26 de junio de 2010

Mi primer concierto / Felisberto Hernandez

Mi primer concierto
Felisberto Hernandez

El día de mi primer concierto tuve sufrimientos extraños y algún conocimiento imprevisto de mí mismo. Me había levantado a las seis de la mañana. Esto era contrario a mi costumbre, ya que de noche no sólo tocaba en un café sino que tardaba en dormirme. Y algunas noches al llegar a mi pieza y encontrarme con un pequeño piano negro que parecía un sarcófago, no podía acostarme y entonces salía a caminar. Así me había ocurrido la noche antes del concierto. Sin embargo, al otro día me encerré desde muy temprano en un teatro vacío. Era más bien pequeño y la baranda de la tertulia estaba hecha de columnas de latón pintadas de blanco. Allí sería el concierto. Ya estaba en el escenario el piano; era viejo, negro y lo rodeaban papeles rojos y dorados: representaban una sala. Por algunos agujeros entraban rayos de sol empolvados y en el techo el aire inflaba telas de araña. Yo tenía desconfianza de mí, y aquella mañana me puse a repasar el programa como el que cuenta su dinero porque sospecha que en la noche lo han robado. Pronto me di cuenta que yo no poseía todo lo que pensaba. La primera sospecha la había tenido unos días antes; fue en el momento de comprometer mi palabra con los dueños del teatro; me vino un calor extraño al estómago y tuve el presentimiento de un peligro inmediato. Reaccioné yendo a estudiar enseguida; pero como tenía varios días por delante, pronto empecé a calcular con el mismo error de siempre lo que podría hacer con el tiempo que me quedaba. Sólo en la mañana del concierto me di cuentas de todas las concesiones que me hacía cuando estudiaba y que ahora, no sólo no había llegado a lo que quería, sino que no lo alcanzaría ni con un año más de estudio. Pero donde más sufría, era en la memoria. En cualquier pasaje que se me ocurriera comprobar si podía hacer lentamente todas las notas, me encontraba con que en ningún caso las recordaba. Estaba desesperado y me fui a la calle. A la vuelta de una esquina me encontré con un carro que tenía a los costados dos grandes carteles con mi nombre en letras inmensas. Aquello me descompuso más. Si las letras hubieran sido más chicas, tal vez mi compromiso hubiera sido menor; entonces volví al teatro, traté de estar sereno y pensar en lo que haría. Me había sentado en la platea y miraba el escenario, donde el piano estaba solo y me esperaba con su negra tapa levantada. A poca distancia de mi asiento estaban las butacas donde acostumbraban a sentarse dos hermanos míos; y detrás de ellos se sentaba una familia que había criticado, horrorizada, un concierto en que habían tomado parte muchachas de allí; en pleno escenario las muchachas se agarraban la cabeza y después se retiraban del piano buscando la salida; parecían gallinas asustadas. Fue en el instante de recordar eso, cuando a mí se me ocurrió por primera vez ensayar la presentación de un concierto en lo que él tuviera de teatral. Primero revisé bien todo el teatro para estar seguro de que nadie me vería y enseguida empecé a ensayar la cruzada del escenario; iba desde la puerta del decorado hasta el piano. La primera vez entré tan ligero como un repartidor apurado que va a dejar la carne encima de una mesa. Ésa no era la manera de resolver las cosas. Yo tendría que entrar con la lentitud del que va a dar el concierto vigesimocuarto de la decimonovena temporada; casi con aburrimiento; y no debía lanzarme cuando mi vanidad estuviera asustada; debía dar la impresión de llevar con descuido, algo propio, misterioso, elaborado en una vida desconocida. Empecé a entrar lentamente; supuse con bastante fuerza la presencia del público y me encontré con que no podía caminar bien y que al poner atención en mis pasos yo no sabía cómo caminaba yo; entonces traté de pasear distraído por otro lado que no fuera el escenario y de copiarme mis propios pasos. Algunas veces pude sorprenderme descuidado; pero aun cuando llevaba el cuerpo flojo y quería ser natural, experimentaba distintas maneras de andar: movía las caderas como un torero, o iba duro como si llevara una bandeja cargada, o me inclinaba hacia los lados como un boxeador.
Después me encontré con otra dificultad grande: las manos. Ya me había parecido feo que algunos concertistas, en el momento de saludar al público, dejaran colgar y balancearse los brazos, como si fueran péndulos. Ensayé caminar llevándolos al mismo ritmo que los pasos; pero eso resultaba mejor para una parada militar. Entonces se me ocurrió algo que por mucho tiempo creí novedoso; entraría tomándome el puño izquierdo con la mano derecha, como si fuera abrochándome un gemelo. (Años después un actor me dijo que aquello era una vulgaridad y que la llamaban "la pose del bailarín"; entonces, riéndose, imitó los pasos de una danza y alternativamente se iba tomando el puño izquierdo con la mano derecha y después el puño derecho con la mano izquierda.)

Ese día almorcé apenas y pasé toda la tarde en el escenario. A la nochecita vino el electricista y combinamos las penumbras de la sala y la escena. Después me probé el smoking que me había regalado un amigo; era muy chico y me dejó inmovilizado; con él hubiera tenido que dar por inútiles todos los ensayos de naturalidad y soltura; además, en cualquier momento podía rompérseme. Por fin decidí utilizar mi traje de calle; todo tendría más naturalidad; claro que tampoco me parecía bien lo que fuera demasiado familiar; yo hubiera querido levantar, al mismo tiempo, algo extraño; pero yo estaba muy cansado y sentía en las axilas las lastimaduras que me había dejado el smoking. Entonces me fui a esperar la hora del concierto en la penumbra de la platea. Apenas me quedaba un instante quieto me volvía el empecinamiento de querer recordar las notas de un pasaje cualquiera; era inútil que tratara de desecharlo; el único alivio consistía en ir a buscar la música y fijarme en las notas.

Un rato antes del concierto llegaron los dos hermanos amigos míos y el afinador. Les dije que me esperaran un momento y me encerré en el camarín, porque si no hubiese terminado el pasaje que repasaba no hubiera tenido un instante de tranquilidad. Después, cuando hablara con ellos, tendría la atención ocupada y no empezaría a recordar ningún otro pasaje. Todavía no había nadie en la sala. Uno de ellos se asomó a la puerta del decorado y miró el piano negro como si se tratara de un féretro. Y después todos me hablaban tan bajo como si yo fuera el deudo más allegado al muerto. Cuando empezó a entrar la gente, hicimos pequeños agujeros en el decorado y mirábamos al público un poco agachados y como desde una trinchera. A veces el piano, como un gran cañón, impedía ver una zona grande de la platea. Yo iba a ver un poco por los agujeros de los otros como un oficial que les fuera dando órdenes. Deseaba que hubiera poca gente porque así el desastre se comentaría menos; además habría un promedio menor de entendidos. Y todavía tendría en mi favor todo lo que había ensayado en escena para la gente que no pudiera juzgar directamente la música. Y aun los que entendieran poco, dudarían. Entonces empecé a envalentonarme y a decirles a mis amigos:

-¡Parece mentira! ¡La indiferencia que hay para estas cosas! ¡Cuántos sacrificios inútiles!

Después empezó a venir más gente y yo me sentí aflojar; pero me frotaba las manos y les decía:

-Menos mal, menos mal.

Parecía que ellos también tuvieran miedo. Entonces yo, en un momento dado, hice como que recién me daba cuenta que ellos podrían estar preocupados y empecé a hablarles subiendo la voz:

-Pero, díganme una cosa... ¿Ustedes están preocupados por mí? ¿Ustedes creen que es la primera vez que me presento en público y que voy a ir al piano como si fuera a un instrumento de tortura? ¡Ya lo verán! Hasta ahora me callé la boca. Pero esperaba esta noche para después decirles, a esas profesoras que charlan, cómo "un pianista de café" -yo había ido contratado a tocar en un café- puede dar conciertos; porque ellas no saben que puede ocurrir lo contrario, que en este país un pianista de concierto tenga que ir a tocar a un café.

Aunque mi voz no se oía desde la sala, ellos trataron de calmarme.

Ya era la hora; mandé tocar la campana y le pedí a mis amigos que se fueran a la platea. Antes de irse me dijeron que vendrían al final y me transmitirían los comentarios. Di orden al electricista de dejar la sala en penumbra; hice memoria de los pasos, me tomé el gemelo del puño izquierdo con la mano derecha y me metí en el escenario como si entrara en el resplandor próximo a un incendio. Aunque miraba mis pasos desde arriba, desde mis ojos, era más fuerte la suposición con que me representaba mi manera de caminar vista desde la platea, y me rodeaban pensamientos como pajarracos que volaran obstaculizándome el camino; pero yo caminaba con fuerza y trataba de ver cómo mis pasos cruzaban el escenario.

Había llegado a la silla y todavía no aparecían los primeros aplausos. Al fin llegaron y tuve que inclinarme a saludar interrumpiendo el movimiento con que había empezado a sentarme. A pesar de este pequeño contratiempo traté de seguir desarrollando mi programa. Miré al público de una manera más bien general y distraída; pero alcancé a ver en la penumbra el color blancuzco de las caras como si hubieran sido de cáscaras de huevo. Y encima del terciopelo de la baranda hecha de columnitas de latón pintadas de blanco vi sembrados muchos pares de manos. Entonces yo puse las mías en el piano, dejé escapar acordes repetidos velozmente y enseguida me volví a quedar quieto. Después, y según mi programa, debía mirar unos instantes el teclado como para concentrar el pensamiento y esperar la llegada de la musa o del espíritu del autor. -Era el de Bach y debía estar muy lejano-. Pero siguió entrando gente y tuve que cortar la comunicación. Aquel inesperado descanso me reconfortó; volví a mirar a la sala y pensé que estaba en un mundo posible. Sin embargo, al pasar unos instantes sentí que me iba a alcanzar aquel miedo que había dejado atrás hacía un rato. Traté de recordar las teclas que intervenían en los primeros acordes; pero enseguida tuve el presentimiento de que por ese camino me encontraría con algún acorde olvidado. Entonces me decidí a atacar la primera nota. Era una tecla negra; puse el dedo encima de ella y antes de bajarla tuve tiempo de darme cuenta que todo iba a empezar, que estaba preparado y que no debía demorar más. El público hizo un silencio como el vacío que se siente antes del accidente que se ve venir. Sonó la primera nota y parecía que hubiera caído una piedra en un estanque. Al darme cuenta que aquello había ocurrido sentí como una señal que me ofuscó y solté un acorde con la mano abierta que sonó como una cachetada. Seguí trabado en la acción de los primeros compases. De pronto me incliné sobre el piano, lo apagué bruscamente y empecé a picotear un "pianísimo" en los agudos. Después de este efecto se me ocurrió improvisar otros. Metía las manos en la masa sonora y la moldeaba como si trabajara con una materia plástica y caliente; a veces me detenía modificando el tiempo de rigor y ensayaba dar otra forma a la masa; pero cuando veía que estaba a punto de enfriarse, apresuraba el movimiento y la volvía a encontrar caliente. Yo me sentía en la cámara de una mago. No sabía qué sustancias había mezclado él para levantar este fuego; pero yo me apresuraba a obedecer apenas él me sugería una forma. De pronto caía en un tiempo lento y y la llama permanecía serena. Entonces yo levantaba la cabeza inclinada hacia un lado y tenía la actitud de estar hincado en un reclinatorio. Las miradas del público me daban sobre la mejilla derecha y parecía que me levantarían ampollas. Apenas terminé estallaron los aplausos. Yo me levanté a saludar con parsimonia, pero tenía una gran alegría. Cuando me volví a sentar seguía viendo las columnitas de la tertulia y las manos aplaudiendo.

Todo ocurría sin novedad hasta que llegué a una "Cajita de Música". Yo había corrido la silla un poco hacia los agudos para estar más cómodo; y las primeras notas empezaron a caer como gotas al principio de una lluvia. Estaba seguro que aquella pieza no iba más mal que las anteriores. Pero de pronto sentí en la sala murmullos y hasta creí haber oído risas. Empecé a contraerme como un gusano, a desconfiar de mis medios y a entorpecerlos. También creí haber visto moverse una sombra alargada sobre el piso del escenario. Cuando pude echar una mirada fugaz me encontré con que realmente había una sombra; pero estaba quieta. Seguí tocando y seguían en la sala los murmullos. Aunque no miraba, ahora veía que la sombra hacía movimientos. No iba a pensar en nada monstruoso; ni siquiera en que alguien quisiera hacerme una broma. En un pasaje relativamente fácil vi que la sombra movía un largo brazo. Entonces miré y ya no estaba más. Volví a mirar enseguida y vi un gato negro. Yo estaba por terminar la pieza y la gente aumentó el murmullo y las risas. Me di cuenta que el gato se estaba lavando la cara. ¿Qué haría con él? ¿Lo llevaría para adentro? Me pareció ridículo. Terminé, aplaudieron y al pararme a saludar sentí que el gato me rozaba los pantalones. Yo me inclinaba y sonreía. Me senté y se me ocurrió acariciarlo. Pasó el tiempo prudente antes de iniciar la obra siguiente y no sabía qué hacer con el gato. Me parecía ridículo perseguirlo por el escenario y ante el público. Entonces me decidí a tocar con él al lado; pero no podía imaginar, como antes, ninguna forma que pudiera realizar o correr detrás de ninguna idea: pensaba demasiado en el gato. Después pensé en algo que me llenó de temor. En la mitad de la obra había unos pasajes en que yo debía dar zarpazos con la mano izquierda; era del lado del gato y no sería difícil que él también saltara sobre el teclado. Pero antes de llegar allí me había hecho esta reflexión: "Si el gato salta, le echarán las culpas a él de mi mala ejecución." Entonces me decidí a arriesgarme y a hacer locuras. El gato no saltó; pero yo terminé la pieza y con ella la primera parte del concierto. En medio de los aplausos miré todo el escenario; pero el gato no estaba.

Mis amigos, en vez de esperar el final, vinieron a verme en el intervalo y me contaron los elogios de la familia que se sentaba detrás de ellos y que tanto había criticado en el concierto anterior. También habían hablado con otros y habían resuelto darme un pequeño lunch después del concierto.

Todo terminó muy bien y me pidieron dos piezas fuera del programa. A la salida y entre un montón de gente, sentí que una muchacha decía: "Cajita de Música, es él."

Fin

22 de junio de 2010

El historiador y la tradición

Para Tulio Halperín Donghi, el origen de la Revolución de Mayo se halla en la reacción a las Invasiones Inglesas. En esta entrevista, también se refiere al estado de la historiografía argentina

Arrojado al mundo académico extranjero por la dictadura de Onganía en 1966, Tulio Halperín Donghi construyó su propio espacio de la Historia lejos de la barbarie que tuvo como epicentro a La noche de los bastones largos. Aterrizó primero en Oxford, y a partir de 1972 enseña en Berkeley y desde allí proyectó su trabajo como historiador argentino. Aunque sus principales obras las escribió en bibliotecas norteamericanas, es uno de los más importantes historiadores argentinos. En esta entrevista, que respondió por e-mail, se refiere a hechos y personajes de la Revolución de Mayo. También traza un diagnóstico de la investigación histórica en la Argentina.

-¿Cuándo arranca el proceso revolucionario de Mayo, con qué hechos? Usted ha señalado la importancia de las milicias urbanas en el proceso revolucionario, ¿cómo surgieron y por qué son clave en este proceso?
-Cuándo comienza un proceso como el que desembocó en los sucesos ocurridos en Buenos Aires entre el 17 y el 25 de mayo de 1810 depende de la visión que tenga quien los estudia y del desenvolvimiento de los procesos históricos. Para Mitre, que tanto en cuanto al pasado como al futuro prefería las perspectivas largas, el proceso comenzó cuando el primer europeo pisó las costas del Río de la Plata. Aun para otros menos atraídos por las preguntas que pretende responder la filosofía de la historia, la respuesta depende del rasgo del contexto, en que esos sucesos se desenvolvieron, que más les han interesado. Si ven en esos sucesos el capítulo rioplatense de la reacción de la América española al derrumbe de la resistencia contra la invasión francesa en la metrópoli, concluirán que comenzó cuando la noticia de ese derrumbe llegó a Montevideo: los esfuerzos del virrey Cisneros por evitar la difusión de esa noticia sugieren que fue él el primero en verlos en esos términos. Si les interesan, en cambio, las razones por las cuales el foco revolucionario establecido en Buenos Aires fue el único de los que estallaron en 1810 que no fue sofocado por la contraofensiva realista, lo buscarán donde también lo busqué yo, entre muchos otros: en la reacción frente a las Invasiones Inglesas. El contraste entre la ineptitud que desplegaron en la ocasión los funcionarios regios y la eficacia con que las iniciativas espontáneas de sus gobernados disiparon la amenaza británica hizo perder a esos funcionarios mucho de su legitimidad a los ojos de éstos. Pero, sobre todo, las peculiaridades de la movilización militar de la población urbana pusieron a disposición del sector criollo de la elite colonial una fuerza armada pagada con los recursos del fisco regio y localmente demasiado poderosa para pensar en desmovilizarla. Apenas la crisis de la metrópoli distanció a ese sector del que estaba decidido a defender a todo trance el lazo colonial, puso en sus manos una decisiva arma de triunfo. Tal como lamentaba más de un funcionario regio, el tesoro virreinal no podía enviar socorros a la España resistente porque se desangraba sosteniendo una fuerza armada que era ya la de una facción con cuya lealtad no podía contar en absoluto.

-Al poderío militar se suma el económico...
-Como suele ocurrir en el trabajo del historiador, al elegir una respuesta uno elige, ya sin saberlo, las nuevas preguntas que ella va a suscitar. En mi caso, me llevó a vincular esa peculiaridad del proceso porteño con la implantación, al crearse el Virreinato, de un gran centro militar, administrativo, judicial, eclesiástico y mercantil que cada año inyectaba un millón y medio de pesos del tesoro regio en las escasamente pobladas llanuras de la región pampeana y el litoral. Allí, las exportaciones pocas veces superaban el millón por año, lo que permite entender mejor el papel central que el control de esos recursos tuvo en el conflicto que alcanzó su punto resolutivo en aquellos días de mayo.

-La participación popular en los sucesos de Mayo ha sido largamente discutida. En un extremo se sostiene que fue una revolución patricia sin contenido democrático. Otros analizan formas de movilización y participación política existentes en la época. ¿Cuál es su postura al respecto?
-Esas conclusiones dependen tanto de los aspectos de esos sucesos que interesaron al historiador como de los supuestos que éste llevó a su examen. Entre los que ven en ellos una revolución patricia sin contenido democrático hubo quienes, como Roberto Marfany, reconocieron en esos sucesos la obra de un ejército alineado tras de sus mandos naturales, cuya misión histórica seguía siendo en el presente guiar los avances de la nación surgida de su acción en esas jornadas, pero hubo también quienes consideraban que la entonces conocida como Gran Revolución Socialista de Octubre marcaba el destino hacia el que se encaminaba la entera historia universal, y comenzaban a dudar de que –como antes había creído firmemente Aníbal Ponce– la de Mayo hubiera puesto a la Argentina en camino hacia esa meta. Por mi parte, confieso que me interesé menos en esos planteos que llegaban a la misma conclusión partiendo de premisas opuestas que en las peculiaridades más específicas de la movilización política que acompañó a esos sucesos.

-En relación con los protagonistas de los días de Mayo, como Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, Juan José Paso, Manuel Belgrano, Mariano Moreno, ¿cree que la Historia ha sido injusta con alguno de ellos?
-Confieso que no ambicioné constituirme en el oráculo por cuya boca la Historia (con mayúscula) hiciera adecuada justicia a cada una de esas figuras, sino entender un poco mejor el proceso en que todos ellos habían participado. Esto hace que, frente a Cornelio Saavedra, me interese menos en coincidir o no con su futuro adversario y víctima Manuel Belgrano, quien en esas jornadas desplegó una deslumbrante destreza táctica sin la cual no se hubiera alcanzado el desenlace positivo que efectivamente vino a coronarlas, que en adquirir una imagen más precisa de lo que hizo que, apenas el coronel Saavedra informara al virrey Cisneros que no estaba en condiciones de garantizar que las tropas bajo su mando podrían contener con éxito a la muchedumbre que, como preveía, se preparaba a protestar contra la composición de la Junta designada el 22 de mayo, éste se apresurara a renunciar al cargo de Presidente. Y esto hace que frente a la figura de Moreno me interesase más en explorar las razones que hicieron de su actuación en esos días el punto de llegada de una trayectoria que hasta poco antes no era claro que se orientara en esa dirección, y en lo que esa trayectoria individual pudiera sugerir acerca de las ambigüedades del proceso colectivo del que fue parte, que en averiguar si esa actuación contribuye o no a asegurar para Moreno un lugar eminente en el cuadro de honor de los héroes de esas jornadas.

-Yendo al escenario actual, ¿cómo evalúa los avances de la investigación histórica en la Argentina?
-Creo que lo que hemos vivido desde hace ya décadas en la Argentina es la plena profesionalización de la tarea de investigación histórica en un marco institucional creado a partir de 1955. Este marco fue consolidado con propósitos muy distintos por los regímenes militares de 1966-73 y de 1976-83 y devuelto a su propósito primero a partir de esa última fecha, en una tarea en la que tuvieron un papel central no sólo el Departamento de Historia de la UBA, que en rigor retomaba un proyecto interrumpido en 1966, sino también los de universidades del interior que la encaraban por primera vez. Todo eso se reflejó en un mayor rigor en las exigencias metodológicas y un mayor dominio de la problemática en los distintos campos temáticos, apoyada en una relación cada vez menos distante con los avances del trabajo histórico fuera de la Argentina. Esto ha permitido a algunos de nuestros historiadores participar de modo muy creativo en el esfuerzo para buscar enfoques y criterios de análisis adecuados para abordar las preguntas que, acerca del pasado, les propone un tiempo presente marcado por trasformaciones muy profundas en un marco de extrema incertidumbre.

-¿Y cuál es la situación de la historiografía argentina en el escenario global?
-La historiografía argentina ha alcanzado al abrirse el siglo XXI el objetivo fijado para ella por la Nueva Escuela Histórica. Quienes la sirven son integrantes de una comunidad de estudiosos que tanto en el viejo como en los nuevos mundos tienen a su cargo fijar el rumbo de nuestra disciplina. Pero eso, que no podría ser más positivo, la obliga a confrontar los problemas que los avances de la profesionalización plantean aquí como en todas partes. Esa profesionalización impulsa la expansión constante de un aparato institucional cada vez más complejo, que incluye, en nuestro caso, a las universidades que ofrecen el ámbito primario para el trabajo de los historiadores, desde el Conicet y la Agencia de Promoción Científica hasta las fundaciones e instituciones internacionales de las que provienen los recursos que sostienen los nexos de esa comunidad más amplia.

-¿Cuáles son los problemas de los avances de la profesionalización?
-En todas esas instituciones, en mayor o menor medida, se hacen sentir los efectos de la ley de hierro de la oligarquía, anticipada por Robert Michels en su análisis de los partidos socialdemócratas de comienzos de siglo XX que, llevada al límite, hace que quienes controlan esas instituciones las usen en su favor más que en provecho de los servidos por ellas. Así se refleja, por ejemplo, en el porcentaje creciente de puntajes asignados tanto por el Conicet, como, muy frecuentemente, por las universidades que reconocen los puntajes obtenidos en tareas de gestion, en detrimento de los de investigación y enseñanza. De este modo se agrava en sus consecuencias cuando, en esta etapa, teóricamente gobernada por criterios meritocráticos, siguen gravitando otros decididamente particularistas que intentan adquirir una espuria objetividad expresándose en cifras numéricas. Pero aun cuando ello no ocurre, la obligación de probar cada año que lo investigado en ese período ha fructificado en presentaciones, simposios y artículos aceptados en publicaciones con referato lleva a menudo a renunciar a proyectos de mayor aliento o en el mejor de los casos significa un serio obstáculo para los esfuerzos por llevarlos a término. Cuando se recuerda todo eso, es a la vez sorprendente y reconfortante descubrir que en cada promoción de estudiantes hay siempre más de uno (o una) que une a su agudeza de mente y rica imaginación histórica la seguridad de que no puede escapar a su destino de hacer historia, y es ésa la mejor razón para esperar que el futuro depare cosas buenas para la historiografía argentina.

-Usted se ha mostrado crítico con respecto a ciertas versiones "neorrevisionistas" de divulgación histórica. ¿Cree que estas lecturas pueden ser un primer paso que luego derive en lecturas más consistentes de la historia o las considera poco útiles?
-Desde luego puede ser lo segundo; antes de que ganara popularidad ese género era usual que el interés por el pasado se despertara en la primera adolescencia a partir de la lectura de una novela histórica de Alejandro Dumas o de Walter Scott, y sólo quienes, aunque no lo sabían, llevaban ya dentro de sí ese interés sentían la necesidad de pasar luego a esas "lecturas más consistentes". Mi problema más serio con el neorrevisionismo no es ése, sino que para hacer más comprensible el pasado lo identifique con el presente. Para poner un ejemplo: con ese método podría presentarse a Cornelio Saavedra como la dirigente jujeña Milagro Sala de las jornadas de mayo. O, habida cuenta de la prodigiosa destreza táctica que le ganó la admiración de Belgrano, podríamos verlo como el precursor, en esas jornadas, de Juan Domingo Perón. O quizá algún retrospectivo militante de la facción morenista podría equiparar su papel con el desempeñado el 4 de junio de 1943 por el general Pedro Pablo Ramírez, ministro de guerra del presidente Castillo. En la reunión de gabinete convocada por Castillo para organizar la resistencia a la revolución que había estallado ese día Ramírez pidió la venia para retirarse invocando su carácter de jefe de esa revolución. Produjo efectos parecidos a los que la advertencia de Saavedra tuvo sobre el virrey: Castillo abandonó toda idea de resistencia tras una breve excursión fluvial en un guardacostas de nuestra Marina de Guerra. Para entonces, ya reemplazado en el cargo por Ramírez, tal como el virrey lo había sido en Mayo de 1810 por Saavedra, se volvió a su casa, igual que sus ministros.

-¿Pueden ser comparaciones con una función didáctica?
Es verdad que comparaciones como éstas pueden ofrecer una primera aproximación a un personaje del pasado que, en otros aspectos no menos importantes, no tenía nada en común ni con Sala, ni con Perón, ni con Ramírez, pero ocurre que ese neorrevisionismo no se limita a usarlas con esa intención pedagógica, sino que proclama descubrir en un supuesto pasado –que es sólo una alegoría del presente– lecciones válidas para ese mismo presente, ignorando que para que la historia del pasado pueda ofrecer esas lecciones necesita ser de veras historia del pasado, mientras que lo que se confecciona de esa manera no lo es en absoluto.

Cortesía de Revista Ñ Clarin

18 de junio de 2010

José Saramago (1922 - 2010)

Para homenajear a un genio de la literatura contemporánea, a un hombre de convicciones firmes aunque a veces controvertidas. Se lo va a extrañar; y mucho.
Les dejo la última entrevista realizada al diario El Mundo.
Saludos


José Saramago (1922) llevaba enredado más de veinte años en el proyecto, pero al fin,tirando del ovillo de los recuerdos, se ha decidido a narrar su infancia en Las pequeñas memorias (Alfaguara), que ven la luz el próximo miércoles. De la mano del niño que fue, y que correteaba a orillas del Almonda y del Tajo, entre olivos que ya no existen gracias a las subvenciones de la UE, el Nobel recuerda cómo dió nombre a su padre. Su inocencia. La miseria cotidiana. Cómo descubrió la cuadratura del círculo. La violencia. Y sus primeros escarceos amorosos.

Aliviado y feliz, reconoce que es uno de los libros de su vida, y que ha hecho caso a la cita que abre el libro, extraída del imaginario Libro de los Consejos: “Déjate guiar por el niño que fuiste”. Y ha valido la pena.
- Siempre había querido escribir este libro, pero cada vez que me proponía avanzar en él se me aparecía la idea de una novela, y lo iba postergando. Lo que pasa es que el niño que fui siempre ha estado muy vivo en mi recuerdo.

Sin embargo, el libro termina cuando usted tiene quince años y estudia mecánica en la escuela Afonso Domingues, es decir, cuando aún no sabía que sería escritor, y no podía estar guardando notas...
-Claro, entonces no podía saber que acabaría siendo escritor, aunque la verdad es que nunca sentí preocupación por el éxito o el triunfo. Y sí, cuando comencé a escribirlo no lo tenía todo, pero hubo un fenómeno: descubrí que recordaba muchos episodios que creía olvidados y que resurgían ante mis ojos.

Las tentaciones de Zezito

¿Por qué cambió el título que pensaba dar a sus recuerdos, El libro de las tentaciones, por el de Las pequeñas memorias?
-Porque me di cuenta de que, aunque el mundo se presentaba ante los ojos del niño como una gran tentación, de qué tentaciones iba a hablar si sólo tenía dos, cuatro, quince años.... No sabía que hacer con ese título. Y se me presentó este otro, Las pequeñas memorias, mucho mejor y más fiel, sin la solemnidad ni la pretenciosidad del otro, porque es eso, las pequeñas historias de cuando fui pequeño. En ellas no hay imaginación, ni diálogos literarios, todo ocurrió como lo cuento, porque no quería hacer literatura (entendida como creación) con mis memorias. Y sí, éste es un pequeño libro, de 180 páginas. Con todo lo que recuerdo podría haber escrito una novela de 400, pero quería contar lo esencial. Y creo que lo he logrado.

¿Qué le debe el Nobel Saramago al niño Zezito, a sus abuelos jerónimo y Josefa, a su infancia de miserias y privaciones?
-Uff... le voy a contar algo que no sabe casi nadie. Hace dos semanas me telefoneó desde el pueblo una prima mía algo más joven que yo, de unos 80 años, para decirme que la cama de mis abuelos, Jerónimo y Josefa, la que compraron cuando se casaron a comienzos del siglo XIX, existía todavía. Y me ha causado una emoción tremenda, es como si el tiempo hubiese dado marcha atrás, y yo estuviera de nuevo allí, en Azinhaga, porque yo dormí a veces en esa misma cama, en la que, en invierno, mis abuelos dormían con los lechoncitos recién paridos más débiles para que sobrevivieran. Es como una especie de puzzle y ahora ha aparecido una pieza que faltaba. Puede parecer muy infantil, pero es muy emocionante. Verá, no sé qué ha significado la infancia para otras personas, pero si yo pudiera revivirlo todo otra vez, exactamente igual, en lo hermoso y en lo feo, en lo feliz y lo desdichado, lo repetiría todo exactamente igual de nuevo, incluso los momentos más terribles.

¿No se sorprenderán los lectores con este Saramago tan en primera persona?
-Sí, es una escritura totalmente nueva para mis lectores, acostumbrados a la casi total ausencia de datos autobiográficos en mis novelas. Hay alguna en la que aparece algo de mi infancia, como Manual de pintura, pero creo que sí, que será una sorpresa. Espero que agradable.

“Me gusta mucho ser lo que he sido”

A pesar de no querer que la creación se filtrara por sus recuerdos, algunos pasajes del libro remiten a sus novelas (especialmente Todos los nombres y Manual de Pintura) ¿Es una nueva lectura sobre su obra, quizá la manera de aclararlo todo?
-Quizá sí...Verá, hace unos días recibí una carta de un amigo, profesor de la Universidad de Massachusetts, que me decía, tras leer las pruebas de este libro, que había com-
prendido mejor Todos los nombres. Yo no lo había pensado antes pero tal vez pueda ayudar a entender mejor a la persona que lo ha escrito y los temas tratados en mis libros.

El Saramago adolescente estaba lleno de dudas y certezas... ¿las reconoce el Saramago octogenario?
Bueno, me siento de alguna manera heredero directo de ese niño que fui. Hoy me siento llevado de la mano por aquel niño. Somos dos, el adulto, con el Nobel y todo eso, y el niño que no sabía nada de nada, pero que era yo, que soy yo, y vamos los dos, y es una sensación muy reconfortante, no por vanidad ni por presunción, sino porque soy lo que he sido, y me gusta mucho serlo.

Sin embargo, recordar algunos episodios también le ha hecho sufrir, aunque pasa casi de puntillas por los maltratos de su padre a su madre... ¿escribir de algo tan doloroso le ha servido como exorcismo...?
-No sé, quizá le he dado demasiada importancia, pero yo sufrí muchísimo. Algún amigo me ha dicho que no debería haberlo incluido en el libro por respeto a la familia, pero creo que hay que respetar lo que es respetable y la violencia en las familias no lo es. Entonces era lo normal, y me temo que aún lo sigue siendo. En nuestro caso fue sólo un momento muy concreto, pero tenía la obligación de contarlo.

¿Qué medida podría ser eficaz para evitar tanta violencia?
-Debería haber un código penal exclusivo para crímenes de esa naturaleza. La mujer se ha puesto en pie, y el hombre, que no se lo esperaba, que estaba acostumbrado a siglos y siglos de dominio, sigue sin saber quién es, inmerso en una crisis de identidad terrible. No se soporta y no sabe qué hacer. Hay una crisis general de la sociedad, de las familias. Es curioso, en el 68 leíamos la proclama de los jóvenes “Prohibido prohibir” y nos parecía trascendente, pero ahora comprendemos que no podemos hacer todo lo que queramos, que mi libertad debe respetar a los demás. Estamos sumidos en una crisis social gravísima porque vivimos como valores lo que no pueden serlo jamás. Y todo viene acrecentado por una confusión gravísima entre instrucción y educación. La escuela puede instruir, esto es, impartir conocimiento, pero no educar, inculcar valores, que es lo que antes hacían las familias y que ya no hacen. Yo debo una parte enorme de mi forma de ser a mis abuelos, que eran analfabetos pero que supieron educarme sin darse cuenta.

Hablando de violencia, quizá el episodio más terrible del libro es aquél en el que es maltratado salvajemente por unos niños cuando sólo tenía 2 ó 3 años...
-Bueno, la crueldad infantil ha existido siempre, pero...hay cosas que un niño no debería sufrir jamás.

Nuria AZANCOT para El Cultural

15 de junio de 2010

Los simuladores / Anton Chejov

Los Simuladores
Anton Chejov

Marfa Petrovna, la viuda del general Pechonkin, ejerce, unos diez años ya, la medicina homeopática; recibe los martes por la mañana a los aldeanos enfermos que acuden a consultarla.
Es una hermosa mañana del mes de mayo. Delante de ella, sobre la mesa, se ve un estuche con medicamentos homeopáticos, los libros de medicina y las cuentas de la farmacia donde se surte la generala.
En la pared, con marcos dorados, figuran cartas de un homeópata de Petersburgo, que Marfa Petrovna considera como una celebridad, así como el retrato del padre Aristarco, que la libró de los errores de la alopatía y la encaminó hacia la verdad.
En la antesala esperan los pacientes. Casi todos están descalzos, porque la generala ordena que dejen las botas malolientes en el patio.
Marfa Petrovna ha recibido diez enfermos; ahora llama al onceno:

-¡Gavila Gruzd!

La puerta se abre; pero en vez de Gavila Gruzd entra un viejecito menudo y encogido, con ojuelos lacrimosos: es Zamucrichin, propietario, arruinado, de una pequeña finca sita en la vecindad.
Zamucrichin coloca su cayado en el rincón, se acerca a la generala y sin proferir una palabra se hinca de rodillas.

-¿Qué hace usted? ¿Qué hace usted, Kuzma Kuzmitch? -exclama la generala ruborizándose-. ¡Por Dios!...

-¡Me quedaré así en tanto que no me muera! -respondió Zamucrichin, llevándose la mano a los labios-. ¡Que todo el mundo me vea a los pies de nuestro ángel de la guarda! ¡Oh, bienhechora de la Humanidad! ¡Que me vean postrado de hinojos ante la que me devolvió la vida, me enseñó la senda de la verdad e iluminó las tinieblas de mi escepticismo, ante la persona por la cual me hallaría dispuesto a dejarme quemar vivo! ¡Curandera milagrosa, madre de los enfermos y desgraciados! ¡Estoy curado! Me resucitaste como por milagro.

-¡Me... me alegro muchísimo!... -balbucea la generala henchida de satisfacción-. Me causa usted un verdadero placer... ¡Haga el favor de sentarse! El martes pasado, en efecto, se encontraba usted muy mal.

-¡Y cuán mal! Me horrorizo al recordarlo -prosigue Zamucrichin sentándose-; se fijaba en todos los miembros y partes el reuma. Ocho años de martirio sin tregua..., sin descansar ni de noche ni de día. ¡Bienhechora mía! He visto médicos y profesores, he ido a Kazan a tomar baños de fango, he probado diferentes aguas, he ensayado todo lo que me decían... ¡He gastado mi fortuna en medicamentos! ¡Madre mía de mi alma!

"Los médicos no me hicieron sino daño, metieron mi enfermedad para dentro; eso sí, la metieron hacia dentro; mas no acertaron a sacarla fuera; su ciencia no pasó de ahí. ¡Bandidos; no miran más que el dinero! ¡El enfermo les tiene sin cuidado! Recetan alguna droga y nos obligan a beberla! ¡Asesinos! Si no fuera por usted, ángel mío, hace tiempo que estaría en el cementerio. Aquel martes, cuando regresé a mi casa después de visitarla, saqué los globulitos que me dio y pensé: «¿Qué provecho me darán? ¿Cómo estos granitos, apenas invisibles, podrán curar mi enorme padecimiento, extinguir mi dolencia inveterada?» Así lo pensé; me sonreí; no obstante, tomé el granito y momentáneamente me sentí como si no hubiera estado jamás enfermo; ¡aquello fue una hechicería! Mi mujer me miró con los ojos muy abiertos y no lo creía. «¿Eres tú, Kolia?», me preguntó. «Soy yo», y nos pusimos los dos de rodillas delante de la Virgen Santa y suplicamos por usted, ángel nuestro: «Dale, Virgen Santa, todo el bien que nosotros deseamos»."

Zamucrichin se seca los ojos con su manga, se levanta e intenta arrodillarse de nuevo; pero la generala no lo admite y lo hace sentar.

-¡No me dé usted las gracias! ¡A mí, no! -y se fija con admiración en el retrato del padre Aristarco-. Yo no soy más que un instrumento obediente... Usted tiene razón, ¡es un milagro! ¡Un reuma de ocho años, un reuma inveterado y curado de un solo globulito de escrofuloso!

-Me hizo usted el favor de tres globulitos. Uno lo tomé en la comida y su efecto fue instantáneo, otro por la noche, el tercero al otro día, y desde entonces no siento nada. Estoy sano como un niño recién nacido. ¡Ni una punzada! ¡Y yo que me había preparado a morir y tenía una carta escrita para mi hijo, que reside en Moscú, rogándole que viniera! ¡Es Dios quien la iluminó con esa ciencia! Ahora me parece que estoy en el Paraíso... El martes pasado, cuando vine a verle, cojeaba. Hoy me siento en condiciones de correr como una liebre... Viviré unos cien años. ¡Lástima que seamos tan pobres! Estoy sano; pero de qué me sirve la salud si no tengo de qué vivir. La miseria es peor que la enfermedad. Ahora, por ejemplo, es tiempo de sembrar la avena, ¿y cómo sembrarla si carezco de semillas? Hay que comprar... y no tengo dinero...

-Yo le daré semillas, Kuzma Kuzmitch... ¡No se levante, no se levante! Me ha dado usted una satisfacción tal, una alegría tan grande, que soy yo, no usted, quien ha de dar las gracias.

-¡Santa mía! ¡Qué bondad es ésta! ¡Regocíjese, regocíjese usted, alma pura, contemplando sus obras de caridad! Nosotros sí que no tenemos de qué alegrarnos... Somos gente pequeña..., inútil, acobardada... No somos cultos más que de nombre; en el fondo somos peor que los campesinos... Poseemos una casa de mampostería que es una ilusión, pues el techo está lleno de goteras... Nos falta dinero para comprar tejas...

-Le daré tejas, Kuzma Kuzmitch.

Zamucrichin obtiene además una vaca, una carta de recomendación para su hija, que quiere hacer ingresar en una pensión. Todo enternecido por los obsequios de la generala rompe en llanto y saca de su bolsillo el pañuelo. A la par que extrae el pañuelo deja caer en el suelo un papelito encarnado.

-No lo olvidaré siglos enteros; mis hijos y mis nietos rezarán por usted... De generación a generación pasará... «Vean, hijos, les diré, la que me salvó de la muerte, es la...» Después de haber despachado a su cliente, la generala contempla algunos momentos, con los ojos llenos de lágrimas, el retrato del padre Aristarco; luego sus miradas se detienen con cariño en todos los objetos familiares de su gabinete: el botiquín, los libros de medicina, la mesa, los cuentos, la butaca donde estaba sentado hace un momento el hombre salvado de la muerte, y acaba por fijarse en el papelito perdido por el paciente. La generala lo recoge, lo despliega y ve los mismos tres granitos que dio a Zamucrichin el martes pasado.

-Son los mismos... -se dice con perplejidad- hasta el papel es el mismo. ¡Ni siquiera lo abrió! En tal caso, ¿qué es lo que ha tomado? ¡Es extraordinario! No creo que me engañe...

En el pecho de la generala penetra por primera vez durante sus diez años de práctica la duda... Hace entrar los otros pacientes, e interrogándolos acerca de sus enfermedades nota lo que antes le pasaba inadvertido. Los enfermos, todos, como si se hubieran puesto de acuerdo, empiezan por halagarla, ensalzando sus curas milagrosas; están encantados de su sabiduría médica; reniegan de los alópatas, y cuando se pone roja de alegría, le explican sus necesidades. Uno pide un terrenito, otro leña, el tercero solicita el permiso de cazar en sus bosques, etc. Levanta sus ojos hacia la faz ancha y bondadosa del padre Aristarco, que le enseñó los senderos de la verdad, y una nueva verdad entra en su corazón... Una verdad mala y penosa... ¡Qué astuto es el hombre!

FIN

10 de junio de 2010

Vivimos aterrados / Entrevista Zygmunt Bauman

Zygmunt Bauman (Poznam, Polonia, 1925), uno de los últimos sabios europeos, creó hace tiempo un concepto clave para comprender el mundo actual : la “modernidad líquida”, o cómo la vida, los conceptos, las certezas, son hoy más inestables y líquidos que nunca, a pesar de que, también más que nunca, el hombre está huérfano de referencias consistentes. Algo que proclama de sí mismo (“lo único sólido en mi vida es Janine, mi esposa desde hace sesenta años”) y que ahora confirma bienhumorado desde su casa de Leeds, mientras se aferra a su pipa, ajeno a la ola de prohibicionismo que recorre el mundo. Se siente desbordado por sus compromisos pero no renuncia a nada, “aunque, ¿qué quiere?, ya sólo soy un anciano que piensa lentamente”.

Jubilado emérito por la universidad de Leeds, ciudad inglesa en la que vive desde hace más de treinta años, Zygmunt Bauman contempla su vida con más optimismo que nostalgia. Atrás quedó su Polonia natal, de donde huyó con su familia (judía y paupérrima) del terror nazi de 1939, rumbo a la Unión Soviética. Tras su paso por el ejército polaco en el frente ruso, regresó a Polonia y fue profesor en la Universidad de Varsovia durante años, pero una feroz campaña antisemita le hizo exiliarse de nuevo en 1968. La Universidad de Tel Aviv fue su destino, tampoco definitivo, porque también ha impartido clases en Estados Unidos y Canadá. Tres años más tarde se instaló en Gran Bretaña, donde sigue viviendo, rodeado de libros y recuerdos de una Europa que ya no existe y que sigue resultando, tras un siglo convulso, una “aventura inacabada”. De eso trata el último libro que ha publicado en España, pero él anda ya enredado en el siguiente, Liquid fears, que dentro de poco verá la luz en Gran Bretaña.

Miedos líquidos, miedos modernos

-Empecemos por el final... ¿qué es Liquid fears?
-Es un inventario de los miedos modernos. También un intento de descubrir las fuentes comunes de esos terrores, los obstáculos que se acumulan en el camino de su descubrimiento, y las maneras de desactivarlos o hacerlos inofensivos. Este libro, en otras palabras, no es sino una invitación para reflexionar sobre el comportamiento y para actuar reflexivamente, pero no un libro de recetas ni de fórmulas mágicas. Su único propósito es el de alertarnos para estar preparados ante la tarea que todos nosotros, sin duda alguna, vamos a tener que asumir a lo largo de la mayor parte del presente siglo si queremos que la humanidad pueda sentirse al final del mismo más segura y confiada de lo que se siente en sus comienzos.

-¿Le parece entonces que vivimos más asustados que nunca?
-Desde luego. Verá, desgraciadamente una de las pocas cosas que no escasean en nuestros días, carentes por otra parte de certezas y seguridad, son precisamente ocasiones para estar aterrorizado. Los temores son muchos y variados, reales e imaginarios... un ataque terrorista, las plagas, la violencia, el paro, terremotos, tornados, el hambre, enfermedades, accidentes, al otro... Gentes de muy diferentes clases sociales, sexo y edades, se sienten atrapados por sus miedos, personales, individuales e intransferibles, pero también existen otros globales que nos afectan a todos. El problema, sin embargo, es que esos temores no son fáciles de asimilar.

-¿Por qué?
-Porque, como nos golpean uno a uno, en una sucesión constante aunque azarosa, desafían nuestros esfuerzos (si es que en realidad hacemos esos esfuerzos) de engarzarlos y seguirles la pista hasta encontrar sus raíces comunes, que es en realidad la única manera de combatirlos cuando se vuelven irracionales. Todos juntos resultan mucho más aterradores al ser tan difícil comprenderlos, pero sobre todo nos espeluznan por el sentimiento de impotencia que nos despiertan. Tras fracasar en nuestro intento por comprender sus orígenes y su lógica (si es que el miedo tiene alguna lógica), tenemos que reconocer que estamos también a oscuras y tan petrificados cuando aparecen como para tomar precauciones -por no mencionar cómo prevenir los peligros que anuncian o luchar contra ellos. Nosotros simplemente carecemos de las herramientas y de las habilidades necesarias para aprovecharlos. Los peligros que tememos sobrepasan con mucho nuestra capacidad de reacción.

-¿Por qué parece que no hay solución?
-Porque aunque los temores que atormentan a la mayoría suelen ser muy similares, cada uno intenta combartirlos de manera individual, y en la mayor parte de los casos con recursos inadecuados. Sería más eficaz combatir el miedo uniendo nuestros recursos, pero en esta sociedad individualizada parece imposible una acción solidaria.

-Hablando de miedos, ¿a qué se debe que los europeos nos sintamos en un mundo tan hostil?
-Quizá porque antes creíamos que el resto del mundo nos debía hospitalidad. Kapuscinski asegura que el humor del planeta ha cambiado de manera casi subterránea. El dominio económico y militar europeo no tuvo rival los cinco últimos siglos, de manera que Europa actuaba como punto de referencia y se permitía premiar o condenar las demás formas de vida humana pasadas y presentes, como una suerte de corte suprema. Bastaba con ser europeo, dice Kapuscinski, para sentirse el amo del mundo, pero eso ya no ocurrirá más: pueblos que hace sólo medio siglo se postraban ante Europa muestran una nueva sensación de seguridad y autoestima, así como un crecimiento vertiginoso de la conciencia de su propio valor y una creciente ambición para obtener y conservar un puesto destacado en este nuevo mundo multicultural, globalizado y policéntrico.

-Y eso afecta al papel de Europa en el mundo...
-Por supuesto. Hoy ningún no europeo cree que lo que ocurre en Europa puede afectar a su vida de verdad. Lo que realmente importa ocurre ahora en otro escenario, así que la presencia europea es cada vez menos visible, tanto física como sobre todo espiritualmente. De ahí la abrupta caída de la autoconfianza de los europeos, y el renovado interés por una “nueva identidad europea” útil en el juego planetario actual, en el cual las reglas y las apuestas han cambiado drásticamente y continuarán cambiando lejos del control e incluso de la influencia de Europa.

-¿Y no puede hacer nada para recuperar protagonismo?
-Claro, pero para eso antes debe renunciar a jugar un papel secundario, debe dejar de resignarse y de creer que no puede hacer nada para mejorar el estado del mundo. Si admitimos, con George Steiner, que es absurdo suponer que Europa podrá rivalizar con el poder económico, militar y tecnológico de Estados Unidos y de los nuevos imperios asiáticos, resulta evidente que el papel europeo ha de referirse al espíritu y al intelecto.

-Es decir, que si no puede aferrarse a la geopolítica ni a la economía, le quedan los valores.
-Exactamente. Europa puede y debe intentar hacer del planeta un lugar más hospitalario, conforme a unos valores distintos a los que representa y promueve la superpotencia americana. El “genio” de Europa es su diversidad, ese prodigioso mosaico linguístico, cultural y social que a menudo hace que una distancia en apariencia trivial, como podrían ser 20 kilómetros, marque una división entre mundos. Por eso Europa se echará a perder si no lucha por sus idiomas, sus tradiciones locales y su autonomía social, por sus valores, por lo que representa en la historia de la Humanidad, si olvida, en definitiva, que “Dios está en los detalles”. Como decía Kafka, si no encuentras nada en los pasillos, abre las puertas; si no encuentras nada tras las puertas, busca en los demás pisos; y si no encuentras nada ahí, no te preocupes, sube las escaleras. Mientras sigas subiendo, las escaleras no terminarán. Porque se están acumulando demasiadas evidencias de que la única superpotencia mundial está fracasando en su intento de conducir al planeta a una coexistencia pacífica; más aún, nos está conduciendo a un desastre inminente.

La eficacia del terror

-Una afirmación muy radical.
-Tal vez, pero no hay duda alguna de que, en términos de armas de destrucción masiva, Estados Unidos no tiene igual, pues gasta anualmente una suma equivalente al gasto militar conjunto de los siguientes 25 países, pero su poderío militar no garantiza mayor seguridad...

-¿Cómo es posible?
-Porque emplea de manera ina-decuada su maquinaria militar. Antes de enviar sus tropas a Iraq, Donald Rumsfeld aseguró que “ganaría la guerra cuando los americanos se sintieran seguros de nuevo”. Pero el envío de tropas a Iraq disparó el nivel de inseguridad en Estados Unidos y en todas partes. Lejos de disminuir, los espacios sin ley, los campos de actuación del terrorismo internacional han crecido hasta al-
canzar dimensiones inconcebibles. Han pasado cuatro años y el terrorismo ha ido cobrando fuerzas -extensiva e intensivamente- año a año. Los atentados terroristas se han sucedido en Tunez, Bali, Mombasa, Riad, Estambul, Casablanca, Jakarta, Madrid, Sharm el Sheik y Londres; además, según el Departamento de Estado Americano, de los 651 actos terroristas “significativos” de 2004, 198 sucedieron en Iraq, nueve veces más que un año antes (sin contar los ataques diarios a las tropas americanas), cuando, paradójicamente, las tropas habían sido enviadas con la misión explícita de terminar con la amenaza terrorista. Iraq, desgraciadamente, se ha convertido en un aviso del poder y la eficacia del terror, proque cada bomba americana provoca más terrorismo.

Bauman sigue desgranando las ideas que le han hecho popular en el mundo intelectual. Conceptos como el de “modernidad líquida”, que explican cómo vivimos en plena era del cambio y del movimiento perpetuo: “los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la liberalización de los mercados”. O conceptos tan provocadores y desolados como el de “desechos humanos” para referirse a los parados, que hoy son considerados, a su juicio, “gente superflua, excluida, fuera de juego”. Explica Bauman que hace medio siglo los desempleados formaban parte de una suerte de reserva del trabajo activo que aguardaba en la retaguardia del mundo laboral una oportunidad. Ahora, en cambio, “se habla de excedentes, lo que significa que la gente es superflua, innecesaria, porque cuantos menos trabajadores haya, mejor funciona la economía. Esta es una consecuencia de la globalización. La otra es que eres realmente superfluo. La economía sería mejor si desaparecieras, de modo que los excedentes son una especie de desaparecidos”. Y dice más. Que la neutralidad moral es “imposible” y que “quien la sostiene se miente a sí mismo”.

Un pesimista esperanzado


Y, a pesar de todo, a pesar del miedo que centra sus estudios y reflexiones y que nos impide ser libres, Bauman a menudo se ha autorretratado como un “pesimista esperanzado”, porque, insiste, “yo no soy optimista pero tengo esperanza. Hay una diferencia entre optimismo y esperanza. El optimista analiza la situación, hace un diagnóstico y dice, por ejemplo, hay un veintinco por ciento de posibilidades, etc. Yo no digo eso, sino que tengo esperanza en la razón y la consciencia humanas, en la decencia. La humanidad ha estado muchas veces en crisis. Y siempre hemos resuelto los problemas. Estoy bastante seguro de que se resolverá, antes o después. La única verdadera preocupación es cuántas víctimas caerán antes. No hay razones sólidas para ser optimista. Pero Dios nos libre de perder la esperanza”. Y de ser derrotados por el miedo, claro está. Líquido o no.

Por Nuria AZANCOT para El cultural

5 de junio de 2010

El asedio / Arturo Perez Reverte

En 700 páginas Arturo Pérez-Reverte logra su obra más ambiciosa: un impactante fresco de la Cádiz sitiada por los franceses en 1811. Asesinos seriales, detectives siniestros, damas de sociedad, científicos, taxidermistas y corsarios se encuentran en una novela total que recuerda a Balzac y que refleja la amarga y heroica mirada del autor sobre el mundo

La celebridad persigue a Arturo Pérez-Reverte. Mientras un ejército de siluetas promocionales de cartón con su imagen impresa a todo color se ha asentado en las más importantes librerías madrileñas, la creciente legión de fanáticos de su obra acaba de izar el estandarte de su nueva novela, El asedio (Alfaguara), al tope de la lista de best sellers en España. De hecho, quien se encuentra acosado en estos días es el propio escritor: los periodistas se agolpan para recibirlo como a una estrella de cine en su incesante gira por ciudades y pueblos de toda la península. Sin embargo, el creador del capitán Alatriste no se muestra dispuesto a ofrecer resistencia en esa guerra de la que no le interesa salir ni vencedor ni vencido. Hoy, las energías y las municiones del escritor parecen estar reservadas para la batalla que sí ha elegido: el combate, a través de la escritura, contra el tiempo y la crueldad humana.

En El asedio , Pérez-Reverte enhebró cinco historias diferentes en una sola novela de 725 páginas en la que no hay tema revertiano que permanezca sin ser abordado. La acción se desarrolla en la Cádiz pujante y liberal de principios del siglo XIX, con una España que lucha por su libertad mientras, del otro lado del Atlántico, América lo hace por la suya. En aquellos días convulsionados, en medio del fuego francés, una serie de mujeres jóvenes aparecen brutalmente asesinadas. Alrededor de esos misteriosos crímenes, el escritor despliega una serie de personajes inolvidables: un policía corrupto y violento, una rica heredera gaditana, un corsario de pocos escrúpulos, un taxidermista misántropo y un guerrillero de buen corazón.

En un clima de fin de época, que tuerce dramáticamente el destino de los personajes, suena el ruido de metales en el fragor de la lucha, nacen romances prohibidos y se tejen traiciones en cantidad, mientras el relato avanza sin pausa. El escritor puso en juego todo su oficio para narrar una historia que él mismo define como "sentimental, policíaca, científica, aventurera y de espionaje al mismo tiempo", pero, por sobre todas las cosas, "repleta de guiños" hacia sus lectores más fieles. La elección de la Cádiz de 1811 como escenario es una de las decisiones que vuelven aún más particular esta novela, donde el autor de La tabla de Flandes , uno de los escritores españoles vivos más queridos por los lectores, plasma también sus más recientes percepciones del mundo y de la vida.

-Me incliné por Cádiz porque esa ciudad es un barco que está sometido a los vientos, a las mareas, y en ese momento estaba soportando el asedio de las fuerzas francesas -dice Pérez-Reverte, que conversa con adn cultura en un hotel céntrico de la capital española-. Además, Cádiz era la única ciudad europea de España en aquella época; es decir, la única que tenía elementos en común con Manchester, Liverpool, Baltimore, Róterdam o Hamburgo. Una ciudad donde quien mandaba no era ni un rey fanático, ni el clero, ni la aristocracia, sino su clase comercial, un sector social que viajaba, que leía, que hablaba idiomas y que hacía de Cádiz una ciudad moderna. Por otra parte, allí se terminaba el mundo de América y comenzaba un mundo nuevo, incierto, que ponía en crisis al anterior, que se perdía inevitablemente.

-¿Qué imágenes y qué vivencias dieron luz a cada una de las tramas que componen El asedio?
-Las primeras imágenes de este libro se remontan al momento en que traduje la Ilíada y la Eneida en el colegio. Fue allí donde abracé la idea de la ciudad como refugio y territorio hostil, donde basta poner un caballo de madera dentro para que todo se transforme en una trampa mortal. Esa idea que usaron los clásicos para formatear el disquete en la cabeza de cualquiera fue desarrollada por mí a través de mi labor de reportero, como corresponsal de guerra. Desde lo alto del hotel Sheraton de Beirut, por ejemplo, contemplaba toda esa tomografía urbana nocturna de rectas y curvas, que fotografié y que me dejó pensando. O en Sarajevo, que era un lugar donde había lugares buenos y malos, donde caía una bomba o no caía, donde la guerra cambiaba la ciudad y los corazones de la gente que la habitaba. La novela se ha gestado durante muchísimos años, con experiencias que de hecho han inspirado relatos de batallas que incluí en otras de mis novelas y que ahora constituyen la trama base de El asedio . Puedo decir, entonces, que es una trama que llevo conmigo desde hace cincuenta años.

-La fluidez de su escritura lleva a pensar que escribir no supone un esfuerzo para usted. ¿Lo es?
-Me es fácil imaginar, pero me resulta difícil escribir. Una novela como El asedio es muy compleja y apenas uno comienza a leerla, ya se da cuenta de que hay muchas tramas, niveles y oscuridades. Pero el lector es inocente, no tiene por qué pagar el precio de esa complejidad; es el escritor quien tiene que hacerse cargo de esa factura. Por eso yo intento que la escritura sea lo más llana y lisa posible para que el lector se mueva por ella con facilidad, como el artesano que hace un mueble, lo lija y le pasa la mano para que no quede ninguna astilla. Así escribí esta novela y así trato de escribir siempre, con el objetivo de lograr esa aparente lisura que, en verdad, lleva muchas horas de esfuerzo, disciplina y trabajo.

-¿Considera que la vida es demasiado breve para escribir tanto como usted quisiera?
-Hay dos tipos de escritor: el que dice: "Quiero escribir, pero no consigo darme cuenta de qué escribir", y el que dice: "Quiero escribir y no encuentro el tiempo para hacerlo". Eso demarca dos tipos de literatura. Y yo soy de este segundo y último tipo. Tengo muchas historias que contar: mi vida es una continua elección entre lo que alcanzaré a contar y lo que morirá conmigo. Hay historias que viven conmigo y se transforman en novela, y otras que jamás llegan a fraguar. Soy alguien con mucho por contar, aunque ahora tengo ya 58 años y por más larga vida que me quede, no sé cuántas novelas podré escribir, tal vez cinco o seis más, así que tengo que elegir con mucho cuidado lo que hago y lo que no hago, porque lo que no haga ya nunca más lo haré, y en lo que sí decido hacer me puedo equivocar.

Vivir, leer, imaginar
Pérez-Reverte no duda en confirmar el estrecho vínculo que existe entre sus propias experiencias y su obra, aun cuando se muestra reacio a revelar detalles de esas correspondencias. "Un novelista es producto de una sedimentación de vida; uno escribe sobre la base de lo que ha vivido, leído e imaginado. Yo no soy un escritor de barra de bar o de teoría de café, sino un escritor tardío que demora mucho tiempo en escribir porque ha pasado buena parte de su tiempo viviendo. Por eso mi novela tiene una mirada compleja, a veces dura, a veces cruel, ya que parte de mi vida. Javier Marías y yo, que somos grandes amigos, siempre decimos que somos dos chicos que en el colegio habíamos leído los mismos libros, con la diferencia de que él quería leerlos y yo, vivirlos", explica.

-¿Está también El asedio ligada a su propia experiencia y a sus preocupaciones?
-Yo sé que mi tiempo se termina, como el de todos, y hay asuntos que quiero resolver, dolores que quiero calmar, serenidades que quiero conseguir, insultos que quiero proferir y blasfemias que quiero gritar. Escribir es una forma magnífica para canalizar todo aquello de una manera serena, y novelas como ésta, amplias, complejas y caudalosas, me permiten liquidar varios aspectos a la vez. Es una novela que tenía que ser larga porque debía resolver, de una sola tajada, muchos de los problemas personales que tengo.

-¿Cuál sería el más grave de esos problemas?
-Pues el más grave y el único es la implacable crueldad del universo, que es lo que hace posibles hechos como el terremoto de Haití, el hundimiento del Titanic, la Guerra de los Balcanes o el hecho de que un sinvergüenza viole a una mujer y después la degüelle. Yo, al respecto, tengo una teoría, y es que el hombre no es culpable de todo esto, ya que sólo es un instrumento que responde a un juego cruel que se llama vida. Cuando uno observa, como yo lo he hecho, la crueldad del ser humano, el dolor frío del cosmos, la tremenda crueldad de la naturaleza, uno siente una rebelión y una angustia terrible que lo hacen buscar culpables. Es entonces cuando uno mira para arriba buscando a un Dios al que insultar. Pero llega un momento en el que no se ven dioses y a uno le sucede lo mismo que a Ulises, cuando regresa de Troya, que ya no encuentra dioses en los que creer o confiar. Y eso atormenta a cualquiera.

-¿Escribir es una solución al problema... o tan sólo una manera de sobrellevarlo?
-Escribir es una forma analgésica de asumirlo, de aceptar las reglas del juego, ya que esto, después de todo, es como el ajedrez, donde el peón come al alfil y la torre, a la reina. Entonces, cuando lo asumo, ya no busco un dios al que matar, ni un hombre al que culpar, ni un Pinochet al que sentar en el banquillo. Es una buena forma de consolarme... y ahora que estoy en la etapa final de mi vida, aunque ojalá me falte mucho, la verdad es que quiero morir con serenidad. Aceptar que éstas son las reglas y que todo el sufrimiento que he visto forma parte de ellas. No se trata de resignarse, claro, sino de asumir el hecho. Cádiz también me sirvió para desarrollar una teoría que pensé hace algún tiempo, que tiene que ver con la idea de que los hispanos y los latinos en general nos hemos equivocado de Dios. Esto ocurrió en Trento, en ese concilio de donde parten la Reforma y la Contrarreforma. Ahí Europa tuvo que elegir entre dos tipos de Dios: o bien aquel encerrado, turbio, de sacristía e inquisidor, fanático, dictatorial, sombrío y triste de la religión católica, o bien el Dios abierto, moderno, que permite hacer comercio, que deja que haya usura si es honrada y que permite que los libros se publiquen y las ideas discurran.

-¿Se considera un admirador del Max Weber de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, entonces?
-Claro. Nosotros nos hemos equivocado al elegir al Dios reaccionario, que nos ha tenido esclavizados durante todos estos siglos y que todavía nos sigue teniendo así. Esa apuesta, en mi opinión, la perdimos... y Cádiz fue diferente respecto de España en este sentido, porque parece tener al Dios nórdico, abierto y liberal. Por eso, cuando manejaba todos estos textos, sentí una tristeza profunda, porque una vez más confirmaba que en esta elección España se había equivocado, y que todavía seguimos pagando ese precio.

En El asedio , la mirada de Pérez-Reverte hacia la religión y hacia lo políticamente correcto se encarna en la figura de Rogelio Tizón, un investigador policial habituado a la tortura y la extorsión que debe hacer pie en un mundo donde sus métodos entran progresivamente en contradicción con los valores basados en los derechos que la modernidad predica. "Una novela no es un juicio moral -dice el escritor-. Un novelista no tiene por qué compartir ni la ética ni la estética de sus personajes. Un novelista cuenta historias. El personaje de Tizón me llevó a moverme en la mente de alguien para quien la violencia, la tortura, la inmoralidad y la corrupción representan una forma de vida tan natural como respirar. Mi desafío narrativo, en su caso, fue tratar que el lector, a lo largo de una larga historia, pudiera llegar a identificarse con un terrible hijo de puta como él. Es decir, aposté a la duda acerca de hasta qué punto nosotros mismos tenemos también ese lado oscuro de crueldad que tiene este policía de principios del siglo XIX; quizá no poseemos su cara exterior pero sí, dentro de nosotros, ese conjunto de pensamientos que no llegamos a confesar."

-No resultaría difícil situar a Tizón en el siglo XX e incluso el XXI...
-Sí, y de hecho mi otro desafío es el de saber cómo un policía tan acostumbrado a la violencia y a la brutalidad se tiene que enfrentar a ese nuevo mundo de modernidad; cómo ve llegar la democracia y cómo reacciona. En algún punto, también nos sentimos Tizón y también actuaríamos como él. Claro que yo, y la gran mayoría de nosotros, no usaría la tortura como método. Pero... ¿qué pasaría si te dejan en una habitación con quien ha violado a tu hija y tienes una navaja en la mano? Yo no lo sé... pero ahí está lo inquietante de estas preguntas y este personaje.

Sangre caliente
Pérez-Reverte no oculta su preocupación por el avance del comportamiento "políticamente correcto" en la sociedad globalizada. "La corrección política proviene de un desborde de la hipocresía anglosajona -dice-. Los pueblos de ese origen nunca les han querido dejar ni un hueco de poder a las naciones que invadieron, y por lo tanto, han exportado esa hipocresía política y social a todas partes. Lo más terrible es que Europa, que ha sido referente moral de todo el mundo, que ha impulsado la revolución ilustrada, que ha sido ejemplo en el mundo del respeto a los derechos humanos, se está plegando de una manera vil y cobarde a todas aquellas normas de etiqueta que provienen del mundo anglosajón. Yo entiendo que en países como Alemania y Holanda, de sangre fría para lo bueno y para lo malo, esas ideas arraiguen con más facilidad. Pero que países de sangre caliente, como España, Italia, Portugal o la Argentina, se plieguen a toda esa mierda es algo que no puedo entender. Estamos siendo colonizados también psicológicamente por esa banda de gilipollas."

Otro elemento característico en la obra del autor de El club Dumas es su interés por construir personajes femeninos fuertes e independientes, pero ajenos al feminismo combativo tan defendido, por ejemplo, por el actual gobierno socialista español, la literatura exprés o el statuo quo hollywoodense. La más reciente manifestación de este arquetipo de mujer es Lolita Palma, una joven que también debe desafiar las convenciones de su época y arremangar su espíritu para ser aceptada por un entorno masculino con el que no parece entenderse del todo.

-Hay muchos tipos de mujeres en la literatura y todas son honorables, incluso las putas. Excepto Madame Bovary, que era idiota y a quien nunca he podido respetar ni sentir por ella la mínima simpatía... era una estúpida que merecía su final. Pero fuera de este caso, hay muchas que me encantan. Amo a la Milady de Winter de Los tres mosqueteros , o a las chicas de Jane Austen, por ejemplo.

-¿Siente predilección, entonces, por las mujeres de personalidad fuerte?
-Con todo respeto hacia las otras, una mujer tiene que ser así: cuando los indios asaltan el fuerte, hay dos tipos de mujer en su interior. La que se echa a llorar sobre los brazos del héroe o la que toma el rifle y se pone a disparar por la ventana. Y a mí, por la vida que he llevado, me gusta más la que se pone a disparar por la ventana, la que es capaz de pelear en un mundo hostil. Desde este punto de vista, la mujer que lucha en un mundo de hombres me parece que es el último gran héroe moderno.

-¿No corren el riesgo de confundirse con los hombres?
-A diferencia del hombre, que puede caer varias veces y luego levantarse, la mujer es derrotada una sola vez, porque cuando es derrotada, es aniquilada. La mujer en territorio enemigo no puede permitirse derrotas parciales, es una luchadora absoluta. Y en mis obras así son las mujeres, que son las que amaré por siempre. Fue la Reina del Sur, la Adela Otero de El maestro de esgrima , la Tánger Soto de La carta esférica ... y ahora pasa lo mismo con Lolita Palma en El asedio . Son todas distintas y están evolucionando... pero pertenecen a la misma familia, digamos.
-¿Se puede hablar de una "mujer actual" en su obra?
-Las mujeres en mis obras no son anacrónicas ni implantadas. Detesto esas novelas que tienen personajes feministas en el Medioevo, por ejemplo, o anarquistas en la corte de tal o cual rey, porque eso es lisa y llanamente una mentira. Lolita Palma es una mujer en un mundo de hombres, sí, pero es moderna del modo en que ella puede serlo. Es una heroína revertiana, sin duda, porque está en los cánones de lo que pueden ser mis heroínas.

Historia y literatura
Otro tema que apasiona a Pérez-Reverte es la historia. Algunos medios españoles lo consideran un "Benito Pérez Galdós del siglo XXI", pero el escritor disiente. "Por favor, eso nunca podría ser así -dice-. Pérez Galdós está en mi memoria genética y es un escritor fundamental del siglo XIX. Pero yo no lo reescribiría, ya que además de ser una tarea imposible, sería estúpido."

-En la época en que usted ubicó su novela, había vientos de independencia del otro lado del océano. ¿Qué piensa de los bicentenarios que se celebrarán en América latina?
-Espero que el Bicentenario no se limite, en América y en España, a darnos besos y a decirnos a nosotros mismos: "Qué bien que lo hicimos, qué bien que luchamos por la independencia". Tenemos que recordar que la independencia la hicieron las familias criollas poderosas y que el pueblo estuvo fuera de ellas. El pueblo puso la carne de cañón, las fosas comunes, la carne de matanza... pero el pueblo siempre estuvo lejos del poder, y lo sigue estando doscientos años después.

-¿Hay motivos para festejar?
-Lo que celebraremos es que hace doscientos años un grupo de familias criollas se independizaron y dejaron de pagar impuestos a la metrópoli, para quedarse ellos con todo lo recaudado. Pero la injusticia, la incultura del pueblo, la demagogia y la falta de democracia siguieron en América y continúan todavía hoy. El Bicentenario no liberó a los americanos, porque, ¿en qué ha cambiado la situación de un indio peruano o boliviano?

Más allá de la devoción que le despierta la historia como disciplina, Pérez-Reverte expresa sus dudas respecto del auge de la novela histórica, un género al que, aclara por las dudas, El asedio no pertenece. "Hay magníficos historiadores que son torpes novelistas y excelentes novelistas que son torpes historiadores -dice-. El tema de la novela histórica es hacerla bien. Pero el novelista tiene una osadía que el historiador no puede permitirse. Un historiador nunca podría haber escrito Los idus de marzo , de Thornton Wilder, una novela extraordinaria donde se manipula por completo la historia de Julio César y su asesinato. Aunque se trata de un género muy ambiguo, porque bajo el rótulo de ´novela histórica´ hay también mucha basura. Como sucede con cualquier género, si se toca bien, está bien, y si se lo hace mal, está mal."

Sin embargo, para Pérez-Reverte no todo es historia. En los anaqueles de las librerías españolas también se puede paladear lo mejor de su pasado reciente en su calidad de exquisito periodista de nuestros días. Cuando éramos honrados mercenarios recopila una selección de artículos publicados durante 16 años en 28 diarios españoles en los que, según describe, hizo un "ajuste de cuentas semanal muy duro, agresivo y políticamente incorrecto"; es decir, una suerte de ejercicio periódico de auténtica catarsis revertiana.

Pero el escritor no descansa.
-Estoy trabajando en un episodio nuevo de Alatriste. Prometí escribir ocho o nueve y ya llevo seis publicados, por lo que tengo que cumplir con mi promesa. Hay lectores que sólo leen Alatriste -admite tras un suspiro-. De hecho, un hombre mayor me dijo el otro día: "Oiga, déjese de esas mariconadas de novelas y escriba más de Alatriste, que es para lo que usted vale".

Por primera vez, Pérez-Reverte parece perplejo. Aunque quizá sea un juego suyo y en verdad no esté tan sorprendido por la legión de fieles seguidores que supo conquistar su más adorada criatura.

Por Adrián Sack
LA NACION- Madrid, 2010