holmes fumando la pipa y Watson leyendo el periódico. A través de las características de esta espera, Kracauer opone la figura del detective a la del aventurero. El aventurero es el héroe que sale en busca de la aventura, mientras el detective la espera. El aventurero se levanta con el alba y salta del lecho apenas abre los ojos.
Los detectives no. Sherlock Holmes se levanta muy tarde, Hércules Poirot pasa horas acicalándose antes de presentarse en sociedad. Tienen, en el fondo, temperamento de artista: la oscilación entre la actividad frenética y el derrumbe. El aventurero es la memoria viva de todas sus peripecias. Encuentra su identidad en el largo camino que lo ha llevado hasta allí. Su personalidad ha sido modelada por los acontecimientos. El detective, en cambio, es puro olvido.
Los acontecimientos no lo modifican: él es siempre el mismo, hasta el punto que puede olvidar sus viejos casos. "La concentración mental intensa tiene una curiosa manera de borrar lo ya pasado", le dice Holmes a Watson. "Cada uno de mis casos desplaza al anterior". En esto el lector acompaña al detective en su capacidad de olvido.
Las novelas de aventuras, que siguen el tipo del "camino del héroe", con una meta, colaboradores y obstáculos, son fáciles de recordar. Pero de las novelas policiales recordamos poco y nada, salvo al detective.
Para Platón, conocer es recordar; para Kierkegaard, conocer es repetir. Para Holmes, y para todos los lectores aficionados al género, conocer es olvidar.

Kracauer Básico
Francfort, 1889-Nueva York, 1966.
Filósofo

Fue uno de los teóricos más influyentes del movimiento que generó la Escuela de Fráncfort. Filósofo, sociólogo y teórico del cine, se dedicó al estudio de los fenómenos marginales de la cultura, generando una novedosa concepción del campo cultural del siglo XX. Entre sus obras se destacan De Caligari a Hitler, Jacques Offenbach o el secreto del Segundo Imperio y El ornamento de la masa. La novela policial constituye uno de los primeros ensayos sobre un género literario menospreciado por la intelectualidad de la época.

Pablo De Santis para Revista Ñ

10 de julio de 2010

Diego Grillo Trubba / Entrevista

Les dejo la entrevista públicada en el blog "Hablemos del asunto" en el año 2007 donde se conversa con el autor acerca del libro "La joven Guardia".
La publico ya que es la única que encontré acerca de este autor que llamó mi atención desde que recientemente leí "Crimenes Coloniales"; si tienen la posibilidad de leerla, no se van a arrepentir. Saludos!

Lo que se nota de esta Joven Guardia es que son un grupo de escritores que formaron una red y que se supieron ubicar en los medios. Entonces, ¿son tipos que escriben bien o se hacen conocidos porque están hoy en los medios?
Me parece que la pregunta tiene escondido un error. Es cierto que varios de los escritores de esta generación tienen cierta presencia en los medios, pero en este caso el orden de los factores altera el producto. Vos fijate que cuando sale la Joven Guardia, que creo que es el punto de inicio, Maximiliano Tomas no trabajaba en el diario Perfil, Juan Terranova no trabajaba en Perfil, yo tampoco trabaja en Perfil, ni nada. Mariana Enríquez ya trabajaba en Página/12, pero Mariana ya venía publicando libros de antes. Mariana publica el primer libro a los 17 años. Fue una especie de niña prodigio, creo que la invitaron hasta al programa de Mirtha Legrand, una cosa así. Pero la mayoría de los que estábamos en la Joven Guardia en ese momento no laburábamos en los medios, ni nos conocíamos entre nosotros. Nos conocemos a partir de la Joven Guardia, y nos empezamos a dar a partir de la Joven Guardia. Y después Maxi asume como director del Suple Cultura del diario Perfil y ahí hay, sí, una decisión de él de que esta camada de escritores sean colaboradores del suplemento: Terra, Fede Falco, Hernán Arias, Samy Schweblin. Yo lo que digo es que cada camada de escritores se identifica con un medio o con un suplemento cultural. La camada anterior está netamente identificada con el Radar de Página/12. (Que casualmente es el único diario de toda la Argentina que no publicó ninguna reseña acerca de la Joven Guardia, pequeño detalle.) Y hoy esa camada está muy identificada con el diario Perfil.

Hay también mucho blog.
Sí, hay mucho blogger, pero no sé si eso es ser mediático o acceder a medios masivos. Es distinto. Está el que usa el blog como diario, está el que lo usa para cualquier cosa, para experimentar, y están las redes. Lo que sí tiene esta generación, a diferencia de la inmediatamente anterior, es que no veo que haya una clara división entre dos grupos. Me parece que hay algo más armónico. Cuando surge una idea todos se suman, no tienen drama en laburar en conjunto, mientras que los anteriores con la división entre Planetarios y Babélicos se mataron durante años y de esa lucha quedó poco y nada. Me parece que la diferencia pasa, más que por ser mediáticos, por no participar de una carnicería. Está primero el escribir. No hay vedetismos en ese sentido. Sí los hay en otros: alguien para escribir tiene ego, eso es obvio. Pero no hay grandes disputas.

Es algo que se nota en la camada, que parece que se mueven en bloque.
"En manada", creo que es la expresión que usaron en Clarín el domingo. No sé si es elogio o crítica, pero definitivamente es cierto.

Lo que todos esperamos, por lo menos como lectores, es que de este conjunto de escritores subsista un grupo que se mantengan en pie y otros que por ahí se dediquen a otras tareas. Lo que dije de Palermo Hollywood es porque parece moda. Y una moda termina. ¿Cómo subsiste el escritor de La Joven Guardia excediendo Palermo Hollywood?
Vamos a dejar de ser un grupo de jóvenes escritores cuando ya todos tengamos canas, panza y poco pelo. O sea, se va a dar por una cuestión biológica, no literaria. Vamos a dejar de ser jóvenes, no escritores. A mí me parece que de la camada hay algunos que ya demostraron que van a seguir. Porque ya vienen laburando mucho: Oliverio Coelho publicó cuatro libros, Juan Terranova tres novelas y ahora publicó...

Una crónica.
Una crónica, que se la piden, él la hace y se convierte en bestseller. Mariana Enríquez está por sacar otro libro, Pedro Mairal viene laburando desde hace mucho, y saca una nouvelle a fin de año. En realidad, el signo de pregunta pasa más por las apuestas que se hicieron en esta antología. Que son los que no estaban tan afirmados hasta que se los publicó ahora. Y ahí sí hay un signo de pregunta. Eso depende por un lado del público si los acepta, y por el otro de si ellos siguen escribiendo. Mi percepción es que todos van a seguir escribiendo, porque a la mayoría los empecé a conocer, y uno se da cuenta cuando alguien va a escribir. Creo que la diferencia entre un grupo de gente que se reúne para difundirse o hacer lobby y un grupo de escritores es que un escritor no se imagina dejando de escribir. Obviamente no van a subsistir todos en cuanto a la publicación porque no lo da el mercado, no por lo que den ellos como autores. Depende de ser aceptados por un público lector que tiene una cierta reticencia a aceptarlos por lo descalabros que hizo la generación anterior. En cierto sentido, nosotros estamos pagando esos platos rotos.

Sin embargo, no se pusieron en un plan de parricidio.
No, para nada. Hay una frase de Juan Terranova que es buenísima. Dice "La generación anterior tenía que matar a Borges, a Cortázar, a verdaderos ídolos. ¿Nosotros a quién vamos a matar? ¿A un tipo que vendió 5 ejemplares?". No tiene mucho sentido. Sería formar parte otra vez de la endogamia, de un grupo de gente que sólo se lee entre sí. Una de las posibilades que tiene nuestra generación es abrir el juego. A mí sinceramente, en lo personal y en esto no hablo en nombre de la generación, no me interesa tanto que analicen en Letras lo que escribo sino llegar al lector común.

¡Buenísimo! Una toma de posición.
Sí, es una toma de posición. Yo me identifico más con Fontanarrosa que con Kohan, por así decirlo. No me gusta la cuestión endogámica. Es falsa la dicotomía Mercado-Academia, como que en Mercado hay guita y en Academia hay nobleza. ¿Por qué? Porque hoy un escritor argentino promedio lo que puede ganar siendo un bestseller es poco dinero. No se hace rico, ni mucho menos. Sin embargo, si publico un libro que vende 300 ejemplares, 200 ejemplares, es un fiasco desde el punto de vista comercial. Pero si en verdad uso ese libro para sumar puntos para solicitar becas estoy ganando más dinero que si fuera un supuesto bestseller literario. Hoy hay más plata en la academia que en el mercado, claro que sin contar los manuales de autoayuda y todo eso. Me rompe bastante las bolas, la gente que se arroga el poder de decidir qué es literatura y qué no. Como que el lector no existe en esa decisión. Y hay una cuestión que tiene que ver con reconocimiento de pares, entre escritores, otra que tiene que ver con reconocimiento del público y otra cosa que tiene que ver con el reconocimiento de los estudiosos. Pero Argentina es un caso muy particular. Es uno de los pocos países en el mundo donde casi toda la gente que se forma en crítica quiere escribir ficción, cuando en realidad se tendrían que especializar en la crítica. Y encima se recomiendan entre ellos, sólo al grupito cerrado... Digo, para darte un paralelo: yo no quiero leer una novela de Harold Bloom, porque debe ser horrenda.

Hay una frase de tu prólogo, que me llamó mucho la atención, donde decís que casi ningún escritor argentino habla de sexo.
Muy pocos. Algunos poetas hablan de sexo. Digamos, Pizarnik. Pero pocos escritores. Dalmiro Sáenz es uno de los que escribió bastante acerca de sexo. Pero es poco lo que se ha hablado, alguna escenita dentro de una novela. Hay bastante en Puig, pero son casos infrecuentes.

Pero no hay un Houellebecq, no hay un Kundera, no hay un Martin Amis.
No, no los hay. Las camadas previas, en términos generales, apuntan fuera de lo netamente sexual. No hay un Bukowski en la Argentina. No hay un Herny Miller.

Que son los que mencionás como modelo paradigmático.
Sí, son los tipos que hicieron su obra literaria en base a escribir sobre sexo. Y a través del sexo contaban muchísimas otras cosas. Acá se cuentan muchas cosas, entre ellas el sexo. El esquema es distinto, inverso te diría.

¿En celo llega para cumplir, para ocupar el lugar? ¿O actúa como punto de partida para que haya menos histeria y más sexo?
Mirá, en realidad En Celo es un punto de partida para otra cosa, que es una serie de antologías temáticas. La idea que tuvimos con la gente de Sudamericana es que los lectores se puedan enganchar con los nuevos escritores por el deseo de leer nuevos escritores o por el interés por un tema específico. Que se crucen esos dos caminos de acceso a la lectura. En relación al sexo como cuestión central en una obra literaria, yo no sé si de estos autores de la antología habrá muchos. De hecho, a varios los convoqué porque nunca habían escrito de sexo. A propósito. Para ver cómo abordaban la cuestión. Y a varios que sé que son sexópatas no los convoqué para esta analogía sino para la próxima que es de casos policiales.

Para romper el esquema.
Para sacar al escritor del molde. Juego con ellos como antólogo. En cierto sentido, me interesa que escriban a partir de una cierta incomodidad. Pero en relación a lo que me preguntabas, no me imagino quién haría algo con el sexo como central en su obra... Juan Terranova, quizás.

Estaba pensando en él.
Sí, Juan probablemente. Oliverio Coelho quizá, pero con otro estilo, otro abordaje. Ni idea quién más. De los demás autores no sabría decirte.

¿Dónde ves tu mano en el libro?
En realidad la tarea de antólogo es muy ingrata en el sentido de que si alguien lee un cuento que le parece una cagada va a preguntarse cómo el antólogo lo incluyó. Pero al mismo tiempo, si esa misma persona lee un cuento que le gusta va a decir qué bueno el autor que lo escribió. Y ser antólogo y alguien que quiere escribir... Uso bastante la comparación con un director técnico de fútbol: el antólogo ve por dónde corre cada uno, cuáles posiciones pueden ocupar, quién es el goleador, quién el arquero... Siguiendo con esa comparación medio berreta, yo me siento como Ramón Díaz, que me lo imagino todo el tiempo a punto de ponerse los botines para entrar en la cancha. De hecho, yo había escrito un cuento para la antología y al final dije "no voy a quemar el libro regalándole una herramienta a quien quiera criticarlo diciendo que yo incluí algo mío". [Nota: se puede escuchar el cuento leído por el propio DGT]. Pero como antólogo hacés muchísimas cosas. Con los escritores que recién empiezan tenés un laburo grande de edición, de ida y vuelta del cuento, de muchas versiones. También es difícil decidir cuándo convocar a quiénes. De nuevo el fútbol: vos sabés que tales son buenos, pero sabés que quizás es mejor no poner once delanteros en el mismo equipo. Hay que ver cuándo el tema da para que lo aborde cada autor, más allá de lo bueno que sea ese autor en general... Y también es difícil después, cuando llega la hora de ordenarlos. Para armar la antología, uno tiene que poner a varios de los ya más o menos consagrados, varios desconocidos absolutos porque ése es también el sentido de la colección, varios que estén ahí en el medio... También tenés que tener en cuenta que sea parejo entre hombres y mujeres, que sea parejo entre estilo experimental y más clásico. Ahora que salió la primera antología me dicen por qué hay tan pocos autores del interior, así que también tendré que tomar eso en cuenta, hay varios autores del interior que me están mandando lo que publicaron para que los lea... Tenés que ir jugando, armando una grilla. Eso a la hora de elegir a quiénes convocás y les encargás un cuento. Y después esperar a ver qué escriben. Es el momento más difícil.

¿Tuviste que rechazar alguno?
No se rechazó ningún cuento. Tanto en esta antología como en la siguiente. Tuvimos suerte porque nos habíamos impuesto quince autores por antología, pero al final la gente de Sudamericana aceptó que extendiéramos el presupuesto. Lo que sí se rechazaron, en su momento, fueron primeras versiones. De decir "me parece que se debería ir por otro lado". Y en general no hubo dramas. Creo que los traté con respeto y en general me han agradecido ese laburo. Y creo que a partir de ese trabajo hay cuentos buenísimos en segundas, terceras o cuartas versiones que se parecen muy poco a la primera. Pero te repito, es un laburo raro. Digamos, para quien además de compilar escribe es muy extraño, porque yo todo el tiempo estoy con ganas de escribir. Pero bueno, es aprender a pararse también en otro lado.

Una crítica: yo tenía ganas de calentarme. Y me costó.
Eso tiene que ver con los fantasmas de cada uno, quién se excita y quién no se excita. Pero no es una estafa del libro. Yo remarco que son cuentos sobre sexo, no cuentos eróticos. Lo que pasa es que varios medios lo están anunciando como cuentos eróticos. Hay cuentos que utilizan el porno, como Mariana Enríquez en varios segmentos. El de Pedro en un segmento. El de Marina Mariasch en otro. Hay otros que son mucho más sutiles en el tratamiento del sexo. Se les dio total libertad a los autores. Que cada uno hiciera lo que desease. La idea fue que laburasen con libertad. De hecho, cuando me reuno con la editora de Sudamericana-Mondadori, Glenda Vieites, teníamos cierto temor: "es Sudamericana, esperemos que los autores no se zarpen." Y más tarde, desde la misma editorial enfatizaron en la libertad, en que cada autor se zarpase todo lo que quisiera.

Ya desde el loguito del fuckyou digital es toda una toma de posición.
Sí. Es una toma de posición. Estoy asombrado con el apoyo que contamos de Sudamericana. Pusieron toda la carne al asador, el diseño fue el que se nos cantó, se inauguró directamente una nueva colección... Nos dieron libertad absoluta. Tanto en este como en el que sigue. Así que si algo sale mal, la responsabilidad es nuestra.

¿Ya están planteando un tercero?
Estamos viendo cómo arranca esto para ver qué pasa el año que viene. La idea sería sacar dos más el año que viene. Te confieso algo: yo presento el proyecto como la antología "En celo", solamente. Y la respuesta de ellos fue: aprobado, y queremos que se arme una colección de antologías temáticas.

¡Qué bueno!
Rarísimo. Muy inusual. Y a partir de ahí empecé a presentar temas. En realidad, lo que ellos me piden es el tema general y cómo lo voy a subdividir. La gracia del antólogo, en ese sentido, está en el menú. El de casos policiales qué casos tenían que ser, cuáles dejar afuera, en el de sexo yo les di una grilla con todas las prácticas sexuales y ellos iban eligiendo cuál iban a tocar, o con cuál iban a tocarse. (risas)

Y con esas últimas risas, terminó la entrevista.

Públicado en el blog de Patricio Zunini Hablemos del asunto

5 de julio de 2010

El corazón delator narrado por Alberto Laiseca

Por si hay algún distraido/a que nunca leyó el cuento, les dejo el link para que lo puedan leer. Disfruten la narración de Alberto Laiseca
Saludos!




El cuento lo pueden leer aqui:
El corazón delator / Edgar Alan Poe

1 de julio de 2010

Martín Kohan / Entrevista

La literatura tiene un lugar muy marginal en nuestro país

En una entrevista con lanacion.com, el multipremiado escritor dice que, para la Argentina, "casi todas son cuentas pendientes"; le preocupa la desigualdad en la distribución cultural, aunque rescata la gestión kirchnerista.


Martín Kohan habla pausado, es reflexivo, se permite repensar lo que dice. Pero de algo no tiene dudas y, entonces, se vuelve enfático: "La literatura tiene un lugar muy marginal, muy postergado en nuestro país", remarca, serio, el multipremiado escritor recién llegado de Europa, donde estuvo un mes becado por Literarisches Colloquium, una Casa de Escritores y Traductores de Berlín.
Su condición de viajero le permite contrastar la relevancia que en otros países se les da a sus colegas o a él mismo, con lo que ocurre en la Argentina. "En un discurso superficial los escritores pareceríamos ser importantes, pero eso no tiene un correlato en que haya un verdadero interés social por la lectura de libros", sostiene. En ese sentido, apunta lo que sucedió con Jorge Luis Borges, con quien "nunca hubo una proporción entre la atención que se le podía prestar mediáticamente y la situación concreta de leer su obra".
Para este porteño de 43 años, autor de libros de cuentos, ensayos y de ocho novelas, hay responsabilidades compartidas en este país del "lo atamo con alambre"; aunque no todos son incumplimientos de los gobiernos, aclara. Y, cuando se lo invita a crear un personaje de novela que represente al argentino típico, se toma apenas unos segundos para aclarar que va a hablar del porteño y se despacha, espontáneo: "Es como El Contra, esa combinación de chantada extrema, de hablar de lo que no se sabe, de malhumor crónico, de ´a mí me vas a decir´, combinado con ignorancia al mismo tiempo y con pifiarla siempre".

¿Qué le evocan estos 200 años de historia?
Si me pongo a pensar la historia argentina como un relato la veo en dos ciclos: el de los sueños, las ambiciones y los proyectos y el ciclo de la desilusión. Me parece que hay toda una curva de una argentina imaginando su grandeza, proyectándola y confiando en ella sin que nunca se terminara de ver exactamente por qué estábamos destinados a prevalecer en el mundo. Hay un quiebre a partir de 1930 con las intervenciones militares sobre el sistema político: ahí, el contraste entre la gran Nación y la republiqueta se hace patente.

¿Cuáles son las principales deudas de este país?
Las cuentas pendientes se miden con sus propias expectativas. Si revisamos los grandes proyectos del siglo XIX o principios del XX, la Argentina me parece que tiene pendiente prácticamente todo, sobre todo porque apuntó alto, porque las ambiciones apuntaban a un país destinado a prevalecer en el mundo: José Ingenieros tenía esa idea de que íbamos a ser los EE.UU. de América del Sur.

En su obra trabaja con personajes históricos: ¿Por qué le interesan?
Me interesan menos por su realidad fáctica que por el tipo de significación de la que son portadores; ese universo simbólico me interesa. Son figuras sobre las que he hecho una indagación literaria para conocer cómo llegaron a significar lo que significan, qué supone la inmortalidad. Por ejemplo, figuras como Evita, esos personajes históricos que, cuando mueren, no sólo no mueren sino que dan un salto a la vida eterna. Así, lo que se da en ella la exceden y conforma un engranaje de la propia maquinaria peronista, que fabrica mitos todo el tiempo.

Lo llevo a los años de las dictaduras: ¿Cómo pesan en el escritor esos sucesos? ¿Y en la sociedad?
A mí, en la literatura, me es tremendamente útil y tremendamente necesario a la vez; me parece que hay algo del orden del mal, en algunos casos, de la opresión, en otros, del malestar, algo del autoritarismo instalado en esa cultura del miedo que me resulta tremendamente fructífero. No estoy saldando cuentas con la dictadura a través de la literatura, porque no creo que la literatura tenga que ocuparse de ese tipo de cuestiones, sino más bien interrogar, acechar, indagar con matices distintos de libro en libro.
Si pienso a la dictadura sobre esta sociedad, me parece muy clara la tensión entre la exigencia de olvido, que es muy fuerte y, por otro lado, la presión muy legítima y objetiva de que hay resonancias y marcas sobre el presente y que es necesario volver sobre la dictadura por una exigencia del presente y no sólo por una voluntad retrospectiva.

¿Cuál es el rol de los escritores en la sociedad? ¿Son escuchados?
Hay un rol deseado y una situación real para ellos. La literatura tiene un lugar muy menor, muy postergado, muy relegado y muy marginal. Sobre todo si uno piensa que el discurso que un escritor pueda tener, la voz que pueda encarnar, cobra sentido fundamentalmente si tiene el correlato de los libros que escribimos. No tendría mucho sentido desligar esto, y en la cultura argentina hay una cierta tendencia a desligar y poder ir detrás del escritor como figura, o haciendo declaraciones, del escritor profiriendo opiniones y, que entre eso y una lectura de su obra, pueda no haber ninguna conexión. El caso mayor, sin dudas, es el de Borges: estando vivo, no había una proporción entre la atención que se le podía prestar mediáticamente y la situación concreta de leer Ficciones, El Aleph o incluso sus ensayos.

¿Puede surgir un nuevo Borges?
No y no habría por qué, me parece muy saludable que así sea, no lo veo como un déficit. Creo que hay figuraciones específicas que ocuparon un lugar que inventó él mismo y desde allí escribió. Entonces, ya nadie puede ser eso que hizo él. Igual que con su literatura: escribir a lo Borges sería lo peor que se pueda hacer si alguien quiere estar cerca de él. Ser borgiano es lo contrario de ser Borges.

¿Cuáles son las grandes obras literarias de estos 200 años?
En 200 años hay demasiado. En el siglo XIX, los clásicos: Facundo, de Sarmiento; El Matadero, de Esteban Echeverría, Martín Fierro [José Hernández], obviamente, Una excursión a los indios ranqueles, de Mansilla. Creo que el canon de clásicos ha hecho bastante justicia con la literatura argentina. Lo mismo si vamos al siglo XX: Borges, Arlt, Cortázar... me parece que es perfectamente adecuado el modo en que la centralidad del canon constituyó a sus figuras. Después, yendo un poco más a los bordes, si Bioy Casares o Sábato pueden estar en ese lugar o no son matices que se pueden discutir. Y de Borges hacia aquí hay muchos, desde luego, pero Juan José Saer es el primero que uno nombraría.

El gran libro del Centenario fue, según Lugones, el Martín Fierro : ¿Cuál sería el del Bicentenario?
La idea del gran libro del Bicentenario proyectada sobre la del Centenario probablemente no encuentre su correspondencia. O sea, en el momento en que en 1810 [Leopoldo] Lugones, por razones de estrategia política decide que hay que inventar una mitología local para contrarrestar la llegada masiva de inmigrantes y que esa mitología iba a provenir de la gauchesca encuentra un libro que puede cumplir esa función, porque la literatura, entiendo yo, por entonces podía formar parte del diseño de un proyecto político cultural con una fuerza, una significación que hoy la literatura no tiene porque ya ha perdido esa fuerza, lamentablemente.

La Argentina política

¿Cómo observa este período político?
La situación política tiene algunas particularidades de esta época y algunos vicios de la política que uno conoce desde siempre. Me parece que hay, sobre esta coyuntura, ciertas señales favorables sobre todo en función de lo que fueron los últimos años de la Argentina hasta 2002, 2003. Son señales claramente favorables en términos de criterios de gobierno, ciertas mínimas nociones de equidad social, los cambios en políticas de derechos humanos y, al mismo tiempo, los límites que en una transformación de fondo puede tener cualquier gobierno de origen peronista, incluso de uno que está más dispuesto a las transformaciones de fondo.

¿Cómo se relaciona la desigualdad en la distribución del ingreso con las oportunidades de acceso al conocimiento?
Las desigualdades en el orden económico tienen un correlato en la distribución de lo que se llama capital cultural. Alguien que tiene que trabajar 16 horas por día o que vuelve rendido a su casa y con la plata justa para comer y ni siquiera eso, pensar en un sobrante no sólo de dinero, sino de disponibilidad temporal, afectiva y mental es difícil... alguien que está agobiado por la explotación en el trabajo no está ni siquiera en condiciones subjetivas de ser, como persona, alguien un poco más integral. Es muy feroz, pero es así.

¿El costo de los libros es una de las formas de exclusión?
Es una de las formas de exclusión. Es cierto que no es difícil conseguir muy buenos libros mucho más baratos en ferias de usados, hay maneras de contrarrestrar lo económico, pero siempre y cuando haya condiciones de accesibilidad como las que mencionaba recién.

¿Cómo se imagina la Argentina de los próximos 10 años?
Me resulta muy difícil pensar en la Argentina de los próximos años, siempre que sean más de dos, por las propias características de nuestro país y por el tipo de temporalidad que manejamos. Es una de las cosas más agobiantes de nuestra vida cotidiana: nuestras perspectivas son muy cortas. Lo bajo de la escala del proyecto nacional. En nuestras propias vidas hay precarización; en el trabajo se ve mejor que nada: pero hay una inestabilidad en cualquier clase de proyecto y en cualquier clase de armado institucional.

Se habla mucho de la fragilidad de las instituciones: ¿Cómo las ve?
Depende cuáles y, otra vez, según con qué período lo comparemos. Me inclino hacia un cierto optimismo si contrasto los últimos 15 años con los más recientes; entonces, entiendo que hay un grado mucho mayor de respeto y una mecánica mucho más razonable para esa clase de instituciones de las que depende una sociedad. Al mismo tiempo, me parece que no deja de ser un país en el que todo es muy precario, también las instituciones.

¿Cómo es producir con esa incertidumbre?
A mí esa incertidumbre no me afecta en lo personal y, más allá de eso, lo que uno ve es que se sigue escribiendo, produciendo, filmando películas, montando obras de teatro, no porque crea que somos una Nación con una cultura extraordinaria, resistente ni que haya héroes con proezas a favor de la cultura. Evidentemente lo que hay es vocación y esto hace que nos arreglemos con poco.

Si tuviera que imaginar un personaje de novela típicamente argentino: ¿Cómo sería?
Haría una salvedad: estamos pensando en un estereotipo de porteño, porque sería más complejo hablar del argentino tipo. Si uno piensa en el porteño, hay un personaje que hacía Calabró que capta algo que es muy justo y que es El Contra. Esa combinación de chantada extrema, de hablar de lo que no se sabe, de malhumor crónico, de ?a mí me vas a decir?, combinado con ignorancia al mismo tiempo y con pifiarla siempre, me parece que es algo muy propio del temperamento de la clase media porteña, del porteño cancherito que se las sabe todas y no sabe nada.

Por Verónica Dema
De la Redacción de lanacion.com