31 de agosto de 2006

El clásico


El clásico
Por Estanislao Zaborowski

Se puso de pie, tomó su mochila y corrió hacia el sedán azul marino que acababa de detenerse delante del colegio.
Su padre se encontraba al volante, y lo abrazó calurosamente en cuanto Tommy ingresó.
Ya en camino, su padre preguntó:
- ¿Como te fue hoy en el cole Tommy?
- ¡Bien! En la clase de gimnasia jugamos un partido de fútbol contra 2º “A”
- ¿Así? ¿Y se divirtieron?
- ¡Si, estuvo buenísimo! Muy peleado, pero ganamos nosotros 2 a 2.
- ¿Cómo es eso que ganaron ustedes si empataron 2 a 2?
Mientras Tommy, mirando por la ventanilla elaboraba su respuesta, no muy lejos de allí, Nacho y su mamá caminaban de regreso a casa.
- ¿Qué tal el cole nachi?
- Aburrido, en la clase de matemática tomaron una prueba sorpresa.
- ¿Y como te fue?
La mirada de Nachi lo decía todo, sus ojos miraban el suelo con cara de decepción.
- En fin, ¿Y en las otras materias?
- ¡Aburridísimo! Excepto en gimnasia que jugamos un partido de fútbol contra 2º “B” y ganamos nosotros 2 a 2.
- ¿Ganaron ustedes 2 a 2? ¿Y como puede ser posible eso?
- ¡Fácil, nosotros ganamos!
El auto se detuvo con el semáforo en rojo y Tommy por fin habló.
- Nosotros ganamos porque fuimos mejores, además metimos el primer gol. ¡Un golazo! Manu le pegó un derechazo con todas las ganas desde la mitad de la cancha y la clavó abajo al lado del palo, ¡un golazo fue! Después ellos nos empataron, pero el gol fue así nomás de rebote porque se armó lío dentro del área y nos confundimos entre nosotros.
Sin apartar la mirada hacia el frente, su papá preguntó:
- Bueno, pero hasta donde yo sé, eso es un empate 1 a 1.
- ¡Pero ahí no termino pá!
La mano de nachi transpiraba al igual que la de su mamá, sin embargo ella no lo soltaba.
- ¿Cómo pudieron ganar si tanto ellos como ustedes hicieron dos goles?
- Vos no entendes nada de fútbol, má. Nosotros ganamos porque fuimos mejores.
- ¿Así que ahora no gana el que hace mas goles, sino el que es mejor?
- Claro, lo que pasó es que al principio ellos nos iban ganando por un gol de un petiso que le pegó desde lejos y que ni el podía creer que esa pelota había entrado, tuvo un culo bárbaro. Y después nosotros enseguida, gambeteamos dentro del área y Nico se llevó a tres de la defensa y con una rabona la puso por debajo del arquero. Tendrías que haber visto ese golazo, ¡fue un espectáculo!
- Bueno, entonces iban empatando en ese momento.
- Si, pero ahí no termina má. Resulta que yo bajé un rato para ayudar a la defensa y desde el fondo ordenaba el equipo. Entonces nuestro arquero sacó fuerte y fue a parar a los pies de Gonza que se esquivó a un pibe que parece medio tonto pero que igual lo dejan jugar y después a otro más que corre como un rengo. Ahí pegó la media vuelta y con toda la furia le pegó al arco y hizo un golazo y ahí entonces nosotros íbamos ganando.
La mamá de nachi escuchaba atenta, sin perder ocasión en mirar de reojo las vidrieras de las casas de ropa que se encontraban en su camino.
- Mamá! ¿Me estas escuchando? ¡No me das bola!
El sedán dobló en una calle muy angosta mientras Tommy continuaba su relato.
- Después que ellos hicieron el gol ese, nosotros nos metimos muy atrás en la cancha porque preferíamos defender antes que seguir atacando porque no quedaba mucho tiempo para hacer otro gol. Entonces el cancherito ese de Gonza, encontró la pelota en sus pies, ni el sabía como llegó ahí, y claro nosotros teníamos en la defensa al tonto ese que te conté que una vez se quedó dormido en clase y con la baba manchó las hojas de su cuaderno, y claro Gonza pateo al arco y hizo el gol. ¡Así cualquiera mete goles!
- Entonces iban perdiendo 2 a 1 Tommy!!
- Pero fue por un ratito nada mas, porque nosotros al toque hicimos un golazo de un corner que patíe yo y que Santi saltó como dos metros encima de los demás y cabeceó re bien metiéndola adentro.
- ¿Dos metros? Está bien, entonces empataron nomás.
- ¿Me podes dejar terminar de hablar papá?
La mamá de Nachi, cansada del constante tironeo de su brazo, intentó darle fin al relato.
- ¿Entonces ganaron 2 a 1?
- No, lo que pasó fue que ese pibe Tommy del que te hablé que siempre andá inventando historias, pateó un corner y le pegó a Santi en el hombro o en la nuca o en la espalda, no se bien. La verdad que tuvieron un culo bárbaro.
- ¿Entonces ahí terminó el partido empatado?
- ¿Ves que nunca me escuchas mamá?
Finalmente, el automóvil ingresó al garaje de la casa, justo en el momento en que nacho juntó a su mamá abrían la puerta del departamento.
Ambos se dispusieron a tomar la merienda, mientras Nacho lo hacia con galletitas, Tommy disfrutaba de las tostadas con manteca que compartía con su perro Amadeo.
Mientras miraban fijamente el televisor esperando los dibujos animados de las cinco de la tarde, pensaron en que a veces los goles no alcanzan para ganar un partido.
También hay que ser los mejores jugándolo.

26 de agosto de 2006

Ahora que no estás




Este es un poema que escribi hace ya una década, pero lo rescaté de un viejo libro y tenía ganas de compartirlo.
Estanis

Ahora que no estás
Por Estanislao Zaborowski

Ahora que no estás
no tendré lagrimas que secar
ni labios que besar
ni sueños que cumplir
ni un cuerpo por cubrir

Ahora que no estás
no tendré piel por acariciar
ni ojos que mirar
ni brazos que abrazar
ni una noche que esperar

Ahora que no estás
no habrá motivo por sufrir
ni broma por reir
ni vida que endulzar
ni un mañana que desear

Ahora que no estás
no habrá poemas que escribir
ni caricia por recibir
ni esperanza por volver
ni un amor por proteger.

"Las ruinas circulares"


Para recordar a un genio a 107 años de su nacimiento (24/08/1899 - 14/06/1986)
Estanis.

"Las ruinas circulares"
Jorge Luis Borges

And if he left off dreaming about you...
Through the Looking-Glass, VI.

Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres.

El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.

El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.

Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.

A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y si de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de bueno afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más.

Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino.

El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.

Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara.

Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.

Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos.

La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.

En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua.

La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso.

Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.

El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada días las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido. . . En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.

Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer-y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.

Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres.

Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis.

Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo.

Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.

El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches, después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos.

Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.

25 de agosto de 2006

Nunca hables con extraños



Lo que les dejo a continuación, fué el primer cuento que escribi cuando empecé el taller literario allá por el mes de Abril 2006. Espero que les guste.

Nunca hables con extraños
Por Estanislao Zaborowski

Las puertas de la confitería se abrían de par en par, y por ella salían y entraban clientes constantemente. El aire acondicionado encendido, templaba el ambiente, que sumado al aroma de café recién elaborado, convidaban a pasar un momento ameno.
La pantalla gigante al final del rectángulo salón, se mantenía suspendida en el aire por medio de cables que apenas se podían distinguir. Sin embargo, los clientes no reparaban en ella, parecían absortos en sus propias conversaciones.
Los mozos, como es costumbre en las horas pico, corrían de un lado al otro, llevando consigo cargadas bandejas de servicio de cafetería.
Frente a mí, una pareja de extranjeros conversaba en voz alta, sin darse cuenta que entorpecían mi campo de visión. Detrás de ellos, dos bonitas jóvenes acababan de sentarse.
Una de ellas se quitó el abrigo deslizándoselo por la espalda, mientras que la que se encontraba frente a mi, se acomodaba en la silla de cuero color bordó, que graciosamente combinaba con la bufanda que llevaba puesta.
Ambas eran muy atractivas, de rasgos dulces y modales amables; tal es así, que uno de los mozos que las observaba desde la otra esquina del salón, se llevó por delante una mujer, lo cual le costó una seguidilla de improperios y las risas burlonas de sus compañeros.
Bajé la mirada para concentrarme en mi tarea, debía terminar la narración para el taller de escritura y aún no había podido escribir más de tres renglones.
Llevaba un rato concentrado cuando levanté la cabeza y ví a una señora muy mayor vestida con una túnica aterciopelada y mantos multicolores sobre su espalda, sentada en la mesa junto a las jóvenes que habían llamado mi atención hace algunos minutos.
En ese preciso momento, la mujer levantó la mirada y me miró fijo por unos instantes, a lo que yo respondí de igual manera apenas por unos segundos.
A juzgar por el aspecto, la mujer parecía ser gitana; sus vestiduras, sus gestos, su piel morena curtida por el sol, delataban su origen y cultura.
No obstante, lo que mas me llamó la atención fueron sus ojos, o mas bien su mirada; dulce, penetrante, cargada de historia, como si aquellos ojos quisieran contar las aventuras o desventuras vividas a lo largo de su existencia.
Sus manos también eran llamativas, parecían cargadas de una energía atípica para las mujeres de su edad. Sus dedos eran largos y finos, los movía con agilidad y delicadeza, sin perder en ningún momento el dominio de la situación.
Para mi sorpresa, observé como sobre la mesa se encontraban desparramadas unas cuantas cartas de la baraja española y la mujer las trasladaba de un costado a otro mientras no dejaba de hablar y de pronunciar sórdidas exclamaciones cada vez que sacaba del montículo un nuevo cartón.
Las jóvenes inquietas, seguían curiosas los movimientos de manos y el parloteo incesante de la gitana, como así también los símbolos extraños que esta escribía sobre una servilleta de papel.
Al cabo de unos minutos, luego de que la mujer terminara su escena, una de ellas se llevó ambas manos al rostro y rompió en llanto.
Lloraba y miraba de manera simultánea las notas escritas en la servilleta y a su amiga, mientras que esta última no conseguía calmarla.
La gitana no dejaba de vociferar en un idioma que no podía entender y mas enfáticamente, dibujaba sobre los papeles que se encontraban frente a ella.
La joven con las mejillas coloradas y su cara desdibujada, se levantó de un brinco y se dirigió apresurada en dirección a los baños.
Su amiga la siguió hasta que se internaron casi al mismo tiempo en el recinto destinado a las damas.
Pude notar, como los mozos comentaban entre ellos el acontecimiento y como el resto de la clientela miraba hacia el fondo del salón esperando ver salir a las muchachas.
En ese momento, la gitana en un movimiento envidiablemente atlético, se levantó, recogió varias cosas que se encontraban sobre la mesa y en cuatro rápidos pasos se dirigió hacia la puerta de la confitería.
Nadie se percató del fugaz escape, ni siquiera los mozos, los cuales quedaron sorprendidos al momento que las jóvenes regresaron a su mesa y le preguntaron acerca del paradero de la misteriosa mujer.
De inmediato, solicitaron la cuenta. Una de ellas buscó algo dentro de su cartera, y por sus gestos de desesperación noté que no lo encontraba
La otra joven hizo lo mismo. Frenética, sacudía el interior de su bolso de mano, mientras que su desconcierto e indignación al no encontrar lo que buscaba aumentaba y su enojo fue tal, que golpeó la mesa tanto como pudo, provocando así, que una copa cercana al borde cayera al suelo y se partiera al instante.
Por sus caras, sus movimientos y la nerviosa búsqueda de sus pertenencias, pude adivinar que la gitana las había estafado.
Pagué la cuenta y observando por el rabillo del ojo a las jóvenes discutiendo con el encargado de turno, salí del establecimiento hacia la poca luz que quedaba del día.
Caminé por la estrecha calle pensando como nos afecta de manera susceptible las palabras de un extraño. ¿O será que conocer los detalles de nuestro fallecimiento nos provoca pánico?
De una forma u otra, la tarde había resultado de gran provecho.
Me acerqué a mi abuela que me aguardaba en la esquina y con una sonrisa cómplice nos repartimos el botín.

El Algebrista



El algebrista, letra de Enzo R. Gentile, con música del tango "Mano a mano" (Gardel - Razzano)

EL ALGEBRISTA

Algebrista te volviste
refinado hasta la esencia
oligarca de la ciencia
matemático bacán.

Hoy mirás a los que sudan
en las otras disciplinas
como dama a pobres minas
que laburan por el pan.

¿Te acordás que en otros tiempos
sin mayores pretensiones
mendigabas soluciones
a una mísera ecuación?

Hoy la vas de riguroso
revisás los postulados
y junás por todos lados
la más vil definición.

Pero no engrupís a nadie
y es inútil que te embales
con anillos, con ideales
y con álgebras de Boole.

Todos saben que hace poco
resolviste hasta matrices
y rastreabas las raíces
con el método de Sturm.

Pero puede que algún día
con las vueltas de la vida
tanta cáscara aburrida
te llegue a cansar al fin.

Y añores tal vez el día
que sin álgebras abstractas
y con dos cifras exactas
te sentías tan feliz.

¿Quién fue Enzo Gentile?

Premio Konex 1983: Matemática
Nació el 14 de diciembre de 1928.

Distinciones.

Antes de recibir el Diploma al Mérito:

Títulos de Grado y/o Post-Grado alcanzados. Institución otorgante y año:
Técnico Químico recibido en la Escuela Industrial de la Nación Nº 3.
Licenciado y Doctor en Matemática recibido en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Cuyo, 1957.

Becas obtenidas. Institución otorgante y año:
Beca otorgada por el Instituto de Matemática del Departamento de Investigación Científica de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza.
Beca otorgada por el Consejo nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas para estudios en la Universidad de Princeton, New Jersey, EE. UU., 1959.
Beca otorgada por el gobierno holándes, 1966.

Cargos docentes, Públicos, Privados y otros alcanzados:
Profesor Asistente de la Rutgers University, 1953-1960.
Profesor Asociado del Departamento de Matemática de la Universidad de Buenos Aires, 1963- 1967.
Profesor Titular de la Universidad de Buenos Aires.

Libros y/o trabajos publicados o encomendados:
"Notas de Algebra. Espacios Vectoriales" - 1965.
"Estructuras Algebraicas I y II" - Colección de Monografías Científicas, 1977-1979.
"Anillo de Polinomios" - 1980.
"Notas de Algebra II" - 1981.
"Cuerpos eslabonados" - Actas del 2º Coloquio Latino de Algebra, 1982.

Después de recibir el Diploma al Mérito:

Cargos docentes, Públicos, Privados y otros alcanzados:
Miembro de la Academia de Ciencias Exactas y Naturales, 1987.
Miembro Honorario de la Sociedad Matemática Peruana, 1987.
Director del Seminario Claro Dassen de la Sociedad Científica Argentina, 1988.
Miembro en la Categoría Superior de la Carrera del Investigador Científico del Conicet.
Profesor Visitante de la Universidad de Dortmond, Almania, 1986.
Profesor Visitante de la Universidad de Utrecht, Holanda, 1988.
Libros y/o trabajos publicados o encomendados:
"Aritmética elemental" - Monografía Científica de la OEA, 1985.
"Construcciones con regala y compás" - Revista de Educación Matemática.
"Comentarios para el Mathematical Reviews".
"Grupo Finito de Permutaciones" - 1987.
"Aspectos de la Teoría Elemental de Números" - Publicación de la Universidad de San marcos, Lima, Perú, 1988.
"Aritmética elemental en la formación matemática" - 1991.

Falleció el 7 de abril de 1991

Fuente: www.fundacionkonex.com.ar

24 de agosto de 2006

Bruce Springsteen - Two Hearts


El otro día salí a pasear
Vi a una chica llorando en el camino
Estaba tan dolida, decía que no volvería a amar
Algún día tus lloros acabarán, nena
Y descubrirás otra vez que
Dos corazones son mejor que uno
Dos corazones, nena, hacen mejor el trabajo
Dos corazones son mejor que uno

En otros tiempos yo llevaba una vida de chico duro
Pero vivía en un mundo de sueños infantiles
Algún día esos sueños infantiles han de acabar
Para hacerte hombre y crecer para volver a soñar
Ahora creo al fin que
Dos corazones son mejor que uno
Dos corazones, nena, hacen mejor el trabajo
Dos corazones son mejor que uno

A veces pudiera parecer como si ya estuviese todo previsto
Y que tu destino fuera vagar por esta tierra con el corazón vacío
Aunque el mundo te vuelva frío y duro
Señor, hay una cosas que sé

Que si crees que tu corazón es de piedra
Y que eres lo bastante duro para azotar tu solo este mundo
Solo, amigo, nunca encontraras la paz
Por eso yo sigo buscando hasta que encuentre
Mi amor verdadero

Aún dos corazones son mejor que uno
Aún dos corazones, nena, hacen mejor el trabajo
Aún dos corazones son mejor que uno

TWO HEARTS
BRUCE SPRINGSTEEN
-1980-